“Horas entre las salas y el comedor para impregnarnos con el olor de las sobras. Nosotros también éramos migajas intentando ser unidos a la sustancia madre, al núcleo del régimen. Pero una miga es una miga y pocas veces sirve más que para comida de pájaros desahuciados”. La que habla es Carolina Calfuqueo, personaje principal de Piñen (Editorial Libros del Pez Espiral, octubre 2019), libro que marca la primera incursión de la premiada poeta Daniela Catrileo en el género de la narrativa.
Compuesto por tres cuentos o relatos entrelazados por la voz de Carolina, Piñen es la evocación de la infancia y la adolescencia transcurrida en una población de blocks del sector sur de Santiago, desde un presente de mujer mapuche que se desplazó de ese paisaje para vivir en el centro de la warria, en el barrio Yungay.
Carolina Calfuqueo crece con el correr de las páginas y lo hace en medio de esa periferia santiaguina que también se erige como personaje. Cada uno de los relatos aborda un tema que permite a la autora llegar a otros; el primero lo hace con el homicidio, el segundo con la violación y el tercero con el viaje, hilos narrativos que urden la infancia y la adolescencia poblacional cuya singularidad se condensa en el título del primer cuento “¿Han visto cómo brota la maleza de la tierra seca?”, que quiebra con cualquier pretensión universalizadora del concepto de “niñez”. La multiplicidad de esa experiencia aparece a modo de pliegues que aportan densidad y dureza a la narración sobre una periferia que es geográfica, social y cultural: la migración campo-ciudad, el narcotráfico, la escuela y diversos tipos de violencia.
El mundo popular que se despliega en Piñen no es cualquiera, es el de los años ‘90 y esas poblaciones concebidas por la política de vivienda de la dictadura, continuada durante la transición. No son esas poblaciones construidas por las propias manos de los pobladores y pobladoras, sino esa arquitectura antisocial (porque de social nada) que refleja en su forma la violencia de la erradicación. No hay historias heroicas aquí, porque desde esos blocks y casas pareadas hasta el infinito no se combatió a la dictadura (la mayoría fueron construidas a fines de esta) ni fueron el resultado de tomas de terreno. Su principal gesto heroico ha sido resistir esa violencia arquitectónica e insistir en ser parte de una ciudad que les da la espalda.
Esto es lo que Daniela Catrileo denomina la “periferia de la periferia”, permanentemente caricaturizada y criminalizada por la televisión abierta en sus matinales, telenovelas y noticiarios, donde los habitantes de estas poblaciones rara vez son consignados en roles que no sean el de víctima, delincuente o payaso. Una periferia que la pluma de Daniela complejiza hasta hacer estallar no sólo esas representaciones burdas de la televisión fascista, sino también los retratos elaborados por las ciencias sociales comprometidas, fuente inagotable de romanticismo sobre el “ser popular”, cuyo impulso solidario no logra ocultar el desconocimiento y acortar la lejanía. Por el contrario, en Piñen el mundo popular está lleno de fisuras, contradicciones y jerarquías internas que hieren a algunos más que a otros (las niñas, los niños y las mujeres), pero que al mismo tiempo es un conjunto condicionado en su totalidad por la violencia estructural y los empeños por esquivarla o amortiguar su impacto.
El otro pliegue fundamental de Piñen, sin duda el más relevante, es que las lectoras y lectores somos testigos de cómo una hija de la diáspora del pueblo mapuche se construye a partir de fragmentos como una mujer mapuche urbana, con un sentido de pertenencia que es tan político como afectivo. Un punto en el que la narrativa de Daniela recuerda gratamente el Volverse Palestina de Lina Meruane, donde lo importante no es el resultado, muchos menos el discurso claro y combativo, sino el proceso y las elecciones involucradas en él. Igual o mejor que las buenas teorías antropológicas o filosóficas al respecto, Daniela nos muestra que ese proceso es inevitablemente en respuesta al colonizador y sus marcaciones raciales, para apropiarlas, resignificarlas o tomar distancia de ellas, y emprender desde allí la construcción de una memoria capaz de darle sentido al presente y proyectar un horizonte al cual dirigirse. De esos trabajos de memoria se han levantado los actuales proyectos políticos que coexisten en el mundo mapuche movilizado, desde la histórica lucha por la restitución territorial hasta el actual combate contra los poderes fácticos que apropian y hieren el equilibrio de ese territorio. Proyectos que incluyen la opción del retorno, importante en las páginas de Piñen con la historia de sus protagonistas mujeres, y con la evocación de la figura de Matías Catrileo, asesinado por el Estado de Chile el tercer día del año 2008.
La mapuchada / los mapuchizados
Daniela Catrileo es una poeta y ahora narradora que ha puesto en el centro de su proyecto la identidad mapuche, de mujer mapuche para ser más precisa. Por lo tanto, identificarla como escritora mapuche contemporánea es fundamental para comprender las claves de su escritura, pero se cometería un grave error si se pensara que la propuesta literaria de Catrileo comienza en esa particularidad y termina con ella, como si no pudiéramos encontrar algo nuestro en sus letras.
