Soy pésima crítica y reseñista. Soy de las que al cerrar un libro se queda con las sensaciones, con las imágenes, con los escalofríos recorridos cuando una frase me deja en jaque, y con lo que me hace sentir representada en algún recoveco de las personajes. Nada más. A veces hasta olvido los nombres de los que aparecen en sus páginas. Pero en este caso, con la más reciente entrega de la escritora Arelis Uribe, Las Heridas (Emece, 2020), me sentí movilizada a escribir algo que fuera. Una cosa poca.
Sobre la muerte, el amor y la vida, sobre el pasado y la experiencia escribe la autora de Quiltras (Los libros de la mujer rota, 2016), que en clave crónica recorre pasajes íntimos de su biografía, la de una mujer de un poco más de treinta años, nacida en el Chile de finales de la dictadura, que recibió una educación mediocre y que tuvo un largo peregrinaje domiciliario en un país donde la vivienda no es un derecho.
Con transparencia y ternura, Arelis narra los alrededores de la muerte de su padre, entretejidos con pasajes de infancia y adolescencia; la enfermedad, la madre, los amores, van abriendo a su paso algunas heridas, dolores, secretos familiares (omisiones, tal vez), esos mismos que todos tenemos por ahí rondando.
¿Cómo recordar la muerte? Esa es una de las preguntas con que punza cada tanto esta lectura. Sabemos que hay muchas formas, incluyendo el olvido -o al menos el querer olvidar-, y sin embargo, lo irremediable de la pérdida que conjura este estado -la única certeza, que le dicen- es sin duda algo ineludible. En este caso, la autora decide narrar la decisión de enfrentar y vivir a fondo el duelo. A través de ese arrojo a las sensaciones materiales del dolor aparecen secuelas: la melancolía, el desconsuelo, y como le sucede a ella, buscar algunas herencias y legados para hacer vivir dentro de uno lo que ya no está. Sea el padre o los aprendizajes que nos van dejando quienes se cruzan en nuestro camino.
Los antepasados y sus cargas forman parte de este paisaje compartido por la autora, recovecos que sin problemas podrían identificar a toda una generación de la ficcionada clase media, que a uñas y dientes se arrima a la delgada línea de la pobreza; evocando a su paso tristezas antiguas que todos portamos, cada cual con sus versiones y modulaciones. Entre ellas están los miedos de una generación que atraviesa y aún transita por el amor romántico, la universidad como destino deseado y las afectaciones de la desigualdad, y con ello el reconocimiento y legitimación de la rabia. Por esto último, en este nuevo libro de Arelis Uribe, otra vez la clase prepondera como dimensión, pero es ese mismo sacrificio el que forja, el que potencia la vitalidad de la autora, la misma que en estas 110 páginas ilumina con resistencia y lucha por la sobrevivencia y la voluntad de escribir.
Intentos como éste que perfila Las Heridas entusiasman la proliferación de la escritura autobiográfica, intensifican las llamas de la memoria. Su lectura nos interpela a recordar, a dejarse arrastrar por cierta estetización y subjetivación que posibilita la literatura como lugar de disputa de sentidos. El de Arelis Uribe es un camino de oportunidades para erigir diferentes experiencias por medio de la reflexión en torno a temas tan monumentales como el amor, la muerte, las herencias (girones del pasado que nos explican el presente, ¿o son autoexplicaciones que extraemos de nuestros antepasados?).
¿Pensamos alguna vez narrar eso que nos encendía las mejillas?, ¿eso que pensamos ocultar para siempre? Este libro personal pero, al mismo tiempo, profundamente generacional por ese Chile que describe, puede desinhibir esos mismos tapujos. Es por ello que “Las Heridas” es una exposición, una disposición, una versión necesaria.
¿Cómo se leerá en el futuro esta literatura, me pregunto, aun con el libro zumbando? Ojalá estas escenas nos interpelen para escribir tomos y tomos de grandes enciclopedias de la experiencia, pero a punta de pequeños relatos, de fanzines, de pedazos.
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