Estoy casi condenado
A tener éxito para no ser
Un perro fracasado
Así, así, así, así yo fui enseñado
Generaciones tras generaciones
Marchan a mi lado
Sólo quiero jugar
“Cuando seas grande”, Miguel Mateos
I
De repente veo pasar a Juan Carlos Darío corriendo desaforado, persiguiendo el éxito que todos imaginan, recorriendo el camino corto y estrecho que atraviesan aquellos que vienen con la habilidad de sorprendernos en cien metros de pasto por cincuenta de ancho. Desde lejos destaca como el jugador más rápido en el campeonato más lento de la región, corriendo a toda velocidad, eludiendo rivales, disparando al arco para anotar de media distancia y celebrar su paso a esa tierra prometida. Mientras corre cree disfrutar el fuerte viento sobre su rostro, que con su fuerza le entrecierra los ojos y lo transporta a los días sencillos allá en los potreros de Santa Cruz. O quizá creerá que esquivando veloz a sus rivales descansa de este pesado sol de enero que penetra su piel de minero inacabado. De repente se sorprende impulsado por la energía que su cuerpo recibe del entorno, una multitud impaciente que sin conocerlo lo admira simplemente porque desean lo que hoy él posee; una oportunidad para llegar más lejos en la carrera frente al resto. Pero él inesperadamente interrumpe su carrera y a mitad de camino se detiene decidido a reconsiderar el escenario. Dice no estar dispuesto a dar el salto, así nada más, de un día para otro. O será que no se reconoce en ese guión. O es, simplemente, el gesto irreverente de quien quiere hacer las cosas a su manera. No importan razones sobre su gesto de desprecio al éxito, que toma la forma de honesto y silencioso distanciamiento.
Afuera la multitud no está dispuesta a comprender razones; moros y cristianos lo acusarán de pecador, verán en sus dudas la imagen nítida de su insolente irreverencia, desproporcionada y controversial. Al poco aparecerán los especialistas, porque nada tendría sentido sin la opinión de los que dicen que saben de estas cosas. No se entiende, ¿por qué Ícaro detiene su tranco hacía el olimpo? Una infancia difícil —dirán en la tele—; claramente es un caso patológico —objetarán en la radio—; es que yo no sé si este cabro es tonto o se hace —alegaran los más comprometidos. Seguirán pasando los días sin una explicación que sacie lo inquietante de la situación, la negación de un hombre frente a los capítulos de su destino. Según diría el tenor goleador, “a Gaete le dio la weá”.
II
Hace tiempo que tengo bajo sospecha la idea de éxito, a sus síntomas, lo objetivable de su significado, pero igual a veces confundo. Con casi todos los conejos persiguiendo una misma zanahoria mentirosa, promesa fugaz a ser felices haciéndose de aquello que deben desear, cuando no deseando creer que eventualmente podrían llegar a poseer algo que otro valore y así compartir convencidos la idea que son conejos de bien y tienen con qué demostrarlo. Cuestiono la idea detrás de la imagen, intento depurarla y ajustarla a las múltiples y diversas expectativas que las personas tienen de sus propias trayectorias. Pero no me convenzo y siempre termino llegando al mismo lugar. El capitalismo es un tren que avanza a toda velocidad, que nos arrolla y hasta a los menos incautos despeina, quedan sentados mirando para cualquier lado, boquiabiertos, impávidos frente a su tránsito avasallador y maloliente. Una máquina fuera de control, veloz y de tranco firme, que apuesta a devorarlo todo a su paso, fagocitando las representaciones de la realidad. El éxito —primo hermano de la competencia— trabaja en ese tren, aguarda atento cuidando que el carbón no falte en la caldera de un motor que está siempre a tope de su desempeño, eficiente y rentable. Se instala orgulloso como horizonte de esperanza entre las huestes caminantes que, desorientadas de un lado para otro o chocándose aleatoriamente, lo persiguen fervorosas sin nunca dejar de creer que hay algo, en algún lugar, en algún momento, reservado para quién conquiste su simpatía. Tal parece que su prestigio lo justifica en una infinidad de cosas y «momentos» que presuntamente llevarían a una idea retorcida de felicidad, normalizada a los estándares de este tren que, desbocado y veloz, los desorienta consumiendo insaciable el tiempo mínimo necesario para observar el paisaje a través de ventanas ya empavonadas. Así transcurre la vida en este tren, confuso y desbocado, donde la competencia organiza con tranquilidad la seguridad de los elegidos, la energía y el tiempo de sus pasajeros.
III
Entonces flaco, tu tranquilo. Dirán de todo, pensarán lo peor por atreverte a desafiar el sentido único de comunidad y eso les incomoda, les resulta tan incomprensible como imperdonable. Extenuados de tanta confusión se preguntarán, sin nunca encontrar explicación, cómo fue que hiciste para condicionar, a lo menos postergar, tus opciones de convertirte en ídolo del balonpié nacional sólo porque te pareció lo correcto. ¿Como van a entender las razones que te llevaron a desafiar las leyes de la fantástica competencia? Qué miles, millones de jóvenes de todas las razas y clases, sueñan tener que sea una mínima chance por hacerse de un boleto que les permita subirse a ese tren y escapar indolentes del pasado injusto. No te van a entender, porque son la expresión desbordante de una época en la historia, su vorágine, animales feroces en una competencia desatada y sin cuartel por sobreponerse al que se cruce en frente, bajo las circunstancias que sea. Intentarán hacerte sentir mal. Llegarán a decir que se te aconcharon los meaos cuando se presentó la oportunidad de irte al Colo, a la misma edad que Vidal le quitó los penales a Ballack en Alemania. Barbarie moderna que necesita objetivar el mito, y desde ahí justificarlo todo. Y luego hacer gárgaras viendo el éxito en la joven promesa poblacional, que con sus patas tan bien embarradas maneja tan bien la pelotita.
Levanta la frente Gaete. Será que, con tu actitud, que es rebelde frente al orden establecido, desobediente a la hegemonía exitista y al choque, inspires el horizonte de antiguos perdedores, que inquietos y apocalípticos, miran el mundo con la poca esperanza que va dejando su decadencia. Con orgullo observaras de frente, porque tu gesto no es menos que cuestionar una forma de razonamiento en un campo particularmente idóneo para la competencia, y tremendamente popular. La cuestión más importante entre las cosas que no tienen importancia. Mirándolo con cierta perspectiva, algo así como un pollo en la cara a quienes organizan su vida, estructuran sus emociones y coordinan acciones infinitas enfatizando majaderos sobre la idea de ganar, avanzar y acumular.
*Imagen extraída de bitacoravisual.com, de Martín Pauca Suquilanda.
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