La selección y organización de los poemas y libros de esta antología, se inició con la mirada e idea del poeta y editor de Inubicalistas, Rodrigo Arroyo. Después esta fue modificada por el también poeta y editor, Rolando Martínez, que es quien dirige Editorial Aparte. Y la historia continúa, porque luego intervienen las poetas Daniela Cárfora y Marian Lutzky quienes vuelven a modificar la selección y el orden del poemario que será ajustado por última vez por Rolando Martínez, su editor y por el diseñador Cristóbal Correa. Son estos últimos, los que dan el toque definitivo al libro antes de que entre a imprenta y no haya vuelta atrás. Como ven, los procesos importan y toman tiempo y son colaborativos.
La poética en torno a la cual Jorge Polanco construye sus escrituras se inicia, en mi percepción, con un elixir o piedra filosofal que, al ser lanzada imaginariamente al agua o al aire, extiende y expande sus anillos en forma y fondo para primero rozar y luego tallar, un mundo personal y colectivo a la vez. Es este dinamismo lo que le da al libro un sello que, untado en observación y obsesión, engrosa la mirada política y poética de estos hallazgos. Jorge cruza miradas, territorios, conocimientos, expresiones y hablas para exponer ante nuestra sensibilidad, algo que nos conmueve y deja pensando. No sé si me equivoco, pero creo que la variedad de teclas y modos expresivos con los que avanza en sus interrogaciones, en sus denuncias y exposiciones pespuntea y deja de manifiesto una fragilidad vital que luego aletea con insistencia en medio de las grafías que dibujan el terror y la muerte.
En tanto avanzamos con la lectura, vemos que la escritura y composición de este libro, nos instala en la acción o el arte del montaje, del collage, de los traslados gráficos y/o lingüísticos, para resignificar y ampliar sus territorios de llegada. La antología se compone al modo de una película íntima tocada y trastocada por el mundo en que respira. El levantamiento de este periplo instala al lector en experiencias antes no percibidas ni vividas. Son estas experiencias del autor, las que quedan estampadas sobre el soporte papel, materia esencial y primaria que todas las artes aquí reunidas, comparten.
Paso ahora a leer los títulos de los libros, con el fin de trazar una huella a seguir: Las palabras callan, Umbrales de luz, Sala de espera, Lacrimógena, Cortes de escena, Cortometrajes, Las palabras arrojan manotazos sigilosos, La casa se quema en la mirada, Tierra de hoja. Leo estos nombres porque creo que ellos nos llevan a entender que la certeza o promesa feliz, no es lo que aquí abunda. Lo que sí abunda aquí, son las sensaciones de fragilidad, dolor e inseguridad, que, envueltas en un cierto celofán esperanzado, coquetean con nosotros sin terminar de darnos la mano. Pero eso no es todo, porque Jorge Polanco logra registrar, además, con belleza manifiesta, una percepción sensible de nuestro estar y actuar sobre la tierra. Y quiero dar cuenta ante ustedes de que eso me conmueve.
Mi vagabundeo lector del que daré cuenta es un punteo desordenado y ecléctico que camina por ciertas calles de este libro. Esto, porque mi intención es iluminar una que otra esquina para invitarlos a conocer los signos, guiños y aperturas que laten agazapados en el imaginario de grafías que surgen en los cruces dialógicos que forman las avenidas de este libro.
Primera esquina– Quien lea caerá de bruces ante los baldes de ternura, angustia y soledad que aquí abundan.
Segunda esquina– Quien lea tendrá que internarse a paso lento en el peso de la noche y deberá arroparse ante la presencia del insomnio como si los cobertores fueran cortinas que se corren para dejar entrar un algo de luz o entendimiento. Aleteo vital en las aguas correntosas desatadas por la angustia.
Tercera esquina– Quien lea se encontrará también con un yo que carga con sus bultos. Bultos no menores, como los del resentimiento, el horror, las heridas y sus cicatrices. El amor, el cariño y el abrazo. Verá también una lucha encarnizada por la vida, una entrada al goce posible que entregan las pequeñas felicidades, los miedos superados y más…
Cuarta esquina– Quien lea no podrá obviar la inquietud que despierta el trabajo de Jorge Polanco ante el peso de la historia. Ese que liga uno a uno a los cuerpos del pensamiento con los de la carne; ese que expone su fría sonrisa sobre el cálido corazón que late sobre la hoja. Quizá, pienso, este libro nos entrega herramientas para vivir con esa conciencia. Es que la memoria no siempre reconforta; a veces, más bien, confirma lo ineludible y nos sofoca.
Quinta esquina– Quien lea sabrá que escapar es imposible. Las aguas parten desde la cordillera y endilgan hacia el mar.
