El comienzo del recorrido partió con la claridad del título: Vuelo de tukui. “El colibrí, picaflor o beijaflor –besaflor–, como se le llama más dulcemente en el portugués de Brasil, tiene su origen y su hábitat en América. Desde el norte al extremo sur. En la lengua karib de etnias amazónicas, se le llama tukui, también tikusi. De allí su nombre venezolano: tukusito”, dice el libro. Conformado por una selección de ensayos, algunos inéditos, otros publicados previamente en revistas. Una oportunidad tanto para comenzar a adentrarse en el trabajo de esta importante pensadora y creadora como para continuar profundizando en ella a niveles más avanzados. En la lectura de estas páginas hay propuestas para asomarse al recorrido ensayístico de esta autora. La obra de Ana Pizarro (Concepción, Chile, 1941) tiene amplios alcances y, a estas alturas, ya es un cuerpo monumental con vida propia. Hay decenas de libros publicados en el mundo, premiados y traducidos, además de una constante aparición de textos en medios especializados y periodísticos. Cómo se posiciona y qué viene a decir este libro, en la selección y orden de estos trece ensayos, es lo que se expone a continuación.
Hay estructuras que construyen el cuerpo de obra antes mencionado y que Vuelo de tukui recoge. Se trata de un libro sin aspiraciones concluyentes y en plena consciencia de que esta mirada es solo una entre tantas posibilidades. En sus capítulos pueden detectarse algunas temáticas ineludibles y que podrían resumirse en tres conceptos ascendentes; lugar, pensamiento y mundo.
Con decir lugar se trata –de uno a uno– más bien de lugares, en plural, que incluyen algunos aspectos cartográficos, cual mapas únicos que nacen para renovar visiones y que pueden encontrarse en nuestro continente latinoamericano. Una de las propuestas revolucionarias de Ana Pizarro es la de estudiar Latinoamérica desde sus zonas culturales y no en un sentido meramente geográfico o cronológico, como sucedía comúnmente antes. Al concebir de tal forma nuestro continente se abrieron, y continúan abriéndose, posibilidades que ponen luz en zonas antes ocultas, no abordadas o estudiadas de manera insuficiente. Caribe, África, América, Amazonía, así levantan la voz algunos de los territorios más reconocidos en estos ensayos. También se incluye la cultura mapuche cuando nos adentramos en los primeros tiempos de investigación de esta autora, quien, desde sus tierras sureñas en Chile, se encuentra en el uso de la palabra mapuche oralidades y discursos cual verdaderas épicas.
Los estudios de Ana, plasmados en ensayos de altísimo nivel literario, hacen que Latinoamérica se aparezca como una pluralidad de manifestaciones y posibilidades móviles, y no como uno o más bloques lineales y estáticos donde solíamos perdernos al pensar en nuestro continente. Esas pluralidades conviven y se articulan constantemente aunque a veces lo hacen de manera desapercibida. Como explica el ensayo titulado “El poshuidobrismo en Chile”: “Por las razones históricas propias, pues, de la colonización, la conformación de los discursos en América Latina es plural. Hay sistemas muy diferenciados, con temas, lenguas, estructuras, tiempos propios: ilustrado, popular rural y urbano, de masas, sistema literario cultural indígena. La corriente más identificadora de la evolución de estos sistemas en el siglo XX es la de la apropiación paulatina y con distinto carisma de las culturas de los sistemas populares e indígenas de parte de las culturas ilustradas. Existen distintos modos de circulación interna de estos discursos: unos son más cerrados; otros, directamente abiertos al cambio”.
