“Insistieron en que mientras tanto siguiera con mi vida y que, sin importar dónde me encontrara uno de los perros, llegaría a buscarme. Eso sí, cuando ocurriera tenía que estar de verdad decidido a abandonarlo todo. Nada de que voy a ver si pruebo unas semanas y si no me gusta me devuelvo. No. Uno llega a la cofradía y se queda ahí hasta el último suspiro”.
Y es así que, con esta frase del cuento Atarantado –que integra el libro homónimo editado por Laurel y ganador del Premio Municipal de Literatura de Santiago 2024– uno se queda hasta el final de los once relatos que Rodrigo Fernández presenta, entrelazando lo fantástico y lo absurdo, convirtiendo la fragilidad de sus personajes en instantes de conexión y reflexión. A pesar de la excentricidad y la sátira que caracterizan su escritura, la prosa de Fernández irradia un calor familiar y cercano, invitando al lector a hallar consuelo y significado en lo inesperado. En esta entrevista, profundiza sobre su libro y el trabajo que tiene detrás.
Fernández y su “Atarantado”
–Hay una parte al inicio del cuento «Los tristes» que formula la pregunta «¿Vamos a llegar a alguna parte?». Esa interrogante me resuena un poco en torno a la mayoría de los cuentos, en cuanto a los fenómenos que surgen desde éstos, pero que en general nunca se concretan. ¿Qué significado tiene eso en el contexto de tus relatos?
–Quizá sea una manera de traspasarle mi dificultad a los personajes, porque me cuestan un montón los finales. Además, y en cuanto recién llegado a la escritura de ficción, no sé si no me gustan o derechamente soy malo para las descripciones y el detalle, y me los ahorro botando el tablero altiro y arrojando a los pobres personajes a su peregrinaje, que igual es una estructura más o menos establecida de narración a la que yo le agrego (¿o le saco?) dos o tres cosas.
–¿Cómo esperas que los lectores respondan a la mezcla de lo cotidiano con los elementos distópicos en tus relatos?
–Si en su mente dicen “¡Qué chucha esto!” o “¡La volaita!”, yo ya me conformo. Si en algunas partes se ríen o sienten que están leyendo una versión cuma de El día de la independencia, mucho mejor. Ahora, si a través de Atarantado llegan a los cuentos de Levrero, o a los de Liliana Colanzi, o a los de Alfonso Alcalde, o al Preferiría que me imaginaran sin cabeza de la MJ Bilbao —y si añadido a eso les pícara el bichito de escribir—, podría llorar de alegría. El libro, a grandes rasgos, tiene dos patas: las variaciones locales de lo apocalíptico y la suspensión del trabajo por la vía del absurdo o la fantasía, y por eso hubo también un par que, un poco por vulgares, pero también por no calzar en ese rango, quedaron fuera, o más bien en la banca.
“Atarantado” y Fernández
–¿Cómo fue esta transición de la escritura «diarística» más cercano a lo biográfico en comparación a la narrativa de cuentos? ¿Fue un proceso gradual o hubo un momento decisivo?
–Aunque por ya tener un libro publicado parezca que uno culminó algo, yo siento que estoy recién aprendiendo a escribir ficción, este tipo específico de ficción que he escogido, entonces me siento de lleno en esa gradualidad, que a la vez me entusiasma un montón, porque no tengo la menor idea sobre qué tipo de cosas estaré escribiendo en diez años más, si es que existo aún, o el mundo, claro. Al comienzo esa transición fue bien fallida, y todos esos intentos vagos están enterrados en carpetas aquí en mi computador. Supongo que el momento decisivo tuvo que ver con varios factores: la presión temporal específica de los concursos de cuentos que pagan, la necesidad de concretar algo alrededor de esto que es lo único que sé hacer, la amabilidad del formato, y así.
–Mencionaste en algunas entrevistas que parte de los protagonistas suelen ser similares a ti. ¿Cómo trabajas para crear personajes que se sientan auténticos pero que no sean una extensión directa de ti mismo?
–Decía que soy medio malo para las descripciones del paisaje y parece que eso corre también para el paisaje interior. Está esa frase archi citada de que mientras más vacío dejas a un personaje, más lo llena el lector, y creo que eso hice, sin querer, porque supe de esa frase hace poco –igual nadie piensa en máximas; uno escribe como puede– y, sobre todo, porque más que con una decisión tiene que ver con darle la vuelta a esa carencia.
–Sobre el proceso creativo y escritural, ¿hay alguna dinámica, forma de trabajo o desarrollo personal que tengas para dar o explorar tus obras?
–Hace poco que tengo algo así como un sistema, una manera de organizar las ideas a través de bocetos cortos acumulados por un lado e inicios más avanzados por otro, entonces siempre tengo como mínimo cuatro o cinco cuentos empezados, que voy atacando en la medida en que el ánimo o la presión de los concursos o fondos dictan. A veces igual escribo en mi diario, o mando cuestiones a revistas, o copio ejercicios escriturales como el Autorretrato de Levé, o retomo mis cartas con L., así que, en resumen, si me siento a escribir, siempre tengo varios géneros para escoger, que en lo material se expresan en siete archivos de word anclados en la barra de tareas. Intento también tener varios libros de cabecera para ir sacando ideas, manuales de espiritismo, libros sobre extraterrestres, todo tipo de almanaques sobre monstruos y fantasmas, y así, pero hasta ahora pasa poco que se me prenda la ampolleta desde ahí y casi todo viene de otros lados, del cine, de la contingencia, y sobre todo de conversaciones, de una cierta manera muy nacional de llevarlo todo hacia el chiste y la exageración.
Universo “Atarantado”
–¿Qué inspiraciones literarias o experiencias personales influyeron en la creación de los relatos de Atarantado y cómo esas influencias se reflejan en tu estilo y temática?
–La nariz de Gogol me marcó un montón. Debo haber tenido unos veinte y hasta entonces lo único similar que había leído eran ciertos cuentos medios fantásticos de Bukowski, y creo que un cuento de Dostoievsky en que una mujer reta a su marido que se ha quedado atrapado y le contesta desde adentro de un cocodrilo. La naturalidad con que el personaje de La nariz se entrega a la búsqueda de su órgano por la ciudad se me quedó grabada, incluso durante muchos años en que no leí nada parecido a eso. En esos años me daba vuelta en los mismos autores de siempre. Después vinieron los Geisse y los Levreros y ciertas autoras latinoamericanas asociadas más al terror y lo raro. Y La carretera de McCarthy, por supuesto.
En lo personal, supongo que la fascinación temprana con los ovnis, X-files, la revista Muy Interesante, Patricio Bañados haciéndome creer que de verdad íbamos a ingresar a Isla Friendship, todo eso configura una mochila del fantaseo media generacional. Pero uno bebe de muchos lados y, entremedio, quizá más por fuerza combinatoria que por originalidad, algo también se inventa.
Más allá de “Atarantado”
–Finalmente, ¿qué temas te gustaría explorar en futuros proyectos literarios después de lo explorado en Atarantado?
–Pronto vamos a sacar un cuento ilustrado modalidad fanzine con Oficinismo. Misma onda que Atarantado, pero más desquiciado. También el próximo año se publica una especie de diario de la enajenación de cuando era trabajador de mall, cuestión que me entusiasma particularmente porque es el género en el que comencé y que, en el fondo, es donde más he gastado palabras.
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