La pandemia le tapó la boca al mundo entero. En Chile, el silencio de cuarentena reina en las calles que sólo meses atrás fueron nombradas como zona cero: aceras de revuelta, ruido, multitud y enfrentamientos. La mascarilla en el caso de nuestro país y probablemente en territorios que vivían sus propios estallidos sociales, se transformó no sólo en símbolo de seguridad sanitaria, sino en una señal visual silenciadora. Un elemento coercitivo para quienes gritaron, se encontraron, lloraron y rieron al avanzar entre el olor de las lacrimógenas y la alegría de los punteros laser dirigidos a helicópteros policiales, entre petardos brillantes que anunciaban la noche. La mascarilla hoy cubre el gesto de la risa que emerge a ratos desde las entrañas hacia el rostro de los chilenos frente a la incertidumbre y una atmósfera de muerte.
La estetización de las mascarillas que cubren la boca y por lo tanto la apariencia de la risa también puede ser observada en algunas ocasiones como un gesto político. Entre las mascarillas personalizadas vemos todo tipo de tendencias, entre ellas algunas que contienen frases prolongadoras de las consignas del estallido social. La liberación expresiva suscitada con el llamado despertar de Chile no ha logrado ser acallada y en este contexto, la risa y el humor se han convertido en un bastión de resistencia incluso frente a la miseria que a veces nos cubre como un manto. Por ejemplo, cuando alguna autoridad se atreve a decir algo como que “el virus puede volverse buena persona”. Frente a un momento así, primero viene el llanto y luego la risa.
La risa se ha considerado: “como una manifestación del placer que responde a una inesperada sensación de libertad. Es en este sentido que Freud define como fuente de la risa “la remoción de una coerción interna”. Chile difícilmente sea definido alguna vez como un país risueño y probablemente en su historia, esté más vinculado al dolor que al placer. El carácter de los chilenos, al mismo tiempo, ha sido más bien asociado a la tristeza. El cineasta Raúl Ruiz decía que éramos un país triste que había aprendido a reírse. A tal punto habíamos aprendido, que a veces terminábamos riéndonos de todo de una forma casi esquizofrénica.
Difícil es precisar si en un momento como el que vivimos necesitamos cordura o más bien que nuestra mente navegue por los rincones de la esquizofrenia. Probablemente, sea una mezcla alternada y no siempre dirigida por nosotros mismos. El descontrol ha entrado a nuestras vidas en cuarentena. La vida laboral se ha mezclado con la vida íntima de nuestros espacios y las emociones muchas veces se comportan como si quisieran asaltar nuestra alma. Sin embargo, la risa es un descontrol necesario para un país triste y despreciado desde el tiempo de los primeros aventureros, quienes describían el territorio como un “país pobre de indios tenaces”. La tristeza de esos indios tenaces tras el despojo es sin duda una herida que acompaña a la sociedad chilena.
Esa tristeza histórica que se suma a un variopinto abanico de hechos dolorosos -que cuenta entre sus pliegues una dictadura-, se confundió en décadas recientes con una suerte de resignación. Tristeza + resignación= descontento. “Los chilenos somos uno de los pueblos más descontentadizos de la Tierra, sin razón visible. Lo somos por herencia ancestral y por muerte de la fe oscura en esperanzas inciertas. Todo en Chile nos parece malo: sus hombres y sus instituciones, lo que se hace y lo que se piensa. Pero, al mismo tiempo, porque hemos soñado largo, hemos logrado despertar bastante, consiguiendo cierto conocimiento del absurdo, algo del ridículo y no escasa conciencia de la realidad”, como dice Octavio Paz en el Laberinto de la soledad. Así, nuestra tristeza devenida en risa puede calzar con la ironía en términos de Hegel, es decir, en el sentido de que se produce a sí misma.
El chileno en su descontento, dice Pedro Prado, termina burlándose de quienes “lo toman todo tan en serio, y se ríe de sí mismo al ver que él también juega. (…) Se comporta como si más allá de las apariencias le aguardara al fin la verdad real, acaso la ‘Ciudad de los Césares’”. En este sentido, se podría decir que nos vemos inmersos en el simulacro de una comedia que permite nuestra supervivencia, hecho del carácter nacional que tiene eco en un comportamiento a escala humana, pero que resuena dado nuestro contexto e idiosincrasia.
