El 25 de agosto de 2014 falleció Hija de Perra dejando un legado de vestuarios, videos, escritos y obras inconclusas que marcan a generaciones de disidencias sexuales en el Chile neoliberal. Desde su fallecimiento, todos los años sus amigues, familia y seguidores activan su memoria de activista travesti para difundir su excitante y controversial obra que ha traspasado fronteras geográficas. En Colombia y Nueva York se han realizado exposiciones, sus imágenes siguen circulando en comunidades disidentes sexuales en Chile y el extranjero (tanto en películas, museos, colectividades o veredas), e incluso se publican tesis en torno a su trabajo.
Cada vez que aparecía Hija de Perra generaba disturbios trans -irrepetibles hoy- en momentos de emergencia de un movimiento feminista y estudiantil, en momentos en que el movimiento de la diversidad sexual se higieniza en el discurso de la igualdad y el matrimonio. La descubrimos en antros del centro de Santiago o en alguna fiesta bizarra donde sus espectáculos generaban gritos de liberación y politización de las cuerpas lubricadas entre performances con dildos, sangre artifical, deseo translésbico y mucho humor junto a sus compañeras Irina La Loca o Perdida. Lo menos que hacía era cortarse el pezón de una teta de plástico que comenzaba a chorrear. Su estética gore denunciaba el malestar sexual que habitaba en la sociedad chilena heteronormativa y a la vez seducía a una generación inconforme con la moral católica imperante. Ella era la que abortaba vísceras en sus performances, la que sexualiza la imagen de la santa, la que desheterosexualizaba la marginalidad como quedó retratada por fotógrafas como Zaida González, Lore Lagata y Jorge Matta. Su mirada podía generar pánico en cualquier corporalidad normativa. El 2008 protagonizó Empaná de Pino del director Wincy Oyarce, una película de terror independiente que por primera vez puso a un personaje travesti marginal en el rol protagónico en un conservador cine chileno.
Este agosto de 2022, a las vísperas de unas elecciones históricas, conmemoramos 8 años desde la muerte de Hija de Perra por causa del virus del SIDA, una muerte que todavía nos duele, que remarca lo difícil de ser travesti pobre en Chile. Lo injusto que fue su muerte. Hija de Perra muere por una pandemia en un contexto de ausencia de educación sexual. Paradójicamente, Hija de Perra fue una activista lujuriosa por la educación sexual, realizó charlas en liceos, universidades y plazas públicas que la llevaron a distintas ciudades del país. Nacientes secretarías universitarias de género y disidencia sexual la invitaron a Concepción, Arica o Mendoza, entre otras ciudades. Como una Gabriela Mistral travesti se conectó con comunidades educativas para hablar de sexualidad, en momentos en que no imaginábamos que la educación sexual integral podría estar como un derecho escrito en la constitución.
“Después de mi masturbación nocturna seguiré soñando e implorando al universo que la educación latinoamericana cambie… para que nuestros niños, limpios de impurezas genéricas impuestas, se formen libres de estigmas sociales… [Y que] esta idea de aprender en un ambiente con neutralidad de género, erradicando los estereotipos y la desigualdad, se desparrame tan fuerte como las ideologías místicas y llegue a todo el mundo. He dicho; caso cerrado”.
Así imaginaba la educación del futuro Hija de Perra, una educación con géneros neutros y libertades sexuales. Una travesti radical que nos invitó a habitar un tiempo que no era heterosexual, una trans crítica no normativa, que no pedía inclusión, sino que soñaba con una revolución venérea en pleno siglo XXI. Una diva entre tanta miseria y tristeza. Una luchadora de género inclasificable. Ni mujer, ni hombre, ni queer, sino todo para ti.
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