Pegamos un grito, hicimos un llamado. Ellas y ellos respondieron a Revista Raza Cómica.
Lo que estamos viviendo en este país post 18 de octubre muchas veces nos deja sin posibilidad de expresarnos: las palabras se tensionan pues estamos ante una crisis no sólo social, sino que también simbólica, donde lo estético y la repartición de lo sensible también está en disputa.
Las subjetividades están sobre la mesa, desbordando; también recorren las calles, que ya no son las mismas.
De sensaciones, intuiciones, paisajes y violencias los poemas de cinco creadores y creadoras en esta primera tanda de poemas del estallido: Patricia Cocq Muñoz, Henry Aldea, Mauricio Adasme, Justoric Lanba y Gerardo Quezada.
TURBA
Patricia Cocq Muñoz
en los límites de nuestra favela, en los dispositivos móviles que laten como un tecnocorazón
en calles que huelen a pimienta en la confusión somos uno solo no hay brazo conocido o pierna por conocer
jugamos a la transfusión de ideas como de sangre el cuerpo de todos se convierte en la consigna la palabra se traviste y no hay significado único posible se vuelve gesto y enmudece para ser amoral
la lengua es puro dato bits asexuados que se acoplan nos pasamos las palabras de boca en boca
en un beso subversivo
Rebelde matapacos
Henry Aldea
Te alzas junto al hombre como un juego que no puede apagar el fuego en la ciudad.
Tu lengua jadea el indomable ladrido que busca el perdido colmillo de nuestro país.
Entre Estación Central y la Quinta Normal, ardes en el corazón de los estudiantes.
Con tu chaqueta de pelos negros, erguido y valiente con tu rojo pañuelo al cuello.
Tierno soberano y digno, como un ser entre los animales que no pueden contigo.
Frente a la protesta-rebelde, como pequeño ciudadano exigiendo sus derechos.
Vaga por callejones y esquinas, en los ojos que te recuerdan y te ven pasar.
Tu sed agita y recorre las calles intentando cambiar el estado de las cosas.
Los canallas nunca entenderán que has logrado la muerte del olvido.
Y más temprano Mata-pacos, tendrás un monumento en la Alameda.
Como guardián que defiende al hombre de las máquinas y el poder.
Ahí, entre República y Matucana, en un Santiago libre y liberado.
En canciones que te recuerdan salvaje y lleno de tú gracia.
A.C.A.B.
Mauricio Adasme
Andan cuidando algún bandido
Andan coreando amenazas burdas
Andan correteando amigos brigadistas
Andan castigando artistas brillantes
Andan cuidando agua bendita
Andan calcinando amistosas bestias
Andan chupando antiguos beneficios
Andan custodiando astutos buitres
Andan cuidando asquerosos bancos
Andan coordinando arañas blancas
Andan cosechando ásperas burlas
Andan comiendo abono blando
Andan criminalizando al barrio
Andan culeando a bostezos
Adiestrados como agentes básicos
Aspiran con angustia borracha
Amenazan con alzar bombas
Aclaman cada abuso brutal
¿A cuántos aguantaremos batallar?
¿Alcanzará con arrimar basura?
¿Alcanzará con arrojar bultos?
¿Alcanzará con agitar brasas?
Aquellos criminales anti bullicio
Andan con armas bélicas
Atemorizan con audacia bromista
A cada asunto bello
Acuérdate comprar abundante brebaje
Agua con algún bicarbonato
Acostumbran criminalizar antiguas banderas
Apuntan con ánimo burlón
Atormentan cuando advierten bloqueos
Aprovechan cambiar algunas balas
Asustan cuando asesinan brutalmente
Andan cegando a balazos
Ojos de Cuencas Vacías
Justoric Lanba
La dentellada del oscuro animal me despertó. Fiero, joven, fuerte, oscuro como cuencas vacías, siguió tirándome tarascones furiosos. Me desperté de mi embriaguez, de mi sueño profundo y sedante, sin saber dónde estaba. Estaba perturbado, nervioso, sin saber dónde estaba. No fue un despertar desagradable, más bien fue inesperado, necesario. Estaba perturbado, nervioso, y sin saber dónde estaba. La fiera callejera me miraba furiosa, ladraba y me gritaba en su lenguaje incomprensible. Desorientado aún, no entendía lo que pasaba. Sentía miedo, y a la vez, cierta esperanza, y aún estaba sin saber dónde estaba. Sus ojos me miraban furiosos, irradiaban fuego, rabia, descontrol, pupilas llenas de lava incandescente que chorreaban por su breve mejilla canina. Perdido aún, quería incorporarme pero los dientes de este garrapatoso y pulguiento animal picoteándome las piernas me dificultaba mi tarea. Sus ojos me cautivaron, me raptaron en cosa de segundos la escasa alma que nunca creí tener, que pensaba estaba perdida, que creía que era una lejana leyenda, un cuento de viejas beatas. Sus ojos de fuego, profundos, y vacíos por el escape no voluntario de la llamarada envolvente, ojos brillantes y oscuros a la vez, cuencas vacías llenas de razones que me invitaban a tomar una decisión crucial en mi vida sin sentido. Los ojos de este depredador urbano, me tenían prendido como del pescuezo, como si fuera su presa, lista para ser su alimento, a su Merced, a su voluntad. Mientras me hechizaba, me mostraba su mortal sonrisa afilada y definida, como si me estuviera conjurando. Sus ojos, las cuencas vacías que me ladraban sin que yo lograra entender qué es lo que me quería decir, penetraban mi ser como afilados colmillos láser. Despertar así es violento, pero justo, necesario. Despertar de un sueño, de una ilusión, de un hechizo, de un enamoramiento desgarrador, de las mentiras, de la construcción social: eso deja vacío por completo cualquier interior. Despertar y despabilar de esta manera da miedo, pero a la vez, te hace sentir como un recién nacido, con ganas de llorar y gritar, con las emociones a flor de piel, descontroladas por lo que pasa, lo que pasó, lo que todavía no ocurre y lo que todavía no entiendo… Y aún no me logro ubicar, si es que sigo en alguna parte, o si es que partí de otro sitio y no quiero o no logro regresar. Sus ojos, sus cuencas vacías llenas de rabia, me invitan a leerlo, a explorarlo, a seguirlo; una cola atenta y alerta, se balancea en señal de confianza o amistad, no logro entender. Quiero enderezarme y seguirlo, seguir su voz de alerta. No pertenezco al proletariado, no pertenezco al club del gran capital, sólo soy alguien que va en el carril del medio de la súper carretera social. Estoy en medio de todo. Quizás sea un burgués, un cortesano, un empleado, un medio-jefe, no un dueño, no un esclavo, sino parte del espacio que queda entre los protagonistas de una gran lucha histórica y social. Y que finalmente viene siendo ese ingrato espacio entre los dos polos protagonistas y antagonistas, siendo los que quedamos entremedio una mezcla de espectadores y utilería disponible. Me gustaría saber si alguna vez sabré quién soy, o si sabré cómo construirme -o reconstruirme o deconstruirme- para emprender los intrincados senderos que se van bifurcando y tramando esta fantasía a la que llamamos realidad. Sus ojos de negro pelaje, ahora más cano, me vuelven a ladrar. Me vuelven a despertar, empapado en injusticia, en un clima de aire irrespirable por la violencia, no física, una violencia peor: la indiferencia mezclada con falta de empatía, golpes certeros Justo en medio de nuestra dignidad. Sus ojos de fuego me ladran para que lo siga, me llevan a un lugar, si no hago caso me interpela a dentelladas, me muerde las pantorrillas si es necesario. Las cuencas vacías llenas de rabia por la injusticia e indignidad me ladran el camino. Comienzo a comprender la desesperación del ladrido. Comienzo a leer entre líneas lo que me gritan esos fulgurantes ojos vacíos, llenos de temor y esperanza, llenos de incertidumbre y luz. ¿Quién te quitó los ojos? ¿Cómo lo hicieron? Ladré. El animal furioso se detuvo y me miró con sus ojos ausentes llenos de compasión. Su cola paró de moverse, decayó. No me dijo nada, esta vez no me ladró. Sólo me miró con su furiosa mirada llena luz , y sus cuencas vacías llenas de amor escondido en las profundidades de su oscura y luminosa mirada. No podía quitar mi vista de sus amenazadores y cautivantes ojos, de cuencas vacías. Una grisácea nube cargada de dolorosa reprensión nos envolvió, el cánido echó a andar, y lo seguí. Lo seguí por un claro y demarcado camino de injusticias, abusos, miseria material y la peor de todas, la miseria espiritual. El camino se bifurcaba en muchas calles y avenidas, grandes encrucijadas y majestuosas carreteras que formaban un laberinto de tupida y oscura rigidez, del que aparentemente no podríamos salir. El callejero guía trotaba delante mío, y volvía para asegurarse que lo siguiera, Cuando la gris nube de dolorosa opresión era muy espesa, sus fulgurantes ojos de cuencas vacías iluminaban mi ahogado andar. Lo escuché ladrar furiosamente, parece que peleaba contra alguien o contra otro animal, escuchaba una especie de gritos que sonaban a órdenes y risas de hienas, cantos de cuervos, diálogos sordos de alienígenas salidos de qué sé yo burbuja espacial, de monólogos absurdos e intransigencia sin par. Oía sus ladridos, que me sirvieron de ojos ante la espesa nube de incertidumbre autoimpuesta por un despreciable ser que no logro concebir. Sus ojos los veía ahora lejanos. Su ladrido despierta y alerta mi alma, mi