“Estamos peor pero estamos mejor
Porque antes estábamos bien
Pero era mentira
Y ahora estamos mal
Pero es verdad”
Anónimo.
I.
Doscientos cincuenta kilómetros al sur uno cree encontrar la quietud necesaria para interpretar el estallido social, en apariencia gatillado por unas chauchas sobre el transporte público metropolitano; en realidad provocado por un cúmulo de condicionantes estructurales que han ido configurando un orden social que nos asfixia y deprime. Un orden social violento que durante décadas ha negado el derecho a vivir dignamente, y así no se puede vivir en paz. Un orden neoliberal que ha avanzado sin transar hacia la precarización de nuestras vidas; al que expropiar el plusvalor se le aparece como cosa del pasado, viejas rencillas opacas y aburridas; al cual el clasismo y la discriminación se le presentan como forma natural de diferenciación simbólica y estratificadora. Al orden neoliberal, famélico por naturaleza, le pareció necesario liberar a los mercados financieros nuestros ahorros vitalicios y obligatorios, invitándonos sonrientes a una vejez con hambre; orden canalla que creyó plausible transar en el mercado nuestro derecho a vivir sanos o hacer de nuestra educación un bien de consumo, una agobiante deuda vitalicia. Un orden que, consciente de su desfachatado abuso, aseguró para siempre el bienestar económico y social de todo quien lo defienda con un fusil al hombro. Pero a los agentes del orden neoliberal ni eso les pareció suficiente; se organizaron en clubes secretos para coordinar el precio de los alimentos, fármacos, el papel higiénico y quien sabe cuanta otra cosa. Cínicos y tramposos se encontraron de frente, y con la mirada fija en un intento de reproche hicieron como que hablaban golpeado para que nada de eso fuera cierto. Se conocen hace tantos años que rápidamente se perdonaron, y el castigo sobre la colusión se desvaneció como una raya en el agua, como la evasión de impuestos y el financiamiento empresarial al aparato legislativo. Incluso señalar que vendieron el agua parece absurdo de tan exagerada obscenidad. En realidad, han hecho todo para que los despreciemos, y ahora observan atónitos los eventos que se desarrollan en las calles, como si se tratara de una invasión extraterrestre o un malévolo plan urdido entre Maduro y los rusos. No señores, es la historia que les explotó en la cara.
II.
Habrá quienes lo cuenten a partir de unos cuantos pesos como detonantes, habrá quien señale que fue la burla desvergonzada la que activó el dispositivo rabioso sobre la masa. Fue el momento en que empezaron a reírse de la situación cuando la frustración acumulada en la población empezó a derivar en rabia y fuego. Aunque nunca lleguemos a tener completamente claro si quien inició los incendios fue la facción anarquista insurreccional, siempre al servicio de activar el caos que todo sistema abusivo reclama, o fueron las fuerzas de inteligencia policial coordinadas con la clara intención de acelerar el desorden y dotar de legitimidad social altos niveles de represión y exterminio. El orden de los factores no alteró el producto: sembrar la imagen del caos y la incertidumbre sobre este oasis latinoamericano. Luego que la energía se diseminó por todo el país, que aún arden barricadas y el sonido de las ollas son el eco en un horizonte confuso, queda saber quiénes son los actores de este reparto.
Hay quienes han señalado que el principal sujeto histórico de esta revolución es anarquista, callejero y pendenciero (Zuñiga, 2017), que sería ese el núcleo que moviliza un estallido sin precedentes en este pedazo de república. Aun así me pregunto quiénes son los actores de esta escena que representa la disputa entre el orden y la transformación. Sin duda la vanguardia es popular e inorgánica, que agobiada y con muy poco que perder frente a la histórica opresión de un orden injusto, ha salido a la calle dispuesta a castigar al capital; una verdadera purga social dirigida al Estado empresarial.
III.
