“Para mí el mar lo es todo” es una de las frases que evoca el escenario de “Aguas de Marzo”, el último libro de cuentos publicado por Neón Ediciones.
Como una melodía de fondo, la música de Elis Regina ambienta una escena de playa en un pueblo que despide la época estival. Como si ocurriera en tiempos distintos, el anhelo de los turistas por seguir disfrutando de un balneario nortino contrasta con lo que ocurre a los lugareños, que de a poco comienzan a replegarse en la intimidad de sus hogares hasta una nueva temporada. Dentro de eso aparece la violencia que se vive en silencio, la estigmatización, la soledad, cruzados por el deseo, la identidad, los anhelos de adolescencia frente a un futuro incierto.
Son temas que desarrolla el escritor Bruno Jara Ahumada -diseñador y magíster en arte, pensamiento y cultura latinoamericanos-, en su primera obra literaria “Aguas de Marzo” (Neón Ediciones, 2023) que compila cinco cuentos cargados de descripciones y escenas que retratan tensiones cotidianas que complejizan las relaciones entre los personajes. Sus relatos son la interpretación de su experiencia después de haber crecido en Pichidangui. “Es algo afectivo”, comenta.
Actualmente cursa su doctorado en Teoría Literaria, en Konstanz, Alemania, y ya piensa en nuevos proyectos literarios relacionados al rescate de la memoria.
¿Siempre te ha gustado escribir?
Sí, recuerdo que de niño me gustaba dibujar y escribir, pero escribir me quedó más en la memoria porque había un mito sobre mi abuelo paterno que fue profesor normalista, muy católico, que escribía libros de educación, tipo Santillana. Yo no crecí con mi familia paterna, pero sí con esa idea que siempre se recuerda, aunque nunca he encontrado sus libros. Ahora que salió publicado el libro me dicen que mi abuelo estaría orgulloso. Siempre escribí diarios de vida y agendas que compartimos con mis amigos en el colegio y la ficción parece que le estaba copiando a mi hermana porque ella empezó a escribir ficción en una época de exploración artística, gótica, y me inspiré en ella. Lo primero que escribí fue un cuento relacionado con la luna. Siempre había escrito mi día a día, pero no ficción. Después empecé a ficcionar mis vivencias.
Los cuentos están ambientados en el lugar donde creciste. ¿Cómo te reconectaste con tu memoria de infancia y adolescencia escribiendo el libro?
El tema de mi escritura han sido mis vivencias con amigos y vecinos que después se amplían a mi familia, pero siempre parte de mi vida. Me gusta que sea así, porque es una manera de trabajar la memoria y la implicancia que tiene en el presente o cómo se puede reflexionar a partir de eso. Era inevitable que no apareciera el pueblo de Pichidangui en el libro aunque no se diga el lugar porque me interesaba que fuera más metafórico o un signo de otros pueblos, que este pueblo costero pueda hablar de otros más porque si le quitamos mi biografía son cosas que aparecen en la historia del país, de Latinoamérica, como la lucha de clases, el paisaje corrompido, la maldad. Si bien parten de mí, me interesa que puedan colindar con otras biografías e historias.
¿Cómo te planteaste hablar sobre la ausencia y la soledad en este lugar?
En casi todos los pueblos costeros donde no hay actividad económica muy relevante durante el año y que dependen más bien del periodo estival, siempre pasa que después del verano se repliega, tiene que haber otro tipo de recursos y actividades económicas. Eso desde mi perspectiva de niño me daba la idea de la competencia y la rivalidad entre los mismos lugareños porque era una suerte de ambición que se escapaba de las manos. Me interesaba retratar el horror y la belleza que aparecen en los pueblos y en las familias mismas. Lo político en el pueblo se vive muchísimo a partir de la sobrevivencia. Allá nunca se habló de izquierda y derecha, ni de la dictadura, no existía, no estaba esa memoria en el recuerdo de los habitantes, había distancia de Santiago. También el no decir, el no expresar, se manifestaba en la violencia interna, el abuso, o, por otro lado, en la solidaridad, es decir, lo político se da más bien por la acción misma que por el discurso. Me interesa volver a cosas que quizás no son evidentes pero que aparecen en los gestos.
“Estoy determinado a escribir. El problema es que no sé por dónde empezar”, dice casi al comienzo uno de los personajes del primer cuento “Entreactos”. ¿Responde en particular a alguno de los temas que abordaste?
Sí, creo que en particular el cuento “Entreactos” porque “Aguas de Marzo” son cuentos antiguos y algunos nuevos, pero en general lo escribí a destiempo, cuando no tenía clara mi técnica literaria. No sabía bien por dónde partir y a la vez tenía el sentimiento de tener mucho que decir. En este cuento, como era algo más personal, quería contar y reflexionar sobre una experiencia amorosa fallida y se reactivó esa memoria. Ahora me pasa que tengo un poco más de seguridad sobre las ideas que van a apareciendo en los textos, en los temas, antes era más de ir descubriendo lo que salía, ahora también pero un poco más seguro.
