En 2024 se cumplen 40 años desde la publicación de Entrecielo y entrelínea, el primer libro de Verónica Zondek. El esplendor de la granada es homenaje y celebración. Nos regala en un solo libro, conjunción de poesía y vida expresada en una obra de gran complejidad: ciertamente irreductible, que, sin embargo, en su vasta extensión, transparenta una línea de transformación estética, debida en gran medida a las circunstancias históricas en que se fueron creando los poemas.
Este volumen reúne los 14 títulos publicados por Verónica Zondek entre los años 1983 y 2018, más un último poema que conforma la letra para coro de Otro viento cantará, cantata estrenada en 2022.
Lo que hoy tenemos entre manos, en El esplendor de la granada, corresponde a la reunión de los siguientes títulos, revisados y “retocados” por su autora: Entrecielo y entrelínea; La sombra tras el muro; Vagido; El hueso de la memoria; Peregrina de mí; El libro de los valles, con fotografías de Camila Molina Wiethuchter; Entre lagartas, con grabados de Gabriela Villegas; Por gracia de hombre, con grabados de Guillermo Núñez; Memento, poemario que forma parte del libro Memoria sensible de la sinagoga de la calle Serrano, con fotografías de Pilar Cruz, quien ideó y dirigió el proyecto y que cuenta además con múltiples colaboraciones de la comunidad judía de Santiago que se reunía en torno a este centro religioso y cultural; Fuego frío; Instalaciones de la memoria, fotopoema con Patricio Luco Torres; Nomeolvides: flores para nombrar la ignominia; La cuidad de habito; Una pequeña historia; y por último, el poema que corresponde a la letra de la cantata Otro viento cantará, del compositor Edgar Girtain, estrenada por el coro de niños de la Escuela de las Artes del Teatro del Lago de Frutillar y las escuelas de la Región de Los Lagos más los coros de adultos de la Región de Los Lagos y la Región de Los Ríos, con la dirección de Hingrid Kujawinski. En este volumen no se incluyen sus dos libros dirigidos a las infancias: el cuento La misión de Katalia (2002, Editorial Casa de Luz, Santiago) y el libro de poemas Hola ratón con cola/Chao ratón colao, ilustrado por Roberto Galo Arroyo (2022, Ediciones Libros del Cardo, Valparaíso).
En su trabajo creativo podemos distinguir varias etapas. Una primera caracterizada por la experimentación lúdica con el lenguaje, búsqueda de la libertad a través de la imaginación poética, con la consecuente consolidación de un estilo y universo poético propios. Esta etapa abarca sus cinco primeros libros, reunidos en Membranza (1995) y analizados por Kemy Oyarzún, en un estudio que acompaña el volumen. Hay que puntualizar que los libros de entonces ya no son los mismos, puesto que la autora ha ido trabajando de manera permanente, en capas superpuestas, al modo de capas geológicas, la reescritura de sus poemarios, presentándolos singularmente a través de sus diversas reediciones. Seguir versiones y variantes de esta labor de creación puede ser una forma sorprendente y muy productiva de descubrir los mecanismos más íntimos de un camino poético. Una aventura demasiado tentadora en su recorrido, cuya puerta dejo abierta.
Oyarzún analiza y alumbra los procedimientos principales del conjunto: destaca una poética geodésica amalgamada con una fisiopoética: procedimientos semánticos que crean criaturas de sentido maravillosas: “tierra bruta”, “cuna ósea”, “crueles anchoas”, “maleza oriunda”, “ingenuos maceteros”, “hielos estridentes”; la herencia Vallejiana de España, Aparta de mí este cáliz respira en la hibridez de este imaginario atravesado por la guerra donde cuerpo y tierra comparten un destino común.
Así Verónica Zondek crea su arte con los materiales transracionales del lenguaje: subvierte, intercambia, borra elementos y funciones gramaticales. Altera transponiendo el uso de los pronombres, creando una sonoridad percutiva, repite ciertas palabras y estructuras logrando un ritmo sintáctico personal, con marcados silencios nacidos de inflexiones reflexivas y significados abismales.
Tanto Entrecielo y entrelínea como La sombra tras el muro fueron creados durante los primeros años de la dictadura militar, y el primero especialmente inaugura ese ritmo singular de la poesía de Verónica que ha llamado la atención de varios lectores críticos: “Su poesía es seca, abrupta, como peñascos en el desierto” (Jaime Valdivieso), “expresión tajante, despojada de ton… no es verbo deleitoso sino fervor y desvelo” (Humberto Díaz Casanueva). Creo que de la forma en que ha sido oído el ritmo de estos primeros libros emerge una polémica subterránea que podemos abordar leyendo a Ivonne Bordeloise, quien en La palabra amenazada explica, a través del mito de Orfeo, cómo este representante del hombre-creador de la música y la poesía, solo desea ser escuchado y nunca escuchante. Eurídice, quien ha visitado los infiernos, trae su propia historia, su propia voz, pero Orfeo no es capaz de oírla, solo quiere mirarla y con ello la lanza de regreso al silencio del mundo subterráneo.
¿Cómo debería sonar una poesía atravesada por la violencia de la dictadura militar en Chile y la guerra de Yom Kipur en medio oriente? Ambas vividas de cerca por Verónica Zondek en su juventud.
Los temas surgen siempre de la experiencia, respondiendo a una expresión vital. La extranjería y la pertenencia como polos que se tensionan permanentemente, pueden leerse al contrastar La sombra tras el muro con Memento. En el primero hay una crítica al pensamiento religioso, al poder estancado en la autoridad del pensamiento religioso y del estado, y en Memento, por el contrario, trasluce un canto a la comunidad, al amor que sostiene la vida común de la comunidad judía de Santiago que se reunió en la desaparecida y recordada sinagoga de calle Serrano. Hija de inmigrantes que escapaban del Holocausto nazi, Verónica Zondek vivencia la experiencia diaspórica: los procesos de desarraigo y de arraigo sostenidos en la memoria familiar y en la cultura inaugural e histórica del pueblo judío. Su visión crítica de las políticas expansionistas del estado israelí, se exponen en su primer libro: en el poema homenaje a Emil Grunzweig, de manera puntual, pero además en la forma de tratar el tema de la tradición, la autoridad y las figuras masculinas del poder como personajes ambiguos, satirizados, rebajados a una expresión caricaturesca. Esta crítica radical a las distintas manifestaciones del poder se complejiza especialmente en El hueso de la memoria, pero también es dominante en Peregrina de mí, donde el discurso se define desde el feminismo. Aquí surge con claridad la mujer-historia, la mujer-cuerpo de la historia, que se consolidad sobre todo como una voz naciente en su amplitud, en su globalidad, y que permanecerá a lo largo de toda la obra posterior. Esta voz reemerge con especial fuerza en Entre Lagartas, libro fabulesco y maravillante; donde se subsume en otras voces, más íntimas, a veces, como En una pequeña historia, o como en Vagido, donde lo íntimo y lo colectivo se entrecruzan.
Recuerdo que Gonzalo Rojas se agarraba la cabeza mientras atravesaba el largo salón de su casa en Chillán, tratando de explicarme, de explicarse la forma peculiar en que Verónica utilizaba los adjetivos, otorgando a su poesía ese efecto inaugural. Y es que te pone de frente cuestiones brutales, recuerdo que me dijo. Por eso Rojas escribe, en sus palabras preliminares a Latitudes Extremas. “Cuando leí Vagido I y Vagido II de Verónica Zondek recibí un impacto singular, el de la voz estremecedora, mecanismo real de un pensamiento austero”. Y aquí la austeridad está emparentada con la severidad, y a la vez con la mortificación que acompaña la lucidez.
El hueso de la memoria es fundamental para comprender la importancia que tiene en la poética de Verónica Zondek la posibilidad de encarar al poder y a través de este proceso encarar la propia escritura. En una serie de gestos escriturales impiadosos de sí, arremete:
“Urgente mi afixia
más allá…
Flácida encubro la bandera
Flácida
entre todas mis carnes
y todas las carnes
Urgente
en el interior del gran cuerpo.
En el abismo.
Herida entera”.
Su poética reconoce tanto las posibilidades irruptivas, como la insuficiencia del lenguaje poético:
“FUNDO LA PALABRA.
HIERVE LA PALABRA
La que obstruye el oído
la que se encostra
la que irrumpe
la sin batalla”.
“UN BALANCE SIN FIN EN LA SUTURA DE LOS SIGNOS”.
Esta poética desestima toda voz autorizada, desecha el tono épico, la elevación elegíaca, se yergue genuina desde la experiencia:
“CON TODA MI CATEDRAL DE MUJER ÓSEA DESECHA
Triturada
INMENSA COSTRA SOBRE LÁPIDAS MUDAS
más allá
mucho más allá del alarido”.
Por último, El hueso de la memoria habla de una de las contradicciones fundamentales del humano ser. Verónica ha dicho: “El hueso de la memoria habla del poder, del poder del dictador que también nos habita cuando hacemos uso de él en ciertas ocasiones (…). La máscara es algo muy trabajado en el arte… el poder siempre se está disfrazando con distintas máscaras y nosotros también las usamos… la idea que trabajé en el libro es que al sacarte una máscara no puedes sino quedar vestida con otra que encuentras debajo. ¿Qué queda al final? Me di cuenta de que es imposible o muy difícil llegar al desnudo, siempre encontramos una nueva máscara y con ella logramos caminar por el mundo”.
