Territorios imaginados, desconocidos. Como el cuerpo del otro, como el cuerpo del ser amado. Esto es parte del imaginario de la más reciente publicación de Pequeño, Notas para una cartografía imaginaria de los fiordos, que luego de ganar el concurso de Editorial Vaso Roto, circula con vida propia en México, España y Chile. Preguntas sobre la naturaleza y sobre el lenguaje mismo rondan estas páginas y las inquietudes de la poeta, con quien conversamos.
Usualmente, las entrevistas se editan. Se recortan. Se «podan», como dicen a veces los periodistas. Como si fueran árboles cuyas ramas hay que cortar para tener una mejor visión, para que no caigan las partes más externas y sueltas en el camino. En este caso, no lo haré. O sea sí, un poquito: sacar las muletillas, uno que otro ruido, pero quisiera que esta conversación que sostuvimos con la poeta Emilia Pequeño sobre su más reciente libro Notas para una cartografía imaginaria de los fiordos (Vaso Roto, 2023) pueda quedar lo más fidedignamente completa para ustedes.
Es que todo lo que hablamos esa tarde de invierno en el centro de Santiago, en el Café Torres, fue un lapso de tranquilidad y de ideas que me gustaría que perduren en la revista.
Emilia, poeta y profesora, es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas y Magíster en Teoría e Historia del Arte por la Universidad de Chile. Actualmente cursa el Doctorado en Literatura en la Pontificia Universidad Católica de Chile. En 2018, ganó el Premio Roberto Bolaño en poesía y fue becaria de la Fundación Pablo Neruda. En 2023 obtuvo el Premio de Poesía Joven Vaso Roto. Ha publicado los libros La chacra de las fresias (Pez Espiral, 2022) y recientemente, Notas para una cartografía imaginaria de los fiordos, acreedor del premio de poesía joven de Editorial Vaso Roto, sobre el que conversamos en esta oportunidad.
–Quería primero preguntarte sobre lo geográfico como tópico, sobre el concepto mismo de cartografía, ¿cómo llegas a ese camino?, ¿cómo definirías esta poesía cartográfica?
Para mí siempre ha sido una preocupación el territorio. Creo que siempre me ha gustado escribir y sigo haciéndolo sobre el territorio, sobre los lugares y la materia del mundo; en el fondo, la existencia material de un mundo que no somos nosotros, porque muchas veces existe ese prejuicio de que la poesía es tan subjetiva, de que la poesía es expresar tus emociones o cosas así –que sí, puede ser–, pero también hay otros tipos de poéticas en las que entra a jugar el mundo material. Bueno, creo que siempre está en juego, pero a mí me interesa hacerlo relevante, hacerlo tópico. Y pasó que hace hartos años había terminado un libro que salió publicado en 2022 [La chacra de las fresias (Pez Espiral)], pero esto fue como el 2020; estaba pensando cosas nuevas, buscando y buscando, siempre pensando, siempre escribiendo. Para mí, además, escribir siempre tiene que ver con una pregunta, preguntas que me hago de las relaciones del lenguaje y del mundo, que las termino resolviendo, y en ese sentido había algo que biográficamente estaba experienciando, que era una pregunta por el amor y cómo los otros cuerpos existen más allá del mío; hay alguien a quien puedo amar infinitamente, pero nunca voy a entender del todo y nunca voy a poder fundirme con esta otra persona, con este otro ser. Esto se parece a las cartografías o cómo uno va explorando los territorios, porque nosotros tenemos un conocimiento del mundo, pero que siempre se va ampliando y nadie sabe todo el mundo, nadie, no hay ningún ser, ni siquiera la ciencia –que es esta súper estructura, este súper dispositivo que establece ciertas verdades o cosas que tienen valor de verdad– ha podido tampoco terminar de explorar la fauna y la flora.
En esa imposibilidad de terminar de entender o de ver, hay algo muy hermoso que se parece –para mí, personalmente– a la experiencia amorosa.
También estaba la palabra fiordo, que habitaba en mi cabeza muy gratuitamente, y quise hacer algo con eso. Tenía una noción abstracta de lo que era un fiordo, pero es muy difícil de entender una geografía si es que uno no la ha visto, no la ha experimentado, si uno no ha estado allí.
–¿Nunca has estado en un fiordo?
Nunca he estado. Eso fue un juego que hice conmigo misma de “ya, yo no voy a ir a un fiordo hasta que esto se termine, hasta que ese libro esté listo”, porque parte de la idea es que sea imaginario, una aproximación imposible. No es un registro de una visita a un fiordo, sino que es como yo me lo imaginaba o como yo podía especular sobre el fenómeno.
–El poemario tiene muchos quiebres, las palabras van corridas, ¿en qué medida la visualidad de la poesía funciona para ti como una forma de comunicar?, ¿cómo te desenvuelves en esa diagramación?
Es una buena pregunta.
–A veces uno trabaja así porque le tinca…
Yo creo que partí haciéndolo porque quería romper con el ritmo que venía trabajando en el poemario anterior, que era más una idea de un bloque de texto, más barroca, más pura, más opaca, una manera de enmarañamiento de palabras. En este libro yo quería que hubiese silencio y que hubiese claridad, y esa fue la manera en que lo encontré. Además, me servía como una materialización, diría yo, de cómo el paisaje se va quebrando, de cómo tiene grietas, cómo el paisaje se extiende en el espacio: no hay una línea, sino que tiene su espacialidad, pero también me interesaba mucho que las palabras tuvieran espacialidad, tuvieran materialidades, que es un poco imposible, pero es una forma de intentarlo.
–Aludías al primer poemario. ¿Cómo dialogan ese y este nuevo libro?
Creo que dialogan y no dialogan al mismo tiempo. Pienso que dialogan porque intenté salirme del otro libro, que fue el primer libro que escribí “en serio”, porque en otro momento escribí otro que nunca va a ver la luz, porque era muy chica y no me gusta. Con el primer libro empecé a moverme en este mundo de la poesía o más profesional, y no quería escribir el mismo libro, entonces traté de desmarcarme un poco de esa poética, pero también es imposible porque hay una voz –y hay una subjetividad, que es la mía, de la que no puede escapar–. Por eso también creo que dialogan, porque hablan del territorio y de la experiencia afectiva del territorio.
–Esta publicación fue gracias a un concurso. ¿Cómo es que decides mandar este texto?, ¿cómo te llevas con los concursos y con los fondos?
Vi el llamado y me entusiasmó porque admiro mucho el catálogo de Vaso Roto, porque ellos publican, por ejemplo, a Anne Carson, a María Negroni, entre otras, y me parecía interesante pensar un poco la posibilidad de salir por ahí, porque el premio era plata y además publicar. No tenía en ese momento editorial para el libro, y me daba cosa moverlo por acá en Chile, y sentí que podía postularlo al premio…
–Una apuesta.
Es una apuesta, una ruleta. O sea, obviamente siempre hay algo de meritorio, pero también depende de un montón de cosas. Tengo esa relación con los premios de si sale, sale, pero si no, no, en fin, da lo mismo.
Tuve ayuda de amigos y amigas que me dijeron “saca esto, esto sí está bien”. Todo el tiempo me gusta dialogar y preguntar qué opinas tú de esto. De repente siento que se me pasa la mano y necesito que alguien me diga “no, se te pasó la mano”, ir viendo.
Al final postulé. Me llamaron un 18 de septiembre y fue sorpresivo porque era un concurso de toda América Latina y de España. Era como tirar una botella al mar, que si llega, llega, si no, bueno, pero había que hacerlo.
Y pasa también en los fondos concursables, que tienen mucho de meritorio y de saber postular, de qué jurado te tocó, qué criterio usaron, porque también los criterios son súper subjetivos de repente, o sea, incluso si están estandarizados son más o menos subjetivos.
–Más en poesía.
Es más en poesía, sí, entonces yo creo que hay que ser súper humilde también, entender que a veces te puede tocar y a veces no, y no significa que tú seas mejor que otro o algo así.
–Este segundo libro tiene una circulación distinta por esta editorial. ¿Qué comentarios te han llegado de afuera?
La verdad es que ha sido bien intenso, porque tuve muchos lanzamientos. No estoy tan acostumbrada a eso, a esta visibilidad. Hay gente que no le gusta tanta exposición y a mí me acomoda eso, me encanta no tener tanta exposición, pero en el último tiempo mucha gente que no conozco me empezó a seguir en Instagram, me han llegado mensajes de personas que han leído libros diciendo que les gustó mucho. Todavía no me llega ninguno que me diga que no le gustó. Me gustaría que llegara para saber qué onda, porque obviamente debe haber alguien, pero…
–Usualmente cuando alguien no le gusta algo suele callarse…
Y sí, me gustaría saberlo igual, entender también por qué no.
Me han hecho entrevistas de varios lugares, ha sido raro. Siento que soy muy bajo perfil, entonces ha sido también quitarme la vergüenza de ser percibida por otros.
–Ser pública.
Claro. O sea, creo que tampoco soy pública, por suerte. Hay gente que tiene mucha más exposición, pero sí, darme cuenta de que hay gente que me está percibiendo en partes que yo ni siquiera esperaba que pasara, como Puerto Rico. Chuta, ¿cómo pasó?, qué raro.
