Las luchas latinoamericanas siguen abriendo camino en el contexto pandémico y parte de esas propuestas y reflexiones se pueden encontrar en el libro, “Nuestra América en la encrucijada: pandemia, rebeliones y estados de excepción”, compilado por Ediciones Herramienta, junto con Incendiar el Océano y Contrahegemonía Web.
Compartirmos un extracto del texto «Desafíos de los feminismos plurinacionales: En el principio fue la acción”, escrito por Claudia Korol, educadora popular y militante feminista, integrante del Colectivo de Educación Popular Pañuelos en Rebeldía, además participa de Feministas de Abya Yala, espacio de articulación de colectivas del feminismo popular, indígena, negro, campesino.
En Abya Yala, los feminismos populares, plurinacionales, rebeldes, nos vamos enredando y reconociendo en encuentros, diálogos y reflexiones múltiples, en los saberes nacidos de nuestras experiencias, de nuestras cosmovisiones, y también en los
modos de sentir y convivir con las realidades cotidianas que atravesamos al enfrentarnos al sistema heteropatriarcal, capitalista y colonial.
El carácter plurinacional de los feminismos no nace de debates acádemicos – aunque interactuemos con los mismos– sino fundamentalmente de los aprendizajes colectivos que realizamos en nuestras luchas, de los modos creativos de reinventar la vida, la comunidad, territorializando las experiencias, y al mismo tiempo borrando las fronteras impuestas por los Estados Nación. Teorizamos en grupo, creamos conocimientos desde nuestros cuerpos, desde nuestros tejidos grupales y comunitarios.
“En el principio fue la acción” decimos en nuestros encuentros. Porque como parte de nuestros pueblos, llegamos a los feminismos en procesos intensos, caóticos, muchas veces devastadas por el impacto de la violencia patriarcal en nuestras vidas, con urgencia de actuar.
Es en la acción y en la reflexión colectiva sobre la misma, como vamos desencubriendo, primero ante nuestras propias existencias azoradas, que el rol asignado a las mujeres a partir de la división sexual del trabajo que promueve el patriarcado, como “cuidadoras de la vida”, se hace cada vez más aplastante, porque las tareas de cuidado se han multiplicado en un mundo manejado por políticas de muerte.
Llegamos a los feminismos cuando comprendemos que el dolor “que nos toca”, es parte del dolor social de las mujeres y de las identidades disidentes del heteropatriarcado. Vamos entendiendo cómo se entrelazan fuertemente las muchas violencias que vivimos y el modo en que las mismas nos afectan individualmente, a nuestras comunidades y a la naturaleza de la que somos parte.
La emergencia y masificación de los feminismos en los últimos años, abrió una multiplicidad de debates sobre el carácter de nuestro movimiento. En estas notas intentamos mirar el camino, pensar en lo que hemos aprendido y desaprendido andando junto a hermanas, compañeras, ancestras, que abrieron caminos para pensar los feminismos desde nuestros territorios, desde este continente, cuestionando los límites del pensamiento occidental eurocéntrico, y recuperando las prácticas y las ideas que nacen de las mismas.
Una de las características de los feminismos populares, comunitarios, antirracistas, plurinacionales, es que las palabras se van tejiendo en colectivo, a través de diálogos, conversaciones, miradas. De ahí que ninguna de nuestras reflexiones está hecha con un solo hilo. Muchos hilos, muchos colores, muchos modos de trenzarlos, de bordarlos, de tejerlos. Hablamos, pensamos, sentimos, caminando. En el abrazo reafirmamos nuestros deseos de andar juntas, porque “somos” en las calles, en las plazas, y en cada casa donde llega la palabra de la compañera. “Si tocan a una respondemos todas”. Y esa respuesta de todas es parte de nuestra identidad.
¡Despertemos, humanidad!
Las mujeres originarias de este continente, saben bien que el capitalismo europeo se enriqueció a partir del saqueo colonial de los territorios que habitaban, y que para hacerlo exterminaron a los pueblos, o los esclavizaron para las duras tareas de extraer el oro, la plata y otros productos del saqueo. Las mujeres indígenas y las negras esclavizadas, saben que el trabajo en las minas, demoledor, letal, fue realizado por los pueblos sometidos a servidumbre y esclavitud. También saben que las tareas de cuidado de las casas, la limpieza, la atención de niños, niñas, ancianxs, fue siempre trabajo de las mujeres apropiadas por los conquistadores, como parte de las riquezas ganadas en sus invasiones y guerras.
