La Anarquía propugna llevar al máximo las capacidades éticas de la criatura humana (animal y mamífera). Quienes llevamos la ide(A) a cabo, por todos los medios posibles, somos y practicamos el antinacionalismo, porque creemos que se puede generar colectividad más allá del egoísmo racista de lo patriótico; porque es posible generar colectividades sin fronteras ni alambradas que segregan y ejecutan el plan excluyente de la explotación exacerbando sentidos sanguíneos en torno a la raza, categoría inexistente. Lo anterior, no implica que, desde la Anarquía, no seamos partícipes, a regañadientes, de un «país»; los conflictos de un «país» no nos son ajenos, no porque sean de un «país», sino porque son de una colectividad, siempre de clase subalterna o popular, que recibe el peso de las crisis sobre sus hombros, a quien se la emplea de carne de cañón y a quien, la clase dominante, culpa y criminaliza de su propio fracaso. No se trata del «país», se trata de la colectividad que está siendo sometida al terrorismo de Estado permanentemente. Las ácratas no somos «enemigos internos» de la colectividad, de la clase subalterna; sí, de las clases dominantes; sí, de lo nacional: nuestra enemistad es abierta con el nacionalismo violento y dominante de toda clase y de todo género.
El terrorismo de Estado no es una categoría abstracta, tomada de las ciencias políticas, sino que es una práctica que las clases dominantes llevan a cabo instruyendo «cuerpos armados» a controlar y mantener ordenadas a las clases subalternas; esa dominación de los «cuerpos armados» genera terror y las mismas clases subalternas se autocriminalizan, siguiendo la lógica de guerra impuesta por las clases dominantes, mediante el control de la propiedad. Controlar a esos «cuerpos armados» permite que las clases dominantes nos mantengan en guerra y que, aunque la Anarquía busque llevar al máximo nuestras capacidades éticas, nos veamos en la necesidad de defendernos con violencia revolucionaria y rebelde; sin embargo, un atentado con bomba a un ministro, a un juez o a un jerarca, no puede ser comparado con controlar la guerra (mediática, real y social) y la criminalización, mediante el uso de las armas de gran calibre (tanques, guerra bacteriológica, armas de «disuasión social», bombas nucleares, bombarderos, entre otras), por parte de las clases dominantes.
La Anarquía construye la libertad ética en las colectividades; libertad que no es, en caso alguno, la porosa noción de ética liberal (o neoliberal).
La Anarquía busca poner fin a la sociedad de clases y a la violación patriarcal real y simbólica, porque estamos en contra de toda explotación. Una absoluta y total actitud contraria a toda explotación.
El 20 de octubre de 2019, en la zona geográfica dominada «lo chileno», uno de los tantos esbirros de las clases dominantes declaró a voz en cuello: “Estamos en guerra contra una organización criminal”. Luchamos, desde la Anarquía, contra todas las guerras, pero si nos obligan a estar en guerra, porque amamos la vida, debemos defendernos con todas nuestras herramientas contra las armas de soldados y policías rasos, «carne de cañón» que aspiramos a liberar del mandato a ejecutar la violencia de la clase dominante.
Somos ácratas, nos organizamos en células, barrios, federaciones, pero no somos una “organización criminal”. Una “organización criminal” es jerárquica, por lo mismo piramidal, patriarcal y mantiene la explotación; su base debe (y es obligada) a ejecutar órdenes de los «capos» (las clases dominantes), realizando trabajos humillantes o ejerciendo el matonaje. El Estado, la Iglesia, el Mercado y el Patriarcado sí son “organizaciones criminales”.
La Anarquía nutre y alimenta nuestros seres, porque llevar al máximo las capacidades éticas, implica crear un mundo nuevo sin capitalismo neoliberal extractivista, sin “organización criminal”, sin racismo ni sexismo, sin adoctrinamiento escolar, sin todo lo instituido.
Somos ácratas porque tenemos una real y concreta práctica política, cotidiana. La libertad de toda la existencia, del cosmos-caos armónico entre vida y muerte de todas las criaturas planetarias, es el fin último de la Anarquía, sin dejar la técnica y la ciencia, siempre y cuando estas sean liberadas de la ambición y avaricia implicadas en la propiedad privada.
Somos ácratas, nos organizamos y luchamos con todas nuestras herramientas. Si debemos expropiarles la realidad y la existencia a las clases dominantes, para que no exista nunca más la subalternidad y la dominación, que así sea. De lo contrario, que la extinción cumpla su cometido con la criatura humana, porque el régimen que llevamos solo apunta a nuestro fin.
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