Justo vengo de Monterrey donde hubo un pedo tremendo porque censuraron a unas drags que iban cortar cuentos para niñes. Con Dolores Reyes, al final de la mesa, invitamos a la gente a leer, y fue absolutamente la ridiculización total del odio, de la fobia, de la censura. ¿Y es de esto que tienen miedo? Era súper idiota, ¿no? Obviamente quienes tienen miedo son los que tienen ahora mismo el poder, la hegemonía, el poder de uniformizarlo todo, el poder de excluirnos, el poder del dinero, el poder del capital, el poder de la blanquitud, y el poder heterosexual. Brutal. Hay gente que inmediatamente raja las vestiduras, siempre en nombre de los niños, y escuchas un cuento que es un cuento para niñas, y ya lo sabemos. Para nosotros es supernatural, pero es el odio que básicamente se basa en la ignorancia y en el desconocimiento, en el no estar cerca de nosotros.
Ahora estoy aquí [en Ciudad de México], muy contenta. Solo voy a estar esta noche, pero qué noche, porque es la noche del 12 de octubre; porque los últimos años me ha tocado, a manera de resistencia, estar allí, en España, y muy poca gente sabe que allá se celebra nada menos que las fiestas patrias. Sus fiestas patrias se celebran el día en que se inicia el suceso de colonización, y se hace nada menos que en este contexto de guerra, de otro tipo de colonización, que es la colonización de la Franja de Gaza. ¿Qué parecidos, no? ¡Qué parecidos!, ¡qué siniestros parecidos!, y como hasta ahora todavía las imágenes esclavistas están recorriendo, rodeándonos de ese lugar, justo hoy día escribía: ¿cómo puede ser que Cristóbal Colón todavía esté en quinientas plazas de todo el mundo?; elevándose cual milagro, algo que hace sentir orgulloso a Estados, a países, sociedades, a gente, pero yo los llamo nostálgicos, es que son gente nostálgica del imperio.
En España siguen intactas sus fiestas patrias del 12 octubre, y hay que decirlo: no hay nada que celebrar, nada.
Escribí Huaco retrato, que es una novela de una de una migrante, que está ahí, en ese territorio absurdo, donde todavía hay una fiesta nacional. Hay una plaza donde hay un Colón, hay un metro o un hospital que se llama “12 de octubre”. En esa novela, al igual que el 12 de octubre de América, todavía está llena de tesoros precolombinos robados. En otras partes de España ocurre lo mismo: hay calles con hombres esclavistas, de franquistas, de colonizadores. La colonialidad está latente y recorre nuestros países, ciudades, además yo soy peruana y no deja de dolerme, pues este colonialismo español es casi de museo, pero cuando vas al sur, ves claramente que es un colonialismo activo, militar, multinacional, económico, y que están como siempre en los territorios del sur, saqueados desde hace siglos. Es por eso que los migrantes llegan y es por eso que no les dejan entrar. Históricamente es lo que hemos vivido: colonialismo del Oeste.
Soy del Perú, donde ahora mismo hay una dictadura. Se dice poco, pero las dictaduras modernas son así, y qué doloroso además que sea una mujer, llamada la primera presidenta del Perú, quien está representando los valores militares, represivos y criminales.
En el último año han muerto casi un centenar de personas, precisamente por la represión, y porque la represión se vuelve letal cuando ocurre en los territorios que no son las grandes ciudades, sino, por ejemplo, en los Andes, y en las zonas que “curiosamente” son ricas de recursos naturales. Lo acabamos de ver en Jujuy -en Argentina-, en Puno, en la zona quechua aymara.
La gente ha resistido, se han levantado al ver que el presidente que habían elegido, ha sido derrocado y apresado, y que además estamos en una dictadura parlamentaria, con una presidenta fantoche que básicamente ha dado órdenes claras de matar porque además todas las investigaciones -desde el New York Times hasta el último periódico de Perú- lo prueban así. Nunca fueron a reprimir con armas no letales.
Es otro tipo de colonialismo el que estamos viviendo, porque sabemos que Estados Unidos y sus millones también están detrás de todas las operaciones que se están haciendo en Perú. Vimos hace poco a la especie de representante para asuntos latinoamericanos, una militar, declarando que las cosas están muy difíciles en el mundo, pero menos mal que les quedaba a su despensa América Latina. Y empezó a describir el triángulo de litio, el bosque amazónico, etcétera. Así se las gasta el poder colonial.
Para quien diga que lo colonial no es un término, que es un concepto de las universidades norteamericanas, o para quien diga que es algo que quedó hace 500 años y ya está porque llegaron las repúblicas y las independencias, no. Hoy, 12 de octubre, seguimos con una colonización activa en nuestros países, en nuestros territorios, destruyendo lo que queda y desoyendo una vez más, por supuesto, a las poblaciones indígenas; desoyendo a lo que antes se llamaban minorías, que no tienen nada de minorías. Somos muchas protagonistas de luchas, protagonistas de sus guerras, porque estamos en guerra, en muchas trincheras, aliadas, como muchas de nosotras. Por ejemplo, del mundo indígena y estamos aquí, en esta Ciudad de México, un lugar tan tremendamente evocador.
La literatura puede ser especialmente hostil, especialmente asfixiante. O sea, no saben lo horrible que es pasar años para que al final se vuelva tu fuente de alimentación y todo eso. Tener que soportar un ambiente tan macho, tan blanco, tan presuntamente ilustrado. Lo mínimo es Virginia Woolf y su habitación propia. O sea, si ya en esa no me siento cómoda, es que no me voy a sentir cómoda ahí nunca más.
Descolonizarnos en la literatura es pensar de otras maneras. Es pensar en no estar en esos debates de mierda que hay entre machos. Es dejar de descalificar la literatura de la otra porque no es suficientemente literatura. Es dejar estas jerarquías, estas valoraciones lamentables. Es, por supuesto, dejar el club de Toby; es, por supuesto, teñir la blanquitud de la literatura. Porque, claro, ¿cómo es posible que en México las escritoras más reconocidas, más adorables, más famosas y más vendedoras sean todas blancas o blanqueadas?
La literatura, lamentablemente, también podría ser una especie de prestigio de salón. ¿Pero qué pasa? La políticas hegemónicas no quieren que el pueblo hable, que el pueblo escriba; que los indígenas digan que aquí no, que esa es su tierra, que ese es su lago. Que Palestina diga aquí no, que yo también quiero ser soberana.
En cada cosa que hagamos, en la cultura, en la literatura, también está pasando. Tenemos energías reaccionarias, completamente reaccionarias entre nosotras y nosotros, haciéndose pasar por feministas porque tienen una protagonista madre en su libro. Amiga, atención, que las feministas ya nos han decepcionado bastante, que las que dijeron que eran compañeras no lo fueron, que se murieron un montón de palabras como sororidad. Que fueron trampas hasta más no poder en plena pandemia, cuando las travestis y trampas estaban muriendo de hambre. Ya las hemos visto. Sabemos que son parte del sistema necropolítico y que lo único que defienden es su estatus burgués y su condición de víctimas totales. En cuanto les tocas el tema económico, el tema racial, el tema de clase, dejan de ser las víctimas del género. Ahí se ponen locas. Y ahí es donde peleamos.
Panchilandia
Las correcciones en mi primer libro
son extirpaciones.
“Echar de menos” por no “extrañar”
el ciclón tropical lejos del núcleo cálido.
La primera vez que me dijeron
que no estaba escribiendo en español.
Que no hablaba correctamente.
Vosotros, no ustedes.
Una iglesia sobre una huaca.
Los cuatro caballos corriendo en direcciones distintas para desmembrar el cuerpo.
Para cortar nuestras trenzas.
Migrar no es volver a nacer,
es volver a nombrar lo que ya tenía nombre.
Ese teléfono público, cuando existían,
en el que tardé más de la cuenta
y el hombre que no podía esperar
vio en mí a una criatura bajada de los árboles
que folla con las llamas.