Sobre Vagido escribió Susana Poujol: “LA MÚSICA DEL PARIR Y EL PARTIR, del autoengendramiento, que escribe la poesía de Verónica Zondek, opera como abrir un camino, como la primera página sobre la que es posible leer, aprehendiendo lo pre-verbal, lo pre-literario: la cuerpa, sustrato material de las percepciones más íntimas de la mujer”. Y es que aquí sí se habla de música y es que hace más de 30 años Verónica usaba la palabra cuerpa para singularizar su experiencia femenina.
El ejercicio lúdico de la imaginación lingüística va pariendo palabras nuevas, que exploran el antes y el después de la lengua madre. María Teresa Adriasola, en un comentario a Vagido titulado Cuestión de estilo, señala que para ella lo sorprendente es “la redundancia fónica de esta poesía (rimas internas, aliteraciones, asonancias, annominatio, etc.), repeticiones que además se extienden en palabras, versos, sin armonizarse. Estos sonidos, productores de un concierto de ecos internos desconcertantes, percuten, matraquean, son desapacibles y su destemple es parte de la migraña angustiosa que rodea los partos y vagidos”. Dejando abierta la polémica sobre la persistencia de una poesía con o sin música, podemos detenernos en el fenómeno de la repetición: hasta aquí hay dos tipos: la repetición percutiva y la repetición balbuceante, pre y post literaria, siguiendo a Poujol. A partir de esta última llegamos a Gertrude Stein, quien nos abre una tercera posibilidad, que aumenta las anteriores en su poder significante: la repetición como amplificación polisémica. Así veremos como en Vagido, tanto como en La ciudad que habito, Stein se hace presente a través de este procedimiento:
“Es que un río es un río es un río
y un prado es un prado
y un tronco es él
y nada más
que azul y verde y marrón
tiritando presente su viaje
porque hoy luz equivale a sol
porque cargada la nube baja y se acerca
y otro trae los tonos
y aunque un río es un río es un río”.
En El Libro de los valles la tríada cuerpo-territorio-escritura se consolida abracando un espacio interdimensional que se imbrica inexorablemente. Y es aquí donde se define con más fuerza la crítica, ácida y directa al neoliberalismo y sus prácticas extractivistas que merman alma y paisaje, definiendo la historia como enajenación incesante de las riquezas de los pueblos, enajenación que afecta el lenguaje y lo marca, lo cerca, lo acorrala, y lo vuelve feroz. La ecocrítica de aquí en adelante se hace cada más más explícita, más situada. Así queda señalado en Instalaciones de la memoria, Fuego frío y también en La ciudad que habito, y de manera muy actual, en una práctica investigativa interdisciplinar sobre la extracción del oro que muy pronto se materializará en el anunciado libro Manto azul.
Me parece relevante mencionar también cómo en Por gracia de hombre el sentido de pertenencia-desarraigo, que representa una de las tensiones importantes de la poética de Verónica, se traslada al plano del diálogo intenso con una red de lecturas, o una comunidad literaria, señalada por búsquedas, afectos, experiencias y reflexiones comunes.
Una poesía más bien hermética, en el transcurso de los años se ha ido transformado en una poesía que respira desde y para la contingencia de los espacios y problemas comunes a una sociedad contrahecha, marcada por las contradicciones históricas y sobre todo vulnerada en su autonomía territorial por el extractivismo que no escatima en usurpar hasta las fuentes más vitales de la existencia.
La dominancia de una función metalingüística, como diría Walter Hoefler, marcada por la experimentación lúdica con el lenguaje, va dando giros sostenidos hacia una poesía centrada en una función social-comunicativa, que constata con claridad esta cruda realidad de la que la poesía se hace cargo, y no escatima en sus esfuerzos por unir disciplinas, lenguas y lenguajes, registros, dichos, sonidos, músicas con y sin son, silencios, fortaleciendo así la lucha incansable del arte y la poesía comprometidas.
Cuando Jorge Polanco le pregunta a Verónica sobre cuáles son las poéticas de su interés, ella responde: “Lo que me importa, es que (la poesía) tenga una coherencia interna y rítmica que me transmita un mundo que me resulte disruptivo respecto al cotidiano dormido y amenazante en el que vivimos…una poética que me enfrente al conocimiento y a lo sensible, es lo que me atrae a lo desconocido y me entrega a la conciencia de ser parte de un viaje común, vivo y colectivo”.
Septiembre 2023, Chiguayante
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