Colectivo Mar y Cueca
Nunca soñamos con ir a la Universidad. En los 80’s de las mariquitas de barrio. Godiva desnuda encaramada en una yegua guerrillera. Y cierras los ojos y te aplauden. Porque uno no sabe lo que son los jóvenes. La loca rabiosa. La loca joven. La de corbata. La loca de afán. La que te llora en la animita de cajón de frutas. La loca montada en su taco aguja y deseosa de un macho bravío. Un macho hambriento. Puber. Inmigrante. Latino. Un macho cuma. Un Macho fino. La loca del pañuelo en la cabeza. La loca con cáncer. Abrazando a su madre en una foto en sepia. La loca Mardones. La loca y la Violeta. La loca y la Gladys. La loca que no tiene amigos. La loca de los amores. Tantos Pedros encontrándose en cada esquina. En la Plaza de Armas, en San Camilo. En las laderas de un Mapocho putifrunci. Un Mapocho fleto, hueco. Un mapocho mariquita. Un Pedro meláncolico con el Zanjón de la Aguada tatuado en su espalda.
¿Qué harán con nosotros?, compañero, me dices hablando de tus diferencias. Y con la mano en alto y un pañuelo rojo corres gritando los nombres de los que perdimos entre los muros de un sidario cubano. Por tus mejillas resbala el sudor revolucionario. Revolucionario y homosexual como tus labios. Como tu letra vehemente que le devuelve el SIDA a los americanos. Con la sangre de tanta hermana perdida en las jeringas de tu aura.
Camino por la ciudad sin ti, Pedro. Y tu pluma. Loca de calentura. Frenética. Me vuelve tu crónica. Y descubro que los personajes de tus cuentos no son tu invento. Tu pena. Tú. Mi Pedro. Mi perla. Mi cicatriz. Tantos otros mirándonos entre las sombras. Rozándose. Oliéndose. Por ti, yo no tengo miedo. Y tú. Pobre y Maricón. Convertido en metáfora. En la ira. En la dulce ira de un pueblo. De un pueblo que te borda en sus murallas.
Gilda Luongo: «Las llamaradas de Pedro Lemebel: ayer, hoy, siempre»
Arder, arder, arder. El fuego lemebeliano incrustado en las esquinas de las calles de Santiago. En cada lengua llameante hallo a Pedro, esa intensidad de su paso ardoroso, rápido, como si algo urgente lo apremiara. Sí, ahora lo apura la revuelta y se mueve ágil en medio de las barricadas rojas y humeantes. En esos fuegos se mece como si fueran el trapecio encendido de su escritura. Se nutre ansioso de la muchachada de la primera línea; circula sinuoso entre lxs escuderxs, lxs picapedrerxs, lxs aguaterxs, lxs honderxs, esa heterogeneidad intensa de cuerpos atrevidos, múltiples en acción. Se queda prendado de lxs senamitas y yace con ellxs para acoger su habla quebrada, fracturada. No regresa a su depa del parque forestal sin invitar a algunx para brindarle cariñoso los huevos revueltos con cebolla. Sabe que hay una soledad intensa, punzante, un abandono radical en cada unx de ellxs. La sed y el hambre vincular. Heridas quemantes. Pedro incardina esa experiencia, le es próxima, la siente en carne y hueso. Huele profundo desde su diferencia de clase, esa memoria incandescente, su disidencia sexual. Así pasa el día a día en la revuelta y no se agota nunca porque ama estar allí, en medio de las grietas, las fracturas que al fin estallaron multiplicando las astillas infinitas del quiebre inacabable y resuenan con furia en cada una de nosotras.
Arder con Pedro en las calles. En las escalinatas del MAC, frente a su depa, en el Parque Forestal, a pasos de Plaza de la Dignidad. Está listo para su performance en la madrugada silenciosa. Lo ayudo a sacarse la ropa. Desnudo y envuelto en una bolsa de tela anti-inflamable que lo cubre hasta su cabeza, se arroja en medio de las llamas, rueda por las escaleras de cemento para terminar encendido en el suelo pedregoso. Lo acompaño y celebro su ímpetu luchón, su deseo corporal ético-estético-político para intervenir los lugares con el fuego quemante resistente, necesario y urgente en esta hilacha-país del infierno dictatorial/transicional. Quemarlo todo desde sí mismo. Ese ardor que lo enciende completo por dentro y por fuera. Pedro hierve en cada momento de su vida. El rojo carmesí en combustión lo viste para no olvidar que su paso aun permanece, que ronda en esas esquinas de amar con su fulgurante paso-peso-pesado. Ahí se quedó, para siempre, en esas escaleras ocupadas hoy por la primera línea cada viernes de las semanas, lugar de escape y protección ante la repre paca.
