Una versión abreviada de esta reseña fue publicada primero en la revista Perspectivas Afro, vol. 4, nro. 1, 2024, pp. 164-166. Disponible acá.
El libro Escrituras de la afrodescendencia. Debates y trayectorias de la intelectualidad negra/afrodescendiente en el siglo XX latinoamericano (Ediciones UAH, 2024), de María Elena Oliva, se inserta en un creciente corpus de investigaciones que en los últimos años han comenzado a reflexionar en y desde Chile sobre las historias, las producciones culturales e intelectuales y los movimientos políticos de los/as afrodescendientes. Poner en diálogo estos distintos posicionamientos fue precisamente el propósito detrás de la creación de la Red Chilena de Estudios Afrodescendientes, un espacio que nació por iniciativa de Elena hace ya más de cinco años y que en conjunto con otras/os colegas hemos venido levantando a pulso para contribuir a difundir y consolidar esta línea de estudios en nuestro país, donde muchas veces es necesario recordar una historia y un presente que aparecen como negados e invisibilizados, un escollo con el que también han chocado muchas veces las/os representantes del pueblo tribal afrodescendiente chileno al defender sus justas reivindicaciones de reconocimiento y derechos. El libro de Elena me convoca, entonces, a comentar tanto desde el campo de los estudios afrodescendientes, respecto al cual el libro tensiona algunos abordajes habituales, como desde una apreciación de su relevancia para el contexto chileno.
Este libro es fruto de la investigación doctoral de Elena en el Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad de Chile (CECLA) y expone un análisis de “las reflexiones y debates que las y los intelectuales negros/afrodescendientes en la América de habla hispana han desarrollado en sus producciones escritas a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI”. En esta frase inicial se sintetizan las principales opciones teórico-metodológicas que fundamentan los aportes que hace el libro en diversos planos, a los que me voy a referir más adelante.
La argumentación se despliega en dos partes, de tres capítulos cada una. La primera parte, titulada “Sujetos, campo intelectual y discursos”, presenta un amplio marco teórico y conceptual, así como las principales coordenadas contextuales que permiten situar la emergencia de intelectuales que se reconocen como negros/as o afrodescendientes en América Latina. El primer capítulo versa, precisamente, sobre estas categorías, situándolas en sus contextos históricos, heterogeneidades y tensiones internas, y profundizando en las dinámicas de (re)apropiación y elaboración conceptual que, en distintos momentos, han hecho de ellas categorías de autoidentificación, sin dejar de lado las dinámicas de poder que históricamente han puesto a los/as sujetos/as negros/as y/o afrodescendientes en un lugar de subordinación.
El segundo capítulo retoma la discusión en torno al espacio letrado en América Latina y sitúa a fines del siglo XIX y comienzos del XX la emergencia local de un campo intelectual parcialmente autónomo de otras esferas sociales. Para Elena, se trata de un campo intelectual compartido por los países latinoamericanos de habla hispana, signados por una historia colonial común y similares trayectorias históricas. Es en este contexto que surgen lo que Elena llama “intelectuales negros/afrodescendientes”, una categoría que construye con apoyo de autores/as como Antonio Gramsci, Edward Said y Claudia Zapata. Se trata de “un concepto específico que apunta a una autoría que no se reduce al color de piel, sino que remite a una determinada experiencia histórica que articula un vínculo político”, vínculo desde el cual se ejerce una reflexión crítica que escapa a la mera representación de un colectivo más amplio. Elena destaca que estos intelectuales “no son figuras excepcionales, sino resultantes de un proceso formativo mayor” (107), asociado a los procesos de modernización que ha atravesado la región, lo que les otorga un lugar de enunciación específico aún dentro de sus colectivos.
