Alcachofa (Ciscazines) es el primer poemario de Francisco Barías. Al igual que los fanzines que le antecedieron, es una pieza a través de la cual se puede apreciar una vocación admirable por la expresión, los detalles y la creatividad. Safo, Javiera Mena, Claudia Rodríguez y Camila Sosa Villada son invocadas en la presentación de este libro-artefacto que reivindica lo cursi y los afectos como estrategias de sobrevivencia en las comunidades LGBTQIA+.
Como sabemos, una alcachofa es una flor comestible, sus pétalos se mordisquean y se chupan, habrá quienes los unten con jugo de limón, vinagre, sal, o mayonesa, los más cochinos. Es raro contarle a alguien que no conoce esta verdura que los pétalos se devoran hasta comerse el potito. Así, boca y manos se encuentran con una carne blanda, contundente, exquisita. Hoja tras hoja se va desvistiendo, diferente en cada ocasión, dejando saborear su centro tierno y a veces jugoso.
“La alcachofa
de tierno corazón
que vestía de guerrero
Ya no quiso ser más varón
de batallas
Se desarmó y botó
todas sus capas
Quitó las espinas
que cubrían su corazón
Quedó despojada de sus herramientas
de tanto tiempo
Y a potopelao
caminando se fue”, dice en una de las hojas de esta publicación.
Alcachofa llega después de los fanzines Vestigios de dolor, acerca de los cuidados y el cariño; Qué ganas de contarte, un viaje a mirar la propia historia y resignificar heridas desde la ternura; y ¿Cómo te lo explico?, que presenta una reflexión honesta sobre expresiones de amor contemporáneas; todos manufacturados de forma análoga junto a Fran. Son piezas a través de las que se puede apreciar una vocación admirable por la expresión, los detalles y la creatividad. Parte de este trabajo queda entre amores que son amigues, que se las arreglan para estar o intentar compartir conocimientos con el único fin de fijar las historias, nuestras historias, en el aire y el tiempo, de modo que se pueda estirar una mano para agarrarlas y leerlas antes de dormir.
Es posible que trozos de esta Alcachofa, el primero poemario del autore, fueran una carta escrita al llegar a la casa de vuelta de un encuentro, o un papelito doblado entremedio de una agenda que nos recuerda a un viejo amor. El título de este libro actúa como si fuera un artefacto, como una verdadera alcachofa que invita a apreciar escenas cotidianas, sentires, atrapes de una emocionalidad frágil, sin ninguna otra pretensión que desahogarse o meramente sentir.
Tiene un estilo cursi, que a ratos se traduce en hipersensibilidad, pero que al mismo tiempo puede ser un palabreo dulce para animar a alguien, incluso a une misme, y una narrativa no exenta de la reproducción de violencias y asperezas de lo que significa crecer siendo un joven marika. Un joven marika y romántico. Esta voz que se encuentra en las páginas/pétalos de Alcachofa, es cercana, es un amigue que cuenta un secreto en la primera página o un recordatorio para dejarse afectar por sentimientos profundos.
Pero esta cursilería, que se devela aquí, no es nueva. Es esta mariconería que nos lleva a la época del colegio, pero también a los días de un amor nuevo a cualquier edad, o a esa emoción de ir en la bicicleta camino a la casa de la cabra que me gustaba. Mientras leo a Pancho, recurro a mi pequeña biblioteca y trato de pensar en similitudes. Agarro algunos libros y abro páginas que tengo marcadas. Se me aparece una frase de la mítica Safo: “Deseo y quiero con ardor”, que sintoniza con lo que presenta Alcachofa.
Más que cursi, diría que este libro con acoclip es real y no pretende ser otra cosa. Hay cuerpos, como el que protagoniza estos versos numerados, que ya se escondieron demasiado, e incluso hace frente a la señora que reprueba a dos wekos de la mano en público o a quien sea su opresor. Es que este, un imaginario posible, o, parafraseando a Lemebel, que dice que el deseo de despertarse viendo los ojos del ser amado es humano, entrega libertad y la concreción del sentido de vivir.
Con un ritmo tan honesto como la canción más pop del pop, o el bolero más triste de los boleros, lo que encontramos, a medida que avanzamos hacia el corazón de este compilado amanerado, son múltiples confesiones en torno a modos de relacionarse. En este procedimiento de desvestir y, desvestirse, también se experimenta el dolor o heridas todavía abiertas, el rechazo y las consecuencias de romper el molde de la heteronorma, pero también muestra mecanismos para querer y dejarse cuidar que pone a prueba a esta voz enamoradiza y melancólica. “Es fácil definir llegar a un mismo destino y difícil llegar al unísono”, dice Javiera Mena en Esquemas juveniles, que suena de fondo en mi casa, y siento como cuando la escuchaba en el living de la casa pensando en un nuevo idilio a los 13 años.
¿Acaso el wekerío presente no puede ser sensible o empalagoso? Claro que podemos. De la misma Safo se dice que era poeta y le rogaban versos sus amantes. Lo cierto es que las locas y desviadas podemos también vivir y experimentar el romance desde el borde, manipulándolo o ficcionándolo a nuestro antojo. ¿Por qué no podríamos ser dueñas también de historias sensibleras e inefables? Lo dice La Delirio en Ciencia ficción travesti, de Claudia Rodríguez, otro libro que hojeo mientras escribo: “La Esta le escribe cartas a un rufián”. Avanzado el texto, en una de las cartas a un mostacero, se lee: “Ola po rusio rico. Espero que te acordi de mí. Yo soy la del carro de completos de la pincoya”. La posibilidad del amor en la experiencia marika en muchas ocasiones se aferra a vínculos improbables y tortuosos, pero aguarda latente a un momento íntimo, a un roce, a un emoji o un sticker por alguna red social, y es motivo para ser descrito.
Camila Sosa Villada, en El viaje inútil, plantea que: “La escritura también puede provocar unos movimientos maravillosos, tener consecuencias sobre la realidad, de esas que provocan una felicidad muy cierta, como algún novio que escribía notitas y me las dejaba pegadas en la heladera recordandome tomar los medicamentos a tal hora y algún mensaje encriptado para que pensara en él. Bueno, de eso también está hecha la literatura. De querer ser amados”.
Luego de tanto dolor, luego de tanto cansancio, como plantea Camila, es hora de dejar aflorar la escritura en base a romances inventados y a otros concretos, y creo que este es un ejercicio que de manera consciente, o quizás no tanto, está en Alcachofa. Sosa Villada lo articula mejor: “También decir la crueldad con que fui tratada, y también el amor y la ternura que fueron dados como compensación a todo. Aspiro a escribir como hablo o a hablar como escribo. Que la belleza de la palabra sea compartida”. Me dan ganas de sacarle una foto y enviársela a Pancho para decirle amiga, eres escritora.
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