Luego del brutal lesbicidio ocurrido en mayo en Barracas, Argentina, la Colectiva Acción Fotográfica llegó hasta el bosque nativo de Puntra, Ancud, Chiloé –territorio en resistencia por la instalación negligente de un vertedero comunal que contaminó la cuenca del río más importante del sector norte del archipiélago– para denunciar la violencia machista y realizar un diálogo con el hecho de que “hay corporalidades-basura para este sistema”.
Arrojarse, el acto visceral, transmutar la Rabia/tristeza
¡Nos están matando!
Así se sintió experimentar el recuerdo en nuestras biografías: las memorias de la violencia heterofascista sobre nuestxs cuerpxs rebeldes, desobedientes.
Transmutar la rabia/tristeza, abrir paso al duelo en nuestrx cuerpx: la relación orgánica vida-muerte muerte-vida había sido interrumpida abruptamente por la violencia patriarcal. ¿Qué hacer con el dolor, la impotencia, la angustia? Nos movilizamos a resignificar el fuego que se llevó sus vidas.
Roxana, Pamela, Andrea, así como Nicole (Quillota, 2016), Ana almonacid (Puerto Montt 2022), Monica (Santiago 1984) y tantas otras, otres cuyas vidas fueron arrebatadas desde el odio naturalizado y la indiferencia en un sistema que nos desprecia por amarnos y desearnos. Un sistema que, a su misma vez, precariza, desvitaliza, enferma, desecha con más potencia a aquellas sin casa, sin tierra, sin juventud, sin blanquitud, sin dinero, sin apellido, sin el contacto; a las periféricas, a las rurales, las extranjeras. Con esta masacre, constatamos una vez más que hay corporalidades-basura para este sistema.
Pero nosotras honramos sus vidas en resistencia, ofrendando esta acción fotográfica, para transformar la energía del dolor, ritualizando el presente que nos moviliza, el orden del kaos donde al tiempo que un amor muere, otro nace.
Para realizar esta acción nos situamos desde el habitar de nuestrxs cuerpxs/territorio, yendo al encuentro del bosque nativo de Puntra, Ancud, Chiloé, territorio en resistencia ante el saqueo de su existencia vital, por la instalación negligente de un vertedero comunal que contaminó la cuenca del río más importante del sector norte del archipiélago.
Cruzamos el cerco al atardecer, siguiendo la voz de la intuición, susurrada desde las memorias y ancestras. La lluvia había cesado, limpiando nuestro corazón de viejos dolores para presentarnos al portal, para despedir a nuestras compañeras.
El bosque nos recibió con su humedad, silencio y frío. Solicitamos el permiso para desplegar la cama y así recrear el espacio –supuestamente– más seguro e íntimo que muchxs tenemos. Este lecho que acogió sus muertes. Y en cada vela que prendimos, entregamos sus nombres al fuego: Roxana, Andrea, Pamela, Roxana, Andrea, Pamela, las despedimos en su viaje, para que sus espíritus prosigan su camino. Compañeras, no las olvidamos, sus memorias estarán con nosotras. Uds, y todas nuestras muertas, uds y todas nuestras muertas.
Ofrendamos 4 ramos de plantas y nuestra cuerpa, para marcar su lugar, hacerlas presentes en medio de su ausencia. Y así, permitirnos habitar la desolación del dolor, darnos un lugar cuidado para honrar su partida. Ante la voracidad indolente de la prensa, las instituciones y las complicidades silentes heterofascistas, con cada símbolo dispuesto, tejimos este altar en resistencia. Abrirnos un espacio para esta urgente despedida, y de paso, despedirnos también de algo dentro nuestro que también partía.
Hay algo que murió y nació ese mismo día.
Enlace a fanzine “lesbian*s, nuestras vidas importan” texto de Val Flores en diálogo con esta acción fotográfica
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