El tercer capítulo de esta primera parte sitúa las propuestas de tales intelectuales en relación con aquellas desarrolladas por intelectuales afrodescendientes en otras regiones del continente, enfatizando la relevancia de mirar más allá del Caribe, de Brasil y, sobre todo, de Estados Unidos, que frecuentemente adopta un lugar preponderante. Frente a la “pretensión de universalidad que proyecta procesos intelectuales específicos como si fueran continentales”, Elena propone una mirada decididamente latinoamericana, que considera las características y experiencias específicas de la región.
La segunda parte, por otro lado, se titula “La producción intelectual de las y los negros/afrodescendientes en el siglo XX latinoamericano” y sus tres capítulos profundizan en distintos períodos históricos, conectando las propuestas de los/as intelectuales negros/afrodescendientes con los procesos sociopolíticos más amplios que enmarcan cada momento y que plantean preguntas y desafíos frente a los cuales estos/as intelectuales se posicionan. El primero de estos períodos es identificado por Elena como “La época negrista” y corresponde a la primera mitad del siglo XX. Frente a la producción de saberes sobre los/as afrodescendientes que no consideraban sus propias voces y a los debates marxistas sobre la pertinencia de considerar la opresión racial a la par de la lucha de clases, en este período los intelectuales negros/afrodescendientes discuten en torno a temáticas como su lugar en la nación, los significados de la identificación con la “raza negra” y los orígenes africanos. Para ello reivindican atribuciones categoriales como la de “negrismo”, que para Elena “no puede ser considerado como completamente ajeno ni a las preocupaciones sociales y políticas de las y los descendientes de africanos, ni a su lucha identitaria”, como suele serlo cuando solo se entiende por este concepto una apropiación estética de expresiones culturales negras/afrodescendientes, sin incluir en el análisis las autorías involucradas.
El segundo período es caracterizado como “El momento de los oprimidos”, y se destaca por el desarrollo de reflexiones comprometidas sobre las posibilidades de la lucha negra/afrodescendiente en el contexto de los proyectos revolucionarios y antiimperialistas de las décadas de 1960 y 1970. En este período también se produce la recepción regional de la corriente francófona de la negritud, frente a la cual los/as intelectuales tratados/as en este capítulo reconocen la necesidad de pensar desde sus propios contextos y experiencias históricas.
El sexto y último capítulo, finalmente, aborda los “Tiempos de afrodescendencia y movilización social”, los que no solo se caracterizan por la articulación de nuevas perspectivas diaspóricas y la emergencia de nuevas propuestas conceptuales como el cimarronismo o el afrocentrismo, sino también por la irrupción de los feminismos afrolatinoamericanos y la creciente presencia de autoras negras/afrodescendientes cuyas producciones intelectuales problematizan explícitamente su condición de género. Cabe señalar que, de todas formas, las mujeres nunca están ausentes del análisis de Elena, comenzando por la participación de mujeres en medios de prensa negros/afrodescendientes en Cuba y Uruguay a fines del siglo XIX e inicios del XX.
A lo largo de los tres capítulos de esta segunda parte, Elena ilumina también las articulaciones políticas afrodescendientes en cada período, desde los casos de partidos políticos declaradamente negros —o “de color”— en los mismos dos países en la primera mitad del siglo XX, pasando por los transcendentes Congresos de la Cultura Negra, que entre 1976 y 1982 reunieron a múltiples activistas e intelectuales negros/afrodescendientes en torno a una reflexión política común, hasta el proceso organizativo actual de las poblaciones afrolatinoamericanas, que arranca precisamente a fines de la década de 1970.
La conclusión del libro, por último, reafirma la necesidad de atribuirles a los/as intelectuales negros/afrodescendientes “un lugar en el campo intelectual latinoamericano, no solo marginal respecto a su condición social subordinada y liminal respecto a la visibilidad alcanzada, sino fundamentalmente contrahegemónico por el contenido que sus discursos han desarrollado, los que sin duda deben considerarse una contribución al pensamiento crítico latinoamericano”.
El análisis de Elena se construye sobre un amplio y heterogéneo corpus de novelas, ensayos, artículos de prensa y poesía que, como ella misma relata, se encuentra disperso en bibliotecas y archivos de distintos países e incluso continentes, y que rara vez había sido tratado de manera conjunta con anterioridad, lo que de por sí constituye un aporte considerable al campo de los estudios afrodescendientes a nivel latinoamericano. Quizás en ello se refleja una cierta ventaja, quizás contraintuitiva, de la posicionalidad periférica de Chile en relación con los principales centros en los que se han desarrollado los estudios afrodescendientes en la región: sin estar del todo desconectados/as de nuestra historia compartida —incluida, por supuesto, la presencia africana y afrodescendiente—, muchas veces la negación de esta última en nuestro país nos obliga a mirar más allá de nuestras fronteras en la búsqueda de antecedentes e interlocutores/as y, por lo tanto, a desarrollar una visión de conjunto a la que quizás no se vea compelido/a quien tiene una firme tradición local de estudios y trabajos previos en la que anclarse. Ahora bien, el propio análisis de Elena, así como sus menciones a que los/as autores/as tratados/as son solo una parte de un corpus mayor, hacen desear la posibilidad de contar con algún recurso como una bibliografía comentada que incluya también a los/as autores/as que no se tratan in extenso en el libro, y cuya puesta en relación permitiría nuevos diálogos y conexiones.
Como decía anteriormente, el libro toma varias opciones que quisiera destacar por su relevancia en el ámbito de los estudios afrodescendientes. En primer lugar, y aunque no se diga explícitamente en el texto, el foco en los y las intelectuales negros/afrodescendientes representa, por sí mismo, una opción que es tanto epistemológica como ético-política, pues implica un posicionamiento consciente respecto al lugar de enunciación de una investigación académica sobre un colectivo que bien puede hablar por si mismo. En este sentido, enfocar a los/as intelectuales negros/afrodescendientes, con el cuidado que implica el respeto por la autoidentificación, no solo es una puerta de entrada para el análisis de una temática “poco investigada en América Latina”. Implica también una valoración de sus contribuciones que no se agota en un gesto vacío de reconocimiento, sino que les otorga un lugar destacado en un repensado canon del pensamiento crítico latinoamericano, además de incorporarlas en un debate que es genuinamente intelectual, contribuyendo a deconstruir el racismo estructural del espacio académico. En su forma de plantear el análisis, Elena horada la alterización, objetivación y distanciamiento que muchas veces caracterizan la mirada de las ciencias sociales hacia los sujetos negros/afrodescendientes —a lo que se podrían agregar otros sujetos subalternizados, tales como los pueblos indígenas—, pues piensa con los/as intelectuales que incluye en su trabajo, así como a través de sus obras y propuestas conceptuales, y no habla por ellos.
Una segunda opción que quiero destacar es aquella por la escritura. Como explica Elena, su trabajo contempla “intelectuales que se reconocen como negros/afrodescendientes en sus producciones escritas y que utilizan el texto escrito como una plataforma desde la cual han elaborado discursos en los que discuten su condición racializada e inferiorizada”. Hasta cierto punto, tal opción va a contrapelo del énfasis habitual en la oralidad y los lenguajes no verbales —la música, la danza y otras prácticas corporizadas, a los que a veces se suman las artes plásticas— que, en muchos casos, han servido para la transmisión de la memoria histórica en las comunidades de la diáspora africana en América. Por supuesto, Elena no desconoce la relevancia de tales repertorios y prácticas ni las maneras en las que estas permean la escritura, pero al enfocar las producciones escritas logra, por un lado, esquivar el riesgo de reificación de la asociación entre los/as sujetos/as negros/as y afrodescendientes y la corporalidad y, por otro, mostrar el impacto y relevancia de sus trabajos, que como mencioné excede largamente el ámbito comunitario e irradia en el pensamiento crítico latinoamericano en su conjunto. En este contexto, resultan significativos, por ejemplo, hallazgos como la temprana articulación de perspectivas de análisis novedosas, adelantadas, por ejemplo, a los actuales enfoques interseccionales.
En tercer lugar, quisiera destacar que Elena ponga en el foco de su libro a la América de habla hispana. No solo se trata de un área lingüística que comparte una experiencia colonial particular, sino que el foco en los/as intelectuales negros/afrodescendientes de estos países permite que emerjan conexiones, posicionamientos y articulaciones específicas entre ellos/as. Por ejemplo, un elemento transversal a los distintos períodos abordados en el libro tiene que ver con la reflexión sobre las diferencias entre las propias experiencias de racismo y ciudadanía respecto a aquellas de los/as autores/as anglófonos/as y francófonos/as. De esta forma, las producciones intelectuales que trabaja Elena permiten comprender las especificidades de los contextos nacionales y los correspondientes desafíos políticos y prácticos que los/as intelectuales negros/afrodescendientes deben afrontar. Por otra parte, al enfocar esta área lingüística en su conjunto, Elena también contribuye a descentrar, en parte, a las islas del Caribe como principales puntos de entrada a las experiencias de la diáspora africana en la región. En este sentido, no solo trae a colación intelectuales de países como Uruguay, Venezuela, Panamá y Costa Rica, sino que también de países del “Pacífico negro” como Ecuador y Perú, además de Chile.
Esto último me trae a la relevancia de este libro en el contexto chileno, comenzando por la inclusión de referentes nacionales en la cartografía regional de los estudios afrodescendientes que propone Elena, que de por sí aporta nuevas miradas a un campo que parecía conocido. Cuán distinto se lee a Guillermo Feliú Cruz o Rolando Mellafe cuando no se los considera solo como parte —marginal— de una historia nacional, sino en el contexto regional en el que desarrollaron sus trabajos. Como también muestra el amplio trabajo de recopilación bibliográfica que ha realizado el Proyecto Afro-Coquimbo, no estamos tan aislados ni somos tan excepcionales como a veces pensamos, no solo en relación con el hecho histórico de la presencia de población afrodescendiente, sino también con la producción académica e intelectual al respecto. En este sentido, también es muy significativo que, hacia el final del libro, Elena incluya el trabajo de una intelectual afrochilena, Marta Salgado Henríquez, cofundadora de la primera organización afrodescendiente de la que se tenga registro en Chile, la ONG Oro Negro, y también integrante del Grupo de Barlovento, en su discusión de algunas autorías femeninas en la intelectualidad negra/afrodescendiente. Además del trabajo de Salgado y de otros/as autores/as como Cristian y Azeneth Báez o la Colectiva de Mujeres Afrodescendientes Luanda, la producción intelectual de autores/as que se reconocen como afrodescendientes chilenos/as ha aumentado en los últimos años, generando un corpus que ha ido transitando desde el ensayo hacia la producción investigativa y propiamente académica, con la creciente presencia de investigadoras/es afrodescendientes con formación universitaria que han enriquecido los debates en el campo de los estudios afrodescendientes en Chile desde lugares de enunciación comprometidos, a la vez que contribuyen a los procesos organizativos y reivindicativos del pueblo tribal afrodescendiente. A ello se suman las producciones intelectuales de autoras/es pertenecientes a otras diásporas afrodescendientes presentes en Chile a través de los procesos de migración contemporáneos, y que plantean nuevos puntos de vista que complejizan las discusiones sobre afrodescendencia, nación, género y racismo en nuestro país. Ante estos procesos contemporáneos, el libro de Elena entrega un mapa invaluable que permite identificar las genealogías y confluencias diaspóricas en las que se sitúan estos escritos, así como avizorar sus contribuciones al pensamiento crítico y a los horizontes de transformación social en Nuestra América.
Perfil del autor/a: