Aviario, de Julieta Moreno.
Editorial Anagénesis.
Poesía. 50 páginas.
2da edición.
Es difícil hacer una presentación en estos tiempos, donde hace varios días tenemos el corazón y las vísceras tomadas. Es difícil concentrarse y encontrar belleza cuando están desapareciendo y muriendo personas a tu alrededor. Pero estamos llamados a resistir, a seguir firmes, aunque intenten acabar con el bosque y sus aves. Por lo mismo, en la lectura de Aviario me sentí llamada a salir de la jaula mental y aislar el dolor en un espacio abierto. ¿Cómo devolver las plumas arrancadas y calmar las heridas descubiertas entre el plumaje?
El presente poemario es para mí una ventana de entrada y de salida para hablar de transformaciones y crecimientos. La metáfora de los pájaros que migran teje un entramado que cruza el libro, desde la cuidada elección de las aves que se nombran hasta las ilustraciones que conectan cada poema con su símbolo. Pienso en el cambio del seudónimo de la autora, antes Julieta Colibrí. ¿Qué significado especial tiene esa ave en el poema llamado justamente “Colibrí”? Hoy la poeta se asume como Julieta Moreno, en el ejercicio de soltar el pasado y emprender el viaje.
Hacer el vuelo, preparar el ascenso, disponer el cuerpo al salto con los brazos abiertos, sin miedo a la caída que puede atravesar el corazón, la fractura del territorio, el barrio que nos vio crecer y partir. ¿Desde dónde se presume el comienzo al migrar? ¿Cuáles son las jaulas que arrastramos? Son preguntas que surgen iniciada la lectura de Aviario, primer libro –y 2da edición– de Julieta.
Construirse desde la memoria y habitar los espacios más áridos del corazón. La autora nos invita así a este vuelo cálido y tormentoso que atraviesa la sombra desde las alturas, en un cielo que pareciera ser incierto, pero encuentra las tonalidades en la transformación y la experiencia de lo que se vive. Es el intento de movilizar el dolor, los deseos y los temores en el vuelo, como un rito que busca exorcizar los apegos del amor. Cito: “Mi estrategia será / reconstruir la vida de pájaros con alas escasas / recoger retazos de nidos desechos en la tormenta” (10).
En el libro, Julieta hace un tránsito en tres etapas, es decir, en sus tres capítulos constitutivos: “Nido”, “Cautiverio” y “Migraciones”. En el primero, encontramos a la hablante en posición de ascenso en su hábitat cotidiano, una especie de planeación o estrategia de vuelo, entendiendo que partir del nido implica recorrer las oscuridades, la fragilidad y el territorio de las aves nombradas. ¿Cómo volver a construir un nido arrojado al viento? ¿Hay suficientes plumas para envolver las heridas? No dejaremos de ser gorriones en las ventanas ni en lo cables que atraviesan la ciudad, pues: “Un día de paz significa también un día de guerra” (13).
De esta manera, la nostalgia de abandonar el territorio, el barrio que nos vio crecer, se transforma en hueco fantasmal. Es la herida que nos vincula a los universos familiares, la cual refleja a veces nuestra invalidez existencial y social al enfrentarnos al cruce de la pertenencia a algún lugar, cuestionando así nuestro origen.
En “Cautiverio”, los apegos rumian sus dolores y sus ansias más secretas, para dejar espacio a un encuentro con la identidad desolada, el abandono hecho espejo. Cito: “Cuando me tocaste las manos comenzó la gangrena / las arterias fueron cortando los ligamentos que las unen / esos hilitos rojos, azules y morados / que cocimos cuando no teníamos alas” (25). Aquí el lenguaje se torna oscuro y agudo. Julieta reconoce su origen en la jaula, pero también su libertad, que se fragmenta y abre vínculos al cielo, componiendo nuevos mapas para habitar nidos de huida y regreso.
En “Migraciones”, la autora va en búsqueda de esa patria perdida entre las ruinas. Es el nido como origen, como retorno y también como destino. Así se presenta en una escapada forzosa, fuera del deseo colectivo, representado en este caso en esa familia que abriga y conduce. Pero volver es también dejarse llevar, planear en la ciudad y los territorios de infancia, como esas viejas edificaciones del barrio. Se entiende que su dirección no es fija, que sólo el viento –y supeditarse a él– conducirá el vuelo verdadero. Éste lleva a la casa que ya no es la misma. ¿Es acaso el país? ¿Quizá los sueños? O más bien una morada sombría e inhabitable donde no hay más aves rondándola y la oscuridad que reina no permite el recuerdo. Pareciera que no hay más posibilidad que iniciar un nuevo vuelo todas las veces que sea necesario: “Emprendiste el vuelo / elevaste raíces hacia el sol. / Volviste y tu Chile era otro / el dolor se había fragmentado / en miles de especies más / pero seguiste la ruta / con los ojos llorosos / la tristeza / la pérdida a cuestas / bajo tus plumas ajadas por el viento” (47).
En definitiva, Aviario es una apuesta que busca en su propio proceso de escritura construir nuevos nidos, dar forma a un territorio donde encontrar la calma, con el temor constante –aunque ineludible– de que aquella herida que habitamos sea más profunda que cualquier viaje.
Karo Castro
7 de diciembre de 2019
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