¿Qué tienen en común Marcel Duchamp, Ana Mendieta y el caso de Martín Pradenas?[1] ¿Qué invisibles hilos conectan el ingreso de una joven estudiante a la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile y la irrupción de las mujeres en espacios como el museo o el parlamento? ¿Y qué ha ocurrido con la presencia femenina en áreas supuestamente más receptivas como las artes o la literatura? ¿Por qué la noción de autoría continúa atada al mito de la genialidad? ¿Y por qué el genio sigue siendo arquetípicamente masculino?
La artista visual y académica Paula Arrieta Gutiérrez formula estas y otras preguntas en un ensayo a la vez profundo y vertiginoso, que interroga el origen y el derrotero de conceptos tan centrales como la autoría desde ángulos inesperados y profundamente contemporáneos. A partir de un impecable trabajo de investigación, que rescata los murmullos, misivas, silencios y disputas en torno a quién fue el autor –o la autora— del gesto de introducir en 1917 un urinal como obra de arte en la Sociedad de Artistas Independientes, Arrieta se mueve con agudeza entre las artes plásticas y el derecho, la literatura y la propia vida, tomando como herramientas la historia del arte, la teoría feminista, la crítica cultural y la experiencia autobiográfica.
La vigencia y urgencia de este ensayo radica, por un lado, en la imprescindible interrogación de mitos que repetimos acríticamente tanto en el plano público como el privado. Mitos que pasan de boca en boca, de libro en libro, de cita en cita, y que conforman, generación tras generación, el material con el que se urde el persistente relato patriarcal. Mitos que dan forma a dicotomías jerárquicas, como planteó la escritora francesa Hélène Cixous, donde el lado valioso está integrado por características supuestamente masculinas y el lado descartable por aquello supuestamente femenino, y que continúan reproduciéndose consciente o inconscientemente en la educación, en el lenguaje y en diversas producciones culturales.
Ya en los años sesenta la escritora y teórica feminista Luce Irigaray advertía que la mitología que subyace al patriarcado no había sufrido cambio alguno, y es precisamente la necesidad de horadar esa mitología, de desvelar sus modos de funcionamiento y de perpetuación, lo que mueve a la autora de este libro.[2] “El mito”, nos dice Arrieta Gutiérrez, “necesita relatos que lo apuntalen y que den coherencia a una idea de ese mundo donde el genio habita, y un público cautivo dispuesto a demostrar lo ciega de su fe”. Y es precisamente esa ceguera causada por la insistente exposición a las mismas imágenes y relatos –imágenes que prescriben roles apropiados e inapropiados para hombres y mujeres y que encandilan al punto de impedir ver otro horizonte posible— lo que la autora escudriña con insistencia hasta discernir qué formas y colores asoman más allá de esa ceguera.
¿Fue Marcel Duchamp realmente un genio creador? ¿Qué lo definiría como un genio? Y, más importante aún, ¿por qué caemos en la trampa de formular una pregunta cuya premisa da por hecho la existencia de la categoría del “genio”? ¿Qué ocurriría si el célebre urinal no hubiese sido obra de Duchamp sino de la baronesa Elsa von Freytag-Loreinghoven, como sugiere más de una señal? ¿Sería ella una genia? ¿Tendríamos otra noción del arte contemporáneo? ¿Hubiese tenido esta obra una resonancia similar?
El problema de decir “yo”, de firmar, de aparecer como autora de una obra de arte, de un libro o de un invento, ha estado desde sus orígenes entrelazado con la historia del feminismo y, por lo tanto, con una historia de transgresión. Subrayo la transgresión porque la figura del autor, la del genio-creador que aparece sin contexto y sin historia, hunde sus raíces en una noción que invisibiliza privilegios sociales y económicos para presentarse como algo puro, excepcional e inalcanzable, y que exigió a las escritoras y artistas una serie de torsiones –o “tretas del débil”, en palabras de la intelectual argentina Josefina Ludmer— para constituir sus autorías y nombrar sus obras como propias. Paula Arrieta retoma este conflicto y las preguntas formuladas por la teórica del arte Linda Nochlin y vuelve a mirar, es decir, a releer, el caso de Duchamp para interrogar desde el presente nada menos que su autoría, en un gesto que replica el ejecutado infinitas veces respecto de mujeres creadoras, pero que esta vez arroja luces inesperadas sobre las reacciones ante un despojo y ante el otro.
Este gesto de interrogación, provocador para quienes hayan sacralizado a Duchamp o su obra, pero sumamente elocuente tanto por su verosimilitud como por los paralelos que es posible trazar con los cuestionamientos a la autoría femenina, es el nudo del ensayo de Arrieta. “Para que el genio sea extraordinario pero a la vez creíble”, plantea, “debe entrar en un sistema de correspondencias históricas, culturales, sociales y políticas que aseguren su condición de verdad, eso que hace mucho más creíble la autoría de una hazaña por parte de un hombre que de una mujer”. Este punto, central en el libro, es clave para examinar conceptos como el “Gran Hombre”, tan preeminente en las artes, pero también para analizar las estrategias jurídicas empleadas durante el juicio contra un violador y donde, curiosamente, su defensa recurrió a argumentos también arraigados en esa idea. Así, mientras la autora de este libro cuestiona la autoría artística de Duchamp, reafirma la autoría criminal de Pradenas y revela cómo en ambos casos opera el argumento “ad hominem”, en un paralelo con consecuencias fascinantes para una y otra disciplina.
“Releer es la labor feminista por excelencia”, advierte la poeta y ensayista Adrienne Rich.[3] Una relectura que no solamente está abocada al redescubrimiento de autorías y obras creadas por mujeres y silenciadas durante siglos, y que permite horadar el mito del masculino autor y del aún más masculino genio. También, como demuestra Si muere Duchamp, la relectura cumple el rol de desvelar las tramas del poder que subyacen a algunos mitos fundacionales sobre los que se erigen ciertas disciplinas. Cómo se construye un mito, a través de qué hitos y qué ritos, por medio de qué reiteraciones y gestos, de qué afirmaciones y negaciones, es decir, cómo se urde, rumor tras rumor, repetición tras repetición, la mitología del patriarcado y, sobre todo, cómo podemos desmontar esa mitología que continua construyéndose con terrible persistencia desde la infancia hasta la tumba, son las preguntas que Arrieta blande con maestría para dejarnos, como todo buen ensayo, con más reflexiones que respuestas clausuradas. Reflexiones que cuestionan la centralidad de la idea del “hombre excepcional”, del hombre como medida de lo humano, del hombre como “uno” y la mujer como “otro”, y que se abren, a su vez, a la experiencia específica de la propia autora.
Y es que el componente autobiográfico que también protagoniza este ensayo es fundamental. Se trata de un yo que arroja luces sobre el propio lugar de enunciación y que, a diferencia de tantos ensayos y textos académicos, elude abiertamente ese “nosotros” que busca ungirse de autoridad masculina y plural. Un yo que permite el surgimiento de una subjetividad particular para narrar episodios singulares y, sin embargo, universalmente compartidos y que apuntan a cómo el sujeto femenino es reiteradamente devuelto a su lugar cada vez que osa ingresar a espacios reservados a lo masculino. Es el papel que tuvieron y siguen teniendo ritos de paso como la elección de reina en una universidad o el rol de demarcación masculina que juegan rituales como la batalla del puente, en Pío Nono, donde sujetos violentos, patriarcales, reafirman su poderío sobre el espacio público y sobre el cuerpo femenino. En este texto, Paula Arrieta Gutiérrez deja entrever la importancia argumentativa de permitir la emergencia del yo en textos de corte feminista, no solo porque así también se horada la autoría supuestamente neutral de un “nosotros” y se sigue urdiendo la feminidad en la autoría, sino porque además sirve de espejo para desvelar en nuestra propia biografía todos esos otros ritos que indicaron dónde debíamos ir y dónde no.
Si muere Duchamp abre, en esa línea, con una anécdota personal. Una clase del Magíster en Artes Visuales de la Universidad de Chile, donde se les pidió a lxs estudiantes revelar cinco referentes de su propio proceso creativo. Uno de los compañeros de Paula mencionó entonces a Duchamp, pero más llamativo aún es que la autora haya olvidado sus propias citas. “¿Juan Luis Martínez, tal vez?”, se pregunta a sí misma, y yo me quedo, para concluir este prólogo, con ese posible olvido y esa pregunta. Una interrogante que hace temblar los propios referentes, que los relega y los cuestiona para así emprender la búsqueda de otros. Un olvido elocuente, decidor, donde la autora se otorga a sí misma la libertad de explorar y reinterpretar su propia historia, indicándonos un posible camino para construir otro relato, otra forma de ver el mundo y sus múltiples y porosas disciplinas, otra manera de habitar las artes y sus modos de interpretación, un lugar otro, incómodo, radicalmente impuro, muy lejos del encandilamiento de la ciega fe patriarcal.
Alia Trabucco Zerán
Diciembre de 2020
[1] Martín Pradenas fue acusado de violar y abusar sexualmente de Antonia Barra, una joven de 21 años que posteriormente se suicidó, en octubre de 2019. Luego de que se conociera el suicidio de Barra, Pradenas fue formalizado por otros cinco delitos de abuso sexual y violación. Se trata de un caso que conmocionó a Chile en plena pandemia, durante el 2020.
[2] Luce Irigaray, “The Bodily Encounter with the Mother”, en The Irigaray Reader, Margaret Whitford (ed.). Cambridge: Blackwell, 1991 , p. 37.
[3] Adrienne Rich, “When We Dead Awaken: Writing as Re-Vision”, College English 34, nº1 (oct. 1972), p. 18.
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