“Volver al escenario es tener una cita con la memoria”, dice Violeta Gal Rodríguez, actriz que protagoniza “La Mémoire Bafouée” (“La memoria despreciada”), una co-creación de su compañía -L’insoumise- y de KIMVNteatro de Chile. La obra, que aborda cómo el trauma transgeneracional puede heredarse genéticamente, es profundamente personal: se interpreta a ella misma, la hija de una madre exiliada que siempre sintió, tanto en Chile como en Francia, que no terminaba de encajar. “Esta obra me cambió la vida. Ya no me identifico con el dolor de la misma manera. Ahora miro la herida, miro la cicatriz, veo que a veces se vuelve a abrir un poco, pero logro mirarla con amor, con ternura”, dice.
Violeta Gal Rodríguez camina lento detrás de un telón casi traslúcido y le cuenta al público quién es: se llama Violeta Gal Rodríguez –la actriz tiene el mismo nombre que el personaje que interpreta, porque se interpreta a sí misma– y nació en Francia de una madre chilena que llegó allá buscando refugio de la dictadura. Habla en francés, pero sobre el telón se dibujan las palabras en español a medida que las pronuncia. Está en la Sala de Teatro de la Universidad Mayor, en Santiago Centro, en una de las cuatro funciones que dará en Chile de “La Mémoire Bafouée” (“La memoria despreciada”), la obra que su compañía L’insoumise co-creó junto a KIMVNteatro. Todo esto, como parte del FEYENTUN: Memorias Originarias, 2do Festival de Artes Escénicas de Naciones Originarias.
En el público está Paula González, directora de KIMVNteatro y de la obra, y tras la función abrazará a Violeta para decir que esta producción ha sido fruto de años de trabajo y, sobre todo, de años de amistad. Paula y Violeta, cuentan, son como hermanas. Se conocieron, de hecho, el primer día de clases de Teatro en la misma universidad donde ahora se abrazan mirando a la audiencia. Ese día, el del funeral de Gladys Marín, Paula le pidió a Violeta que le firmara la asistencia a clases para poder ir a despedirse.
“Este proceso yo se lo debo a que todas las personas que trabajaron a mi alrededor entendieron el nivel de contención que significaba parir esto, porque fue un parto. Yo siempre le dije a Paula, a Andrea Osorio, a Rosa Landabur y a todas las que nos acompañaron: esto es un parto y ustedes son mis parteras”, dice Violeta ahora, al día siguiente de la función, en conversación con La Raza Cómica. “Y vine a terminar mi parto aquí, en la escuela donde estudié”.
Violeta nació en Francia cuando su madre, Elba Rodríguez, llevaba ya nueve años viviendo como refugiada política. En el ejercicio de su profesión, la enfermería y prevención de riesgos en medio intrahospitalario, Elba fue detenida y obligada a irse al exilio. Vivieron en Francia hasta que Violeta cumplió nueve años, y cuando llegaron a Chile ella no hablaba español. Empezó a hacer teatro a los 13 años, y cuando salió del colegio entró a la Universidad Mayor, pero se devolvió a Francia a los 22. En la obra, Violeta dice: “el término del exilio de mi madre significó el comienzo del mío”.
“Eso es lo que se vuelve imposible respecto al exilio”, dice. “Siempre alguien está exiliado en la familia. Hay algo con el tema de nunca encajar. Siempre tuve la sensación de estar en un mal momento o en un mal lugar, y creo que es una sensación dejó de existir hace muy poco tiempo en mi vida”.
–¿Crees que el proceso de hacer esta obra te ayudó a terminar de sentir que estabas encajando mejor?
–A mí me cambió la vida esta obra. O sea, hay un antes y un después. Mi cuerpo cambió y cambió mi manera de identificarme con el dolor. Ya no me identifico con el dolor de la misma manera. Ahora miro la herida, miro la cicatriz, veo que a veces se vuelve a abrir un poco, pero logro mirarla con amor, con ternura.
–Y cuando la montaron por primera vez y terminaste la primera función, ¿cuál fue la sensación que te dio?
–Estaba choqueada, yo creo, las primeras veces. Y el hecho de que hayamos vuelto a actuar la obra me ha permitido crear espacios entre las representaciones. La memoria siempre es distinta, porque uno la viene a visitar desde la persona que eres en el presente, y eso es muy bonito. Volver al escenario es tener una cita con la memoria. Cada vez que vuelvo, me pregunto cómo lo estoy viviendo hoy día. Es un lugar muy removedor, en el cual también siento que pude poner todas mis raíces, mis rarezas, también mi explicación de por qué soy así.