Desde los griegos, hasta donde sabemos, que la humanidad ensaya el enfrentamiento de la tristeza con un cierre alegre. En el teatro se representaban tragedias de Sófocles, de Eurípides y luego terminaban con una comedia para transformar el sufrimiento del público en el éxtasis de la risa. Asimismo, en las bacanales buscaban reír a través de una embriaguez que decantaba en una risa orgiástica evocativa del mito del Dios del vino, Dionisio. Hoy, invocar la risa y al dios del vino sin duda se ha transformado en un hábito de supervivencia de ciertas cuarentenas, aunque probablemente otros días estemos más cerca del mito de Antígona, en términos del miedo a la muerte por desobediencia.
A nivel latinoamericano y desde ejemplos más recientes, la comedia ha sido catalogada como vulgar. Hasta el ocio tan valorado en la Antigüedad tiene una carga negativa en nuestra cultura. Sin embargo, ambos son necesarios para vivir con una ansiedad moderada más aún en la época del capitalismo apocalíptico. A fines del siglo XIX y comienzos del XX, nos relata Ángel Rama en La ciudad letrada el teatro en Latinoamérica experimentaba un auge de la comedia a nivel de espectadores, no así del círculo crítico. En el caso de Brasil, el género de moda era la llamada bambochata, representaciones de cuadros pintorescos de la idiosincrasia del pueblo:
“Como reverso divertido, oigamos a Artur Azevedo cuando los críticos cultos del Brasil lo sacrificaron a causa de su vulgar populismo. Escribió una amena autobiografía desde su llegada a Rio de Janeiro procedente de Sao Luís do Maranhao, a los 18 años, contando sus fracasos en el teatro serio, por falta de público, concluyendo así:
En resumen: Todas las veces que intenté hacer teatro serio, en pago sólo recibí censuras, apodos, injusticias y todo esto a secas; de manera que, impulsado por la bambochata, no me faltarán nunca elogios, fiestas, aplausos (…) Mas qué diablos- ella (la bambochata) es esencial para un padre de familia que vive de su pena” apunta el uruguayo.
El éxtasis colectivo en Latinoamérica ha sido analizado por Octavio Paz desde la óptica de su pueblo. Describe los días de fiesta en México como una ocasión en que su compatriota: “silba, grita, canta, arroja petardos, descarga su pistola en el aire. Descarga su alma. Y su grito, como los cohetes que tanto nos gustan, sube hasta el cielo, estalla en una explosión verde, roja, azul y blanca y cae vertiginoso dejando una cauda de chispas doradas”. Quizás lo más parecido a este desborde en Chile sean las fiestas patrias. Por el Covid-19 seguro nos quedaremos con ganas de ver lo que sería la primera conmemoración nacional presencial bajo el clima de revuelta. Cuando lo político tal vez, emergiera sobre lo carnavalesco, concepto que tanto se manoseó al describir las reuniones explosivas y masivas de Plaza Dignidad, no exentas de la celebración de la risa colectiva. Hubo momentos épicos al respecto, uno de los más memizados, la caída de la tía Pikachu, quien ya había hecho reír a gran parte del país al contar el origen de su disfraz: la compra clandestina e imprevista de su hijo de siete años, de una serie de productos en Ali Express, con la tarjeta de crédito de su madre.
La risa, sobre todo aquella desbocada, se asocia a lo plebeyo, sección castigada en diversos niveles en este país. Al menos, reír es una de las manifestaciones que no se ha buscado criminalizar. Suena absurdo, pero sabemos que en Chile se busca tramitar una ley anti stickers. Todo es posible. Por otro lado, el deseo de una risa discreta es un mandato impuesto a partir de jerarquías sociales desde la infancia, sobre todo a las mujeres. La orden de “reírse como señorita” no tiene una versión masculina. En esta situación de crisis, la risa se vuelve resistencia y la comedia subversión organizada. Hace unas semanas, por ejemplo, la Coordinadora Feminista 8 M organizó una actividad llamada “La Olla Comedia”, que reunió a 17 humoristas, entre ellas, Javiera Contador, una de las mayores referentes del humor de la cotidianeidad en pandemia. Miles de chilenos han likeado sus performances con su familia en Instagram, y también las reminiscencias de nostalgia de la cultura pop con su personaje Kena de “Casado con hijos”. Cabe mencionar que en tiempos del estallido social presencial, diversas coordinadoras sociales organizaron instancias humorísticas para llevar risa a las poblaciones, como el caso del colectivo Shishigang vinculado al cantante de trap Pablo Chill-e, que trabajó con humoristas como Felipe Avello, Fabrizio Copano y Paloma Salas.
“La risa carnavalesca también está dirigida hacia lo superior, hacia la ‘mutación’ de los poderes y de las verdades, de los órdenes establecidos. Engloba los dos polos del cambio, se relaciona con su proceso, con la misma crisis. En el acto de la risa carnavalesca se juntan la muerte y el renacimiento, la negación (la burla) y la afirmación (la alegría). Es una risa profundamente universal, cosmogónica”. Esta risa universal se vuelve cotidiana al estilo de los chilenos, país donde la pandemia desvistió aun más la caricatura del mal llamado oasis en que supuestamente vivíamos. Es también una risa que en contexto de virtualización de la vida no reemplaza, pero apela a la ritualidad grupal. Se produce una risa virtual colectiva que ocurre en lugar de las catarsis risueñas que recuerdan a los muertos en los funerales, es la burla a la muerte con los memes de los negros y el ataúd, es el trolleo masivo de burlas que sobrevienen a la indignación cuando alguien tuitea que puede “vivir sin el ítem nana” y la lucha de clases explota en la parodia.
Esta forma de resistencia que se ejerce en tiempos de Covid-19 a través de diversos canales mediados por una pantalla, tiene lugar principalmente en redes sociales. Se trata de una resistencia -que podríamos calificar como barroca- que se despliega en el ciberespacio. En efecto: “El ethos barroco es un modo de comportamiento que permite al ser humano neutralizar esa contradicción capitalista. Implica en cierta medida un momento de resistencia, pues defiende el aspecto cualitativo, o la forma natural de la vida, incluso dentro de los procesos mismos en que ella está siendo atacada por la barbarie del capitalismo” como señala Bolívar Echeverría. Desde este punto de vista, se puede asimilar esa contradicción capitalista enmarcada en la tristeza que habita a los chilenos y el impulso que deriva en risa, la burla del poder y de nosotros mismos como pueblo que resiste.
Esta burla plantea muchas veces como contexto la arena política. Uno de los mayores humoristas gráficos que se mueve en este escenario, ampliamente viralizado en redes sociales, es Mala Imagen. El dibujante ha logrado captar el sentir de gran parte de los chilenos frente al comportamiento y declaraciones muchas veces psicópatas de las autoridades que toman decisiones sobre la pandemia en Chile. La risa sobreviene a la indignación.
Se podría escribir un apartado sobre las estéticas del humor político en pandemia, vinculado a la disputa del Apruebo y el Rechazo, telón de fondo indiscutido. Sin embargo, ese análisis supera los límites autoimpuestos de este ensayo, ya que en ese caso también deberíamos ahondar sobre populismo y emociones en redes sociales, memización de la política y otros tópicos que cruzan más bien el campo de las comunicaciones.
Ver memes es una de las prácticas cotidianas previo a la pandemia, sin embargo, probablemente es una costumbre que se ha maximizado en este tiempo, y se ha transformado en una estrategia de supervivencia mental. Uno de los memes permanentes en tiempos de pandemia ha sido el de quién eres según los signos del zodíaco, dinámica que parece hacer sentido a la generación astrologizada que habita la cohorte millenial del país. Los memes de nostalgia también han estado presentes, a través del regreso de teleseries de los 90 o personajes que son parte de una idiosincrasia mítica y no personalizada: en este caso, la señora chilena mezclada con la dinámica de los signos.
En el caso del arte y específicamente la literatura en Chile, esta atmósfera contradictoria, irónica y que a veces colinda con la muerte, tiene algunos referentes establecidos mucho antes de la época de las redes sociales. Nicanor Parra es quizás uno de los más nombrados en esta línea. “La antipoesía de Parra nos permite apreciar los vínculos entre el cuerpo, la risa y el poder, pues en ella se producen cuerpos grotescos que, en tanto reactivan la risa carnavalesca, introducen la discontinuidad en el discurso poético de la seriedad y en los discursos ideológicos hegemónicos. La risa, como apreciamos en poemas de Parra, ilumina una zona que Occidente ha dejado en la oscuridad: la muerte” tal como indica María Nieves Alonso. Además, el Quebrantahuesos, proyecto colectivo junto a Lihn y Jodorowsky, es tal vez una de las primeras manifestaciones visuales en que se enfrentan risa y poder en una lógica cercana a los actuales memes del absurdo.
Importante es también el ejemplo de Rodrigo Lira en la poesía, escritor que lidia con las contradicciones de la risa, la tristeza y el fracaso en diversas publicaciones. La más conocida, Currículum Vitae, donde señala en uno de los puntos:
-
ADVERTENCIAS
1) El postulante no dispone de una “personalidad agresiva”.
2) El postulante, en general, no es todo el tiempo una persona “dinámica”.
3) El postulante no tiene televisión, ni teléfono, ni “movilización propia”.
4) Como se indicó, el postulante no tiene una facilidad sobresaliente para integrarse fluidamente a grupos de trabajo en equipo.
6) El postulante, sin embargo, no es nada de tonto.
Podríamos mencionar también a Pedro Lemebel con sus crónicas de eventos tragicómicos en noches bohemias y violentas, a Mauricio Redolés con sus poemas que se burlan de los “viejos culiaos” que no entienden que en un poema se pueda decir eso, y que jamás podrán reír con ese verso. Desde el plano de la cultura televisiva, uno de los casos más emblemáticos, el programa Plan Z, con sketches representativos de la burla de la miseria tales como “mapuches millonarios” o despachos en vivo de una simulación de MTV en La Pintana. Desde el cine cabe mencionar a Raúl Ruiz y también a Cristian Sánchez, directores de los cuales han liberado recientemente algunas de sus realizaciones vía online.Rehuiremos la calificación de irreverencia, pero es relevante constatar cómo desde los márgenes es donde se han creado espacios que estimulan la risa y es ahí también donde parecen situarse sus exponentes.
Los márgenes en tiempos de pandemia se construyen en gran medida desde la comunicación en red. Pese a la virtualidad, los momentos en que emerge la risa parecen brotar con una espontaneidad similar a la que se registra en el cara a cara. Somos testigos estos días, de cómo los momentos graciosos que nos traen alivio ocurren muchas veces a cuesta de representantes del poder hegemónico, quienes se erigen como portadores de la gravedad y el mal humor. La performance de Pamela Jiles, por ejemplo -al aprobarse la discusión el 10% de las AFP-, independientemente de la posición política, es uno de los ejemplos de hechos que despiertan la risa necesaria tras la atmósfera trágica en un país que vive hambre e indignación. “Estructuras de poder evidencian en sus esfuerzos por desvalorizarla éticamente, por someter la risa o ponerla a su servicio, el temor que sienten ante el impacto de su fuerza desestabilizadora, pues ella mide a la institucionalidad vigente en su firmeza y robustez”.
Chile, país de tristezas ancladas, parece encontrarse con una risa absurda que se funda en prácticas como la burla de nosotros mismos. La risa cumple una relevante función social en un país herido, que dista de haber desarrollado mecanismos efectivos de cicatrización. Por el momento, reír hace más llevadera esa cruz. En la era del apocalipsis pandémico digital, la risa seguirá presente, aun cuando no podamos ver cómo se dibuja en las bocas tapadas con la mascarilla. Ya que una gran porción de Chile ha abierto hipotéticamente los ojos, tal vez sólo haga falta un cruce de miradas para intercambiar una risa cómplice.
Imagen: Bonjour, Pierrot! por Ethel Wright
Perfil del autor/a: