En el año 2017, la Revista Médica de Chile, indexada en SciELO, publicó un artículo del médico Carlos Osorio, académico del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Chile, titulado “Homenaje a los maestros Cora Mayers y Alfredo Demaría”. En dicho texto, el autor hace una reseña de las destacadas carreras de ambos en la salud pública y en la Facultad de Medicina de la misma universidad, en las décadas de 1920 y 1930. Incluye allí fotografías de cada uno de ellos e insta a sus lectores a recordar y valorar a estos destacados profesionales, injustamente olvidados por las generaciones siguientes.
Al final del artículo, el señor Osorio se refiere a lo que califica como “la tragedia”. El día 12 de enero de 1931, Alfredo Demaría asesinó a Cora Mayers de dos tiros, para luego suicidarse de un tercer disparo. Carlos Osorio, al parecer, no juzgó que este hecho fuese un obstáculo para rendirles este homenaje compartido, y así poner a ambos en el mismo sitial de ejemplo para las futuras generaciones. En los párrafos de cierre, nos da algunas pistas de su decisión:
“Dos jóvenes maestros brillantes de nuestra Facultad de Medicina vieron truncadas sus vidas en ese aciago día de enero de 1931. Los motivos de la tragedia se esfumaron junto a ellos y no hay razón para escarbar allí. Sin embargo, la brevedad de su brillante paso por la vida y el profundo olvido que los ha afectado desde entonces, debiera conmovernos e incentivarnos a recuperar su memoria así como la memoria de tantos otros que han sido ignorados por nuestra historia. Ellos contribuyeron a ser lo que hoy somos y ojalá las nuevas generaciones se entusiasmen en investigar nuestras raíces para entender mejor nuestro presente y poder así crear un mejor futuro. De todo tipo de hechos, incluso los más terribles, es posible extraer enseñanzas que sean capaces de iluminar y guiar nuestras vidas” (el subrayado es mío).
Leo y releo el texto y las preguntas se me agolpan. ¿Cómo se puede considerar que un médico que asesinó a una colega, pueda ser un ejemplo para futuras generaciones? ¿A quién le parece correcto que un femicida y su víctima pueden tener un homenaje juntos? ¿Y por qué el comité editorial de una revista científica aprobó la publicación de este texto, y en el año 2017? ¿Ninguno de sus evaluadores cuestionó su contenido o su enfoque? Cora Mayers y Alfredo Demaría no “vieron truncadas sus vidas”, me digo; no murieron ni en un accidente ni de una enfermedad fatal. Alfredo Demaría se suicidó, después de matar a Cora Mayers.
Marguerite Yourcenar, en Alexis o el tratado del inútil combate, escribió que es más fácil indignarse que pensar. Me indigno, pues, me indigno profunda y sinceramente, pero trato de pensar. Leo, entonces, la poca información que encuentro sobre Cora Mayers, porque quiero saber de Cora, quiero tratar de imaginar quién fue. Descubro que nació en 1895 y que fue una de las primeras mujeres en titularse de médico en este país, en 1917, con la tesis “Algunas consideraciones sobre puericultura ante-natal”. Su carrera y dedicación a la salud pública, especialmente a la de mujeres y niños, fue impresionante. Tras titularse, viajó y siguió formándose en pediatría y puericultura en Francia, Alemania e Inglaterra. Se publicaron dos trabajos suyos: La mujer defensora de la Raza (1925) y La puericultura al alcance de todos (1933). Fundó la Escuela de Enfermería y el Departamento de Educación Sanitaria de la Universidad de Chile, apoyó decididamente la creación de plazas para niños en los espacios urbanos, y dedicó parte importante de su trabajo a la defensa y el cuidado de las mujeres proletarias. A los treinta y seis años, cuando fue asesinada, era la directora de esa Escuela de Enfermería. La escritora Marta Brunet dijo sobre ella, en una elegía de 1935, cuando Cora hubiese cumplido cuarenta años:
“Fuerte. Decidida. Con una clara sonrisa abierta como pórtico al sol y por ahí adentrándose hasta su corazón la humanidad que bien amara y que bien la amara. (…) su angustia era la madre proletaria, sin defensa para hacer del hijo y de ella misma, una cifra efectiva de la colectividad. Infatigablemente se daba a la extensión de la higiene y la puericultura entre las clases obreras. Enseñar. Enseñar. Enseñar. Y, al propio tiempo, ir inculcándole a la mujer de más rica inteligencia, su deber de ayuda a la hermana presa en ignorantismos, una aupando a la otra, para quedar en ese plano de dignidad y salud común a todas”
Marta Brunet, Alrededor de una mujer, Revista Ecrán, 1 de octubre de 1935.
