Imagen principal: ilustración de Francisco Olea
Las representaciones estéticas siempre están acompañadas de una ética, de un corazón político que ilumina las decisiones artísticas, y –también- las maneras de su gestión y circulación. Más allá de cualquier consideración formal (la excelencia o no artística aislada de su contexto), lo que está ocurriendo con el cortometraje Bestia, es un asunto estético, ético y político profundo. Un primer elemento que emerge es la pregunta sobre los modos y recursos con los que representamos la violencia política del Estado en Chile. Aventurándonos a una tesis, quizás apresurada, pareciera ser que hace ya un par de años, el modo de representar la dictadura cívico militar se desplazó de la imagen de la desaparición a la construcción de la figura del monstruo, del torturador/a bestia, no humano.
Cuando son monstruos lxs que torturan, se localiza el horror en la acción individual, en el exceso de poder, de fuerza, de maldad de alguien que escapa de lo humano. Pareciera que eso que duele imaginar es solo posible representar fuera de los límites de la humanidad, en la bestia, en el monstruo, y así, de alguna manera, nos cabe en la razón y el corazón.
El problema es que los dispositivos de tortura y quienes los administran son profundamente humanos. Al individualizar, patologizar, deshumanizar al torturador/a, se le quita la responsabilidad política a él y al Estado; la figura de la víctima se amplifica y su posibilidad de agenciarse como sobreviviente se disminuye ante la figura no humana y casi mítica de la bestia-monstruo. Esta cuestión le hace un flaco favor a las sobrevivientes y a las ideas revolucionarias que sostuvieron esos cuerpos que resistieron y se revelaron a la dictadura.
Ya lo advertía Hannah Arendt: el horror de la violencia política radica en la banalidad del mal, cuando el exterminio, la tortura, se ejecuta como un procedimiento burocrático más, cuando el torturador/a es un funcionario público. Esto lo observó Arendt en el juicio del nazi Adolf Eichmann, quien era un funcionario del horror, un agente de la política del estado nazi, y no un monstruo, no un loco, no un psicópata, no una bestia. Pues bien, lxs agentes del centro de tortura y exterminio Venda Sexy, incluida Ingrid Olderöck, cumplían horario de oficina, y eran perfectos burócratas de la barbarie, obedeciendo una política de Estado y no a patologías individuales. La figura de Olderöck se nos presenta abyecta por su cuerpo, por ser mujer masculina (misoginia implícita), y por su implacable estrategia de crear y participar en dispositivos de tortura. Una mujer-hombre que tuvo que dar lecciones de virilidad violenta para ser aceptada y admirada por los demás varones burócratas del horror.
Pareciera entonces que la figura de Olderöck encandila por su abyección, seduce estéticamente. Bestia es eso, nada más ni nada menos que la figura de la Bestia. Una historia siniestra centrada en un personaje abyecto no situado, que puede ser de aquí o de allá, de épocas pasadas, presentes o futuras, y por supuesto sin responsabilidad política de Estado. Cuestión que deja sin representación de los cuerpos que fueron sometidos a la bestialidad, cuerpos que cargaban una utopía de mundo. Para varias sobrevivientes, sin duda (lo sé), es volver a re victimizar. Tensión punzante entre a estética y la política.
Una segunda cuestión es la manipulación mediática, que no solo ha reforzado la despolitización del dolor sino que vuelve a violentar.
El día que presentaron el cortometraje en televisión abierta, los comentarios de periodistas no aludieron a la violencia política sexual perpetrada por el Estado ni a quienes fueron victimizadxs y sobrevieron a esta violencia. Todo se centró en la magnificencia de la producción del cortometraje, en adjetivos de excelencia, y en lo que para la industria del cine chileno significa una nominación al Oscar. Se produce un nuevo silenciamiento, esta vez, por el exceso de exposición.
Pero no solo eso. Una muñeca Bestia –seguramente de las utilizadas para la filmación de esta animación- circuló por el espacio próximo y entre los protagonistas del espectáculo televisivo y del sistema de producción que son los Oscar; incluso, el dispositivo Bestia –en formato muñeca- fue fotografiado a modo de apoyo/marketing/validación, con lo más alto de la industria del cine mundial. Una imagen que convierte en heroína al monstruo, que causa dolor, que remueve heridas, y provoca malestar. Directores reconocidos del cine mundial, posando con una muñeca de Ingrid Olderöck, como un suvenir, como un muñequito, un personaje contenible en sus manos. Excesos de bestias, ausencia de justicia. Exceso de estética, ausencia de ética. En definitiva, una curiosa operación de borramiento: hacer desaparecer por exceso de presencia.
Pero como siempre, las sobrevivientes, las feministas, las amigas, las compañeras, insistirán en señalar, gritar y condenar la violencia política sexual que se ejerció en el ex centro de tortura y exterminio Venda Sexy, y en todos los rincones del mundo. Ayer, hoy y mañana.
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