Sexta esquina– Quien lea no se encontrará con respuestas más sí con preguntas; con señales que nos sacarán del mecanicismo y la eficiencia de las pequeñas conquistas para permitirnos volver a los tiempos extendidos de la reflexión y la emoción.
Séptima esquina– Quien lea verá que el poeta se agarra de los trazos que, en sus distintas manifestaciones sobre la página, dibujan los caminos de un pensamiento poético que duerme en medio de la realidad.
Octava esquina– Quien lea entrará a una lectura verbal y gráfica que encierra aires apocalípticos, destructivos y también melancólicos. Sin embargo, hay un rizo que nos aparta del horror, porque tanto la palabra como los trazos gráficos y las imágenes, los silencios y las dilaciones, instalan rastros y señaléticas para encontrar caminos que nos devuelven la capacidad de soñar; de volver a intentarlo; de no darnos por vencidos.
Novena esquina– Quien lea descifrará que las grafías de este libro nos abren las puertas a la posibilidad de vibrar con la belleza de los cuerpos, con el palpo de los lazos filiales, de la amistad, de la conversación al calor del tejido comunitario de los sueños.
Décima esquina– Quien lea agarrará el hilo de Ariadna que aquí se llama percepción. Es su hilo el que nos lleva a penetrar en los vericuetos de lo desconocido; a encontrar señas y pálpitos para elegir una u otra de las vidas posibles que allí moran; que nos regala los lazos con los cuales tejer un cobijo. Hay aquí una profunda aceptación del hecho de que la percepción es frágil y que esta puede aparecer o desaparecer. Es el o la lectora quien decidirá si entra al mundo o se aparta de él.
Onceava esquina– Quien lea tendrá conciencia de que esta es una obra en construcción; una obra no terminada porque es justamente esa precariedad, la que asegura el camino de la búsqueda. Es decir, de la vida que resiste, que no se acomoda. Es esto lo que a mí me parece que ronca en sordina entre las múltiples grafías de Jorge Polanco.
Doceava esquina– Quien lea reconocerá en este libro una pulsión, un deseo profundo por espantar/ ahuyentar la imagen del padre de entonces, de los muertos de entonces, de los ensañamientos de entonces…; de todos esos tozudos de antaño que hoy insisten en reinventarse y vuelven a entrar en escena. Es como si en ese proscenio donde se desarrollan los actos, no corriera el tiempo. Como si esos personajes y sus conductas abusivas nunca se hubiesen enterado de que la vida es transformación, materia en descomposición que siempre e inevitable transita hacia su comienzo; como si ese conocimiento se les escapara entre los dedos y no lograran bajarse de la tarima desde donde ejercen su violencia. Violencia que nos asalta una y otra vez. Peste humana cuyo único posible contendor es y será la empatía, la ternura, el arte y la colaboración.
Treceava esquina– Quien lea verá que hay un aparente desafío formal y porfiado por desajustar las fronteras disciplinarias y creativas. Sin embargo, yo leo que la poesía de Jorge Polanco transita por una cañada profunda por cuyo lecho fluye el imaginario y el torrente de su conciencia. Ahí nadan con seriedad la memoria, el pensamiento y las emociones con las que trabaja. Ahí baraja los materiales tangibles e intangibles que conviven en sus libros en un juego serio que atraviesa la cañada antes señalada para exponer hallazgos no siempre amables.
Hasta aquí algunas de las esquinas en las que me detuve. Las que alcancé a recorrer. Las expongo así, en forma parcial, porque pienso que es posible que despierten en ustedes el deseo e interés por leer y disfrutar los silencios anotados en las páginas de Los poetas continúan su cacería nocturna.
Jorge Polanco Salinas (Valparaíso, 1977) ha publicado los libros de poesía Las palabras callan (2005/2020), Umbrales de Luz (2006), Cortometrajes (2008), Sala de Espera (2011/2019), Ferrocarril Belgrano (2010) y las prosas Cortes de Escena (2019). También ha escrito los libros de crónicas Paisajes de la capitanía general (2022) y Valparaíso y sus metáforas (2021). Es autor de los libros de ensayo La zona muda. Una aproximación filosófica a la poesía de Enrique Lihn (2004), La voz de aliento. Reflexiones sobre escritura y testimonio (2016) y Juan Luis Martínez, poeta apocalíptico (2019). En el ámbito visual, ha ilustrado el libro Las niñas del jardín y ha expuesto sus poemas gráficos en diferentes galerías y centros de arte.
Verónica Zondek nació en Santiago de Chile en 1953. Licenciada en Historia del Arte por la Universidad Hebrea de Jerusalén, es poeta y traductora, entre otros, de Derek Walcott y Anne Carson. Ha publicado una docena de libros de poesía. Vive en Valdivia.
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