Las balizas navideñas llevan ya varias horas buscando escribirse con la forma de una piedra sin cototos remotos desde donde beberse ante esta noche sin futuro de compra y venta plausible a una oración alentada bajo el mar automovilístico que corre desaforado como sin corazón por el horario de toque de queda transitado entre los vidrios polaroid sincronizados al ser digeridos en una palmada intrauterina de las piscinas de signos insomnes e inaudibles de reduzca la velocidad y de que el Cajón del Maipo es un proyectil en la curvatura cordillerana ocultada entre la sombra y el bruxismo de la luna cubierta de aquel cielito led sin estrellas reconocibles por la obra y gracia de un conserje cobrizo traslucido en los capots oxidados de los fuegos artificiales llenos de canto narcótico desde Casas Viejas notifican que ha llegado lo que todos buscan para deshacerse del día y de la mañana cuando los árboles solo son protuberancias azules marinas en contraste y declaración con las costuras del alambrado público señalando que el cerro la Ballena está tan lejos como una cerca de púas que grafitea la fachada del complejo residencial de funcionarios de Aguas Andinas que duermen sin problemas ante el asedio de ruedas que parecen peces si se cierran los ojos para escuchar la electricidad de los caballos de fuerza babeados como marejadas metálicas a más de 100 kilómetros por hora entre segundos camuflados como pacificas perlas imaginadas sobre los recuerdos del tajo de un Puente Alto teñido de escombros y de miguelitos sin conexión a güaifai si es que no se paga el plan para mantener las hormigas de las manos sumergidos en los celulares degenerados entre tanto tira y afloja por la constancia del pulgar buscando memes invisibles que contengan el correlato del día a día sobre gatitos desmembrados y tirados al mata en las fotografías del estado de la cuneta transformada en emergencia sanitaria tras el contagio en masa de los ruts sobre-excelizados y de establecidos candidatos para el corte del suministro de cloro por la política de las reservas naturales depravadas por los incendios de la inmobiliaria Aconcagua que despliegan sus condominios humanos entre los datos y entre la intemperie urbana deshojada como vómitos de perros callejeros intoxicados por el agua tornasol dejada al frío por la falla mecánica de un vehículo sin pasajeros con destino aparente entre las columnas llenas de puertas y rejas con arritmia por la falta de oxígeno en la sangre por tanta coca-cola sin gas respirable por los filtros de Instagram que tan solo oscurecen el vulcanizado rostro de una planta a medio secar por el sol que ahora es ausente de toda serotonina ante esta carretera que si la miramos bien parece morgue de asfixia y de práctica matutina para el horario de deportes dado para ciclistas equipados con fibras de carbono y una dieta rica en manzanas de adán que al masticarse le entregan al paisaje agujeros difuminados en turismo por el sonido sin contornos edificables en el plastificado cemento de los envases del progreso retrayendo las sobremesas del que vamos hacer con tanta plata si es que la cosa no cambia para mejor de la población a la cual pertenecemos como moscas sin alimento perecible de arena liquidable y de inutilidad para la empresa gubernamental que nos dejó en la calle de nuestros pies que oyen las casi pocas y nadas cositas que dejamos ir por el desagüe informativo que no nos permite saber el nombre de los problemas causados por la ligustrinas del control policial señalizado a doscientos metros más arriba de donde estamos parados esperando la micro y el macro desplazamiento para ir trabajar como riachuelos de deudas zanjadas de autosatisfacción tras ver el partido del fin de semana por el canal del futbol entre dos clásicos rivales encontrados como un par de ojos amortajados por la ruta desposeída de piedras que otorguen el derecho al deseo de ser lanzados al estanque como cohecho de helicópteros y así ser decantados de lo sólido de lo liquido. Se recuerda el sarro del hervidor llenado día a día con agua de la llave. Ya no queda nada salívable en la bocanada de la ex Av. La Florida, hoy por hoy Av. Fray Camilo Henríquez.
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