Pedro habita incansable el alfabeto en llamas en la pasarela de la Panamericana. Nunca actuaría ordenadito, ni mesurado, tampoco en lugares higienizados, limpios, asépticos. Pedro se mueve hasta el paradero veinticinco de la Panamericana, la carretera sur. Esa periferia de la periferia. Esa pasarela dura, de cemento, rejilla metálica y fierros oxidados, que comunica ambas veredas, oriente y poniente, con el cementerio Metropolitano. Este lugar lo espera para montar en el suelo cada letra con una materia incandescente, el abecedario de esta “lengua meretriz”, al decir de la poeta mapuche Adriana Paredes Pinda. Allí, subido en sus tacos agujas, vestido de negro, con un paso tembloroso, ya cansado, dibuja cada una de las grafías y va prendiendo fuego a cada una de ellas. Arder, arder, arder. Pedro nunca escribió ordenadito, sólo quería ser una “india pájara trinándole al ocaso”. Nunca escribiría para la globa, ni en inglés, ni para la academia voraz. Desató, para nuestro gozo, una jungla de ruidos interminables, animal oral benéfico. Poner en llamas el alfabeto en un paso elevado de la Panamericana que encamina al cementerio, lugar de morada junto a Violeta, su madre, me deja clavada en su paso acompañante infinito “donde tuve un sueño de embriagado trapecista sin red”. Y lo vuelve y revuelve en llamaradas hacia nosotrxs, una y otra vez, hacia quienes lo amamos y amaremos por siempre, en las calles, en los muros de esta city, en los territorios de la pobreza, del margen y la periferia en esta revuelta interminable. En amar a Pet, más nada, hasta que valga la pena vivir.
Romina Reyes
Los primeros días de protesta salí a la calle con un amigo gay que marchó cargando la siguiente frase de Lemebel: “Nuestros muertos están cada día más vivos en una canción de amor que los renace, donde no se seca la humedad porfiada de su recuerdo”.
Lemebel fue la voz cierta incomodidad de vivir en Chile. Las diferencias a quienes él dedicaba sus textos son las fisuras en el relato nacional único que viene denunciando el feminismo hace años. Hoy la revuelta también pide ser marika y diversificar a las, les y los sujetxs de lucha. Lemebel es una referencia a la que podemos recurrir si queremos visitar el Chile de los desprivilegios y la resistencia. Si bien su trabajo escaló al trono de la Cultura, él escribió sin afán intelectual y sin ganas de ser traducido. Lemebel habló siempre con la lengua de la calle y hoy es solo coherente que esa calle lo tenga de referente para hablar.
No olvidemos que, en 1989, cuando las Yeguas del Apocalipsis irrumpieron en un acto de la entonces Concertación, y desplegaron travestidas un lienzo que decía “HOMOSEXUALES POR EL CAMBIO”, fueron expulsadas. Entonces Lemebel representa, desde la disidencia sexual, a todas las identidades que nunca han sido parte de la historia oficial de Chile, quienes hoy queremos no solo ser parte, sino protagonizar la revolución que necesitamos para lograr la dignidad.
Colectiva Pizarra Chueca: «Lemebel presente, ahora y siempre»
Pedro Lemebel, a 5 años de su muerte, aún resuena hoy en día en la protesta latinoamericana, particularmente de las disidencias sexuales. Y es que es difícil imaginar un movimiento disidente sin la figura de Lemebel y otras identidades que siguieron el camino de la lucha política, especialmente en Chile.
Durante el periodo de dictadura de Pinochet, pese al fascismo y opresión en Chile, se levantaron atisbos de organización sexodisidente. En la década de 1980 surgen las primeras organizaciones disidentes sexuales: Colectiva Lésbica Feminista Ayuquelén (1984) y Las Yeguas del Apocalipsis (1987), esta última conformada por Lemebel y el artista visual Francisco Casas. Estas agrupaciones, junto con identidades individuales, dieron el puntapié inicial a un proceso de rebelión política-sexual en Chile al correr los límites de lo posible en la vivencia disidente.
