Para evitar la borradura de las vivencias fuera de la heteronorma, surgió la Biblioteca Cuir, que busca construir un espacio imaginado para cuidar las memorias de las comunidades LGTBQIA+. “Un refugio en constante expansión”, que permita el resguardo, cuidado y visibilización de las identidades y experiencias vitales de quienes no aparecen en la historia y quede huella de su existencia para el porvenir. Cómo debería ser una biblioteca cuir/queer y qué contiene, son algunas de las reflexiones que tensionan las formas de hacer de una biblioteca convencional.
Ya he contado esto antes. La primera vez que conocí una biblioteca, no sabía qué no era una biblioteca y tampoco sabía qué sí lo era. Esa biblioteca era más bien un mueble de madera en el living-comedor de la casa en que crecí. Contenía (contiene) objetos tan variados como enciclopedias, unos pocos casettes, a lo mejor algún vinilo, un equipo de música, ediciones clásicas de la Caperucita roja y Pulgarcito, los Hermanos Karamazov y otras lecturas obligatorias; fotos análogas de gente que no conocí, telas de araña, naipes, un dominó, chanchitos de greda minúsculos y una guirnalda de feliz cumpleaños que usamos todas las veces que se pudo.
En ese lugar imaginaba que era uno de los Power Rangers y usaba ese mueble-biblioteca para saltar hacia los sillones del living, o para esconderme cuando jugaba. Gracias a esa biblioteca supe que son los caballitos de mar los que se “embarazan” y no las “hembras”; me encontré con Gabriela Mistral y con títulos que mi abuela compraba junto con el diario con la intención de que no faltará a quien le sirva. Esas decisiones quedaron ahí como como una prueba de una época, y la intención de cuidar algo.
Ahora de grande soy bibliotecaria de un pedacito similar, concentrado en una porción de la casa que habito. También en un mueble, también en el living-comedor, que también se ve como un junte de cachureos y libros, fanzines. Varios de ellos sin terminar, algunos con dedicatorias, otros con banderitas sobresalientes, puntas dobladas y boletas como marcapáginas.
Esa sensación que tal vez tuvo mi abuela de querer dejar algo a alguien le sirviera (tal vez educación), convivió con esa necesidad de guardar las fotos impresas para revisar quienes fueron las que vivieron ahí, devela el carácter indisociable de la madera de ese estante y la función que cumplía, pues la disposición era que ahí, en ese rincón, residieron las cosas más delicadas y también deja admirar la pertinencia de su preservación.
Estos recuerdos y gestos atraviesan la Biblioteca Cuir, un proyecto que surgió en Santiago en 2023, cuando alguien conoció a otro alguien y le propuso construirla para los mismos fines: cuidar la memoria y preservarla para el futuro. Nos nombramos en una asamblea como un refugio micropolítico promiscuo para la memoria disidente.
En una insistencia sabia del hallazgo de una piedra preciosa, llevamos casi un año tramando formas de subsistencia. “El odio ha hecho suficiente para que nos arrebaten la memoria, por eso atendemos a la urgencia de evitar la borradura de nuestras imágenes y relatos relegados. Buscamos una maniobra marika para resistir”, dice el manifiesto de la Biblioteca Cuir.
Nos organizamos en encuentros bimensuales durante seis meses de forma alternada en Casa Palacio y en Casa Taller Teatro Sur. Ideamos metodologías y formas de hacer propias. Comenzamos a recibir donaciones publicaciones y expresiones de diversos formatos, digital, impreso, fotocopiado, libro con tapa dura, fanzines, para conformar una colección. El hito inicial fue el Convite marika, las ganas de contar lo que estuvimos haciendo se tradujeron en compartir un plato de lentejas, poesía, tinta y prácticas gráficas y materiales nuevos para armar el primer dispositivo contenedor (o Coso).
Pero, ¿qué es? Estuve revisando los registros de la Biblioteca Cuir hasta ahora y en uno de los audios de las asambleas con conversaciones qué intentan responder cómo se construye este espacio. Nos cuestionamos cómo ingresa el material a la colección: “necesitamos una catalogación variable, donde se sumen subjetividades con una ficha abierta que se va alimentando con información que alguien quiera comentar”, o si “vive en una repisa, en un muro, en una exposición”. Se trató de resolver también: “cómo se custodia y quién va a cuidarla más adelante”. ¿Es una biblioteca o un museo? ¿Qué se presta o no se presta?
“La biblioteca es una asamblea, siempre adquiere vida cuando las personas la activan, y a través de esa experiencia, deberíamos pensar quién se encarga de activarlo y cuáles son las nuevas cepas de virus que podemos generar físicamente y ahí está la posibilidad de hacer instrucciones imaginarias de ver cómo funciona, o cómo vive una colección”. “Y si nos salimos de cómo funciona una biblioteca, inventémosla”.