En Piñen, esa posibilidad de encontrarse se hace real para los no mapuche en dos dimensiones: la de los sectores populares y la del país que hizo crisis en octubre. Porque si bien ella dedica el libro “A la mapuchada”, no puedo evitar pensarlo desde el lugar de los mapuchizados, siguiendo la idea de “lo popular indianizado” con la que el recordado antropólogo mexicano Guillermo Bonfil denominó la influencia indígena en amplios sectores de la sociedad mexicana. Y sobre esto habría que partir por el lenguaje, por la misma palabra piñen, esa que sirve mejor que ninguna otra para nombrar el piñen y para la que no tuvimos sinónimos hasta que la educación formal nos obligó a dejarla en la casa. Para quienes crecimos en esa periferia sabemos que la línea entre lo popular y lo mapuche fue siempre borrosa, más de lo que siempre quisimos reconocer, y que por eso heredamos palabras, ritos, gestos y gustos que delataban nuestra mapuchización: el agua con harina, el merken (mucho antes de que se lo apropiara la movida gastronómica multicultural), la medicina y la participación activa en el circuito económico que articula Santiago con el Ngulu Mapu, por mencionar sus señales más evidentes.
Tal vez no tengo derecho a realizar este paralelo considerando la dedicatoria que Daniela le hace a su gente, pero mi reflexión sería hipócrita o al menos incompleta si, viniendo de ese mismo margen urbano, no me reconociera en las experiencias de racialización y de clase que se despliegan en Piñen. Porque en la senda del poeta David Aniñir, pero de manera inédita en la narrativa, hay aquí una posibilidad cierta para pensar, de una vez por todas, lo popular como espacio de impureza cultural y de intersección (conflictiva) entre pueblos. Una opción para nombrar los mestizajes desde otro lugar, no como voluntad política de homogeneización desde arriba (esa mestizofilia que tanta negación ha causado), sino como manifestación de la contradicción histórica y social desde abajo, como mestizajes marcados por la articulación racial y sus expresiones más deplorables: la inferiorización cultural y física, la exclusión social y la explotación económica.
Esto no deja de ser necesario, incluso urgente, en el contexto de un campo cultural todavía deficitario en diversidad social y cultural, pues con respecto a la narrativa, lo que tenemos sigue siendo una literatura mayoritariamente aburguesada y centralista, con buenos creadores, pero donde las y los sujetos de los paisajes que traza Daniela no aparecemos, o peor, aparecemos mal. Y no digo con esto que una tenga que exigir a la literatura que cuente tu propia historia (la maravilla de la buena literatura son precisamente sus claves universales, esas que permiten encontrarse en los Urales, la Amazonía, el Bósforo, los Andes o la Araucanía), pero es legítimo constatar la escasa presencia de las experiencias populares en la literatura del Chile de hoy e interrogarse por ella.
No significa esto que intente hacer recaer en Daniela Catrileo el peso de la representatividad del mundo popular contemporáneo, pero son reflexiones que me produce el hecho de haber reconocido como propias tantas imágenes, paisajes y situaciones en las páginas de Piñen y de caer en la cuenta que eso no me pasaba por lo menos desde Lemebel. Imágenes como las de esos “palafitos”, hermosa palabra que utiliza la escritora para nombrar los intentos por transformar ese tipo de vivienda (la ampliación de los departamentos de los pisos superiores de los blocks, cuyas largas vigas se asemejan a éstos). O la evocación de la tierra roja con cola fría, esa solución barata para alhajar los pisos de las viviendas, el recurso privilegiado de nuestras madres para lograr una casa decente (con bastante éxito, hay que decir); o las ferias, tan distintas a las de otras comunas de clase media y alta, etc. También las balaceras y los asesinatos producidos por una violencia estructural que aquí se ensaña, vivencias que no se desean a nadie por más que el resentimiento social crezca con el “ascenso”, porque no es fácil llevar el supuesto éxito individual cuando se han acumulado tantas muertes entre los que fueron tus compañeros de andanzas, esos que no fueron alcanzados por la desviación estadística que te podía salvar el pellejo.
Sobre esto último trata también “Warriache”, el últimos de los relatos, en que la figura central es el viaje, en tanto desplazamiento físico y social. Un viaje que puede ser leído como ascenso, cuyo reverso inevitable es el desarraigo. Porque como bien lo representa Catrileo, esta periferia nunca se abandona del todo, porque siguen allí familiares y amigos, pero también porque se traslada con una a cada espacio social y laboral, para recordarnos que el ascenso tiene mucho de espejismo en una sociedad que reformula sus códigos racistas y clasistas. La escritura de Daniela expone la complejidad de esos desplazamientos, cuya mayor expresión es la contradicción no resuelta, ni siquiera por la más elaborada identidad de clase (si es que optamos por ese camino), de ese mundo que nunca se abandona del todo, pero al que tampoco se puede volver completamente.
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Piñen es un libro doloroso y punzante sobre la desigualdad de la postdictadura, un período en el que la experiencia de los mapuche urbanos no es sólo la parte, es también el todo, es ese país que estalló el 18 de octubre de 2019. Desde esa voz de una mujer mapuche que crece en la periferia, Daniela Catrileo lee e interpela la ciudad neoliberal, la megalópolis que es Santiago y la historia colonial de Chile, ese peso colonial que se erige como uno de los pilares del neoliberalismo pero que ha sido escasamente mencionado en los análisis especializados sobre la crisis actual. Piñen es una pieza literaria que antecede el estallido social de octubre (se escribió poco antes), pero también es su correlato, surgido de las trincheras de la contracultura donde las y los mapuche de la fütra warria han sido actores fundamentales. Por eso es que en los archivos de la revuelta, esos que ya están surgiendo por doquier, Piñen es un libro que debería tener un lugar protagónico. Esperemos que la jerarquía de saberes, esa que también se reproduce en el mundo social que tanto espacio concede a cientistas sociales y abogados constitucionalistas, no le arrebate a este tipo de literatura el lugar que se merece.
Santiago, enero de 2020
A doce años del asesinato de Matías Catrileo Quezada.
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