No existe ni existirá la fotografía que sea capaz de representar la inmensa multitud que pide la transformación social, y de postre la cabeza de Piñera. Sobre este punto en la historia, desde el que emerge el estallido exigiendo el fin del neoliberalismo, convergen varios actores, principales y secundarios. Su fisonomía social más parece una juguera variopinta que reúne lo más granado de esta selva ubicada al fin del mundo. Su figura más nítida se observa al principio del estallido, actuando como su detonante; una vez más los escolares a la vanguardia, desafiantes frente al normalizado flujo de nuestros movimientos cotidianos, llamando a la desobediencia civil saltando sobre torniquetes inocentes, que ignorantes de lo que ocurre en la superficie se vieron incapaces de seguir dando sentido a su existencia y fueron destruidos. Son los escolares entonces, como si fueran los mismos sujetos históricos de hace trece u ocho años atrás, porque lo son en tanto agentes más no como individuos.
Según se ha ido desarrollando la madeja de esta trama –que parece destinada a fundar un orden distinto– hemos podido caer en cuenta que el segundo agente que entró en escena, inmediatamente constatada la dificultad de controlar el incendio, fue la fuerza policial. Sea por su accionar represivo característico, sea por sus atentados coordinados o los incendios sobre el retail, lo cierto es que fue la pieza que, a su turno, movió el Estado. Dice el guatón pitoniso –aunque yo tengo mis reservas, debo aceptar que parece verosímil– que apenas constatada la gravedad del asunto, la fuerza policial (posiblemente respaldados por los militares) se habría sentado frente a Piñera a negociar la vista gorda sobre todas las fechorías económicas de sus altos mandos. En efecto, no sería descabellado pensar que los primeros capítulos de este estallido coincidan con el guión aprendido durante un entrenamiento militar recibido en el antejardín de este inmenso continente, como ya sabemos ha ocurrido antes, eventos tan bien relatados en L´Spiral (Mattelard, 1976).
Aunque no es una guerra, en este tablero sólo hay dos bandos; de un lado está uno compacto y temeroso de una invasión al más puro estilo de Egon Wolff (1963). Del otro, un mosaico amorfo de intereses que convergen sincrónicos en una misma sintonía transformadora. De un lado está el Estado empresarial, guardián del orden neoliberal, representante de los intereses de un millón y medio de oportunistas, muchos de ellos olvidones. Del otro, la horda nacional que clama espontanea e inorgánica la transformación de todo este orden social. A su turno, el sector de la sociedad que se movilizó fue la masa poblacional, tradicionalmente conocida como lumpen, aunque a estas alturas sea un concepto corto para explicar su textura histórica. Como sea, a la bandada estudiantil le siguió en su refuerzo la horda poblacional que invadió, como fue posible y permitido, los templos del retail que tanto daño y falsa felicidad le han producido durante décadas. Esta masa lumpen-proletariada, acostumbrada a la opresión económica, al descrédito social y a la violencia simbólica de todo el resto de las clases, fue la primera en conectar con la rabia escolar frente a la imposibilidad que impone tanta injusticia acumulada. De ahí que durante los primeros días del estallido, un gran número de supermercados ubicados en las poblaciones más duras del gran Santiago fueron saqueados, y sospechosamente incendiados. El efecto que provocó el movimiento de las poblaciones sobre el territorio, este tablero flaco y arrinconado, fue diseminar el hedor que deja el caos cuando avanza sobre un orden rancio. En su segundo movimiento, el jefe de Estado, imprudente o derechamente mal intencionado, puso a jugar a la reina, su último recurso y carta más importante en un juego que acababa de comenzar y no terminaría en tablas. Piñera, consciente de su narcisismo histórico, se puso el traje bonapartista y jaló la palanca de un golpe de Estado solapado, empezó a delirar con una guerra que inmediatamente fue desestimada por su brazo armado, pero que igualmente caló hondo en nuestras conciencias. Con su jugada ha dejado claro que a la cabeza del Estado hay un líder amenazado que está dispuesto a todo con tal de defender el orden neoliberal.
Fue en ese momento que el resto de las clases trabajadoras y los sectores medios precarizados se unieron al estallido popular que escolares y pobladores habían iniciado, como la lava de un volcán furioso que avanza sobre nuestras conciencias y en su inundar podemos comprender que sólo el fuego representa fiel tanta injusticia acumulada.
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