¿Cómo buscas trabajar la belleza en la literatura?
Pienso en tres cosas. Lo primero es que a mí como lector lo que más me atrapa es la escritura, la técnica, la prosa en particular. Valoro la prosa transparente y pulcra, pero también me aburre. En general, no creo haber sido tan buen lector entonces cuando leo intento que sea algo atrapante. Por otra parte, estoy investigando sobre la representación del paisaje y mi tema de escritura también incorpora mucho de esto: el cómo se constituye un paisaje, que es lo que muchas veces me da una historia. Y, en un tercer punto, estoy trabajando sobre varios recuerdos, algunos de ellos un poco dolorosos, y eso configura mi literatura. Comprendo que puede ser un poco saturada por lo grotesco, pero trato de darle una especie de justicia o equilibrio a través de la escritura misma, compensar lo terrible de los temas a través de una escritura muy cuidada y bella, que es una manera de producir placer en el lector.
¿Hay un cruce entre la memoria y la aproximación al dolor?
El dolor en el caso de “Aguas de Marzo” lo trabajo desde la memoria y de eventos particulares que me lo provocaron o quizás desde una pregunta y después intento que funcione a nivel de historia porque la experiencia personal no es suficiente para armar una buena historia. Me interesa que la trama sea interesante, que tenga un ritmo y una propuesta, no tanto innovar en el género cuento, pero sí que sea una historia interesante. Para transformar la experiencia de dolor en literatura primero necesité entender ese recuerdo y lo que me evocaba. Por ejemplo, el cuento “Últimas piedras” se basa en la experiencia de mi madre que jugaba con muñecas de piedras. A partir de eso, empecé a inventar una historia para hacerle justicia a ese recuerdo, y a la vez qué significa que una persona juega con muñecas de piedras, que hay una situación de precariedad donde igual se quiere acceder al juego, al placer, a la dicha, para comprender eso, necesitaba un narrador externo que tuviera una posición social distinta. Bueno, casi siempre esto no me resulta tan esquemático sino que uno va intentando distintas cosas.
En el cuento “Aguas de Marzo” era la experiencia que viví peleando con los turistas cuicos en una balsa, pasaba siempre porque el que llegaba primero se apoderaba de la balsa y los demás quedaban para después. No sabía cómo hacer que se estuviera moviendo, quería que fuera vertiginoso y empecé con esta idea de que se fueran cayendo al agua. Resumiendo, diría que primero es analizar el recuerdo y después identificar el mejor método narrativo para expresarlo.
¿Qué te reveló este proceso de escritura como autor?
Creo que fue algo básico: el darme cuenta que podía escribir, así de mínimo y radical porque me dio seguridad y eso es fundamental, me costó años. Tenía este primer borrador listo, pero me sentía escritor aunque ya tenía escrito algo. Creo que tiene que ver en la transformación desde el proceso de aceptación hasta la publicación del manuscrito, donde ya me fui configurando y diciendo “sí, entiendo algo de esto”. Me quedo con que puedo contar cosas autobiográficas sin que sea mirarse al espejo todo el rato, sin miedo a ser narcisista, que sé yo.
¿Sobre qué te gustaría seguir escribiendo?
Estoy escribiendo sobre el abandono desde distintas perspectivas, también son cuentos, sobre lo mezquino que puede ser el vínculo, que te ata y que puede llevar a circunstancias terribles.
¿Qué estás leyendo ahora?
He estado leyendo literatura chilena que compré ahora que fui a Chile, Souza de Nina Avellaneda, Corte de Felipe Reyes, Faramalla de Teodora Inostroza, leo casi solo literatura latinoamericana últimamente como Federico Falco, Selva Almada, Aurora Venturini, Julio Ramón Ribeyro. Tengo pendiente Juan José Saer, lo he investigado mucho y me compré algunas novelas para empezar. Hace unos días empecé «El entenado» y después seguiré con «Nada nunca nadie», si es que me engancha.
¿Qué mensaje buscas dejar con Aguas de Marzo?
Con que deje una pregunta sobre las complejidades de los vínculos sería suficiente. Que el lector se cuestione sobre la dificultad de encontrarse con un otro a nivel social, familiar y afectivo. O bien, que el lector haga un ejercicio de memoria con sus propias vivencias; porque pese a que parten de mí, el dolor, la frustración y el deseo son experiencias universales.
¿Qué recorrido te gustaría que tuviera el libro?
Me gustaría que me permitiera seguir hablando de mi escritura, que tenga un reconocimiento mínimo para no desaparecer y que generará en el lector una suerte de espejo o de preguntas un poco más profundas que la trama misma.
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