En el último tiempo, al compás de meses que parecen años, hemos asistido al derrumbe de un modelo de país en plena crisis. Veníamos aguantando dicho estado crítico hace mucho, hasta que el viernes 18 de octubre de 2019 estalló todo. La energía acumulada generó un terremoto gigantesco cuyo epicentro fue el territorio nacional completo. En todas partes se vivió un cataclismo social que no dejó indiferente a nadie. Las capas más bajas de la sociedad chilena al fin se sacudieron todas a la vez, dejando un montón de preguntas suspendidas en el aire. Sergio Guerra, en la presente plaquette, parece apostar por una interrogante en particular: ¿qué hacemos ahora con el lenguaje?
Tectónica de clases, un poema largo, autoeditado y sin numeración de páginas, parece estar escrito por un sismógrafo bastante agudo. Desde Valparaíso, el autor fue testigo de una marea humana dispuesta a arrasarlo todo, capaz de demoler en un par de semanas las bases del aparataje cultural que sostenía nuestra falsa democracia. En torno a ello, apunta: «los ancestros se levantan / desbordan las aguas // entonces la mar entró en la ciudad / resuenan los cascos de las naves // ecos veredas inundadas / mareas arrecian / vibran estructuras // aguas descuajan ascensores / entran ese 18 de octubre».
Por lo demás, sabemos que esta destrucción no fue solo simbólica, sino bastante efectiva en gran parte de las calles, espacios públicos e infraestructura de Chile. Si bien sospechamos que varios de esos atentados fueron respaldados y llevados a cabo por el propio Estado chileno, otras sacudidas fueron perpetuadas a todas luces por la gente organizada. Así, presenciamos el derribo de estatuas y monumentos, el incendio de la fachada de El Mercurio en Valparaíso o la apedreada a bancos, AFPs y empresas cómplices del alevoso saqueo nacional, entre otros tantos ejemplos de acción directa. Sergio Guerra deja constancia de ello desde el principio del poema, al abrir señalando: «puesta en tierra. tacto / social. encontrar en otros / despliegue del cuerpo. plegar / fluidos a las volutas de la carne».
En otras palabras: el cuerpo de la gente atentó contra la superficie del cuerpo de nuestros territorios, y Sergio intentó apuntar todo ello en el cuerpo de su texto, en las páginas sin numerar de Tectónica de clases. Hoja tras hoja revela el sacudón que el estallido social potenció en su deliberado uso del lenguaje. De esta manera, hizo trizas su discursividad para trazar, con los escombros posteriores al derrumbe, un derrotero errático y delirante por su propio proyecto poético. Cito: «exploraciones / a los trasfondos / de la lengua // maquinaciones / abiertas a su impacto salpica / vibra el hocico perro / enrrejao / pitoniso / quemao en alcohol». Es así como tantea entre las ruinas dejadas por la revuelta popular. En ese tono busca, entre las esquirlas posteriores a la explosión, las palabras adecuadas a la hora de signar lo sucedido.
Por supuesto, la gran enemiga de esta tentativa es la policía. Una yuta política y literaria, siempre alarmada y hasta susceptible a las experimentaciones con las palabras. Sobre la yuta en las calles, dice: «por el ojo del culo patrio se asoma la pupila del cerdo // forma policial de convivencia // la paz del señor esté siempre con ustedes // por la razón o la fuerza // & con tu espíritu»; y sobre la yuta en los libros, advierte: «máquinas / tragamonedas / elipsis / loteo / litios saqueos / arte / factum / radiación de factores / facsimilar / símil / secuela / mental / parálisis / bloqueo / escuela militar».
En el fondo, lo que aquí tantea Sergio no es una forma rápida, directa y transparente de asir lo político o de comunicar su postura. En Tectónica de clases no hay ansiedad ni panfleto. Lo que hay es un minucioso trabajo con las palabras, una paciente manera de recolectar los pedazos de lenguaje que quedaron esparcidos tras el estadillo social, erigiendo con ellos un armazón de significantes violentados y en disputa constante. Su discurso: «ronca / desde las cuencas / de la muerte / como dameros en un mapa barroco / o cicatrices en las orillas».
En uno de los puntos más álgidos del texto, luego de exponer una serie de imágenes cruentas e incisivas, el autor se pregunta: «con cuántas letras / rondaremos las zonas // cuántas palabras / territorios de la contra». Por suerte, estas interrogantes no quedan sin responder, y en seguida concluye: «todas las manos son las manos del poema / todos los ojos son los ojos del poema». Después de lo que ha pasado en estos meses de furia, puede que así debamos trabajar de ahora en adelante. Puede que sea justamente esa nuestra labor: diseccionar el lenguaje de ayer antes de responder las preguntas de mañana. Violentar las palabras del pasado antes de hallar así los versos que nos signifiquen a todos y a todas.
Sergio Guerra, Tectónica de clases. Autoedición, s/n de páginas.
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