–Hacen las cosas difíciles por entrar comida. Eso hacen–, manifiesta una de ellas con rabia. Es que detrás de esos muros inmensos de las cárceles, de ultraseguridad, de vigilancia extrema, también hay hambre. La Colectiva Mujeres Manos Libres semana tras semana entrega encomiendas a mujeres privadas de libertad en los penales de San Joaquín y de San Miguel.
Hacen colectas y campañas virtuales para juntar plata, comprar alimentos y utensilios de aseo. Rollos de confort, tallarines, arroz, aceite, shampoo, pasta de dientes, toallas higiénicas, jabón. Es un trabajo que han venido haciendo desde hace meses, pero que durante la pandemia cuando el aislamiento, el abandono y la soledad se han sentido más fuerte en cada rincón del espacio carcelario, es mucho más que entrar mercadería. Una conversación es alivio, es decirles que no están solas.
Durante estos meses han visto cómo ingresar los alimentos se ha hecho cada vez más engorroso. Los protocolos se han endurecido y se han enterado de muchos cambios una vez que llegan allá. Varias veces han tenido que devolverse con algunas cosas o botar parte de los productos si exceden la cantidad permitida, por ejemplo, el lavalozas o jabón líquido.
Las cosas que pueden entrar están en una lista pegada en la misma cárcel. Todo debe ir envuelto obligatoriamente en bolsas blancas y los líquidos en botellas transparentes. A veces les piden abrir hasta los cigarros. Los gendarmes los dan vuelta, los huelen. Sacan hasta las bolsas de té del sobre para mostrar lo que tienen.
Cada una puede entrar encomiendas para solo una mujer presa. De la colectiva van varias y también se han ido rotando en estos meses. Anakena ha estado ahí y dice que más que por desinfectar, las trabas son por el tipo de cosas que están entrando. Es brígido darse cuenta de eso –cuenta–, que en pandemia estén pensando en que no metái droga a la cana y no si las cosas que estái entrando están bien sanitizadas para que no se enfermen adentro.
También las han terminado entrando “por donación”, otra modalidad para ingresar aportes con la diferencia que ahí las gendarmes reparten los productos. Ellas siempre prefieren entrar y que sean las mismas mujeres las que se organicen adentro, que distribuyan las encomiendas según lo que necesiten. Como siempre están conversando con ellas, saben cuándo van a llegar y se coordinan antes para recibirlas.
“Es una instancia de colaboracionismo. No es una manera asistencialista, es colaboración y para generar lazos de confianza. No va para una, sino que, para todas”, manifiesta Anakena. Con esto buscan ser un puente para las mujeres adentro, porque ellas mismas son las que llevan sus demandas, por la lucha anticarcelaria, por los derechos y la dignidad de las mujeres presas, que las expresan a través de sus propias voces.
Si adentro ya era precario antes de la pandemia, ahora todo se ha dificultado. Si ha habido miedo afuera por lo que está pasando, adentro es peor porque las medidas higiénicas siempre han sido precarias y, por el hacinamiento, las posibilidades de contagios son altísimas.
–Imagínate que por estar encerrados ahora unos meses estamos desesperados. Ellas han estado así por mucho tiempo y ahora con esto. Están condenados a irse a la cana porque son pobres, los ricos no se van. De las y los presos nunca nadie se preocupa–, dice Anakena.
Algunas mujeres se han ido a sus casas con cumplimiento en libertad condicional. El problema ha sido para las que se han ido quedando solas adentro. Algunas salen y tampoco tienen adonde ir.
Lucha y compromiso
Han tenido también otras dificultades por los permisos temporales de tres horas que no les da tiempo suficiente para la compra de alimentos y después para hacer la fila para entrar. Por ahora tampoco han alcanzado a comprar algunos productos al por mayor, pero con harta coordinación logran que unas compren y después les pasan los productos a otras que llegan solo a hacer la fila afuera de la cárcel.
En la cárcel de San Miguel les piden enrolarse y en San Joaquín tienen que enviar la lista antes de lo que van a llevar.
Hay semanas en que no han podido hacer la encomienda por que los tiempos que no se dan. Eso también las ha llevado a debatir sobre su organización como colectiva y las estrategias para enfrentar este tipo de procesos. Siempre arman cronogramas y calendarios: el compromiso de todas es muy fuerte.
La entrega de encomiendas se ha vuelto resistencia y sororidad. Es parte de una organización anticarcelaria, con demandas que ahora, expresan, se ven mucho más invisibilizadas.
Algo las ha llenado de satisfacción y fuerza para seguir. Una de las compañeras que salió con arresto domiciliario se integró a la colectiva. Habían establecido de antes vínculo con ella y ahí pudieron conocerse.
–Entrar no se puede, solo funcionarias. Tenemos contacto con las cabras adentro y una compa que salió hace poco. Estamos felices por ella–, dice Cecilia, otra integrante de la colectiva. Los vínculos fueron mucho más allá. No solo se quedó en la encomienda, eso de voy a dejarla y listo. Ella ahora está acá para ayudar a otras que siguen adentro–, manifiesta Anakena.
Es un triunfo de la sororidad.
Perfil del autor/a: