Reseña del libro “Ckausama. Ritos del despojo”, de Boris Durandeau. Publicado por Pampa Negra Ediciones, Colección Pleamar; con prólogo de Günther Guzmán Tacla y epílogo de Naín Nómez.
…rescatar esta crónica del despojo
quizá pudiera llegar a ser la tuya
Hay una vastedad inefable en el desierto de arena y también en la del mar. Pero hay un desierto más implacable todavía: la soledad no elegida y su silencio, el vacío de los cuerpos sin memoria, el alma errante del usurpador que confió en el retorno yermo del despojo. Esa es la sensación que me deja la lectura de Ckausama (“vida” en kunza), una vida construida a través de un relato poético que desvela, remueve y advierte al presente.
Este volumen podría ser una crónica histórica, acaso biográfica, geográfica o etnográfica. Con fantasmas por personajes y en la que Durandeau (re)escribe su pasado con los materiales de la poesía y la memoria.
“Los aluviones, dejaron mil rostros en el olvido / y en cada estrato, una cicatriz habló al cuerpo descarnado./ Junto a los registros parroquiales se apila mi silueta”.
Aquí, los versos son pasamanos que le salvan del saqueo, del olvido, de la muerte; y son, al mismo tiempo, un grito desesperado que clama por su existencia: “…y en la fosa que me destinó, apenas cabe la memoria, un hilillo de polvo la llena de sobras.” Su poética también es política y religiosa “…firmamento negro de espíritus que burla a los hombres que empujan al sol…”; y desde ahí, el que habla religa al que lee con ese otro mundo, tal vez un espejismo o un hoyo negro en el firmamento, desde un presente circular donde caben las historias mínimas, pero también la gran historia nacional y americana.
Tras la huella de tus huellas
fuimos personas
…donde la Madre es silencio
Este texto del desierto es rico en recursos, en lenguaje, en lengua cuidada, en lengua vernácula. Leemos versos en estrofas, un verso de cierre por capítulo, texto en kunza, aymara, quechua, dialecto minero y vocablos salitreros. También vemos dibujos, mensajes secretos, personajes, hitos históricos, sitios y lugares geográficos; la naturaleza inclemente, la tierra, los cerros, las dunas. Visitamos Cobija, San Pedro de Atacama, los ayllus, las salitreras. De ahí, este poemario le habla a sus padres y a sus madres, a los benditos conquistadores y a los apátridas de la Pachamama.
“El conquistador devora a la presa cautiva, / bajo elogios de buen hombre”.
“…Ellos, los desterrados del frente, / viven el exilio de los profanados, / saben que nunca fuiste virgen pero sí santa…”.
El poeta de Ckausama es un observador, un naturalista y un guerrillero que viaja por el tiempo. Deviene en fantasma y en sus versos reconoce a su estirpe, a ratos pareciera materializarse con la sábana manchada de las generaciones pasadas. “El timón de tierra me lleva / a tu rada de espejos rotos / donde las vasijas hundidas se acicalan”. Con cada estrofa irá reconstruyendo sus verdades, sin pudor, como un exorcismo lírico, donde los demonios hablan, interpelan, ríen, blasfeman, pero finalmente se expían dejando al descubierto –como una vieja salitrera abandonada– sus esqueletos a plena luz del sol.
“Pronto llegará el sacrificador con su máscara de jaguar / y abrirá las faenas inhalando la pureza de la pampa / con hambre de gula alucinógena. / Lleva en la mano nuestra cabeza / y en la otra, el hacha de los tratados y las treguas”.
Y por eso, el poeta también es un sacerdote, que prueba el elixir poético de la realidad no ordinaria para conjurar las cicatrices familiares.
“Sobre tu piel todo se entrega y se despoja. Uso las plumas de mi entierro para volar a tus cumbres y caer a los puntos ciegos donde las vírgenes no son tales y tú, la que quedas, bajo ese mármol de Carrara, te luces como virtud en el cementerio de Antofagasta”.
Boris Durandeau es un poeta alquimista, toma con delicadeza cada uno de los materiales de su obra y los expone a los cuatro elementos. Así, esta obra nace del agua del mar del norte, respira el aire virgen de los despoblados, yerra por la tierra baldía de arenas eternas y se transforma ante el fuego del sol y la palabra. También es un malabarista capaz de suspender estos componentes en el aire, hacer que leviten en equilibrio en estas hojas, para que, desde cada perspectiva, como en un caleidoscopio, hurguemos en los confines subjetivos de esta balada del desierto. Esa es su naturaleza, y es aquí donde desenterramos el tesoro de sus letras.
“En mi interior, la arena palpita, segundos de caliche, / triturando una calamina perforada / por donde la luz y la noche se cuelan, / como las caricias, entre mis letras y tus líneas”.
Este magnífico libro, es un álbum de imágenes poéticas, es un docu-poemario, un manifiesto surrealista de la ¿poesía del norte?, que mira hacia adelante porque “en el continente andino el ayer está adelante y el futuro, atrás”. Quizás por eso elude magistralmente las estatuas de sal, pesadas de pasado, y se eleva a las alturas guiado por los picos romos de los volcanes, desde ahí se ve, de mar a desierto, el derrotero de su linaje (y el de todos) como un testigo no prescrito que declara y reconstruye en letras un nuevo trato. Desde esas alturas, Boris Durandeau transcribe Ckausama, cuidando muy bien sus alas de poeta para que no se derritan con el sol de Atacama.
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