Magdalena Correa Bofill, Claudia Curimil Hernández, Evelyn Ortega Salazar y Romina Petersen Zañartu fueron las encargadas de compilar parte de los textos de la psicoanalista Pilar Soza. Bajo el sello de Tiempo Robado Editoras, El silencio que nos habita. Escucha psicoanalítica donde resiste lo humano, recoge el pensamiento de la psicóloga y referente de esta disciplina.
Durante agosto se realizó el lanzamiento de El silencio que nos habita. Escucha psicoanalítica donde resiste lo humano (Tiempo Robado editoras, 2024), libro que reúne una serie de artículos de Pilar Soza —algunos escritos en solitario y otros en colaboración—, junto a un grupo de textos elaborados por quienes se vincularon a ella, en diversos momentos de su prolífica trayectoria de psicoanalista comprometida con los desafíos que plantea la práctica clínica en un tiempo histórico de violencias sistémicas.
Pilar Soza, fallecida el 2020, fue una psicoanalista chilena especializada en la atención de niños y niñas con trastornos graves. Desde los inicios de su formación, luego en el exilio y hasta su fallecimiento en 2020, su preocupación constante fue reconocer y nombrar los efectos psíquicos de las violencias instituidas. De regreso en Chile, formó parte del equipo fundador de la Escuela de Psicología Grupal y Análisis Institucional Pichon-Rivière, del Programa de Revinculación y Acompañamiento Familiar de Casa del Cerro en Renca, y trabajó como supervisora en Casa del Encuentro, en la Pintana. También fue miembro de la Unidad de Investigación Traumatismos, Memorias y Procesos de Simbolización del Programa Académico Estudios Psicoanalíticos Clínica y Cultura, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.
Fue académica en el Magíster en Psicología con Niños y Adolescentes y en el Magíster en Psicología Clínica de Adultos con mención en Psicoanálisis, ambos de la Universidad de Chile, docente y supervisora en el Instituto de Formación y Magíster en Psicología Clínica de la Sociedad Chilena de Psicoanálisis (ICHPA), y enseñó también en la Universidad Bolivariana, en la Universidad Arcis y en la Universidad Alberto Hurtado. Durante el estallido social de octubre de 2019, participó del Movimiento Salud en Resistencia en el Hospital Barros Luco.
En esta conversación con las compiladoras y editoras del libro, Magdalena Correa Bofill, Claudia Curimil Hernández, Evelyn Ortega Salazar y Romina Petersen Zañartu, profundizan en el pensamiento de Soza, el silencio y la práctica psicoanalítica, así como en la relevancia de considerar los factores sociales y políticos que nos rodean a la hora de hablar, acompañar y escuchar.
¿Qué las motivó a escribir este libro?
Evelyn Ortega (E.O.): Creo que hay varias cosas. Cuando murió Pilar –el 6 de agosto se cumplieron cuatro años de su muerte–, a nosotras se nos hizo imperioso escribir lo que habíamos hecho con ella, porque es un trabajo de una raíz muy honda que tiene que ver con cómo la psicología o el psicoanálisis se preocupan por escuchar el padecimiento de un sector de la población marginado, excluido, y que, por lo menos en mi caso, no fue el psicoanálisis que aprendí en la universidad. Ahí se nos decía, de manera muy taxativa, que el psicoanálisis no era para los pobres. Y no es así, nunca ha sido así. Hubo personas como Pilar y la gente de ILAS[1], por ejemplo, que en dictadura tenían preocupación por hacer escucha en ese sector, y es lo que nosotras hicimos con Pilar. Ella nos acompañó, porque esta no es una clínica que una pueda hacer sola, tiene que haber una grupalidad, un respaldo, o la violencia te arrasa.
Claudia Curimil (C.C.): Recuerdo que cuando estábamos en supervisiones con Pilar, instancias en donde compartimos nuestra experiencia clínica, donde ella nos ayudaba a pensar lo que estábamos escuchando en las intervenciones, desde esos espacios y ese tiempo había un deseo de escritura, de registro. Estaba latente y, efectivamente, cuando ella falleció, creo que tanto para el grupo como para cada una, surgió la necesidad de llevar a cabo este trabajo.
Romina Petersen (R.P.): Pienso que el trabajo que transmitimos en el libro marcó nuestra clínica –y la de otras personas también– de una manera muy importante, entonces, por un lado, seguíamos pensando la escucha psicoanalítica en contextos de desigualdad, de exclusión, de sometimiento, y creo que la escritura implica un proceso súper importante de ir pensando lo que una va haciendo. Por otro lado, creo que esto también es una característica del trabajo de ella y de nuestro grupo. Cuando, como grupo, íbamos a otros espacios a conversar sobre el trabajo, Pilar siempre nos decía que lleváramos preguntas para poner en diálogo con otros y otras, lo que nos inquietaba de este trabajo. El libro también cumple el rol de generar una inquietud, para seguir siendo trabajada. No es un trabajo final, sino que es una apertura a algo que también ocurre en otros lugares y en otros tiempos.
¿Cuál es el impacto que ha tenido el trabajo y el pensamiento de Pilar Soza en ustedes y en su propia práctica clínica?
C.C: Un asunto importante fue su permanente pregunta sobre cómo pensar los efectos que la realidad social tenía en el psiquismo, y cómo esto se vuelve material para el trabajo clínico. Ella hablaba de este factor como “ruidos incómodos” para quien escucha, pero que eran necesarios de ser escuchados, para poder ubicarlos.
Magdalena Correa (M.C): Ese es un punto muy importante en términos éticos-clínicos, porque para Pilar la realidad social es parte fundante del psiquismo y esa lectura teórica sobre el funcionamiento psíquico tiene un impacto significativo en la clínica, en el hacer. Creo que una marca también muy importante de cómo nos impacta el modo de trabajar de Pilar, tiene que ver con cómo ella hacía una transmisión de su pensamiento a través de la manera que tenía de vincularse con quienes trabajaba. Ella estaba muy atenta a la forma de trabajar de cada quien, era muy respetuosa de acompañar ese modo de hacer particular y siempre apelar al saber de cada una en su trabajo. Eso era algo muy interesante porque permitía hacer un camino propio al lado de ella.
Me gustaría profundizar en la idea del silencio. Es un concepto, una palabra que también le da nombre a este grupo, las Mujeres del Silencio. ¿Qué reflexiones les surgen a partir del silencio?
R.P: Creo que la palabra silencio ha tenido distintos lugares en este grupo y también en el trabajo clínico, a propósito del escenario en el que trabajamos; con la violencia. Una primera cosa que nos planteamos es que, para poder escuchar, trabajar o pensar, es importante el silencio. Pero el silencio en el sentido de abrirse a escuchar lo que el otro trae de tantas maneras, con sus palabras, con sus gestos, con su modo de vivir, con sus anécdotas. Muchas veces me pasó esto con otras profesionales de los hogares, por ejemplo, y el modo de escuchar que era, en realidad, de no escuchar. De dar todo por sobreentendido. Aunque una anécdota en realidad es un detalle de la vida, esas historias tienen que ver con la subjetividad, con el lugar en que se ubica esa persona dentro de una historia, de un país, en una época. Por otro lado, a veces no decimos nada, a veces hay silencios, y esos silencios tienen que ver con las violencias que nos atraviesan, o con los lugares de poder que hemos ocupado a veces. Creo que el silencio, entonces, tiene varias tonalidades.
E.O: Una de las cosas que me quedan del trabajo con Pilar, es esta idea de que el ruido también te atraviesa a ti, no estás exenta del ruido. Creo que todas nosotras, cuando ella dice que escuchamos desde un lugar y ese lugar está atravesado, encarnamos también los discursos porque nos hemos formado como equipo escuchando estas cosas. Ese ruido que una porta de autoritarismos, de control, de angustiarse por el otro o por una, o este afán de domesticar al otro cuando nos enfrentamos con personas y decimos “pucha, esta gente debería tener casa, hacer el aseo, bañarse, tener un trabajo”, ese afán “buenista” se tiene que acallar, es un ruido. De Pilar recibí que hay que trabajar harto en una misma para poder silenciar lo autoritario que una lleva y cuando eso se silencia es que algo de esa escucha del otro puede encontrar un lugar, una apertura, un vacío que permite acoger esas palabras y que tengan algún destino en alguien. En ese sentido, hay que ir construyendo ese silencio toda la vida, porque nuestro cuerpo se arma –desde que nacemos hasta que morimos– de esos discursos sociales culturales. Sobre todo ahora al observar cómo está el mundo, donde ya no hay vergüenza de que haya un genocidio televisado, o esta ola de corrupción horrorosa en Chile; esto te cruza también.
M.C: A propósito del silencio, recuerdo a Pilar diciendo que en el psicoanálisis “más tradicional” habría algo así como una suposición de que las dos personas que están en ese encuentro, en el análisis, comparten la misma realidad. En ese sentido hay una realidad social que es silente, es decir, que no causa ruido porque es compartida; pero esa suposición no opera en los escenarios de violencia o de desigualdad social como los que habitamos, no estamos parados todos en el mismo lugar, no compartimos la misma realidad. Ese silencio para escuchar del que habla Evelyn también tiene que ver con un reconocimiento de la posición de cada quien y, desde ahí, hacer oído a ese otro, sin suponer que compartimos lo mismo, el espacio compartido es un terreno por ganar y es parte de la ruta del trabajo.
El libro está cruzado por la idea de la historia colectiva, la historia de Chile. Incluso, se hace mención explícita a la Constitución que todavía nos rige, que, cito: “nos somete a una legalidad que habilita la injusticia”. ¿Cómo se trabaja en un contexto en el que ese marco no cambia?
E.O.: Creo que si no cambió, es porque no era por ahí, y que la gente tiene mucha sabiduría. Para mí el cambio o las transformaciones no pasan por los discursos políticos que encarnan siempre algún tipo de fascismo, autoritarismo o esencialismo. Construir algo o armar otra cosa es un trabajo muy pequeño, muy chiquito, muy del detalle, y el trabajo que nosotras hacemos no es una gran revolución, estamos muy lejos de tener un impacto social, pero estamos ahí, nos implica. Si dejamos de trabajar en nosotras mismas, vamos a empezar a hacer puras leseras, a hacer programas para las habilidades parentales o marentales, a querer domesticar al otro. No es por ahí, creo.
R.P: Pienso en algo que Pilar nos dijo una vez, y es lo importante que es, cuando trabajamos en contextos de violencia, poder reconocer esa violencia, pero reconocerla a propósito de este trabajo pequeñito que señala Evelyn. No es solo nombrarla y decir que existe, porque en realidad eso se hace porque es lo políticamente adecuado, como decir que ser pobre es difícil; pero intervenir profundamente acorde a ese reconocimiento creo que es lo difícil en nuestro ámbito al menos. Me acordé de una historia de una persona con la que yo trabajé en el programa hace algunos años. Él tenía una vida muy difícil, como la mayoría de nuestros acompañados y acompañadas: estaba en rehabilitación por drogadicción y me dice que había ido al consultorio de su comuna y que le habían dado un diagnóstico: “me dijeron lo que tengo es resentimiento social”, como si fuese una patología de salud mental, entonces pienso que ahí hay una pista para nosotras de ver por qué es tan relevante el reconocimiento de que el padecer de las personas está profundamente vinculado con la historia social, con la historia colectiva, con lo que vivimos en el país, porque los padeceres se individualizan y eso es algo que el psicoanálisis ha hecho durante mucho tiempo. ¿Cómo es de relevante para una persona ubicar lo que le pasa dentro de una historia más grande? Creo que ese gesto analítico es muy esclarecedor para una, para las personas que acompañamos, para quienes les rodean, y creo que el gesto perverso contra el que nosotras trabajamos es esa denegación constante, esa desmentida de decir que si están ahí es por su historia familiar, o por sus modos de vida, o por sus elecciones. Y, volviendo a este trabajo pequeñito que dice Evelyn, qué importante sería que cada ciudadano y ciudadana tomara conciencia de su lugar en lo social, y de los padeceres que vivimos y que tienen que ver con esto otro.
¿Qué otras reflexiones han surgido en ustedes a partir de este libro?
E.O: Hay algo que me llama mucho la atención y es la palabra acompañar. Creo que tiene mucha relevancia, porque es un lugar que abre muchas cosas. Me llama la atención, a propósito de cómo vivimos hoy, que dejamos de acompañar a la gente pobre. Es algo que se hizo en los 60, en los 70, y que culminó en un proceso bien importante, que fue el gobierno de Allende. Hay un montón de experiencias en las poblaciones, en centros comunitarios, del té, del bingo, de acompañar a hacer, de organización, pero sobre todo esta cosa del té, que es algo tan chileno. Creo que fue una época de acompañamos harto. Me parece que es algo más modesto, pero consistente, y es un poco lo que nosotras hacemos en nuestro trabajo, acompañar a las personas, acompañarlas con intensidad. No toda la gente se siente acompañada de la misma manera, a veces requiere más distancia, a veces menos, porque toda la gente es distinta, pero justamente requiere eso: hacer un trabajo uno a uno. Pensar cómo acompañar, y es ese acompañamiento es lo que va tejiendo confianzas, nos va humanizando, y podemos ir haciendo otra manera de estar en el mundo, que no es solamente la democracia de la urna.
M.C: El otro día alguien me comentó que había leído el libro y se había acordado de cosas de su infancia, el libro lo había llevado a otra época y me llamó mucho la atención. La posibilidad de encuentro es algo tan escaso en nuestra vida social, que creo que estas historias son medio atemporales, tienen algo de otro tiempo. La posibilidad de escucharse, de esperarse, de tener esos espacios de compartir algo, de estar, en medio del ritmo ajetreado de la vida actual, de caminar al lado de alguien, creo que lleva a un tiempo que hoy día pareciera casi imposible, a propósito de nuestras condiciones sociales.
C.C: Con respecto al libro, espero y esperamos, que sea compañía para el trabajo de colegas, para nosotras también. A veces me pregunto si podría extinguirse este oficio, esto de sentarse junto a alguien a escuchar, a hablar en tiempos donde a veces pensar ya resulta tan raro. Los libros también están para eso, para que hagan testimonio de un tiempo, de experiencias, y transmitir historias.
R.P: A propósito de la compañía de estas historias, y de los tiempos, pienso en cómo encontrar fisuras, espacios en medio de la voracidad en que vivimos, para pensar algo. Creo que de una manera muy minuciosa, en términos teóricos y técnicos, psicoanalíticamente hablando, y éticos, Pilar avanzó en pensar eso: cómo humanizar los espacios en los que vivimos. Creo que eso es algo que se banaliza mucho y se le da muy poca importancia. Por ejemplo, en los espacios de autocuidado, como le llaman, en una empresa, en una organización, que es un paseo o un masaje en la espalda. Pensaba en que es como si hubiera miedo de humanizar realmente para cuidarse, para cuidarnos mutuamente. Cómo sería si se dieran los tiempos y espacios para compartir en equipo, que las personas se puedan saludar antes de empezar a trabajar, son cosas que están tan desprovistas de su sentido humano. A veces el psicoanálisis se deshumaniza en su relación con los otros, en la universidad, en los libros, y a veces se terminan diciendo cosas súper horrorosas sobre las personas, cosas muy poco sensibles. Y Pilar, siendo una psicoanalista que sabía mucho, que había trabajado en muchos lugares, se mantenía en eso, en estar siempre abierta a que la otra persona es un enigma, entonces había que escucharla, conocerla. Algo que rescato del trabajo y del libro es la humanización, humanizar los espacios y a las personas.
[1] El Instituto Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos (ILAS) es una organización no gubernamental fundada en 1988, que da atención en salud mental a personas que fueron afectadas por las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura civil militar en Chile (1973-1990).
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