Las manos de mi padre parecen pájaros heridos es el título del poemario del escritor Diego Zamora, recientemente re editado por Fea Editorial. En un contexto del día del padre, conversamos con el autor sobre esta figura en la sociedad y sobre la subjetividad plasmada en el libro, que ahonda en la enfermedad y muerte de su progenitor en cruce con su propia salud. Todo esto bajo el prisma de la poesía. “La poesía permite poner en crisis las relaciones, en permitir que nos pensemos desde el lugar inesperado”, señala.
“Escribí este libro con la muerte de mi padre muy de cerca. Por este motivo, al principio idealicé mucho la idea de la paternidad”, relata Diego Zamora, a propósito de la re edición de su poemario Las manos de mi padre parecen pájaros heridos por Fea Editorial. Fue justamente en una conversación con Gabriela Contreras, editora de ese espacio, que ambos fueron llevando la obra “a temáticas que pensaran también en el rol de padre a nivel social”. En esa revisión, recuerda, “como hijo viví la experiencia del abandono en varias ocasiones, mi padre era capaz de dejarnos por temporadas y luego regresar sin dar explicaciones”.
En nuestra sociedad, agrega, “generalmente la paternidad se vive de manera laxa, el hombre puede estar o no cumpliendo su rol y lo cumple según sus espacios, sus tiempos”, algo que “solo en los últimos años ha ido cambiando, pero la hemos integrado como una característica propia de nuestra identidad latinoamericana. Está la idea del niño huacho como central en nuestra forma de ser. En mi caso, creo que el cáncer hizo que mi padre regresara a vivir, tal vez a la fuerza, esa vida familiar de la que tantas veces escabulló”.
Es esta experiencia de enfermedad la que Diego Zamora narra en el libro, entrecruzando el extrañamiento del cambio de la figura del padre a nivel físico por la salud, pero también a nivel simbólico. Este escenario de dolor y cuidados se cruza con su salud, en condición de persona viviendo con VIH.
-¿Por qué tomaste la metáfora del ave para titular? Es parte de un poema pero, ¿tiene algún significado especial?
La frase es una reescritura de una canción que dice “…las manos de mi madre parecen pájaros en el aire” de Mercedes Sosa. Es una canción preciosa que habla de la pobreza y el trabajo arduo de las mujeres en el trabajo de la crianza. En mi caso, las manos de mi padre eran manos fuertes, de mecánico. Fue raro verlas adelgazar y sentirlas débiles cuando el cáncer lo comenzó a afectar. Quería hacer notar esa fragilidad. Fue gracias a otro libro que uní las partes, se llama “Las enfermedades de las aves” de Carlos Piaceti. Es un libro para granjas y en él enseñan cómo enfrentarse ante diversas afectaciones de aves de corral. Encontré muy impresionante el relato de Piaceti, la brutalidad con que se refería a los sacrificios y los cuidados de los pájaros. El libro lo encontré en el Persa y cuando lo leí supe que ahí estaba el centro de mi trabajo. Por eso, intercalé algunas frases de Piaceti en mi libro y quise guiarme por la figura de las aves para escribir.
Además, como bien menciona el poeta Edgar Soliz en el prólogo, los maricas tenemos una patria pajaril, nos nombramos y pensamos desde ese cielo de pajaritas heridas, las alitas rotas, como dice Lemebel.
-¿Cómo contribuye el lenguaje poético a la sociedad actual? específicamente, ¿cómo contribuye a abordar las relaciones humanas?
Actualmente hay mucho lenguaje poético dando vueltas. Las redes sociales están llenas de poesía y eso da cuenta de una necesidad de transformar nuestro lenguaje. Hay algo en el lenguaje que nos dice que debemos nombrar de otra forma al mundo. Porque el lenguaje poético sirve para eso, para decir las cosas de otro modo, ir más allá del lenguaje habitual y mirar luego las cosas con la mirada transformada.