–Claro, allá que es un lugar súper cálido, les llega este fiordo…
¿Qué pensarán? Además que nosotros en Chile decimos sur para nombrar a una región demasiado sur, pero para ellos el sur en verdad es casi todo el mundo.
–Volviendo un poco al principio de lo geográfico, a la fuerza de la naturaleza que persiste en este frío, plantas que brotan en el hielo, ¿cuál es tu imaginario poético en torno a la naturaleza?
Es una pregunta muy grande. Me pasa que para mí la naturaleza es una gran pregunta. Creo que siempre escribo un poco desde ahí, preguntándome por el concepto de la naturaleza. En el último tiempo me han invadido otras preguntas más inquietantes, como qué hace que el lenguaje no sea entendido como naturaleza, o por qué pensamos que lo humano no es parte de la naturaleza también, porque, ¿dónde está el límite?, ¿dónde está esa barrera, esta idea de cultura y barbarie o cultura y salvajismo? Al final también es súper retórico, entonces a mí personalmente me inquieta mucho todo eso y cómo la poesía puede hacerse cargo también de esa pregunta. Ahí una se pone en la eco poesía… o no sé, ¿por qué lo que hacen las abejas con su vuelo no es un modo de hablar y comunicar?, o ¿por qué un río no podría estar escribiendo también de alguna manera un poema?
Son preguntas medias hippies igual, pero a mí me gusta no cancelarlas, porque creo que existe un poco de “cómo voy a estar diciendo esa estupidez”; pero bueno, de repente hay que preguntarse, y me pasa que la naturaleza, por lo mismo, siempre me inquieta. Creo que hay algo en contemplar toda esa otredad, todo lo que no soy yo como humana que nunca me termina de fascinar.
–Hoy día estamos en un lugar del centro mismo de Santiago, en un café que está abierto desde 1879. ¿Cómo, desde este lugar que es la ciudad, llegas a abordar la naturaleza? Hay un poema que dice Santiago es un glaciar a medio derretir.
Si bien Santiago es una ciudad que ha progresado hacia devastar la naturaleza, a tener cada vez menos áreas verdes, cada vez menos cerros islas, igual es un espacio que se emplaza en el mundo y hay una naturaleza –entre comillas– controlada, como los árboles que se ponen o que se permite tener, pero también hay naturaleza –entre comillas– no controlada. Pienso en las palomas, en todas esas pequeñas plantitas que van saliendo, como esas malezas en las paredes. Pienso en los canales, que son formas controladas del agua, pero se salen también y también tienen sus propias reglas. El agua también tiene una forma muy misteriosa de operar, que a mí me llama mucho la atención.
Pienso que no es una oposición entre naturaleza y civilización o naturaleza y cultura, porque están muy mezclados, por eso también me inquieta ese límite, porque pienso “dónde está”, “por qué nos fijamos tan estrictamente”. Uno sabe más o menos quién lo fija, pero ¿por qué hay que fijarlo?
–¿Qué rol tiene para ti en la descripción del cuerpo en este texto?
Creo que operan distintos niveles o me gustaría que así se leyera, porque por una parte está el más evidente, que es esta metáfora del fiordo y el cuerpo y la exploración de dos geografías.También me interesaba salir un poquito de estas retóricas del amor ardiente o de estas cosas tipo “el amor te quema, te arrasa”, porque el frío también puede ser muy arrasador, y la frialdad también puede ser devastadora. En ese sentido me interesaba jugar con todas esas ideas del sentido común sobre el amor y sobre la calidez; la frialdad, el amor, desamor, construcción, devastación, etcétera.
–El libro es a su vez varios pequeños libros. Está episódicamente programado o seccionado. ¿Cómo lo trabajaste?, ¿eran libros aparte?
Fue progresando, la verdad, y fue muy orgánico porque al principio no quería escribir un libro sobre amor, me negaba mucho y había escrito estos poemas sobre fiordos, amor y la mirada. Eran cinco poemas que después fueron mutando, que son la primera parte del libro. Esos fueron los primeros que escribí y no quería seguir, porque una parte mía decía “qué voy a andar escribiendo poemas de amor”, que está muy mal visto actualmente, luego de ciertos procesos del feminismo. Ha sido un período de revisar esas cosas, por ejemplo, la no monogamia.
En ese momento no quería escribir un libro de amor, era mucho más chica, estaba saliendo de la universidad, entonces estaba muy influenciada también por todos estos procesos sociales que viví también como estudiante. Luego me di cuenta de que quería seguir escribiéndolo porque la idea no se me iba de la cabeza, seguía pensándola, seguía dándole vueltas a la idea del color de la mirada y el amor, y ahí empecé a escribir todos los poemas que tienen que ver más con el invierno, porque más encima entre medio estuvo la pandemia, y un poco la poesía se adelantó porque este no poder tocar o no poder salir de la casa se volvió un tópico al final del libro.
Ahí surgió la tercera parte, que es El libro de los cambios a raíz de una situación muy biográfica: alguien me mencionó algo de I Ching, yo me acordé que tenía un libro cuando chica y lo recuperé y empecé a escribir sobre eso, justo en un momento de muchos cambios en mi vida.
En verdad creo que este libro es un poco autobiográfico, aunque me gustaría que no se leyera tanto desde ahí, pero, tiene mucho que ver con mi vida entre los años 2020- 2022.
–Y sobre escribir, justamente, ¿qué rutinas tienes?, ¿qué estrategias usas para trabajar? Porque escribir es un trabajo.
Sí, también lo veo como un trabajo, y por lo mismo he tomado ciertas decisiones y le he dado cierta prioridad a la escritura en mi vida, en el sentido de que privilegio mucho el tener espacios para eso, que no siempre es fácil. Es verdad que el ritmo de trabajo te consume, o sea, el otro trabajo que uno tiene para sobrevivir.
Trato de siempre tener un rato en el día para leer algo relativo a mi proyecto de libro que estoy desarrollando en el momento. Siempre me gusta tener un proyecto de libro, aunque después fracase. De hecho hay muchos libros que nunca terminé o que boté, pero me gusta tener un proyecto porque siento que le da un poco más de narrativa a mi vida…
–Una razón para vivir…
[RISAS] Es un poco dramático, pero claro, quizás alguien lo podría ver desde ahí, pero más que razón para vivir yo pienso que es casi que tengo algo acompañándome todo el tiempo. Por ejemplo, ahora estoy escribiendo sobre el problema de las montañas y la representación del lenguaje y la idea del intercambio que hay en el lenguaje. Todavía está muy abstracto, entonces siempre estoy pensando en eso, siempre trato de leer sobre eso y todos los días en la mañana tomo desayuno leyendo un rato para eso. Es para asegurarme de tener aparte de mi vida diaria y todo lo que tengo que hacer, ese espacio y esa constancia y compañía que es un libro.
–También sobre libros y sobre esta búsqueda de material asociado a estos proyectos, ¿con qué autoras te gusta mirar?
Paso por etapas. Siento que cuando escribí mi primer libro estaba muy pegada con Gabriela Mistral y con Marosa di Giorgio, que eran referentes para mí. De hecho, el libro está dedicado a ellas; y aquí en este libro de los Fiordos fue una gran inspiración, por ejemplo, Shumpall de Roxana Miranda Rupailaf, que es un gran ejemplo de cómo contener el ritmo y la tensión y el amor…
–La sensualidad…
La sensualidad, es increíble. Estuve leyendo mucho Guadalupe Santa Cruz también en esa época, también hartos ensayos, porque durante la época en que escribí el libro de los Fiordos estaba terminando mi tesis de magíster, entonces es un poco primo de mi tesis, que es sobre el tocar. Leí mucho también sobre eso, y me inspiró mucho también Merleau-Ponty, un fenomenólogo francés que habla sobre el ser en el mundo y la percepción del cuerpo.
Me gusta mucho esa contaminación y trato siempre de leer más, de buscar más. Si este ensayo dice algo algo que me interesa, entonces voy a tratar de leerlo así, y también en eso ayudan mucho las amistades, nuevamente. Creo que es súper importante escribir con pares, porque siempre te abren una perspectiva. De repente le muestro unos poemas a un amigo o amiga y me dice “oye, ya has leído esto, o este ensayo se parece a eso”. Y ahí uno va también dialogando y ampliando.
–Los misteriosos caminos de la recomendación.
Sí, sí, son buenos los caminos de la recomendación, me encantan.
–¿Y el libro sobre las montañas?
Estoy trabajando en ese libro. Me ha costado, porque me ha costado soltar el lenguaje del libro de los fiordos.
–Es que está muy logrado.
Me acomoda, además, pero también quiero salir de eso…
–Que no sea fórmula.
Claro. No quiero que sea una fórmula. No quiero tampoco quedarme en esa comodidad, porque podría escribir otro libro igual, pero para qué. Para mí es más importante salir de la zona de confort, entonces estoy intentándolo. Creo que se está logrando un poco, tengo ya un manuscrito, más o menos, pero le falta.
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