Pasamos de mover una caja con las donaciones en la micro, a doblar el tamaño de la colección en menos de seis meses y estamos de a poquito, con cautela, explorando estructuras y ensayando juntes. ¿Qué pasa si ponemos esto acá?, ¿qué pasa si creamos un glosario?, ¿qué pasa si hacemos un bachillerato marika en performance?, ¿qué pasa si conseguimos financiamiento?
El camino hasta ahora es una lista de preguntas sin respuestas, y nos acomoda: ¿Qué es una biblioteca cuir?, ¿por qué es distinta?, ¿qué colores y texturas tiene?, ¿cómo se ve?, ¿se puede tocar?, ¿es un mueble o una ameba reproduciéndose?, ¿un pulpo?, ¿llegará a ser un edificio?
Exhibimos el primer Coso a modo de ensayo, primero en el Centro Cultural (CEINA), luego en el Centro de Cine y Creación (CCC). Construimos un segundo Coso para exhibir la colección en la exposición “Re vueltas Gráficas. Multitudes para cambiar la vida”, en el Centro Cultural de La Moneda, e iniciamos una residencia de investigación y creación en el Centro Cultural de España (CCE), atendiendo a la idea de promiscuidad que nos atraviesa. Sara Ahmed resume este ímpetu, en la experiencia de no encajar y tener que construir algo desde cero, Ahmed dice: “Levantamos nuestros propios edificios cuando el mundo no se acomoda nuestros deseos”, y eso hacemos.
Se podría decir entonces que la Biblioteca Cuir es resultado de la urgencia, es probar que se vivió, una huella de que existimos, de que nos colamos en la fiesta del heterocispatriarcado y que en algún recoveco las lesbianas y les trans, ahí, a la vuelta de la esquina: resistimos. Es finalmente lenguaje, escrituras, recortes, stickers, fanzines, es (re)afirmarse en una gráfica impresa, en fotografías, es sobre todo encontrarse en la lectura y hacer propias descripciones que usan palabras que nunca tuvimos, o echar mano a las palabras de otres.
Atornillamos, taladramos, lijamos, cortamos y pegamos, con materiales que reunimos para esta ocasión en específico. Hay todo tipo de publicaciones, desde una bolsa con challa de HAMBRE, hasta un fanzine del 19 de octubre de Ciscazines, un afiche con la imagen de Hija Perra y otro que pide Libertad para Estefano, el primer libro de Jotaelmes Ramírez, fanzines de Claudia Rodríguez y registros del Cordel fotográfico. Hay también material de Argentina, está el Archivo de Serigrafistas Queer y un ejemplar de Nuestros Códigos del Archivo de la Memoria Trans (AMT), con la firma y un beso estampado de su fundadora, la propia María Belén Correa.
En el futuro, ¿seguirán existiendo bibliotecas? ¿Qué moviliza a las bibliotecas?; ¿solo la memoria?, ¿la justicia? ¿Son políticas? Parte de la respuesta quizás está contenida en las últimas páginas de Nuestros Códigos. “El AMT exige una justa reparación para todxs lxs compañerxs que fueron perseguidxs tanto en dictadura como en democracia”. En el caso de Argentina, los testimonios recopilados por el ATM, fueron esenciales para lograr la Ley de Reparación Histórica a travestis y trans sobrevivientes post dictadura.
Ahora, una parte de la colección de la Biblioteca está en “Re vueltas Gráficas”. Escribimos textos en jornadas grupales, pegamos pedazos de escritos y los zurcimos, y adaptamos para convertirlos en audios que acompañan el recorrido para encontrarse, manosear e incluso oler el material que, para esta oportunidad, ordenamos en cuatro categorías: Compartir, Transformar, Recordar y Cuidar.
El primero, por ejemplo, tiene la voz de Matías: “Compartir el contenido con nuestros vínculos y hacer una política común que infecte todos los rincones íntimos que están en construcción. Compartir maneras de a(r)marse, traficar saberes sensibles. Resistir, desde el goce, pero siempre resistir”.
El que sigue tiene la voz de Denis: “Es agotadora esta performance incesante de adecuarse a la normalidad. Soy un coso, me desarmo, me trasvisto y vuelvo a aparecer. Como dice Diamela Burboa, “el cuerpo es un pacto con la imaginación”, un ensayo de carne y hueso que se mide, adapta y transita todo el tiempo. Porque no hay mapa ni identidad que nos fije, puedes elegir tu camino, ir y regresar, e incluso continuar por otro rumbo”.
Construir una biblioteca no convencional y, en específico, una que aúna memorias de disidencias sexuales y de género, es imaginar un lugar que no existe, cómo es, cómo se ordena, qué contiene, es tan revelador como inventarse un cuerpo nuevo. Jugar a la ciencia ficción de que hay otros mundos posibles, a la utopía, o el deseo genuino de que algún día a alguien le sirva. Cuidarnos del olvido.
Perfil del autor/a: