Su última novela “Tu muerte me sienta bien” (Oxímoron 2024) transcurre en el trágico periodo de pandemia; pero la tragedia de la historia está dentro de la propia casa de una profesora, a la cual llega a vivir intempestivamente periodo su hermana mayor. El incómodo pasado se transparenta dislocado en este libro ágil y osado.
En tiempos de pandemia, dos hermanas se ven inmersas en una convivencia forzada que detona vertiginosamente sus conflictos afectivos a la vez que trasluce oscuros secretos familiares hasta entonces resguardados. Trastornadas por el quiebre de sus respectivos roles de hermana mayor y hermana menor, las protagonistas de esta novela serán estremecidas por un incontenible torbellino de resentimientos y aversiones que las obligará a enfrentar las zonas más oscuras de su psiquis para resolver sus problemas cueste lo que cueste.
Es justamente el resentimiento uno de los motores de ambas protagonistas de la obra que se adentra en el pasado familiar que no es del todo conocido por una de ellas. Tomando el camino de la escritura osada, Malú González, poeta y narradora, entrega una novela intensa, compleja y ágil de leer.
-Eres autora de poesía y novela. ¿Cómo dialogan tu registro poético con el narrativo?
Al ser dos placeres completamente diferentes, me gusta que converjan, pero sólo a ratos. La poesía es ese lugar en el que me permito no dar explicaciones, es pura energía canalizada a través de la palabra. La novela es otra cosa; es estructura, estrategia, es emoción pero con cauce, con cálculo. En ese sentido, la narrativa me despierta esa sensación de desafío que me da vida, mientras que en la poesía apenas me edito, suelto todo de mí. Creo que en mis dos novelas hay párrafos en los que hago eso: me despego de la premisa brevemente para hacer poesía, pero luego la retomo para no perderme.
-El libro aborda las dinámicas familiares. La familia como institución posee una especie de «aura» que de a poco se ha ido quebrando a nivel social. ¿Cómo describirías este ámbito desde tu escritura?
El tema de la familia es insoslayable para quienes nos criamos en estructuras quebradas. Creo que habitar esa esfera es una forma de rebeldía: es romper con el mito religioso de la familia bien constituida y darle tribuna a tantas historias de violencia. Incluso ahora, cuando se trata de un tema mucho más frecuente, sigue dando de qué hablar y eso es porque no es un asunto resuelto, lo que en Chile y toda latinoamérica es bastante evidente. La familia ha sido una cómoda fachada para ocultar muchas formas de agresión y sus consecuentes problemas sociales.
-La historia sucede en la pandemia. ¿Cuán determinante fue para ti ese periodo y cómo eso define el imaginario literario sobre esos años?
La pandemia fue un período de desvinculación para mí: en situaciones extremas, una siempre descubre cosas de sí misma y de los demás. Terminé con amistades, dejé sueños, reevalué mis opciones, en fin, maté todo lo que me estaba frenando, drenando. Por eso mismo, me pareció que el encierro era una premisa notable porque te permite poner a tus personajes en una situación límite, donde sí o sí van a aflorar tensiones. Es un escenario ideal para el conflicto, para la muerte, el caos y la posibilidad de crear algo nuevo.
-Juegas con una operación narrativa en la que, a momentos, se traslapan dos escenarios posibles. ¿Cómo definirías tu escritura?
El tiempo narrativo es para mí algo fundamental. Ya había jugado con eso en Expropiación pero de manera bastante más sutil. En Tu muerte me sienta bien, decidí que iba a ser algo mucho más determinante, y lo pasé tan bien haciéndolo que ya con eso me di por pagada. Es lindo que la gente lo lea y reaccione a ese ejercicio, que no le sea indiferente.
Durante ese tiempo, retomé mi pasión por el animé y fue una influencia artística clave; los mangakas juegan mucho con el tiempo, con la memoria, con los caminos posibles, con lo que podría haber pasado, con lo que no se puede cambiar.
Aún no sé cómo definir esa estrategia, o qué nombre ponerle, creo que preferiría que alguien más lo hiciera. A priori diría que mi escritura tiene mucho de ejercicio psíquico, porque mezclo lo real con lo posible.
-¿A qué autoras acudes?, ¿qué escritorxs nutren tu imaginario literario?
Los mangakas son mi actual fuente de inspiración: soy fan de Ai Yasawa (Nana, Paradise Kiss), de Takehiko Inoue (Vagabond), de Hiromu Arakawa (Fullmetal Alchemist). Por supuesto, también de Hajime Isayama (Shingeki no Kyojin). La cultura nipona se vincula con el simbolismo como ninguna otra.
En narrativa, siempre revisito a Sylvia Molloy, Anne Carson, Vivian Gornick, Marguerite Duras, Camila Sosa Villada. En poesía, Stella Díaz Varín, Carmen Berenguer, Elvira Hernández. Todas ellas me sumergen en un hechizo cada vez que las leo, y en eso creo que consiste ser autora, en hechizar a un otro con la palabra. Podría seguir enumerando, uno siempre le debe mucho a quienes ya han escrito.
-En la presentación del libro, Nicolás Cruz sitúa este texto en un contexto más pujante que el que le tocó cuando comenzó escribir. ¿Cómo describirías nuestro campo editorial?, ¿cuál ha sido tu experiencia?
Creo que para las mujeres ha cambiado a fuerza de muchas batallas y sacrificios. Yo agradezco profundamente a las que nos anteceden, porque disputaron el campo literario, y como nada está asegurado, lo seguimos haciendo en la actualidad. Ahora, en términos generales, creo que uno siempre tiende a creer que es el héroe trágico que su propia historia, cayendo en juicios bastante sesgados. Uno de esos sesgos es pensar que la gente más joven que uno la tiene más fácil, y discrepo completamente. Cada época tiene sus propios dolores. Recuerdo que Nico Cruz dijo en la presentación de mi libro se tardó diez años en publicar, pero bajo ese parámetro yo empecé a escribir a los 9 y no publiqué hasta los veintiséis. Diecisiete años escribiendo, borrando, escribiendo, borrando. Así que en ese sentido, creo que en Chile sigue siendo tan difícil como siempre, ya que una cosa es publicar y otra es que se hable de tu libro. Si los medios masivos siguen hablando como si sólo existiera Zambra, el avance no se cristaliza. De nada sirven los libros empolvándose en las cajas.
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