La obra científica
Violeta es directora creativa de L’insoumise (“La Insumisa” en español), donde trabaja junto a David Cherpin en la administración y Margaux Decaudin en la producción. A ellos les presentó, en un café, las diferentes ideas que tenía para elaborar obras. Antes de irse, cuando estaba casi de camino a la puerta, les hizo un último comentario: que había pensado retomar su historia familiar respecto al exilio y a formar parte de la segunda generación. “Ahí los dos así me agarraron la mano y me dijeron: no, espérate, aquí hay algo”, cuenta. Luego vino pedirle a Paula que se animara a co-crear la obra y a dirigirla a ella como actriz en el escenario, y trabajaron todo el proceso, incluso el montaje, de forma remota. El trabajo comenzó en septiembre de 2019.
Mientras se dibujaba la obra, Violeta tropezó con el concepto de “post memoria”, una idea reconceptualizada por Verónica Estay que habla sobre la memoria heredada. “Cuando empiezo a escuchar eso, pienso que no puede ser solo psicológico. En lo personal, la noción espiritual de las cosas no me basta por sí sola, es mi lugar súper francés, que es muy racional. ¿Qué dice la ciencia?, ¿dónde están los números?, ¿dónde están las pruebas? Yo tenía clarísimo que había imágenes que estaban ahí pero que a mí no me pertenecían, y ahí me encuentro con la epigenética”, cuenta.
La epigenética es el estudio de los cambios en la función de los genes que son hereditarios y que no se pueden atribuir a alteraciones de la secuencia de ADN. En simple, es la ciencia que está demostrando que las condiciones externas de vida de un individuo pueden llegar a reflejarse en su carga genética, y por tanto pueden ser heredables para su descendencia. En la obra se explica: se ha estudiado que los hijos de padres exiliados o torturados, habiendo vivido una vida sin ese tipo de traumatismos, tienen una estructura cerebral más propensa al estrés postraumático.
–¿Cómo llegaste a la epigenética? ¿La buscaste tú o te encontró a ti?
–Había un centro de investigación de epigenética en Montpellier y le pregunté a los dos directores si podíamos tener un intercambio por Zoom, porque yo tenía muchas preguntas que hacerles respecto a eso. Y fue un encuentro maravilloso. Fue muy linda la sorpresa de ver hasta qué punto estábamos hablando el mismo idioma y al mismo tiempo estábamos casi haciendo filosofía. Nunca me imaginé que compartir mis ideas con científicos puros y duros, que se dedican a buscar el epialelo número no sé cuánto, me pudiera traer ese nivel de retroalimentación.
–¿Cuál es el potencial que viste en este descubrimiento?
–La epigenética es una ciencia que aún se está investigando, que es muy nueva y muy controversial porque está echando abajo toda esa creencia de que la ciencia no está relacionada con la contingencia, con el contexto. Es una ciencia que me parece muy social. Por ejemplo, se ha comprobado que, a partir de personas que sobrevivieron a centros de concentración en la Segunda Guerra Mundial, en la tercera generación han nacido niños malnutridos, siendo que a los padres no les faltó nada. Sobre todo a mí lo que me fascinó con la epigenética, y eso lo entendí mucho mejor cuando hablé con estos investigadores, es el hecho de que si tú buscas intervenir sobre esa epigenética, tú la puedes cambiar. La epigenética no es el ADN, es una especie de “pre-ADN”, entonces todavía tienes una oportunidad. Tomar conciencia ya es el primer paso para cambiar una predisposición epigenética. Y eso a mí me parece también muy feminista.
La obra, luego de exponer la evidencia sobre la epigenética, hace una propuesta: usar la herramienta para elegir qué es lo que queremos perpetuar. Violeta dice en voz alta los nombres de quienes fueron violadores de Derechos Humanos –tanto de Francia como de Chile y otras latitudes- y pide que sus nombres queden en la historia. Violeta dice, también, que “el arte existe para pasar a la posteridad”.
–Planteas la epigenética como una forma de venganza, también.
–A mí me pasa algo con la rabia y con las ganas de venganza. Me molesta un montón la noción de que, si fuimos víctimas de violaciones de los Derechos Humanos o víctimas de cualquier cosa, tenemos que ser intachables moral y éticamente. Las personas que hicieron ese daño no lo están siendo, muchos están teniendo beneficios judiciales, sociales, económicos, y nosotros además de vivir todas las consecuencias que eso trae hacia nuestro cuerpo, hacia nuestra mente, hacia las otras generaciones, además tenemos que ser perfectas. Y no. A mí siempre me han criticado mi rabia, y yo creo que mi rabia me salvó la vida muchas veces, y creo que la rabia legítima existe, y que sobre todo que nos impiden sentir rabia a las mujeres.
Un homenaje para la madre viva
En el mismo telón donde se proyectan las letras del monólogo de Violeta traducido al español, se dibuja luego la silueta de su madre, al tiempo que se escucha su voz explicando quién es y cuándo la detuvieron. Dice, con voz firme, estoica, que ella elige contar hasta ahí y no detallar lo que pasó después, como una forma de defender su dignidad. El video se grabó en septiembre, cuando Elba visitó Chile para pasar acá la conmemoración de los 50 años del golpe militar.
–¿Cómo fue el ejercicio de crear esta obra con ella, con su historia?
–A mí me da mucho pudor empezar a contar cosas que mi mamá no quiera que yo cuente, por eso trabajé mucho con ella. Le fui diciendo: oye, voy a decir esto, voy a decir esto otro, mira este texto. Fue un trabajo muy situado en el consentimiento, que yo encuentro que logramos obtener de una manera fluida. Me gusta lo que dice mi mamá en el video: el detalle morboso, ¿qué importa? Cuando trabajamos la obra, estábamos conscientes de que no porque estuviéramos haciendo un proceso de teatro documental y haciendo de lo íntimo lo político, todas las zonas de nuestra intimidad tenían que quedar al desnudo. Lo que hicimos ya es mucho. Cuando yo la veía, llena de colores y como está ahora, en el presente, me decía lo que siempre me digo: estoy feliz de haber hecho esta obra mientras mi mamá está viva, haber hecho este homenaje en vida.
Hace casi ocho años, Violeta fue madre de mellizxs. “Fue algo para lo cual yo no estaba para nada preparada, y me encontré en una situación muy aislada, muy sola, con muy poco apoyo”, cuenta. El nacimiento de sus hijxs, que son franceses como ella, la impulsaron a montar su primera obra de teatro, “Groenlandia”.
–¿Cómo se relacionan ellxs con Chile, con el exilio, con tu mamá?
–Ha sido súper difícil explicarles, porque son chicxs y yo he puesto un énfasis tremendo en que tengan una infancia. La última vez que vinieron tenían un año. Lo único que quiero es volver con ellos y que puedan conocer más, aunque se relacionan mucho con la gente que viene a quedarse a mi casa desde Chile. A mí me da risa, porque hacen algo que yo también hacía en la infancia, que relacionar a los chilenos con gente que va a jugar con ellos. Cuando empiezan a hablar y cachan que son chilenos, se esconden, les hacen juegos.
–¿Ves la epigenética en ellxs?
–Me pasa cuando veo a mi hija, sobre todo. Ella tiene una expresión de género que le pertenece, una expresión con su cuerpo que le pertenece, es una aventurera, y cuando la veo siento que, de alguna manera, el trabajo que llevamos haciendo ya durante décadas con mi mamá tiene un resultado. Y eso es súper emocionante. A veces me pasa que me da miedo agobiar, y es el mismo problema que también tuvo mi mamá conmigo, y es el problema que vamos a tener toda la vida: en qué momento le cuentas lo incontable a tus hijxs. He tratado de contárselo como historia, de manera más general, no contando detalles o cosas atroces, pero aunque les expliques que es la historia de la abuela, para ellxs sigue siendo una historia de niños. No, obviamente no pueden conmensurar lo importante de la historia que se está comunicando, les cuesta mucho entender.
–La premisa de entregar el contenido de una forma en la que lo puedan procesar de acuerdo a su edad.
–Y es súper importante nombrar. Yo creo, espero –porque no puedo saber, solo espero– que ese ejercicio les permita a ellxs seguir evolucionando de una manera en que estén conscientes de esa historia, pero que no les pese. Es lo único que yo deseo: es que esta historia no deje de existir, pero que ya no se vuelva el peso que significó para mí, para mis hermanos, para mi mamá, para mis tías, mis primas, mis primos, que todavía están por todo el mundo.
“La Mémoire Bafouée”
Producción : L’insoumise & KIMVNteatro (Chile)
Dirección : Paula González Seguel
Dirección artística: Violeta Gal-Rodriguez & Paula Gonzalez Seguel
Dramaturgia e idea original: Violeta Gal Rodriguez y Paula González Seguel
Elenco : Violeta Gal-Rodriguez, Christophe Boucher
Creación musical e interpretación: Christophe Boucher, Evelyn González Seguel, Paula González Seguel
Asistencia a la dirección y cantante: Andrea Osorio Barra
Consejo a la creación y asistencia a la creación: Rosa Landabur Parada
Creación lumínica: Mylène Pastre
Creación sonora y video: Loïc Lambert
Diseño de vestuario: Natalia Geisse
Colaboración coreográfica: Josepha Suzon, Paulina Rebolledo, Célia Tali
Asesoría de investigación, voix off : Marcela Cornejo
Asistente de traducción : Yaremi Chan Padilla
Realización audiovisual: Paula González Seguel
Operadora de subtítulos: Clara Mazzuchetti
Operación técnica iluminación: Francisco Herrera
Funciones en Chile en el cuadro del Festival FEYENTUN 2, festival de naciones originarias.