Los ensayos abordan todas estas zonas culturales, producto de largos años de investigación sistemática y comprometida. Eran territorios casi desconocidos para los estudios culturales, donde esta ensayista fue entrando con respeto y admiración, cual exploradora admirada, sin ánimo de invadir ni colonizar. Por ello, estos textos bien pueden ser leídos como ensayos mientras que muchas veces también presentan rasgos de crónica, en la medida en que documentan desde la narrativa de no ficción datos duros y hechos verificables. Asimismo, contienen en su lectura alcances poéticos, fruto del trabajo con imágenes y metáforas desplegadas ya desde el título del libro, con el picaflor amazónico volando hasta nuestro alcance.
Otra característica que aquí aparece, tanto a nivel formal como en su contenido, es la voz de una compiladora. Se compilan relatos, cantos, mitologías, imágenes visuales y literarias. La naturaleza de la compilación es trascendental para nuestra literatura latinoamericana y con ella Ana Pizarro se enmarca dentro de tantos autores y autoras, por supuesto en varios casos anónimos, que en los primeros años de invasión europea recopilaron a consciencia las literaturas prehispánicas que estaban siendo destruidas tanto en su escritura como en su oralidad. El ejercicio de la compilación de voces y manifestaciones, hasta esos momentos guardadas en un aparente silencio, dan a estos ensayos el carácter por momentos de un verdadero coro en el que la autora abraza, hace caber más que dirigir, encontrando el lugar para que cada canto ejecute su sinfonía particular junto a las otras autorías.
Debido a una erudición evidente, esta escritura podría caer en los registros de autoridad y grandilocuencia, pero lo que sucede es precisamente lo contrario. Impresiona el nivel, se diría incluso insistente, de humildad. En más de una ocasión la voz se disculpa de antemano porque se permitirá caer en una digresión, o porque va a desarrollar en los siguientes párrafos alguna idea. Entonces, comparte dicha idea que resulta iluminadora y es inevitable preguntarse sobre el porqué de esa disculpa. Se hace todo lo posible por no entregarse nunca más importancia que sus propios materiales de estudio o que las voces vivas y muertas a las que hace referencia. Es una generosidad que envuelve al lector en un espacio donde nadie es excluido, venga del sistema cultural que venga.
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Se hace referencia a la voz de estos textos, a su naturaleza gentil y erudita al mismo tiempo, y, como ya se dijo, a estas alturas la escritura de Ana Pizarro es un cuerpo muy grande, una voz que constituye un pensamiento con todo lo que esto implica. El pensamiento contenido aquí no está sólo en cómo la leemos en Chile, aunque sin duda es algo que también debe ser mencionado y reflexionado más extensamente. También está en cómo se la lee en Brasil, donde sus libros son material obligatorio y la recepción siempre se inunda de cariño y agradecimiento. Allí la leen, publican y traducen constantemente. Dentro de las zonas amazónicas, adentrándose por Acre y su facultad selvática de colegas y amistades, comunidades indígenas en sus distintas lenguas también reciben a esta autora con el cuerpo presente y el corazón abierto, compartiendo con ella la profundidad de sus culturas.
Se encuentra también este pensamiento en cómo se la lee en Francia, donde Ana pasó años decidores. Entre otros logros le fue encargado el estudio América Latina: palabra, literatura y cultura, luego de que le pidieran una historia de la literatura latinoamericana y ella encontrara que esa estructura era limitante por lo que ideó una figura más adecuada. Este trabajo se convirtió en tres tomos de gran relevancia para esas tierras y para las nuestras. Aquel –el caso brasileño– y éste son solo dos ejemplos que ayudan a hacerse un panorama sobre las implicancias de la escritura de Ana Pizarro a nivel mundial. Ameritaría un estudio más pormenorizado el abordar el entramado de sus lectores.
Enmarcándose en otras importantes tradiciones del pensamiento de este entramado, figura la exégesis crítica al “colonialismo” de Franz Fanon palpitando en la mirada del peruano Aníbal Quijano y su formulación de “colonialidad”. Corrientes de pensamiento que convergen en palabras de la autora en un: “similar intento descolonizador [que] se propone encontrar las formas que pueden explicar a estas culturas sobre las que trabajamos y en las que vivimos”, lo cual permite comprender el último ensayo del libro “Trama, tejido. Pensar la construcción cultural”. Las palabras de la autora continúan así.
“Como partícipe y heredera de estas interrogantes, he trabajado en dos direcciones –en una perspectiva comparativa–: por una parte, en una línea de pensar la pluralidad; por otra, los flujos. Este cañamazo estaría construido por flujos externos, apropiaciones y movimientos entre un sistema literario y otro. Al estudiar primeramente el Caribe pude advertir la existencia del archipiélago cultural y las formas de su convivencia. La conformación de sus culturas daba cuenta de su interacción y lenguas, como el papiamento, hablaban de la convivencia de diferentes idiomas africanos con el portugués, indígena mapuche, español y judío sefardí, ladino”.
Esta imagen de movimiento y vitalidad que propone el libro es similar a la tan bien expresada vasija rota en la metáfora de Derek Walcott al hacer su discurso del Nobel, luciendo los pedazos y grietas del inglés, francés, elementos occidentales clásicos o presencias del mundo hindú. En ambos casos es una “afirmación de la fragmentariedad”.
En el tejido de una voz poética, cronista, narradora, y ensayista que va iluminando y ahondando en esas cartografías ocultas aparecen otros espacios. Así es como conforme avanza la lectura inevitablemente se van creando verdaderos mundos epistemológicos. Propuestas de pensamiento y, en definitiva, caminos fértiles para resignificar nuestra historia.
En los tres pilares mencionados de la obra de Ana Pizarro puede visualizarse una figura piramidal, a modo de montaña. Dentro de ella, está la figura del ave con las alas abiertas, ascendiendo. Todas las aves tienen sus semejanzas simbólicas que las determinan. Cual voladoras alcanzan los estratos celestiales y divinos, por lo que se dice en textos, como El Zohar, que la lengua de los ángeles está en el canto de las aves. La palabra alada en las culturas antiguas de nuestro continente recoge también la tradición mitológica de estos animales. Se aparece revoloteando en momentos donde el lenguaje se hace poesía, en la improvisación y el canto. Las palabras verdaderas, alcanzadas en metáforas, son aves coloridas y luminosas.
El tukui es el epítome de lo colorido y luminoso. Su aparición se asocia a los espíritus en transición que, pasando de una dimensión a otra, se anuncian así en una experiencia de regocijo para quien lo observa. Luego, continúa su delicado vuelo en aleteada fugaz. Como mueve tan rápido las alas debe comer más que cualquier otro pájaro y el néctar dulce de las flores es su alimento vital. Flores, una vez más, como la palabra poética en aquellos poemas antiguos. Ave que continúa explorando sus caminos e introduciéndose en las flores avistadas. La obra total de la autora se transfigura en el signo del colibrí. De ahí que haya territorios en las investigaciones de Ana Pizarro que ni siquiera aparecen en estos ensayos y se enmarcan por sí mismos dentro del dibujo de una autora planteado como vuelo. Los estudios sobre divas latinoamericanas, como Gabriela Mistral, sobre las culturas árabes, la bastedad de sus conocimientos sobre literaturas de África -un campo cultural que estamos conociendo mejor gracias a ella- donde en estos momentos varios narradores y narradoras revelan mundos escriturales en trabajo con la oralidad.
Francisco de Asís le llamaba campo de flores amarillas a su propia imagen de la plenitud. En sus cantos y poemas visualizaba un campo de flores amarillas y a él descendiendo, dejándose caer con los brazos abiertos. Este libro es un Vuelo de tukui como metáfora del trabajo de Ana Pizarro, encontrarse con el ave colorida es una de las promesas que contiene. Al mismo tiempo, hay una invitación aquí posible que solo los lectores podrán asumir si así lo desean: entrar en el cuerpo del tukui, ser realmente esta ave y adentrarse luminosamente en el campo de flores que le rodea.
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