Me detengo en algunas palabras y frases del texto de Brunet: fuerte, decidida, “una aupando a la otra”. Al parecer, Cora Mayers creía en lo que hoy llamamos sororidad; mujeres apoyando a otras mujeres, mujeres como hermanas, mujeres luchando juntas por una dignidad compartida. En Wikipedia, de autoría anónima, se dice:
Se considera que la Dra. Mayers tuvo el mérito de considerar a las enfermeras como asistentes esenciales en la atención en salud, y no como empleadas al servicio de los médicos; que debían extender sus prestaciones en todas las ramas asistenciales. Por este reconocimiento, consiguió que la Universidad de Chile fusionara su ya existente Escuela de Enfermeras con la Escuela de Enfermeras Sanitarias y se creara así la Escuela de Enfermería de la Universidad de Chile en 1930. En reconocimiento a su trabajo, la Dra. Mayers fue denominada como la primera directora de la escuela y se mantuvo en el cargo hasta su muerte en enero de 1931. (El destacado es mío).
Algo se confirma, en esas huellas, en los reconocimientos que alcanzó a recibir en vida y tras su muerte: una mujer inteligente, independiente, con iniciativa y capacidad de liderazgo. Una mujer que cruzó umbrales –los físicos y los intelectuales– que pocas veces se abrían para una mujer: los de la formación universitaria y de posgrado, de la pedagogía y el apoyo a otras mujeres, a las madres y a las compañeras de trabajo. Una mujer que, de hecho, vivió y trabajó fuera de los papeles tradicionales de las mujeres, y que le dio un giro activista, por llamarlo de alguna manera, al rol materno, como lo dice Marta Brunet en su elegía: “la atrajo el niño, no el impuesto por el instinto de una maternidad consciente o inconsciente y a cuyo mandato la mujer se inclina. La atrajo el niño del mundo, la criatura que bajo todas las latitudes es lo más patético por ser lo más inerme”.
Esa fue la mujer asesinada en enero de 1931, por el hombre con el cual, según algunos datos sueltos, mantuvo una “tormentosa relación amorosa”, como también afirma –y también califica de tragedia—el historiador Fabio Moraga en un artículo del año 2005, que además confunde nombres y datos (el apellido de Cora está mal escrito y fija el asesinato en 1928) 1.
Y el término vuelve a rondarme: la tragedia, murmuro en voz baja. Un término de origen griego, un género literario y dramatúrgico en sí mismo, que se caracteriza por presentar historias donde los personajes están condenados por un sino fatal, fatum, o por una falla profunda, la hamartia, de los cuales no pueden escapar. El ejemplo más conocido es Edipo Rey, de Sófocles, en que el protagonista está condenado a matar a su padre y casarse con su madre, y aunque trate de huir de ese destino, igualmente se cumple. ¿Pensaba Carlos Osorio en Sófocles, cuando decidió poner a una víctima de femicidio y a su asesino en el mismo status, y homenajearlos sobre el mismo pedestal? Probablemente no, pero algo hay, en ese lugar. Existe un vínculo. “Los motivos de la tragedia se esfumaron junto a ellos y no vale la pena escarbar allí’, escribe Osorio, y al ocultar, revela: al interior de sus palabras y sus juicios, sobrevive el antiguo mal de macho2, según la definición de la historiadora Alejandra Araya: la comprensión de la masculinidad como un derecho de propiedad y, por lo tanto, de derecho a decidir sobre el mundo y la realidad, lo cual incluye a las mujeres. En el caso de un hombre asesinando a una amante o ex amante, no es necesario discutir, no es necesario siquiera saber qué pasó. Para qué. Ya sabemos qué pasó: los hombres pierden-la-cabeza, cuando una mujer que ha sido suya, no se comporta como tal. Ocurre. Basta con eso para borrar la palabra femicidio y reemplazarla por tragedia, y así, dado que fue una víctima de sí mismo y de su naturaleza masculina, Demaría puede ser redimido. Su fotografía y sus buenas obras pueden acompañar a la fotografía y las buenas obras de la mujer que asesinó.
Me pregunto, para terminar estas palabras, si habrá algo peor que una profesional, humanista y activista como Cora Mayers haya sido asesinada y olvidada, porque el único verdadero homenaje público que logro encontrar, es una calle en la comuna de Las Condes, de una sola cuadra, que lleva su nombre. Y me respondo que sí, hay algo peor. En publicaciones de este siglo, la supuesta pasión masculina que provoca tragedias que, como tales, no se podían evitar, sigue siendo usada para invisibilizar el mal de macho, para disculpar a un femicida y para insultar y escarnecer, una vez más, a su víctima.
* Agradezco a la académica Natalia Cisterna, el conocer este texto de Brunet, y el saber de Cora Mayers.
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Notas:
- Fabio Moraga, “La Federación de Estudiantes, semillero de líderes de la nación”, Anales de la Universidad de Chile, 6º serie, num 17, diciembre de 2005, p. 160.
- Dice Alejandra Araya: “[llamo] mal de macho, a una forma de comprender el lugar de un hombre en el mundo como su propiedad, siendo propiedad de ellos las mujeres y su poder el hacerlas visibles o invisibles. Esto no ha cambiado, el feminicidio podría ser el hilo conductor de una historia de Chile desde otro lugar, desde una racionalidad y una forma de conocer otra”, en Alejandra Araya, “Historiadoras. Una escritura encadenada”, p. 37.