Los feminismos plurinacionales tenemos memoria ancestral. Entendemos entonces que el extractivismo es resultado de un sistema económico, político, social, basado en la mercantilización y explotación desenfrenada de la naturaleza y de las personas.
Berta Cáceres, líder de COPINH (Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras), dijo al recibir el Premio Goldman, en 2015:
“¡Despertemos! ¡Despertemos, humanidad! Ya no hay tiempo. Nuestras conciencias serán sacudidas por el hecho de estar solo contemplando la autodestrucción basada en la depredación capitalista, racista y patriarcal. El Río Gualcarque nos ha llamado, así como los demás que están seriamente amenazados en todo el mundo. Debemos acudir.
La Madre tierra militarizada, cercada, envenenada donde se violan sistemáticamente derechos elementales nos exige actuar. Construyamos entonces sociedades capaces de coexistir de manera justa, digna y por la vida. Juntémonos y sigamos con esperanza defendiendo y cuidando la sangre de la tierra y de sus espíritus.”
El llamado de Berta resuena cada vez con más fuerza. Su crimen ha intentado ser ejemplificador para que las mujeres salgan de la primera línea de enfrentamiento a este sistema perverso. Sin embargo las luchas no han cesado, porque son luchas esenciales. En Honduras, el río Gualcarque sigue libre. No han podido represarlo, a pesar del crimen de Berta.
Del mismo modo, los enfrentamientos al capital se amplían en todo el Abya Yala, donde el extractivismo se ha profundizado a partir de la década de los noventa, en la medida en que las políticas neoliberales basadas fundamentalmente en las privatizaciones ya estaban tocando sus límites. Se comenzó desde entonces a hacer más intensivo en el reparto del mundo la extracción de minerales –destruyendo a través del fracking, por ejemplo, los lugares donde se encontraban. Se continúa la destrucción de los bosques, el represamiento de los ríos, produciendo daños irreversibles a la naturaleza, contaminado el aire, los suelos, las fuentes hídricas y provocando grandes pérdidas de biodiversidad. Para ello se violaron sistemáticamente los derechos de las comunidades que habitaban los territorios afectados, se reprimió a quienes los defienden, se destruyen sus formas de vida y economías tradicionales, convirtiéndolas en dependientes de los mercados externos.
Las empresas –principalmente transnacionales– en complicidad con los Estado Nación que las apañan, apelan a todas las violencias para ejecutar sus políticas, provocando la pérdida de soberanía política, la violación a leyes y acuerdos internacionales, como el derecho a la consulta previa, libre e informada de las comunidades afectadas por esas políticas, el despliegue de la corrupción para comprar las voluntades de políticos, jueces, legisladores, medios de comunicación, en el control de la sociedad, y en la militarización.
Las “cuidadoras” de la vida se levantan
Estas políticas extractivistas afectan especialmente a las mujeres. Los impactos de las políticas extractivistas de destrucción de la naturaleza significan daños a la salud de las personas, de las comunidades y daños al ambiente. Esto se agrava al conjugarse con las políticas capitalistas neoliberales que han privatizado los servicios de salud, que avanzaron en la instalación de la agroindustria que vuelve tóxico el sistema alimentario, que se enriquecen con la monopolización y acaparación de tierras, desplazando a los y las campesinas, y con la precarización del trabajo que hace más vulnerables a los sectores empobrecidos, debido a la pérdida de derechos (a la alimentación saludable, a la vivienda digna, a la tierra, al trabajo, a la educación, a la salud, entre tantos derechos atacados).
Así como en las dictaduras de los 70 las mujeres estuvieron en la primera línea de la resistencia, en las luchas actuales en defensa de los territorios, contra los crímenes de jóvenes en los barrios, en la búsqueda de las mujeres desaparecidas por las redes de trata de personas, en la exigencia de justicia frente a los femicidios, en los cuidados de los ríos, de los bosques, de la biodiversidad, las mujeres marchan al frente, se levantan, creando las bases de la revolución feminista. Frente a la feminización de la pobreza, la respuesta es la feminización de la resistencia.
Los femicidios territoriales de hermanas de lucha como Berta Cáceres, en Honduras, Macarena Valdes en Chile, Marielle Franco, Nilce Magalhaes Souza (Nicinha) y Dilma Ferreira en Brasil, Cristina Bautista en Colombia, Bety Cariño en México, entre tantas otras compañeras asesinadas por cuidar los territorios rurales, indígenas, campesinos, las villas, favelas, y poblaciones, así como la criminalización de hermanas como Lolita Chávez en Guatemala, la machi Francisca Linconao en Wallmapu, Miriam Miranda en Honduras, y todas las compañeras perseguidas en distintos territorios, son un dato más de este tiempo peligroso para la vida y para la libertad.
La criminalización de las defensoras de los territorios
Si miramos los datos del informe de la organización Global Witness, en el 2017, el 60% de los asesinatos de personas defensoras de la tierra y el ambiente en el mundo ha ocurrido en América Latina1, siendo Brasil, Colombia, Honduras, Guatemala, Perú y Nicaragua los países con cifras más altas.
La criminalización de las y los defensores de la tierra y el ambiente, constituye una de las principales estrategias implementadas por empresas transnacionales y los Estados para frenar las resistencias contra los megaproyectos extractivos. Esto constituye uno de los principales desafíos de los feminismos populares, plurinacionales, territoriales. ¿Cómo fortalecer las redes solidarias, para impedir que continúe este exterminio? Hay un guión que vienen repitiendo en los distintos países, especialmente cuando se trata de quitar del medio a las mujeres defensoras, que cuidan la vida hasta el final. Todos los prejuicios sembrados por la cultura patriarcal y colonial, el machismo, el racismo, se utilizan intensamente para sembrar dudas sobre estas mujeres, que suelen ser fuertes, libres, autónomas. Se trata de descalificarlas, estigmatizarlas, difamarlas, intentando si es posible que ellas mismas se desanimen, y si no que la familia actúe para frenarlas. Es muy común tanto la amenaza a los hijos e hijas, como tratar que los mismos sientan vergüenza por las acciones de sus madres, o miedo por la mirada que les devuelven en sus comunidades. Si todo esto no funciona, están las amenazas de muerte, la siembra del miedo, la prisión, la expulsión del territorio, hasta el crimen mismo.
En el Tribunal Ético Feminista organizado por Feministas de Abya Yala, que realizó un Juicio a la Justicia Patriarcal, quedó en evidencia el rol patriarcal y colonial del sistema de justicia, que brinda “seguridad jurídica” y el blindaje necesario a las empresas, a los capitalistas, a los Estados, mientras persigue a quienes defienden los territorios y da impunidad a sus agresores2.
Pero las políticas extractivistas no sólo agreden de manera directa a las mujeres defensoras. También hay modos de disciplinamiento patriarcal que están entramados en esas experiencias. En contextos de explotación minera, petrolera, de instalación de hidroeléctricas, de avance del agronegocio, existe una ‘masculinización’ de los territorios en la que se reconfiguran los espacios de vida comunitarios alrededor de los deseos y valores de una masculinidad hegemónica. Recrudece en consecuencia la violencia patriarcal, y crecen las desigualdades de género. Esto se expresa, entre otros modos, en el aumento de las tareas de cuidado que realizan las mujeres, en el incremento de la violencia psicológica, física, económica, sexual, de quienes se creen con derechos de propiedad sobre las vidas y los cuerpos de las mujeres; en el incremento de la explotación sexual de las mujeres, trans, travestis, niñas, niñes –coincidiendo en muchos casos las rutas de los megaproyectos extractivistas con las rutas de la trata de personas–; la pérdida de la autonomía, el deterioro de la salud física y emocional; la pérdida de posibilidades de una alimentación saludable; los ataques a la identidad cultural y el desprecio por los saberes ancestrales de las mujeres.
El deseo
Nuestros cuerpos están celebrando la vida, aunque tengamos heridas y dolores en la piel y el corazón. A pesar de los golpes y las violencias que sufrimos, creemos que el motor de las revoluciones que protagonizamos es el amor y el deseo de cambiarlo todo.
Cuando pareciera que nos corrieron de la pantalla, ahí estamos. Después de siglos de considerarnos invisibles, nos manejamos en la invisibilidad con una libertad que los poderosos no conocen. Las feministas plurinacionales cultivamos la esperanza, el placer, alimentamos los sueños, y sabemos ser felices en las luchas en las que nos encontramos. La rebeldía, la autonomía, la libertad, están en nuestro ADN.
Estamos en el camino, dibujamos los horizontes, y sabemos amar. Nuestra revolución deslumbra, en todas las fases de la luna.
1 “¿A Qué Precio?”, 24 de julio de 2018. Disponible en: https://www.globalwitness. org/en/campaigns/ environmental-activists/a-qu%C3%A9-precio/
2 Feministas de Abya Yala. “Sentencia del Tribunal Ético Feminista. Juicio a la Justicia patriarcal”, 6 de julio de 2018. Disponible en: http://www.biodiversidadla.org/ Documentos/Sentencia_del_Tribunal_ Etico_Feminista._Juicio_a_la_Justicia_Patriarcal.
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