La semana posterior al triunfo de Javier Milei en la segunda vuelta presidencial –con once puntos de ventaja sobre Sergio Massa– tiene las señas de mezclar la cotidianeidad impertérrita y el pasmo de la catástrofe predecible. Aunque sea contraintuitivo, no es infrecuente que lo que viene inmediatamente después de los grandes acontecimientos históricos sea menos dramático de lo esperado, aun si detrás de esa calma se agita la tormenta venidera. En el camino del aeropuerto de Ezeiza a la Ciudad de Buenos Aires se ven todavía las pintadas, afiches y gigantografías de Massa. Los paneles metálicos en la vía pública, el soporte por excelencia de publicidad comercial y política, también ostentan los restos de la campaña, arrancados a medias, con rayados a favor y en contra del ministro que ha encabezado la política económica del oficialismo, mientras que en las paredes de la ciudad la consigna “Son 30 mil” se repite con ocasionales tachaduras y contra-réplicas.
Alrededor de esta resaca electoral se mueve con rapidez la reconfiguración de los ejes del poder. Si a nuestro lado de la Cordillera media el verano completo entre el balotaje y el cambio de mando, en Argentina la tónica para las transiciones presidenciales es el movimiento abrumador. El proceso es tan precipitado que los rumores no alcanzan a macerar lo suficiente como para dar paso a la usual chimuchina y especulación en torno a los nombres del gabinete. Queda soslayada –o atenuada– esa pugna de relaciones públicas, con nombres probables que luego pasan a la categoría de “suena fuerte” para luego caer en desgracia por una cuña desafortunada y, luego, en un giro dramático, rehabilitarse después de las protocolares disculpas y rectificaciones. Sencillamente no hay tiempo, máxime si es que se pretende el giro refundacional que ha anunciado Milei como pátina comunicacional para recubrir la vuelta de Mauricio Macri y su círculo a los pasillos del poder ejecutivo. Dos nombres señalan esta arquitectura: Luis Caputo como ministro de economía (la cabeza de la política fiscal) y Patricia Bullrich como ministra de seguridad (su antiguo cargo bajo el gobierno de Macri[1]). El necesario acompañamiento “libertario” del retorno del macrismo ha sido, como era de esperar, la reorganización de la burocracia ministerial bajo una racionalización que apunta a fusionar las carteras de desarrollo social, trabajo y educación bajo el rótulo de “capital humano”.
El balance que deja esta primera impresión es que, no obstante un margen de votación contundente y una base militante con alta motivación, Milei es más rostro televisivo que conductor político, una pantalla que retransmite la jerga anarcocapitalista y, a la vez, amplifica las angustias y frustraciones de esa amplia franja social que ha equiparado los fracasos del actual gobierno y su ministro-candidato con una corriente particular –el kirchnerismo– que hace mucho dejó de ser la tendencia dominante dentro de su sector. La cobertura mediática de este ciclo –en especial la chilena– ha hecho notorios esfuerzos por asignar la responsabilidad de la derrota de Massa a Cristina Fernández (y, por extensión, a todas las formaciones izquierdistas o nacional-populares dentro del peronismo, como La Cámpora o el Frente Patria Grande). El empeño por leer en Argentina el futuro de nuestro país y, eventualmente, de la región entera, ha llevado a obscurecer el hecho más palmario de las elecciones: la segunda vuelta fue un golpe blando magistral que le permitió a Macri sacar las castañas con la mano del gato.
El ajedrez de la anterior derecha oficialista para recomponerse tras salir tercera en la primera vuelta, acoplándose a Milei y desechando sin ambages a sus anteriores aliados de la Unión Cívica Radical y las otras formaciones de Juntos por el Cambio será uno de los vectores de la reorganización del arco político que se abrirá con este nuevo período. La debilidad de La Libertad Avanza en el plano de los gobernadores provinciales, sus números reducidos en el Congreso, obligarán a recurrir a los mecanismos usuales de construcción de mayorías que han primado en la política argentina de las últimas décadas y que, se supone, la base votante de Milei ha repudiado en un voto anti-casta. Nadie parece querer dar el paso decisivo y afirmar que hay aquí una nueva coalición de la ultraderecha emergente y de las tradicionales plataformas de la clase dominante argentina, aunque los hechos han dejado clara esa composición.
Mientras, quienes sufrieron la derrota a manos del nuevo bloque de poder se debaten entre el reagrupamiento, el diseño de las nuevas trincheras, la autocrítica y la siempre temida espiral de recriminaciones y asignación de responsabilidades. Aquí, como en otros momentos, aplica el mantra de que las elecciones no se pierden, sino que se explican. La posición de neutralidad de gran parte del Frente de Izquierda y Trabajadores-Unidad ha sido criticada como mezquina ante la amenaza que representa un gobierno de ultraderecha, pero la diferencia de votos entre Milei y Massa fue de tal magnitud que, incluso con una transferencia completa de la votación de Myriam Bregman hacia Massa, restaban más de dos millones de votos para dar vuelta la elección. Con ello, el trotskismo permanece entre la comodidad de sus posiciones doctrinarias y la falta de influencia suficiente en el escenario nacional como para imantar un polo de izquierda extra-peronista que modifique, en lo substantivo, las líneas de fuerza del sistema político.
Con los sucesivos anuncios de cierres de programas sociales, modificaciones del organigrama estatal o recortes presupuestarios, el campo de la organización popular ha debido realizar un reagrupamiento acelerado y repensar la estrategia para un período en el que el eje estatal cambia sus líneas de disputa. Así, la insistencia feminista durante la tramitación de la ley de interrupción del embarazo por un aborto legal “en el hospital y en cualquier lugar” adquiere un nuevo valor frente a los retrocesos ya avisados en la salud pública. La privatización de YPF, a pesar de su rendimiento económico positivo tras la nacionalización, no significará un repliegue de los proyectos extractivos, sino una intensificación de la competencia por hidrocarburos en el interior argentino, lo mismo que la política de minería, con lo cual las comunidades que ya se han movilizado contra sus gobiernos provinciales en Jujuy y Salta ahora deberán sumar la presión del gobierno nacional.
El caos y la grandilocuencia del personaje Milei, combinado con la maquinaria burocrática del macrismo y la llegada de las figuras de la ultraderecha a las instituciones tras su crecimiento vertiginoso, crean un escenario que no solamente será adverso en lo político, sino que también entrañará retrocesos materiales. Antes de romper con el presidente electo por sus definiciones en el equipo de finanzas y el Banco Central, Carlos Rodríguez (asesor económico de La Libertad Avanza) señaló que “hay que sufrir para que se aprenda”, mientras que Milei declaró, días después, que la estanflación producto del ajuste económico es una certeza. A pesar de las ambigüedades y volteretas en torno a la política de dolarización (revertida por Caputo en conversación con el empresariado), la anticipada modificación de la ley de alquileres ha llevado a dueños de inmuebles a adelantarse y amenazar con el cobro de renta en dólares o el eventual desalojo de arrendatarios.
Ante el embate anarcocapitalista, el repliegue de las fuerzas populares demandará imaginación, entereza y solidaridad. La cuña de Rodríguez presenta como realismo desapasionado lo que también es un proyecto de crueldad y revanchismo. Ahí se combina la identificación dogmática del Estado como entidad asfixiante, contraria a la libertad, con el deseo de utilizar la maquinaria institucional para limpiar el tablero político de los adversarios. Si en Brasil ese proyecto fue combatido con el retorno de Lula, para Argentina tal camino se ve bloqueado. Aunque se encontrase disminuido ya, el kirchnerismo no cuenta con la misma capacidad movilizadora ni con un horizonte de futuro capaz de disputar el estado de ánimo configurado por Milei, sea en sus núcleos militantes más duros como en las capas que apostaron –con razones ambivalentes e internamente contradictorias– por una alternativa. La incertidumbre de esa nueva configuración, al parecer más dualista, entre progresismo y reacción, abre un período en el que la parálisis será tan nociva como la falta de imaginación política.
[1] Fue en esta capacidad, como responsable política de la Gendarmería Nacional, que Bullrich lideró los esfuerzos represivos contra comunidades mapuche que derivaron en la muerte de Santiago Maldonado.
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