Leo, devoro Sopa de Wuhan, como queriendo encontrar algo. “Algo”. Ese indeterminado. Algo que aliente mi respiro. Encuentro en su mayoría elaboraciones de filósofos viejos que elucubran sobre la pandemia desde su cómodo lugar eurocentrado. Sólo uno de ellos, escuálido, refiere a su temeroso lugar de tal, un anciano feble a expensas del virus. En su mayoría se refugian en la razón y en la ciencia, lejanos a su persona precaria y frágil, como si eso los salvara otra vez. Sólo María Galindo (la única mujer latinoamericana en la selección del libro), feminista boliviana, es respirable con su radicalidad sospechosa: jugar a contagiarse, prepararse para el contagio del virus, juntarse en ollas comunes, como en tiempos de emergencia política y de resistencia, desobedecer para resistir. La otra mujer, una filósofa española, me parece atractiva en su elaboración sólo porque sospecha del lugar del “nosotros” europeo que devora la atención mundial en su asfixia contagiosa. Butler me decepciona, tan centrada en USA y su posibilidad de salvación democrática en las políticas de salud desbaratadas una y otra vez en ese país mercantil. En fin, quedo agotada y con gusto a poco. Este despacho rápido de un libro, al parecer importante por el tratamiento del virus y la pandemia (¡qué importante son los filósofos-hombres-blancos!), es una insolencia. Sí, quiero ser aguafiestas otra vez. Pero qué esperaba, me pregunto, de ese conjunto de intelectuales privilegiados. No, no me interesa tanto quedarme en esta lectura frustrada. Me quedo en la pregunta. ¿Qué esperaba? Esperar de esperanza. Y tal vez me acerco a lo que buscaba. “La esperanza es lo terrible”, frase del libro entrañable El lugar sin límites de José Donoso, enunciado que me ronda hace días, con ese sabor amargo del final de la novela y ella entera. Una belleza. También me había sentido habitando Esperando a Godot de Beckett. Entre La Manuela de El lugar sin límites y Vladimiro o Estragon de la obra de teatro del absurdo, me he mecido, me he acunado, me he consolado. La literatura bella, así como la teoría feminista, puede ser una tabla de salvación para una aguafiestas feminista en su naufragio. El aislamiento tiene sus efectos feroces. (Qué castigo mayor no poder toquetear a diestra y siniestra a lxs que amamxs, sobre todo cuando se vive sola). Habitar la ciudad de Santiago que aparece vacía y llena de los ecos que quedaron resonando de la revuelta. Miro las murallas y me veo en noviembre del 2019 recorriendo las calles de este barrio cívico para recoger, con lápiz en la mano, los pintes y rayados poderosos, potentes, resistentes, denunciadores e incendiarios. Entonces caminaba las calles del barrio ansiosa y exultante para escribir al respecto, impactada por el golpe memorioso que me remecía entre emociones contradictorias, en medio de manifestaciones y el pueblo protestando por recuperar la dignidad. Hoy cuando puedo caminar la ciudad con un generoso permiso entregado por los carabineros (los pacos, la yuta asesina) de Chile, vía internet, me siento demolida. Veo algunos vagabundos, una muchacha trans casi perdida, me piden dinero. Me vuelvo a demoler. Algunas personas paseando a sus perros, la ciudad desolada, desocupada, todxs están en sus casas. Resguardadxs, al parecer. No hay que imaginar mucho qué ocurre en cada uno de los espacios de lo privado con full teletrabajo y niñxs revoloteando. La familia, ese pequeño y apretado infierno, como dice Rosario Castellanos. Si lo personal es tan político. Y yo me dirijo al supermercado, un sacrificio, para abastecerme con poquito y seguir saciando mi ligero apetito en los días de encierro solitario. Y no voy por papel higiénico, ese lo compro más barato en la feria. Busco algún puma que me acompañe, pero esos hallazgos se dan sólo en la zona del sector alto de la ciudad. Sueno resentida. La esperanza es lo terrible, me digo otra vez con la ansiedad a cuestas. Pero ahora es miedo a lo que está siendo y a lo que viene, lo que espero: Godot; lo que anhelo: Talca modernizada, un prostíbulo decente donde bailar, como la Manuela travestida. Esperar de esperanza. La busco, la persigo. No la tengo. La he perdido me digo asustada, como niña que no ha hecho su tarea o que olvidó su bolsón en la casa. Una pesadilla. No quiero obligarme al optimismo. Las fragilidades económicas y anímicas rondan por doquier. “Chile limita al centro de la injusticia”. Las migajas, otra vez, del gobierno y su clase política de odiar (“No queremos las migajas, queremos la panadería”). Las rencillas miserables entre las autoridades de turno. Esas que tienen las manos manchadas de sangre. Hemos quedado a expensas, otra vez, de la indolencia estatal y gubernamental. De la compra y venta del mundo de las Isapres y de los centros de salud que nos dicen que están preocupados por nosotros con sus teleatenciones y sus urgencias ante el virus. El consumismo en la salud, un negocio saludable. Mientras tanto veo un video en el que las enfermeras del Hospital Sotero del Río elaboran mascarillas con un papel azul en el que vienen envueltos insumos quirúrgicos, porque carecen de ellas para protegerse. El virus está abriendo las cloacas capitalistas. Se desborda la “tormenta de mierda” en Chile, a lo Bolaño. Y habrá que seguir esperando que pase abril. Hacer acopio de coraje en beneficio de una misma, como recomienda Adrienne Rich a las feministas en Nacemos de mujer; escucho a Sara Ahmed que me dice que la fragilidad es una militancia, que la supervivencia es una acción radical, que sobrevivir en un sistema (patriarcal-capitalista-heterosexista-racista-colonial), es sobrevivir a un sistema, que la aguafiestas necesita cuidarse en tiempos de enfermedad, no por complacencia, sino para precaverse, como recomienda Audre Lorde. En fin. Me vuelvo a las feministas que leo con fruición en estos días de aislamiento, en solitario, como si estuviera descansando de mí misma, de esta intensidad que me vuelve y revuelve hacia lxs presxs políticas de la revuelta, hacia las compañeras sin trabajo, hacia las endeudadas por estudiar, hacia las que se desvelan porque sus proyectos quedaron detenidos, hacia las que no tienen sostén económico, hacia las que cuidan a enfermxs, a lxs viejxs, hacia las que viven violencia en sus casas…, hacia el empeño colectivo de las auchas que no quiere cejar, ¡nos costó tanto encontrarnos que no nos soltaremos! La esperanza es lo terrible. Y vuelvo a pensar en Don Alejo, el patrón de fundo con cara de tatita Dios, sus enormes extensiones de viñas, pienso en el prostíbulo pobre de Talca, en la Japonesa y la Japonesita y su cuento de la llegada de la modernidad como salvación, pienso en los perros de don Alejo que despedazarán a la Manuela, que tiene que huir de Pancho, en la noche oscura, por ser travesti. Y otra vez vuelvo a Rosario Castellanos, la escritora mexicana feminista de amar, la Chayo, (como me enseñó la escritora mexicana Andrea Belanzario que le decían sus cercanxs), para sentipensar profundo desde el poema “Meditación en el umbral” que “debe haber otro modo de ser humano y libre”, “debe haber otro modo de ser”…
* Gilda Luongo, Integrante Auch!
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