Ya va más de una semana desde el comienzo de las manifestaciones masivas en todo el país. Chile entero se ha movilizado en contra de más de 40 años de neoliberalismo. Finalmente se ha bajado la careta de la «transición a la democracia», esa que fue pactada entre la Concertación de Partidos Políticos y la dictadura-cívico militar.
Las máscaras de gobiernos civiles caen y demuestran que existe una directa continuidad histórica entre la dictadura y lo que llaman «democracia». La dictadura nunca terminó y su expresión pública más elocuente ocurrió por estos días cuando el presidente Sebastián Piñera señaló que “estamos en guerra”, parafraseando al dictador Augusto Pinochet, de un modo idéntico a como la idea de una guerra interna se convirtió en la tesis fundamental que sostuvo la dictadura para justificar el asesinato, las violaciones y la tortura de miles de seres humanos.
La política del terror de Estado, la misma que históricamente se ha aplicado hasta ahora contra el pueblo Mapuche, tiene plena vigencia y se expande por todo el país. Hemos estado viviendo en toque de queda; los militares recorriendo las calles, intimidando con plena impunidad. Hemos sido testigos directos en estos días, no sólo de la violencia que ejerce la policía en las calles lamentablemente normalizada, con más de 3200 personas detenidas, más de 526 personas heridas por armas de fuego, 126 personas con heridas oculares, 18 querellas por violencia sexual, 18 muertos, 20 personas desaparecidas, según los datos oficiales del Instituto Nacional de Derechos Humanos ―casos que por cierto pueden ser muchos más, ya que todos los días llegan nuevas denuncias por verificar.
Los medios de comunicación masiva, controlados completamente por el empresariado transnacional, se han dedicado a «demonizar» las movilizaciones, tratando de dividir e infundir miedo a la población, respaldando abiertamente al gobierno, buscando generar un clima de aversión y hostilidad hacia las manifestaciones, incluso queriendo mostrar una dimensión «humana» de los militares. Aún así, la población no les cree y sigue saliendo a las calles.
Esta articulación entre medios, gobierno, militares y empresariado no hace otra cosa más que esconder el espanto. Hoy en el Chile del 2019 ese «Oasis» del cual el presidente se jactaba hace una semana atrás, se encuentra sitiado. La policía junto con los militares se ha encargado de realizar los más burdos montajes, quemando estaciones de metro, supermercados, empresas de retail. Han sido ellos quienes han saqueado puntos de distribución y quemado el país valiéndose del toque de queda para ejercer el terror. Este gobierno transformó el estado de Emergencia en estado de Sitio de Facto, es decir todo lo que han estado haciendo está muy por fuera de cualquier legalidad constitucional.
Lo que es aún peor, en este momento ellos están secuestrando y torturando gente, de manera abierta y pública; ya existen dos denuncias en relación a la estación de metro Baquedano, como lugar donde se han realizado detenciones y tortura. Ante el bloqueo mediático han sido las redes sociales quienes han cumplido el rol de difundir casos de violaciones, terribles relatos de cuerpos colgados, imágenes de cadáveres lanzados para amedrentar a la población, incontables relatos de violencia sexual a niños, niñas, jóvenes en los barrios periféricos. Chile es hoy un lugar siniestro para vivir, porque los militares en coordinación con el gobierno y el empresariado no están dispuestos a ceder ninguno de sus privilegios, quieren infundir el miedo en la población, hacer que el trauma sea costumbre y que nadie se atreva a rebelarse en contra del fundamentalismo neoliberal.
Pese a la tortura, la persecución y el abuso, la dignidad del pueblo sigue en alza. Las Alamedas se volvieron a reabrir con millones de personas en las calles; la resistencia sigue presente en las barricadas, en los espacios de coordinación territorial, como asambleas de base, ollas comunes, brigadas de propaganda, cabildos abiertos. Las protestas y concentraciones continúan todo el día por todo el territorio.
Las salidas en relación hacia donde se orienta la movilización aún están abiertas, ya que el aparato gubernamental se encuentra totalmente desconectado y resueltamente en contra de la sociedad. Su torpe respuesta consiste en la propuesta de políticas que sólo le entregan más recursos al empresariado y no modifican la estructura neoliberal. Por otra parte, está un movimiento social tenaz que hasta el momento no tiene una conducción clara, pero sí una decidida voluntad de seguir luchando.
Las propuestas abundan. Existe la necesidad de derogar la actual constitución creada durante la dictadura en 1980 sin ningún tipo de apoyo ni participación popular y que se centra en consagrar la propiedad privada y el lucro por sobre los derechos sociales. Es decir, una asamblea constituyente popular y plurinacional como puerta de diálogo ha sido el llamado reiterado desde los movimientos sociales. Así también ante este escenario, hay un descrédito total de la figura del presidente Piñera y su primo el ministro del Interior, Andrés Chadwick, ambos pinochetistas acérrimos, destacados por su defensa y respaldo irrestricto al dictador. Hoy la renuncia de ambos es un clamor masivo.
El resto de las propuestas van en directa relación con recuperar un modelo de sociedad que ponga en el centro el respeto y las garantías a los derechos humanos, algo que no parece muy radical pero que con 45 años de modelo neoliberal fue extraviado de nuestro imaginario.
Aun así, en la primavera de octubre del año 2019, el límite de toma de conciencia se desplazó notoriamente. Las barreras del neoliberalismo se fisuraron completamente. Cada una de las personas que se está movilizando en este momento, está pensando el país, está pensando la sociedad en que quiere vivir y el cómo quiere que sea esa sociedad. Esa oportunidad que la dictadura neoliberal nos arrebató vuelve a estar en nuestras manos, en la línea de frente y ya no hay vuelta atrás.
Erick Valenzuela Bello, Comunicador Popular.
Fotografía: Héctor León.
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