En el caso particular de Lemebel, su obra artística y militancia política resultan claves para la organización colectiva disidente en Chile. A través de sus libros, sus historias, y también sus intervenciones artísticas y políticas en las calles logramos entender muchas de las necesidades que llevan al movimiento LGBTIQ+ a agruparse para combatir la opresión. El pensamiento de Lemebel abre la posibilidad de articularse más allá de la identidad neoliberal “gay”, que pasa por alto el hecho de que las disidencias sexuales vivimos en condiciones precarias y que, como plantea en su crónica “Loco afán”, “se suma al poder, no lo confronta, no lo transgrede”.
En el Chile actual, en medio de una revuelta social que estalló el 18 de octubre de 2019, hemos visto cómo las disidencias sexuales han levantado la voz para demandar derechos sociales, quizás por primera vez de manera tan visible fuera de las marchas del orgullo gay. Derechos necesarios que Lemebel ya identificaba a finales de los 80, y tal como él dice, no hablamos de matrimonio, sino de derechos básicos para vivir una vida digna y sin violencia.
La obra e historial político de Lemebel nos recuerdan la necesidad de las identidades no heterosexuales de organizarnos y luchar contra la represión, que ha sido extremadamente violenta hacia nuestra comunidad en esta revuelta. También nos convoca a seguir politizando la diversidad y la disidencia sexual, pues muchas de las personas LGBTIQ+ que hoy luchamos y nos organizamos políticamente lo hacemos porque, en cierto sentido, fuimos interpeladas por Lemebel.
Finalmente, recalcamos la importancia de no olvidar figuras como Lemebel y muchas otras identidades disidentes que nos enseñaron a luchar desde una perspectiva politizada y con conciencia de clase. Lemebel nunca estuvo del lado de los opresores, por ende también levantamos la voz para combatir ese lavado de imagen que algunos grupos políticos buscan hacerle a su obra literaria.
Pedro murió hace 5 años, pero hoy más que nunca lo vemos vivo en las calles de Chile, en cada grafitti, en cada grito en manifestaciones y en cada persona que se siente marginada por un sistema violento y opresor, en el cual la resistencia y revolución siguen siendo urgentes y necesarias.
José Salomón: «La voz revoltosa de Pedro Lemebel»
“Yo soy miedosa po niña”, me soltó Pedro hace ya varios años, al salir de un encuentro con viejos cuadros del PC donde debimos hacer el rito de contar las aventuras callejeras en que alguna vez participamos, entre los gritos y las barricadas, entre las bombas y el guanaco. Quizás nos unía más el callejeo prostibulario, la vereda nocturna y las esquinas del encuentro ocasional, por lo que debimos sortear con ayuda de la fantasía la tarea de cumplir las expectativas de la audiencia militante de aquella reunión. Aún así, teníamos la certeza de no engañar a nadie, seguras como estábamos de haber conquistado la calle, nuestra calle, recurriendo a todas las formas de lucha, el combate nocturno, el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, la batalla verbal y, cómo no decirlo, la huida oportuna ante la inminente agresión homofóbica. Loca que huye no solo sirve, sino que busca la siguiente batalla.
Levantamos la consigna del respeto en aquellas primeras marchas noventeras de la reivindicación minoritaria, repitiendo con devoción el “rispeto, quirimos rispeto” de la voz amariconada que ocupó el espacio designado por el consenso concertacionista de esa década. Ahí, en medio de una esas marchas sin represión y con la venia del gobierno de turno, esta vez Pedro le dijo a Héctor: “Yo soy miedosa po niña”, como si aludiera a la calle represora de la dictadura. Quise reírme, pero me contuve porque reconocí las palabras del Manifiesto: “el miedo se me fue pasando de atajar cuchillos en los sótanos sexuales donde anduve”.
Hoy, a cinco años de su partida, vuelvo a recordar la valentía de su voz que se entregó a grito en cuello, pero también con la fragilidad del resuello marica, a la pelea callejera del día a día y de la noche a noche, la voz de Pedro mojada por la misma boca que ajustició a escupo limpio al Ministro de Cultura. En la calle, en la de hoy y en la de ayer, la voz de Pedro retumba en la conmoción urbana, en la revuelta social y en el estallido de nuestras emociones íntimas. Hace algunos días, al recorrer la Plaza de la Dignidad, reconocí la voz de Pedro escrita en un muro: “ya no tengo miedo, torero”.
Francisca Palma: «Lemebel: palabra, materialidad y cuerpo»
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Equipo Editorial LRC