Texto preparado para el encuentro Archivos del Común IV Futuros de ficción-ficciones de archivo, organizado por el Museo Reina Sofía de Madrid, octubre de 2021.
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Imaginar
“La ficción es la ceniza que cae de un pucho”, decía hace poco María Negroni, en una conversación con el también escritor Eduardo Halfon, a propósito de la escritura de autoficción. Hay que quemar la vida para que llegue la escritura, la ficción es proyección y huella. Sobre esto nosotras decimos: el archivo es una huella, la marca de la fricción sobre el papel, el roce de un cuerpo sobre la arena, la impresión del peso que un objeto deja en la madera después de posarse en ella por mucho tiempo. Una huella es la reacción condicionada que nos afecta ante un recuerdo, una sensación conocida, una posibilidad para ser quien somos en lo trazado por otras y otros. Los archivos, en consecuencia, disputan la huella para que existamos, son restos de un pasado que hemos descubierto diverso, pero que se ha resistido a presentar sus múltiples posibilidades. Es un pasado que ha sido raptado, pero que a través de sus rastros podemos imaginar, podemos ficcionar para alcanzar otras posibilidades de futuro. Guille Aguirre, director de la compañía teatral Colectivo Zoológico nos mencionó en una entrevista lo siguiente: “En el mundo andino, se dice que el pasado está adelante y el futuro está detrás. Se camina hacia el pasado empujado por el futuro que no podemos ver”.
Nosotras decimos: archivamos como un hacer con, como un estar siendo, para encontrar posibilidades de ser en la ficción de archivarse. En ese camino, estamos siempre buscando. El archivo para nosotras es verbo, es acción, es llenar espacios de silencios, es excavar, documentar, mediar, invocar, hacer talleres, entrevistas, encuentros, crear exposiciones, publicaciones, videos y contenidos. Apostamos a que lo más significativo es que los archivos se activan al relacionarse con las artes y viceversa. Los documentos parecen estar en estado de latencia en los archivos hasta que unes investigadores o creadores les permiten ponerse en contacto con la memoria nuevamente, transmitiendo narrativas a otras generaciones y comunidades, complejizando la historia oficial y su hegemonía con diversas voces e imaginarios. Los archivos además de documentos son silencios. Y en los silencios de la representación está la posibilidad de imaginar, de invocar, de crear.
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Arder: lo común, lo impropio
ARDE, así decidimos nombrar al colectivo de personas que conformamos. Hoy somos Constanza Alvarado Orellana, Javiera Brignardello Cornejo, Katharina Eitner Montgomery, Pía Gutiérrez Díaz y Fabiola Neira Rodríguez, Jordi Casanueva David y Felipe Álvarez Burgos. Todas de diferentes oficios. Pero hemos sido otres y esperamos ser más y distintes. Como constante, optamos por un trabajo en red con las y los artistas, con las comunidades que reclaman acervos culturales; y hemos armado un camino de experiencias para encontrar estrategias que nos permitan distribuir el poder archontiko: trabajar con voluntaries y pasantes, enseñar a archivar, aprender de otras, hacer llamados públicos para colecciones. Buscamos los medios para arder.
“La imagen arde en la destrucción, en el fuego que casi la carboniza, del cual sin embargo emergió y al cual ahora puede hacer imaginable. Arde en el fulgor, es decir, en la posibilidad visual que se abrió a partir de su misma extinción. Finalmente, la imagen arde de memoria, es decir, flamea aún incluso cuando ya es ceniza” (Georges Didi-Huberman, El archivo arde).
Las imágenes solo aparecen en la desaparición. Bajo esa creencia partimos trabajando con procesos creativos de las artes escénicas. Por definición nos enfrentamos a la imposibilidad de archivar el arte de la presencia. Entonces nos inventamos medios de archivar la ausencia de esa presencia.
Aprendimos de las artes escénicas que la presencia es una imposibilidad, entonces apuntamos a la construcción fantasmagórica. Sabemos, a propósito de fantasmas, que hay que pensar lo digital, las disputas territoriales, los derechos de uso y almacenaje. Es por eso que participamos de discusiones de políticas públicas, nos involucramos en el primer Catastro Nacional de Archivos en Chile; y queremos aprender, queremos discutir, por eso también estamos acá. Hemos presenciado en nuestro trabajo los oficios invisibles del trabajo escénico, y armamos vínculos, preguntamos sobre sus haceres y nos sumamos a asociaciones que disputan la visibilidad, como diseñadores y técniques, como productoras o teatros no profesionales, que exigen ser registrados, escuchados, mejor pagados, reconocidos.
ARDE nos convoca en eso que se quema, el fuego; nos convocamos e invocamos en la hoguera. Nos hacemos brujas y espiritistas, le pedimos al bien y al mal que nos permitan la sobrevivencia, hacemos trueques, colaboraciones, pedimos fondos, ponemos plata, pedimos favores. Ahora peleamos por una red de archivos escénicos y nos plegamos a las discusiones públicas exigiendo el soporte y la educación para que los documentos sobrevivan, pero también las prácticas que guardan y sus saberes, para que puedan usarse de formas que aún no imaginamos. A veces somos unas ladinas que van entre la institución y la autogestión expandiendo en colaboraciones mutuas la recolección de archivos. También nos cansamos, ahí han aparecido les otres, la urgencia, la contingencia, que nos sostiene y nos enseña las magias en que la pausa es también un aprendizaje. El espacio digital, hemos ido descubriendo, es también un lugar de cosecha, y no podemos hacer esto solas, y así hemos pasado por el apoyo de otras agrupaciones, de fundaciones, de programadores, artistas, amigues; y en las tretas del débil, creamos un sistema de almacenaje económico que usa S3 y Omeka, protocolos de resguardo y sistematización de datos con la esperanza de que los documentos almacenados en nuestra plataforma existan más allá de nuestras vidas.
En ARDE creemos que los archivos tienen un vínculo indiscutible con su territorio y con la comunidad, ambos ampliados y volátiles, que están siempre en construcción. Por eso apostamos a interpelar desde la llamada visión postcustodial de los archivos (Velios 2013) a los documentos. Afirmamos que no basta con archivar, sino con activar el archivo, dejarlo libre, invitar a reproducirlo en todos los formatos posibles, y transformarlo para que otres tengan el derecho a cuestionarlo. Queremos poner el archivo en diálogo con diversos usuaries y públicos, soltarlo y dejar que vengan otres a recoger la cosecha, a sembrar otras cosas.
En ARDE hemos evocado el fuego que nos mantiene, concebimos nuestra plataforma como ese espacio común, que también es impropio. El desafío de lo común radica en algo poroso, indefinible, que aparece en el encuentro. Ocurre cuando comemos juntes y compartimos ese momento vital del alimento, cuando hablamos desde nuestras diversas subjetividades y pensamos en conjunto, cuando tensionamos los afectos, cuando peleamos, cuando criamos. Lo común aparece en lo que hemos llamado la “catequesis de archivo”.
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La Transfiguración
“Lo que vive y se apaga/ lo que se extingue y deja huella/ huellas que la lluvia enciende en el silencio de tu cerebro/ cerebro que nace, crece y muere en el silencio/ silencio que las espigas mueven, calma que nuestras manos deberían cuidar./ Cuidar es una palabra que da miedo/ cuidar es una palabra que no entendemos” (Bruno Montaner, Mapas de Bolsillo).