Esa fue la primera vez que me gritaron que me vaya a mi país,
a mi casa.
En realidad,
volvería a casa pero ya no tengo casa.
Así que hice una casa mía en la que extrañar
y no echar de menos,
allí puse un nuevo acento a mis afectos.
No sé de qué podría hablar ahora.
Del nido. De la decisión de las aves.
De las estaciones frías.
De las distancias.
De haber sido,
de seguir siendo,
de llegar sin llegar,
de instalarse a medio camino,
de dar miedo, de no poder,
de no querer,
de que te persigan hasta cuando no haces nada,
de dejar muchas vidas atrás,
de perderlo todo,
de empezar de nuevo,
de cero, de abajo,
de las colas, de la ley,
de mi viejo NIE,
de la oportunidad que me dieron,
de todo lo que les debo,
de la maternidad solitaria,
de mi nueva familia,
de jurar ante el rey.
Vivo en España hace 15 años,
pero en realidad
habito Panchilandia,
donde todo el mundo sonríe y nos habla con cariño.
Dicen con cariño panchi, panchita, machupicchu, fiesta nacional.
El chiste con el que dicen quererme
hace que parezca normal que no me quieran.
En Forocoches somos “la fauna cuyo hábitat es un centro comercial”.
Me hablan de la peruanita que le limpia la casa a su amiga Pepa,
qué buena es, se puede confiar en ella.
Creen que es un tema de conversación
que pueden tener conmigo
porque yo también soy una peruanita confiable.
¿Me habrán blanqueado?
¿Cuándo voy a integrarme?
Qué pelo hermoso,
crin de caballo,
qué bien haces el pollo frito.
Qué piel, qué suave,
qué dientes, qué manitos,
tan pequeñas y morenitas.
Podría bajar un bloque de hielo
de la cordillera en mi espalda
para purificar la cosecha.
No, lo mejor que podría pasarnos
no es casarnos con un español,
somos todo menos la esposa con la que soñaste.
Me he reproducido como una flor de cactus
en este territorio ajeno que voy haciendo mío.
Con una mujer blanca y un hombre cholo,
enredamos nuestras tres lenguas para fabricar otro nido.
Polinizados por el picaflor de garganta rubí.
Pero en los parques infantiles soy la niñera de mi hijo
o de cualquiera de sus hijos, de sus madres, de sus padres.
Ni siquiera sé llorar con decoro en los velorios.
Y tampoco quiero.
Sólo sé hacer el indio ante la muerte.
Mi teatralidad de culebrón, mis exabruptos.
Pero no volverán a cortar mi larga y negra trenza
para tirársela a los perros.
Minucias del privilegio de la migración con papeles.
Hay tantos, sin embargo,
que no volverán a ver sus ríos.
Apenas la odisea
y el agujero negro del interno
en el limbo del refugio.
Los que están aquí mejor que en el otro infierno.
Todo pasa,
encadenándose de norte a sur
como las parras en primavera,
como las pelotas de goma que disparan
mientras nadas en el tramo Marruecos-Ceuta.
Como una zapatilla Nike flotando en el Tarajal.
Mientras el rey esquía
con un completísimo equipo para la nieve.
Nunca dejamos de buscar lo que fuimos
para comenzar a ser lo que soñamos.
En un movimiento que nos aleja de la frontera,
ese lugar entre la vida y la muerte
en la que Pablo Casado abraza a la policía.
Europa, les disparas en sus países,
les disparas en tus colonias,
les disparas en el agua,
les disparas en las fronteras,
les disparas en sus casas,
les disparas en el corazón.
Mi profesora de Geografía en Perú,
la que me enseñó la escala,
la latitud y la longitud del mundo,
le cambia el pañal a tu padre, España.
Ten un poco de decencia.
Algunos quedamos más cerca de la vida,
otros más cerca de la muerte.
Pero nunca dejamos de migrar.
Nunca dejamos de ver señales en la lluvia.
Y ya solo bailamos en un pedazo de tierra a la deriva.
Al ritmo de las cuerdas del lago.