La poesía transforma, interrumpe la palabra común, hace aparecer lo que no era esperado. Por eso, la sociedad actual sigue viendo en la poesía algo misterioso, aunque no se venda tanta poesía, aunque los libros más vendidos sean de autoayuda, creo que esos son problemas del mercado editorial. Pero veo la poetización del mundo a diario La gente sube historias, fotografías y videos que dan cuenta de un lenguaje muy interesante, incluso en los memes se puede observar que estamos desbordados de poesía. Tal vez cueste verlo, pero existe un murmullo poético que está dando vueltas. Ahora, si contribuye a abordar las relaciones humanas, no lo sé, creo que la poesía permite poner en crisis las relaciones, en permitir que nos pensemos desde el lugar inesperado.
-El poemario sitúa un contrapunto entre el cuerpo enfermo y la fuerza, en relación a la enfermedad del padre. ¿Cómo experienciabas tú esta relación con tu propia salud antes del cáncer de él?
Vengo pensando en la enfermedad desde que fui diagnosticado con VIH. He leído y escuchado a otras personas para aprender sobre los discursos que se desarrollan en relación a la enfermedad. Tal vez por este motivo, pude escribir sobre la experiencia del cáncer, porque no es una tarea fácil, sobre todo cuando escribes fuera del lugar de la superación o la sobrevivencia. Yo escribí precisamente lo contrario, hablé sobre la fragilidad y la muerte tras la enfermedad.
Sobre la relación de mi propia salud, antes de la muerte de mi padre, ésta estaba marcada por la reflexión y la búsqueda de respuestas frente a una condición crónica de una enfermedad que está ligada a una larga lista de personas que fallecieron en espera de medicamentos. Por este motivo, podría decirte que politicé mi experiencia, porque la pensé en colectivo.
La fuerza de un cuerpo no está en su salud, precisamente, “La Teoría de la Mujer Enferma”, de Johanna Hedva, me ayudó mucho a pensar en ello, en cómo imaginar una revolución de enfermos y sobrepasar la idea del hombre fuerte que lleva una bandera y las armas. Creo que la debilidad también tiene un potencial revolucionario, sentirnos así nos transforma la vida, aunque esta se nos vaya al mismo tiempo.
– Los cuidados se han puesto sobre la mesa en el último, se han puesto en valor y visibilidad. ¿Cómo fue esa experiencia, vivir ese rol?
Es cierto, hay una reflexión y un actuar social en relación con los cuidados y la experiencia de ser cuidadorx. Me parece que está bueno que pensemos en ello, porque durante mucho tiempo se invisibilizó esta labor de primera necesidad para muchas personas. Aún hay mucho por hacer al respecto, pero se está gestando un discurso que permite hablar al respecto.
En mi experiencia con mi padre, yo lo cuidé junto a mis otros cuatro hermanos y mi madre. Mi padre llevaba mucho tiempo viviendo solo, su regreso a casa fue muy impactante, porque regresó al hogar que él mismo había abandonado y murió ahí. Creo que al volver lo hizo dejando su rol paternal lentamente: era mi padre, pero a ratos era mi hijo.
Recuerdo que al viajar en la ambulancia para ir al hospital se quejaba mucho y yo le hablaba como a un niño, no le podía pedir que fuera fuerte, le decía “ya vamos a llegar, tranquilo” como a un chiquillo que está aburrido de viajar.
Creo que eso es algo que se aprende al cuidar a un enfermo, que nos vemos obligados a cambiar de papel, podemos ser los padres de nuestros abuelos, la madre de tu padre, y así.
La enfermedad nos lleva a poner en cuestión quiénes somos y a reconocer la posibilidad de encontrarnos con el otro desde el cuidado y la fragilidad, pero es una tarea tremendamente difícil. En mi familia existió un apoyo mutuo, pero hay personas que lo viven en soledad o con dificultades económicas y laborales, por eso es importante generar un apoyo a quienes están en condición de cuidadorx.
-El libro es también sobre la muerte, ¿cuán preparados estamos para ello?
Creo que algunas personas no están preparadas para la muerte porque se resisten a pensar en un mundo donde haya pérdida. Todo es ganancia y triunfo. Me asustan y repugnan los discursos que invitan a los enfermos a sentirse optimistas para sanar. Ahí veo el problema. Además, visitar la muerte sin idealizar es muy difícil.
Antes de escribir este libro leí “La muerte del padre” de Karl Ove Knausgard y me pareció fascinante cómo el autor construyó un retrato de su padre muerto desde sus sombras. Hay que hacer ese ejercicio, visitar a los muertos para que nos traigan un poco de verdad.
-En relación al vih, que también es otra pandemia, ¿ves algún cambio de relato social post covid?
El covid provocó que todos pensáramos en nuestros cuerpos como agentes contaminados, nos hizo pensar en la vida minúscula que está ahí, en el aire, en las cosas, en cada cuerpo. Vida de virus y bacterias que conforman un universo siempre presente. Cuando vives con VIH, como es mi caso, sientes esa presencia a diario. Cada pastilla que tomas te recuerda que en tu cuerpo hay algo invisible que ha pactado una forma de convivencia.
Creo que el covid hizo que las personas que no viven una experiencia crónica empatizaran con esa sensación, pero es difícil decir que el relato social ha cambiado habiendo pasado tan poco tiempo. Estamos reaccionando a lo que nos pasó, lo que provocó en nuestras diversas sociedades la presencia de una pandemia, sobre todo una que estuvo monitoreada, cifrada y presentada por redes sociales. La presencia del VIH en el mundo, digamos, su presentación pública, fue más lenta. Aún se especula sobre el paciente cero. En cambio, con el Covid hubo mucha información desde el primer momento y el acceso a la información marca la manera en que formamos el relato de una enfermedad. Nos da más o menos espacio para mitificarla. Actualmente, el VIH ya se está pensando como una pandemia en retroceso, no debido al Covid por supuesto, sino a que hay más facilidad para acceder a los medicamentos y métodos diversos de prevención que hacen que haya menos transmisión. Creo que nos toca vivir ese tiempo, el momento en que el VIH pueda dejar de ser una pandemia y, como pedimos desde el activismo, encontrar una cura para la infección.
-¿Cuál es el rol de lo masculino en relación al día del padre? ¿Ha cambiado ese imaginario conmemorativo posterior a las oleadas feministas más recientes?
Ha cambiado mucho, ahora es muy común que en el día del padre veamos mensajes de cuestionamiento al rol paternal. Antes teníamos solo a la televisión y su exaltación al padre bueno, al que merece ser celebrado, sobre todo en su masculinidad. El movimiento feminista ha jugado un rol fundamental en la posibilidad de pensar en los hombres y al padre como sujetos de cuestionamiento, los han llevado a una crisis identitaria que asusta a muchos. Y que bueno que les asuste, que no se queden como observadores pasivos del juicio que hay sobre ellos, porque da cuenta de un problema histórico.
La paternidad debe ser repensada y transformada. Veo a muchas amigas que pasan por los mismos problemas que pasó mi madre en los ‘80 y ‘90, que deben cargar con la tarea de la maternidad a solas, con las dificultades económicas que eso significa. Es un cambio necesario y es bueno que el día del padre sirva como excusa para exigirlo, para pensar en otras maneras de ser padre más allá de la lógica patriarcal.
-¿Qué cambió en ti después de publicar este poemario y por qué re editarlo?
No sé si después de publicar haya un cambio en uno. El libro sí, cambia porque se presenta a la vida pública, llega a otras personas, cobra un recorrido propio. Pienso que este libro es como un pajarito herido que ha llegado por ahí y por allá con un trinar que hace sentido, principalmente a las personas que han vivido la enfermedad desde cerca.
El día de la presentación, por ejemplo, llegó una persona que entró por casualidad a la actividad y, al finalizar, se me acercó para hablarme de su vivencia con la muerte de su propio padre a causa del cáncer. Esas cosas te hacen sentir que la escritura tiene sentido, porque puede conformar una especie de colectividad invisible, que vive entre la lectura y la ausencia de dos personas: lector y autor. Porque se trata de un encuentro que tiene como soporte el libro. Por eso re editarlo significa abrir más posibilidades de ese vuelo invisible.
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