Han venido las formas de transformarnos y de habitar el archivo y sus discusiones como la potencia que se transfigura, cambia y se pone en desacuerdo consigo misma. Somos muchas, distintas, y con intereses e historias distintas, entonces muchas veces asumimos proyectos diferentes. Empujamos juntas, y sin jerarquía, a veces dispersas. Levantamos colecciones históricas, como el de memorias del Teatro del Pueblo, grupo teatral del partido comunista a fines de los 60; y el archivo del primer diseñador escénico chileno Sergio Zapata en su ordenamiento físico, digitalización y puesta en línea, y una pronta exposición sobre este proceso en colaboración con la diseñadora Catalina Devia, quien también ha compartido en nuestras colecciones sus cuadernos de creación. Hemos trabajado en los procesos creativos de compañías chilenas contemporáneas en los que el archivo ha sido una metodología: Teatro Niño Proletario y Colectivo La Patogallina. También, hemos colaborado con investigaciones como el Núcleo de Investigación Vocal, archivando los materiales usados para sus producciones. Nos volcamos a los procesos creativos desplegados por niñes en las escuelas hospitalarias de Valdivia, en el sur de Chile. En esa diversidad, hemos podido hacer talleres, empezamos a hacer fanzines y boletines que distribuímos física y digitalmente. Cuando los cuerpos salieron a las calles en la revuelta, pudimos prestar nuestros saberes para plegarnos a la recopilación colectiva de una colección llamada “Cuerpo y protesta” que inauguramos a un año del estallido social en Chile, y que durante las manifestaciones acompañamos con talleres básicos para archivar en resistencia, que organizamos en colaboración con Viviana Pinochet.
Bajo la persecución de la huella, realizamos en medio de la pandemia, no sin cuestionamientos, la adaptación de un proyecto en que perseguimos lo que quedaba de los procesos creativos. Trabajamos con seis compañías teatrales y curamos en conjunto colecciones, creamos documentos, registramos conversaciones de Whatsapp, listas de Spotify, divagaciones, entrevistas. Digitalizamos juntes, buscando temas que a cada cuál nos interesaba, armando relatos, imaginando. Huellas de Creación nos llevó a las Sesiones Arde, que con el trabajo de la creadora audiovisual Katherine Luke se convirtieron en cápsulas de técnica, entrenamiento y dramaturgia disponibles en el archivo, en Youtube y hoy en el canal ArTV, para el uso público.
Hoy, al volver a estar presentes con otres, trabajamos en otras versiones de Huellas, una sobre mujeres creadoras en Chile, doce mujeres de diferentes generaciones que van de los 40 a los 80 años, y en un trabajo conjunto con La MAE, un colectivo de creadoras y archiveras de Costa Rica para mapear, por medio de los documentos, la colaboración artística durante el exilio chileno en ese país. Nos aventuramos sin saber los resultados, pensando más bien en preguntas, esperando que las huellas se impriman en soportes varios, diversos, multiplicables como han sido nuestros fanzines con las ilustraciones de Constanza Salazar y Francisco Espinoza, la reutilización de los documentos y de los canales con que contamos.
Nelly Richard dice «hacer revivir el pasado a los espectadores del futuro (…) dotar de energía el recuerdo, que entable una conversación con el presente disconforme”. El derecho a ser otres a cambiar, a revisar el documento, a reutilizarlo, a estar en desacuerdo. Lo común no es plano ni homogéneo, y confirmamos el derecho a disentir.
Nos interesan iniciativas que desafíen la mirada tradicional de los archivos pero que a la vez se apoyen en la archivística para sobrevivir. Nos preguntamos: ¿pueden los cuerpos y sus gestos, la naturaleza, las tradiciones orales transformar el archivo? ¿Cómo las prácticas digitales y los nuevos medios han explorado estos límites? ¿Cómo pueden los contra-archivos o anarchivos convertirse en espacios de resignificación y reparación? ¿Qué papel desempeña la imaginación en los espacios de resistencia contra los registros oficiales y las narrativas dominantes? ¿Cómo disputamos la presencia de los cuerpos, sus oficios y saberes por medio de los archivos? ¿Qué responsabilidad exigimos a las instituciones en estos procesos?
Exploramos posibles respuestas. Hacemos, preguntándonos con la creencia de que solo nuestros cuerpos, los documentos y los archivos vuelven a latir.
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