Este 14 de noviembre se cumplió el primer año desde la muerte de Chabelita Fuentes, gran cantante y folclorista chilena, oriunda de San Vicente de Tagua Tagua. Fundadora del dúo Las Morenitas, la arpista fue reconocida como patrimonio vivo y recibió el Premio Presidente de la República a la música de raíz en 2023. En estas líneas, su aprendiz y amigo Diego Barrera repasa su trayectoria, sus enseñanzas y la magnitud de su figura.
Queridísima asistencia:
la partida de una amiga
y de una maestra obliga
a reinventarse en su ausencia.
A pensar en su influencia
y lo que nos quiso dar.
No se nos puede olvidar
que si esa llama aún arde
sin duda que nunca es tarde
para volver a empezar.
Para volver a empezar,
según nuestra Chabelita,
tan solo se necesita
tener claro y recordar
que es importante estudiar
y que el amor es la esencia.
De allí viene la excelencia
y ese es también el legado
que Laurita ha continuado
queridísima asistencia.
Felipe Valdés González
Recuerdo cuando conocí a Chabelita como si fuera ayer. Era el año 2000 y yo, un joven de 11 años con muchas ganas de aprender, comenzaba a dar mis primeros pasos con el acordeón heredado de mi abuelo. Mi profesor de música me invitó a un ensayo, y allí la vi por primera vez, tras su arpa. Quedaba justo un espacio a su lado y ahí me acomodé. Comenzó la primera cueca y al oírla me recorrió una gran emoción y un sentimiento de admiración. Seguían brotando del arpa rítmicamente más tonadas y cuecas. Y con qué pasión las cantaba, dándoles vida con sus manos que recorrían las bordonas y las primas, como si tejiera la música. Era como si esas notas tuvieran su raíz en suelo chileno. La magia de su música y su simpatía nos unió instantáneamente.
Y es que Chabelita Fuentes no solo fue una figura querida de la música tradicional chilena, sino que también fue una maestra generosa cuya influencia sigue vigente hoy en día. Con su arpa y guitarra, su voz cálida y su humor entrañable, trascendió los escenarios para convertirse en un pilar de la preservación y difusión de las tradiciones musicales de Chile. Para quienes tuvimos el privilegio de aprender junto a ella, su legado es mucho más que un conjunto de canciones; son enseñanzas que nos conectan con la esencia de nuestra cultura e historia. El amor por lo que se hace es lo que posibilita que esto ocurra y hoy, al recordarla a un año de su partida, celebramos su vida y su obra, que resuenan con fuerza en los corazones de aquellos que compartimos su camino.
A esa corta edad, vivencié que la música era algo más que solo notas; que es una forma de vivir y relacionarse, de expresarse, de identificarse y de entendernos en este mundo. Sobre todo, porque genera una conexión que quizás va más allá de lo consciente e inconsciente. Chabelita vivía la música con la energía especial que te da el amor por lo que haces. Sentía una profunda conexión y admiración por nuestra tradición. Ella la recibió de sus padres y familiares, así como de sus primeros maestros musicales, Los Provincianos. La vi emocionarse muchas veces al escuchar una canción bien cantada, una cueca bien bailada, o una segunda voz bien conducida, que respetara la armonía. Su capacidad de escuchar y valorar las pequeñas maravillas de nuestra música chilena era conmovedora.
Siempre manifestó interés por la música folclórica de nuestros vecinos. Con especial énfasis, su admiración por el folclor cuyano, “entre Mendoza y San Juan”, como decía. Era habitual oírla decir “quizás en otra vida yo fui cuyana”. Escuchaba con placer la tonada, el gato, la zamba y la cueca cuyana, prima de nuestra cueca. A través de su curiosidad y su respeto por estas tradiciones entendí la importancia de oír y de ver en ello posibilidades de aprender de las culturas que nos rodean.
Aprender más allá de la técnica
De esas muchas tardes compartidas después de mi jornada escolar, obtuve las mayores enseñanzas. Chabelita se interesaba por la autenticidad del estilo folclórico de nuestra arpa, en el que recalcó la importancia de improvisar sobre los toquidos tradicionales: no se trataba solo de ejecutar frases copiadas, sino de permitir que las notas brotaran de uno mismo, con comodidad en las manos, con libertad, especialmente cuando se cumple un rol melódico en los interludios entre estrofas. Improvisar no solo se trata de creatividad, sino de un profundo desarrollo del oído musical. Esto es algo que siempre subrayaba: la memoria y el oído son las herramientas fundamentales en la música de tradición oral. Nuestra raíz musical ha sido transmitida por generaciones a través de largas jornadas de escucha y repetición. Con Chabelita, esta enseñanza fue clara y directa, y fue algo que me acompañó desde mi adolescencia. Para el oído escuchar, y para la memoria escribir. “Si quiere aprender las letras, escríbalas a mano”, y luego estudie y repita.