conciencia, mi humanidad, mueven mi cuerpo hechizado. La nube cada vez más espesa. La visibilidad cada vez más nula. Mis pies ya no pisaban firme, pisaban un blando suelo, en donde me hundía como si fuera arena movediza. Era un pantano de cuerpos muertos y agujereados pidiendo justicia o algo así. Dignidad o algo así. No podía respirar, cada vez que luchaba por emerger a la superficie, los cuerpos ciegos me abrazaban en busca de contención, de una explicación. Al intentar explicarles o intentar respirar, litros de ojos se introducían dentro de mi. Pedí ayuda al furioso animal negro, de ojos centellantes de furia y de cuencas vacías, pero creo que a esa profundidad, mi voz ya no la podía escuchar. Me hundí hasta el fondo oscuro, donde nada se veía ni nada se escuchaba. Era un lugar inquietante, terrorífico por la absoluta nada asfixiante y aniquiladora. Unos extraños buzos vestidos con escombros o partes de chatarras , máscaras antigas, antifaces, sin rostros, sólo ojos brillantes de rabia y pasión, me rodearon y crearon una especie de guarida improvisada, que me protegía del exterior, y en donde pude volver a respirar, ver y oír. Sentí cómo estallaban los golpes, los gritos y el agua a chorros impactaba el exterior, con mucha violencia y descontrol. Las risas de hiena y los cantos de cuervos bebiendo sangre y ojos por doquier, festinando fantasías, socavando la realidad. En un rincón de la improvisada guarida, sus ojos amenazantes y brillantes de cuencas vacías me volvían a mirar. Parecía más grande el animal. Más gris. Más viejo, más calmo. Gemía. Gemía mientras sus fulgurantes y furiosos ojos me cobijaban nuevamente, ahora, entregándome lo que quedaba de mi extraviada y exigua alma. ¿Era un alma? ¿O era conciencia? ¿Me estaba haciendo Humano? Intenté acariciar su gris y oscuro pelaje, pero me dió un langüetazo que me dio mucha calma, y que me hizo despertar, otra vez, pero esta vez con un propósito que no lograba ver, pero que sentía, a la vez que me inflamaba, incontenible por dentro, como una llamarada furiosa que atravesaba cada poro de mi alma, cada espacio de mi cuerpo, como un mordisco de dientes láser. Unos siniestros ojos de cuervo o muerte, no logro recordar, inyectados de sangre ajena, de dolor ajeno, de humillación ajena, brillantes de muerte y opresión, prendieron fuego al animal. Intenté defenderlo pero unos brazos llenos de agujeros me contuvieron. Los buzos sin rostro de ojos brillantes de rabia y pasión, aullaron de dolor. De sus cuencas vacías estallaba la incomprensión. El gran Kiltro destrozó a mordiscos las sombras de ojos inyectados de odio carmesí, bañados en sangre, que lo atacaban sin cuartel. Se veía más grande, más joven, más rabioso y más hermoso. Aparecieron más sombras, miles de ellas; y todas fueron derrotadas a tarascones firmes e implacables. Pero no habíamos notado que el fenomenal animal estaba herido de muerte: sus ojos destrozados, y su cuerpo consumiéndose como el sol. El can se echó, enroscándose y rodeándonos a todos. No hizo nada más, permaneció ahí hasta ser consumido completamente por las llamas. Todos aullamos a la luna roja, hasta que amaneció. Y en silencio, rodeados de las cenizas del glorioso ejemplar, esperamos a que el eclipse solar con su doble amanecer, nos trajera el aliento final de esta criatura sin par. Hubo un silencio aterrador y lleno de esperanza. Ojos de cuencas vacías comenzaron a iluminar la oscuridad, muchos de ellos, cientos de ellos, miles de ellos. Se hizo de día con las miradas de cuencas vacías, y del suelo, como un ave fénix brotaron furiosas ramas y raíces que florecieron y verdearon en hojas y ojos, y troncos fuertes entrelazados, brazos agujereados y cuerpos enmarañados formando nudos ramas tramas en intrincada maraña coloreada y rebosante de vida. Un arbusto de extraña forma de esperanzas y esfuerzos disímiles y diversos. Sabía dónde estaba. Estaba despierto, conciente. Me sentía humano y dispuesto a construír nuevos caminos y senderos que se bifurcan en complejas y laberínticas tramas de una nueva realidad. La fabulosa e intrincada mata seguía creciendo. Distinguí su silueta, su postura. Era él. Era el kiltro negro de ojos rabiosos, mirada compasiva y cuencas vacías.
31 Diciembre 2019
Gerardo Quezada
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A lxs quiltros que lxs acompañan…
A quienes dieron su vida…sus ojos…
Primeralínea de lxs últimxs…
«¡Feliz Dignidad y Próspero Chile Nuevo!»
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La raza