Niñas Pirómanas es el título del nuevo libro de la escritora Dana Lima. Integrado por ocho cuentos, este es el debut narrativo de la poeta, publicado por editorial Imaginistas.
No conozco a Dana pero fue mi compañía las primeras noches de agosto de este año. Leí sus cuentos en un bar de la Alameda y la experiencia fue como que ella estuviera frente a mi contándome el contenido de los ocho cuentos que integran “Niñas Pirómanas”, publicado por editorial Imaginistas.
Dana Lima nació en Mendoza, Argentina en 1989 y hoy vive en Chile. Ese tránsito entre ambos puntos está presente en el imaginario de sus relatos que, preliminarmente y quizás como suposición inmediata, pensé que estaban bajo el registro de la autoficción. Acá me explica que no, que nada que ver, a pesar que una siempre está en lo que escribe.
Conversamos vía mail como contrapunto de la cercanía que sentí ante este fascinante libro que te recomiendo conseguir y caminar hacia tu cantina más próxima para conversar con Dana.
-¿Siempre escribiste cuentos? Según tu biografía publicaste hasta ahora solo poesía. Cuéntanos más de esto, de cómo te mueves en los distintos registros.
Esta es mi primera incursión en la narrativa. No me animaba; creo que pienso a corto plazo a la hora de escribir y por eso la poesía es un lugar más seguro para mí. Sin embargo, hacía tiempo que tenía ganas de entrar al mundo de la narrativa, no solo por el desafío en sí, sino también porque quería expandir mi escritura. En 2018 me animé: quería escribir narrativa, así que escribí un cuento para entrar al taller de Pablo Simonetti. Postulé y quedé. A partir de ahí, me vi obligada a escribir narrativa y fue productivo. Los cuentos los escribí entre 2018 y 2021. La poesía es mi primer amor y siempre voy a sentirme más cómoda en ese género, sobre todo porque es un lugar que permite muchísima experimentación y que se toma sus licencias, pero sintetiza más (y por eso creo que es un género bastante indomable). Escribir narrativa también era dejarme poner el lazo de la estructura, aunque considero que no todos mis cuentos van en la línea de lo que se considera un cuento clásico. Hay guion de cine, prosa poética, metatextos, entradas de diccionarios, epístola; un menjunje que disfruté mucho.
-Imaginistas se define como una editorial que publica ficción especulativa. ¿Cómo describirías este libro en relación a este concepto?
Siento que hay algo desbordado en los cuentos, cosas que escapan a una explicación racional y que irrumpen en la cotidianeidad. Es ahí donde entra lo fantástico, lo terrorífico en algunos de ellos, lo sobrenatural. La ciencia ficción la dejé afuera porque en ese momento no se me ocurrió nada para escribir. Pero volviendo a la pregunta, es en esa categoría de lo inclasificable donde entra la ficción rara, el campo que especula con la percepción de nuestros cuerpos y de cómo habitamos el entorno que nos rodea. Creo que es en ese punto en donde se ancla mi libro con la ficción especulativa, porque justamente este tipo de literatura busca alejarse de la realidad a través de fenómenos o mundos imaginarios para cuestionar esa realidad que tanto nos cuesta asimilar.
-En el libro hay diversas voces que narran. ¿Corresponden a lo que se denomina la autoficción?
Me han dicho que hay un tono de autoficción en mis cuentos; no lo veo así. Tal vez los cuentos tienen esa intención de mirar pequeños sucesos de vidas ordinarias en primera persona, al menos en algunos de ellos. Pero, a diferencia de la autoficción, yo no soy la protagonista de mis cuentos ni me baso en mi experiencia personal para construirlos. Por supuesto, hay cosas que he tomado de mi propia experiencia, como en El parque de los perros: volver a casa de noche y sola es algo que he tenido que hacer muchas veces y me sigue aterrorizando, pero también es la historia de la mayoría de las mujeres que conozco y que han tenido que hacer lo mismo. Creo que ningún escritor se separa de su biografía y obsesiones, pero al menos en este libro, hay menos de mí que en mi poesía.
-¿Dónde surge el fuego como tópico literario para ti?
El fuego siempre me ha fascinado y aterrado en la misma medida. Ahora que lo pienso, creo que tengo algo de piromanía encubierta. En mi pueblo natal, cuando está terminando el invierno, se limpia el terreno y se quema la maleza para que las plantaciones puedan comenzar a recibir el riego y favorecer la floración que viene con la primavera. Pasé muchos años asistiendo a esa labor ritualística de la vida rural. Siempre existía la posibilidad de que viniera un viento, se volaran los cardos rusos en llamas y se iniciara un incendio de manera instantánea por ser una zona árida. Esa acción de incendiar para dar paso a la vida de los árboles, con el riesgo de que ocurriera alguna desgracia, me fascinaba.
-¿Cuál es tu rutina o estrategias de escritura?
No tengo, no soy disciplinada, pero a mi favor puedo decir que me ayuda la obsesión. Cuando se me viene una idea, una imagen o algo, puedo pasar años rumiando y no lo suelto hasta que lo termino. Intenté tener rutinas, ponerme metas y objetivos, hasta me compré un planner que nunca usé. Nada me funcionó. Para mí, escribir es algo que me produce tanto alegría como frustración, así que tomé la decisión de que, si voy a hacer esto, lo tengo que hacer con la convicción de que voy a encontrar algo ahí. Por eso, solo escribo cuando siento que tengo algo que quiero decir o mostrar, o cuando una idea me persigue todo el tiempo y no me da tregua. Esa es mi única regla, si se la puede llamar así.
-¿Con qué autoras crees que dialoga tu propuesta de cuentos?
Leí mucho y de forma variada mientras estaba enfrascada con el libro de cuentos. Creo que es uno de los pocos hábitos que tengo cuando estoy escribiendo; me ayuda a enfocarme y a encontrar soluciones a problemas dentro de mi escritura. Algunos de los libros que fueron un faro y me inspiraron fueron El gran despertar de Julia Armifield, El nervio óptico de María Gainza, Las voladoras de Mónica Ojeda, Siempre hemos vivido en el castillo y otros cuentos de Shirley Jackson. Y un cuento que no es de una autora, pero que es uno de los más hermosos que he leído en mi vida y que creo que me enseñó la mesura al usar el lirismo en la narrativa, es La tercera orilla de João Guimarães Rosa. Es un cuento que voy a recomendar todos los días de mi vida.
-Naciste en Argentina y parte de las historias transcurren allá. ¿Cómo se dan los cruces entre ambos países en términos de imaginarios? ¿Cómo nutren tu imaginario literario?
Soy de Mendoza, que es el «Chile de Argentina» como nos llaman los bonaerenses. Estamos atravesados por la cordillera, y desde ahí hay una configuración del espacio muy similar a este territorio; compartimos la misma columna vertebral. Pero además de eso, hace muchos años que vivo en Chile y me he ido integrando poco a poco a la cultura y costumbres de acá. Ahora, cuando estoy en Chile, extraño mi país, y cuando estoy allá, quiero volver. En algún punto, soy una pasajera en trance, como dice la canción de Charly; deambulo entre los dos países.
-¿Qué nuevos proyectos estás preparando?
Estoy embarcada en lo que para mí es lo inalcanzable: la novela. A nada le tengo más respeto y miedo que a escribir una novela; me parece algo casi imposible para mí. Me cuesta pensar a largo plazo, desarrollar muchos personajes y manejar varios arcos al mismo tiempo, además de planificar de forma detallada. Debo decir que lo encuentro muy desafiante, pero no pierdo la esperanza. Si algo he aprendido de la escritura, es que fallar es hasta una necesidad, al menos para decirle a mi yo del futuro: lo intenté.
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