Los microscopios invertidos son una variación de los microscopios tradicionales donde la fuente de luz que iluminará lo que queremos ver proviene desde arriba del lugar donde se pone la muestra, a diferencia de los microscopios convencionales donde la luz viene desde abajo. Este tecnicismo sirve para explicar que este tipo de microscopio permite ver células vivas en la misma placa de cultivo donde crecen, a diferencia de los microscopios tradicionales donde las células o las muestras tienen que estar fijadas y procesadas, es decir, ya no están vivas. Esta ventaja de los microscopios invertidos nos permite monitorear las actividades de las células mientras viven y responden a estímulos, estudiar sus movimientos, cambios de forma y crecimiento. Mi trabajo siempre ha sido realizado con cultivos de células vivas a las que les genero modificaciones genéticas y agrego estímulos con el objetivo de entender los efectos que estos tratamientos tienen, cómo se reorganizan las arquitecturas moleculares dentro de la célula. Utilizar microscopios invertidos es fundamental para mi quehacer científico, pero nunca había reparado en la potencia metafórica de ese nombre: microscopio invertido.
Me he formado en el estudio de la biología celular de distintos modelos como cánceres metastásicos y células del sistema nervioso central llamadas astrocitos. Trabajo en un laboratorio de investigación en comunicación celular que se encuentra en una facultad de medicina. En ese lugar estudio vías de señalización, puzles moleculares que al activarse o inactivarse, explican los aumentos en la migración de las células. Al mismo tiempo, me he dedicado a realizar textos y acciones que destaquen la importancia que tiene la teoría feminista y de la disidencia sexual para despejar dudas entre biología y biologicismo. Mi trabajo se mueve entre las estructuras de la investigación en biomedicina y el mundo de las disidencias con el deseo de ampliar los marcos del conocimiento canónico y cruzarlos con otros saberes que no se generan en los laboratorios. Me interesa el tráfico y la superposición que existe entre estas dos realidades: la investigación científica y el activismo disidente sexual.
Pertenezco a un reducido grupo de personas que provienen de la clase trabajadora y que han logrado educarse gracias a los esfuerzos realizados para obtener algunas becas que nos permiten seguir en la Universidad. Este mundo me apasiona pero siempre he sentido una incomodidad con las jerarquías, la homogeneidad en los modos de vida y los privilegios de clase que existen en la academia y, para canalizar esta molestia, escribo.
La escritura en la ciencia es fundamental pero tiene estructuras bastante definidas y rígidas: frases cortas, textos precisos, poca adjetivación, eliminación de las referencias locales y de la biografía del investigador. Una escritura sin metáforas ni poesía.
A manera de un relato situado, comparto algunas experiencias y reflexiones en este tiempo dedicado a la formación y la investigación a través de fragmentos que recojo en notas y poemas mientras estoy en el laboratorio, entre el tiempo de incubación de un experimento y otro.
Las notas de este libro exploran una taxonomía rara de géneros, especies, bichos, microbios, ecologías e imágenes de la ciudad con las que vivimos diariamente las personas que nos dedicamos a la investigación en biología y que pocas veces reducen sus comportamientos y organizaciones al restringido plan de la heterosexualidad obligatoria.
Estas notas son también mi posibilidad de escribir poesía donde no debería ir.
Los textos de este libro que alternan poesías, pequeños ensayos y autoficciones exploran desde los días del niño proletario y afeminado que fui, pasando por los distintos géneros y sexualidades disidentes que conozco y admiro, la ciudad como un personaje más, la vida en el laboratorio y las experiencias en los congresos de biología.
He vivido mi juventud dedicándola a mirar la realidad a través de microscopios invertidos que, junto a la teoría feminista de la ciencia, me han permitido no sólo ver células bajo el microscopio sino también figuraciones, dispositivos simbólicos, metáforas y representaciones visuales. Además de discursos del despojo y el colonialismo que subyacen en el momento que vemos un cultivo de células. El primer adoctrinamiento es siempre sobre la mirada y el ojo científico niega su carácter de metáfora para ser ojo. Nuestro compromiso como disidentes es, entonces, cuestionar esa mirada y proponer imágenes no lineales sino inclinadas o torcidas a esa forma de mirar.
La escritura no es una práctica definitiva porque el pensamiento cambia, la letra se edita constantemente, no hay texto final: aprendemos de los borradores. Para no sobresaturar, se escribe, para exponer lo que se piensa solo, lo que se piensa acompañado. Escribir es organizar un silencio que se acumuló y resonó en conexiones que urgen pasarse a palabras.
Las notas de este libro las comparto como pequeños cortocircuitos a esa manera hegemónica de mirar y escribir en ciencia y así, a modo de pequeños pestañeos del ojo torcido que tengo, escribir mi pequeño exilio microscópico.
Perfil del autor/a:
Biólogo y escritor disidente sexual