A los 12 años, Chabelita me invitó a tocar en mi primera actuación pagada, acompañando a Las Morenitas, en esos días a dúo junto a Juanita Vergara. Era una fiesta costumbrista en La Estrella. Tocamos dos días completos, sin repetir canciones. Mi asombro fue doble: por un lado, la cantidad de canciones hermosas que escuché y que debía acompañar con atención, sin antes haberlas escuchado; y por otro lado, la sorpresa de Juanita, que miraba atónita cuando, en los interludios, yo improvisaba variaciones entre canciones. Cambiábamos de tono el arpa tres veces en dos días, lo que me daba tiempo de habituarme a la escala en el acordeón. Esa confianza depositada en mí también me marcó positivamente, me dio seguridad y llegué a casa feliz con dinero en el bolsillo.
El rigor y respeto por el escenario
Chabelita también me enseñó que el escenario no es solo un lugar para tocar, sino que es el espacio ‘ritual’ del artista, que debe ser respetado y honrado. Aunque nunca fue explícita al respecto, su ejemplo fue más que suficiente. Siempre se ocupó de su vestuario, de ir a la peluquería antes de la actuación para estar impecable, y sobre todo, el rigor musical: respetar las letras, las melodías y el acompañamiento instrumental tal como las aprendimos o fueron creadas por los autores. Esta rigurosidad, en combinación con su generosidad y espontaneidad, nos motivó a seguir aprendiendo y creciendo, conscientes de que cada canción era un tesoro que merecía ser interpretado desde el corazón.
El legado de Chabelita no se limitó a los escenarios de San Vicente o Santiago. Previo al Golpe Militar había recorrido el país desde Arica a Puerto Williams, entre boites, rodeos, restaurantes, fiestas y peñas. Su música cruzó fronteras, especialmente a través del vinilo Canto a Sudamérica, grabado en Radio Portales en 1972. Este disco se difundió en Colombia y México a través del sello Gas, y en EE. UU. por Rex, gracias a un amigo que vivía en California. Esto nos permite escuchar hoy esta joya buscando Las Morenitas en Spotify.
Otro de los momentos significativos de su carrera fue, sin duda, la presentación en enero de 2023 en el Palacio de la Moneda cuando recibió el Premio Presidente de la República a la música de raíz. Este acto simbolizó el reconocimiento en vida de su valioso testimonio por preservar nuestro patrimonio cultural. Pero quizás, el instante que más refleja el alcance de su influencia fue el viaje que hicimos a Londres en 2017, donde participamos en un encuentro internacional de arpistas en King ‘s College, en la Universidad de Londres, y nos presentamos la Embajada chilena y en el LatinAmerican House. Chabelita nos dejó claro que su huella musical podía recorrer sin esfuerzo otras latitudes. Cada presentación, cada viaje, fueron una oportunidad para que más personas descubrieran la riqueza de nuestra música y la humildad de quien la lleva en el corazón.
Pilar de nuestra tradición
A poco más de un año de su partida, el legado de Chabelita sigue vivo. Su música, sus toquidos de arpa y guitarra, su forma de enseñar y su inquebrantable pasión por la cultura chilena permanecen como faros que iluminan el camino de nuevas generaciones. Son una luz a seguir entre músicos, cantores y cultores del folclor. La vida de Chabelita no fue solo un testimonio de su talento, sino que lo es de su amor por Chile, por su gente y por la tradición que ella misma vivió, y a la que aportó y transmitió con tanta dedicación.
Su ejemplo como maestra sigue inspirando a quienes tuvimos el honor de compartir con ella. Chabelita nos enseñó que la música no solo se toca, sino que también se vive al compartirla cuando se siente y se respira. Como ella decía, «uno nunca termina de aprender, mijito«. Parte del tesoro más grande que nos dejó fue esa humildad y ese afán de enseñar con disposición para aprender, compartiendo con generosidad su experiencia y conocimientos.
Adiós, jardín de mi vida…
Hoy, al recordarte, Chabelita, no solo celebramos tu vida, sino tu legado humano y artístico. Tu alegría, generosidad, rigor y amor por la música siguen vivos en cada canción que me entonaste, que alcancé a grabar, que anoté entre mis cuadernos. Chabelita fue mucho más que una artista; fue una abuela del folclórica, una amiga fiel, una maestra incansable que, con paciencia y pasión, nos permitió volar con alas propias. Hoy, rasgueamos nuestra guitarra, replicamos el arpa, y alzamos nuestra voz, para rendirte homenaje y seguir tu ejemplo: nunca dejar de aprender, nunca dejar de enseñar, nunca dejar de vivir la música desde el alma.
Gracias, Chabelita. Tu herencia sigue sonando en nosotros, resonando en nuestros corazones como una melodía que nunca se apaga, como brasa que antes de extinguirse, aviva un nuevo fuego.
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