En el marco de la Temporada 2024 del Departamento de Teatro de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, la Compañía Bestia Lúbrica presenta Volver al lugar donde asesinaron a mi madre —una obra escrita por la dramaturga Carla Zuñiga y dirigida por la artista de performance, Cheril Linett— en la Sala Agustín Siré entre el 7 y el 16 de noviembre, con funciones de jueves a sábado a las 19:30 hrs. Más información acá.
Noche santiaguina. Ni más ni menos, en Estación Mapocho las pokemonas, las traves, variado colerío, ravers no binaries, algunos estudiantes curiosos, la gente del teatro (GDT) y otra fauna se reúne a las afueras del edificio, entre las rejas, para ver el estreno de una obra tan enigmática como seductora: Una serpiente enrollada en el árbol, obra dirigida por la artista, performer y directora de teatro Cheril Linett, a partir de un texto de la dramaturga Carla Zúñiga. Es el estreno del segundo montaje de la compañía Bestia Lúbrica, que anteriormente ya había impactado con Volver al lugar donde asesinaron a mi madre. Les asistentes se sientan en las escaleras y esperan ansioses que abran las puertas, se percibe un ambiente de frescura, cigarros y coqueteo. Ahí afuera se delata una obra que es crossover en su público y en su contenido: la mezcla de los géneros, el cruce de varias épocas, citas cruzadas con Las brujas de Salem de Arthur Miller, del siempre anhelado e imposible Teatro de la crueldad de Artaud, o del análisis de la brujería como imagen de exclusión en Calibán y la bruja de Silvia Federici. Pero todas quienes estamos afuera esperando, sabemos de antes, aunque no hayamos entrado todavía a la espaciosa sala de las artes del centro cultural, tenemos claro que nos vamos a someter a un montaje atrevido y desafiante, que habrá música electrónica tan fuerte como las fiestas en las que nos perdemos, que las actrices se han preparado para una exigencia erótica y sagrada, como si el eco de un teatro antiguo nos volviera a renacer en las entrañas.
Y es que los montajes de Linett tienen un ingrediente extático: la factura de estas obras está vinculada a la experiencia del cruce entre la imagen y la performance, desarrollada en las acciones artísticas que la directora ha hecho desde el 2015 hasta hoy. Este es un teatro que no solo tiene narrativa, diseño escénico o que se ciñe al texto dramatúrgico, sino que también explora poses, tránsitos y fantasías que atraviesan el texto, sacándolo de su ensimismamiento, y así, sirviéndose de las posturas corporales, emerge un gran cuerpo que realiza rituales en escena. Ese es el peligro atractivo que propone esta escenificación: llevar la performance, con toda su carga simbólica invocadora, al mundo teatral.
Volver al lugar donde asesinaron a mi madre, la primera obra de la compañía, la vi en el Teatro Camilo Henríquez en agosto de 2023. Esta trata del retorno de Diana a la funeraria familiar por el entierro de su abuelo. Siguiendo la estructura de Las Bacantes de Eurípides, donde se escenifica el retorno de Dionisio para ser reconocido como dios, aquí Diana retorna para desmontar la farsa familiar que se estructura en el relato de que su madre se había suicidado. Ella llega escoltada de dos seres ambiguos y monstruosos, amigas amantes, que se contorsionan a medida que hablan. Una de las escenas más impactantes es cuando Diana, ya hacia el final, pretende profanar la institución mortuoria con una fiesta pasadísima, tomando su trenza como látigo, mientras lo hace girar en un trance hipnótico en el que entran todos los personajes. No dejo de recordar los rostros bestiales, la fluorescencia de los maquillajes, el estremecimiento en la carne.
En Una serpiente enrollada en el árbol, Cheril Linett desea ir más allá. Ya con un texto más liberado de cronologías, se escenifica un drama eterno: la acusación a la diferencia entre vivas y muertas, entre locas y normales, entre obedientes y desviadas, entre institución y disidencia. Distintas escenas entre las épocas realzan este conflicto paranoico entre lo contaminado y lo casto (¿quién es bruja?, ¿quién es culpable de pecado?). Cada una se acusa porque el terror a ser transgredida es permanente. Acecha el ritual iniciático, tan violento como perverso, de la religión católica. Su reverso, la bestialidad, es encarnada en la figura del diablo, ícono de Baco, del placer desbordado y la lujuria capricorniana. Esta adaptación de Las brujas de Salem enfatiza con mayor acento las figuras y contradicciones de la disidencia sexual, mezcladas en la confusión que generan las estructuras encorsetadas de la religión y la sociedad.
En esta obra, Cheril permite habitar escenas o cuadros artísticos en la mitad de la trama, donde los personajes hacen y deshacen imágenes vivas, orgías crudas de símbolo, incluso pequeños conciertos con lírica grotesca, movimientos retorcidos y luces maníacas. En este tipo de escena, donde los ojos de la actriz aterran o donde se deja caer líquido por la piel hasta que gotea de los pies a la boca de otro cuerpo, se transmite una intención performática que hace vehículo de otro lenguaje, aparte del teatral y textual (qué diría Grotowski). Quiero decir, si hay un teatro brujo, es justamente porque busca dar a conocer otro ritual que no sea solo el de una representación, sillas, aplausos y escenarios. Este teatro quiere hacernos temblar e imaginar, transformar la angustia en energía erótica.
Si algo podríamos decir de la brujería, si acaso nos atreviésemos a tomar el riesgo de decir algo aquí, es que ella activa una dimensión invocadora que transmite la sensación de que nos comunicamos con un mundo subterráneo. Como el arquetipo de la luna del tarot, el teatro brujo de Linett daría a conocer la gramática subterránea que tiñe los vínculos. Materialismo gótico, brujería trans, delirio orgásmico que nos hace partícipes de un secreto, al más puro estilo de las fantasías de Georges Bataille. Cheril nos transmite una visión sagrada sin la ropa religiosa que cubre su desnudo, más bien, denuncia el velo de las instituciones religiosas para liberar la energía del erotismo pagano y espiritual coaptado en la historia. La dislocación y el deseo entran al primer plano, como siempre lo quiso Genesis P-Orridge, las identidades se confunden en el rito psíquico. En la construcción de imágenes alegóricas y seductoras al mismo tiempo, se generan pasadizos desgarradores donde somos participantes de placeres desconocidos. Cheril Linett quiere saber lo que puede un cuerpo.
En la misma línea y tradición del cruce entre fiesta clandestina y teatro –como El Trolley, El Garage, Spandex o Teatro Carrera–, Cheril trae lenguajes de los carretes de la ciudad que exceden los códigos normativos. Cheril Linett suma al baile a las arquetípicas disidentes de la música electrónica más dura en el mundo teatral, llenándolo de túneles rituales para propagar el mismo éxtasis y atrape de la fiesta a los palcos. Las go-go dancer, las brujas techno, el compás repetitivo del darkwave satánico industrial. La misma exigencia nocturna, que roza momentos delirantes, aquella dimensión liberadora de la pista, al fin viaja a la escena.
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