La escritora argentina, invitada internacional del evento, presentó este texto en homenaje a Carmen Berenguer la tarde del jueves 19 de diciembre del 2024. El discurso fue leído por María Moreno en compañía del público presente y de este texto impreso y distribuido en la actividad.
La autora visitó el país como parte del recorrido promocional de la novela “El Affair Skeffington”, publicado por Banda Propia (ver reseña acá). También, participó del lanzamiento de la edición 23 de “Santiago en 100 palabras”, y recibió el pendiente Premio Manuel Rojas, otorgado el año 2019.
Es un honor abrir esta feria bajo la palabra furia y donde la palabra “furia” nosotros la usamos para las personas travesti-trans y otros colectivo de disidencias, “furia” para diferenciarla de “odio” diseminada por un presidente neoliberal obsesionado por los niños sodomizados y envaselinados, enemigo de lo que él llama “ideología de género” y que intentó censurar entre las lecturas del secundario el libro Cometierra y fue respondido con la lectura de 120 mujeres en un teatro público.
Quiero hacerle un homenaje a Carmen Berenguer por todas las cosas que ella representa. La recuerdo cuando, de vuelta de un congreso sobre sexualidades torcidas, bailó junto a Nelly Richard una especie de minué en los pasillos estrechos de un boliche rasca llamado Insomnio.
Plaza de la Dignidad
El documento visual literario Plaza de la Dignidad de Carmen Berenguer ha llegado en su fecha precisa para festejar el año transcurrido de lo que la prensa, de módica imaginación, ha llamado el despertar de Chile, como si los despertares no fueran archivo de insurgencias de ojos abiertos y quizás por eso lo que Carmen Berenguer llama “clase regordeta y abultada” o “dictadura mesiánica del capital”, a su vez impermeable a la metáfora, se la cobró en ojos de la cara. Es verdad, como reza uno de sus versos, “la revolución de octubre se ha diferenciado de los bolcheviques que fue el 17 de octubre”. Y agrego, de nuestra propia plaza de la dignidad que para muches argentines, empezó el 17 de octubre de 1945. Escribí este texto en la resaca de ese festejo y antes del Día de la madre que me encontró sin internet, en la zona verde, adonde había sido dirigida por el fruto del único huevo que puse hace 46 años, arropada sino como Pilar Franco en su silla, por un amor con siete meses de cuerpo in-presente. Es por eso que sólo participé de la presentación a través del whatsapp en lugar del Zoom, luego de soportar las puyas de Carmen por hacer caso a una fecha de shopping cuando la Historia está por todas partes, aunque ya sabemos, acá y allá, que la palabra “Madres” cambió de sentido de la casa a la plaza, a los tribunales o al desierto cuando, al revés de los gringos del 68, acá y allá, debajo de los adoquines no estaba la playa sino que “pisamos muertos bajo los escombros”. 17 de octubre y 18 de octubre: algunas de nuestras cronologías se des-avecinan de uno a otro lado de la cordillera, otras se encuentran.
Afirmaba que nuestras cronologías a veces se juntan y otras se des-avecinan. En el 73 nosotres vivimos la –otra vez pobreza de las metáforas– “primavera democrática”, ustedes veían arrasado un porvenir que ya era presente. En el 45 yo no había nacido, en el 70 vi el ascenso del Chicho en una plaza de Santiago. Nos unió en la desaparición y la muerte de tantes, el plan Cóndor, pero también ahora el 8 de marzo de los paros feministas y este verso de Carmen para esta Dignidad: “no obstante/los feminismos/ordenó su cabello/se saca el sostén/cruzó la calle resuelta y toma la plaza”.
Y el espanto siguió. Si para Cristina “la Patria es el otro”, para Cecilia Morel, el otro insurgente fue “alienígena” y para Macri –¿se acuerdan?– eran 562 los argentinos, entre gremialista, periodistas, empresarios y opositores varios a los que había que mandar en cohete al espacio. Quizás de uno y otro lado de la cordillera, se ha acuñado un eslogan más pregnante que el prolongado Civilización o Barbarie: Terrestres versus Extraterrestres. Es que el imaginario de la globalización sólo puede concebir a sus enemigos fuera del planeta.
“Mi plaza está viva y colorea/es la Guernica sudaca del sur”, escribió Carmen Berenguer y nos coincide el nombre de Guernica en las tierras tomadas, del lado de acá, localidad donde se resiste el desalojo en rebeldía y feminismo en situación.
Carmen Berenguer, Yegua del Apocalipsis fuera de escena, pero tan yegua como las otras en su insubordinación poética, como que el caballo de Troya era una yegua –la Historia lo ocultó–, es de las voces a las que la dictadura no condenó al lenguaje como mero siervo de la resistencia y jamás renunció a su ethos experimental, a su oralidad de inventiva popular y a su contrabando en primera persona de las voces “bajas” de les vulnerables. Fue de las primeras en desatar al testimonio de su lastre fáctico y devolverle su derecho metafórico. De ese modo el testimonio se liberaba de las buenas maneras para adoptar en los juzgados y de la condena de nombrar una y otra vez a los asesinos. Es que, contra los historiadores positivistas, la verdad es poética. Algunos sobrevivientes de Auschwitz declararon ver, durante la noche, las llamas que salían de los hornos de exterminio, sin embargo, los hornos eran ignífugos. El historiador Philippe Mesnard señala cómo es la metáfora la que dice la verdad de lo inenarrable: sólo las llamas pueden representar el infierno vivido. Las voces que Carmen Berenguer trafica en sus poemas son ficciones que dicen la verdad. En Plaza de la Dignidad va al extremo del procedimiento. Es como si lo hubiera escrito, con la voluntad de un dejarse llevar que es lo contrario de un automatismo, por un ritmo que es el de la marcha donde miles se acoplan en una coreografía (sobajes/vejaciones/tortura/violencia/maltratos/ miserables/esbirros/clase mala/púdranse) –como cuando se entonan los cantos y no hay ningún desafinado–, pero en una lengua deliberadamente rota hasta que van apareciendo las postas de un signo perla donde desplegar su barrioco como una sentada de protesta que queda plantada en el poema: “de súbito aquí están/las sílabas fogosas/como rosas resecas/en las páginas de anoche”.
“La faena del intelectual es la producción y donación de nombres” ha dicho Rita Segato en la inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires para mentar inmediatamente a su maestro Aníbal Quijano. Ella habla de “parentalidad”. Y los parentescos con legados pasados se vuelven urgentes en un momento histórico que se propone, a sus fines utilitarios, sin capital simbólico ni archivos, todos emprendedores de sí mismos. Entonces pasan por Plaza de la dignidad Víctor Jara, Luis Sepúlveda, Francisco Moraga, Luz Donoso, Las Tesis, Lautaro, Catrillanca, Salvador Allende.
Es que no hay aduana en Plaza de la Dignidad, es porosa a todos, todas, todes (“pase libre/Chile/Mestizo Indígena/la mujer/Abuela de los desaparecidos, la diversidad sexual/las leslas/Las tías/los niños”). Le queda chico el lenguaje inclusivo por eso lo deja pasar a sus versos incendiarios pero no lo escribe porque a lo mejor se pregunta como yo “¿quién incluye?, ¿desde qué centro de su magnanimidad aunque sin coronita, levanta la barrera, firma el pasaporte y bien viene en e o equis?”.
Plaza de la dignidad constituye también una contra-prensa con sus titulares poéticos (“La plaza se llenó de tanquetas y camiones blindados con milicos” o “Entremedio de la pandemia y pos estallido”) y sus crónicas intermitentes donde entran en el poema, como acusaciones, los nombres para la memoria del terror y la ilegalidad en la democracia pintada. Es un espejo invertido de El Mercurio, donde la fiebre de la insurrección ha roto el vidrio del termómetro y el metal líquido se vuelve escurridizo como un perseguido político en resistencia. Plaza de la Dignidad es grafitera hasta del antiguo fluir de conciencia, que en este caso no es el de las olas geométricas y de impecable espuma, que tan bien zapó Virginia Woolf, sino flujos de barro, sangre y desechos industriales o íntimos en el insomnio ante la PC o en el whatsapp con los exilados políticos, o como cuando un tal Francisco Moraga se hace voz alucinante. Pero todo con una grandeza de altivez mestiza que Carmen Berenguer les ha expropiado a esos poetas de su tierra, de tono mayor y profético –convencionalmente negado a las mujeres–, pero también callejero y plebeyo: contra los Moisés de la escritura: ella es la Casandra de los buenos augurios como La plaza de la dignidad, la Esfinge roja o Pachamama misma, como la llamó una amiga en común (en todo caso Pachamama cachorra ya que es demasiado joven para ser Pachamama).
Alguna vez escribí que la prueba de grandeza de un poeta es esa fusión que hace que oír a Pound, a Perlongher, a Zurita no se diferencie de leerles, al mismo tiempo que les hace ininterpretables por otres. Escuchar a Carmen Berenguer es escucharla toda, hasta su melena huerta de Medusa andina.
En el final de Plaza de la Dignidad está la pregunta por el virus y su ruleta rusa, la posibilidad de la muerte sin épica ni insurgencia. Es verdad, les viejes podemos sucumbir ahora más rápido y más allá de una guerra del cerdo, sabiendo que estorbamos aún en una situación privilegiada, guerra del cerdo a tono con la invitación que planteó Christine Lagarde, cuando la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, que hizo detonar la alarma con su anuncio de la longevidad como amenaza para la sustentabilidad de las finanzas públicas, las aseguradoras y las entidades privadas (nada de retórica humanitaria ni siquiera la del tradicional paternalismo burgués). Pero eses mismes viejes hemos sido testigos, deudos memoriosos, activistas sin parar contra y sobrevivientes de las dictaduras, del sida, del cuerpo laboratorio en los paraísos artificiales y de los goces in benditos; pero también protagonistas en situación de los logros o en camino de los juicios de lesa humanidad, el cóctel retroviral, el matrimonio igualitario, los feminismos populares. Entonces me gustará sino terminar, detenerme en un verso de Carmen Berenguer: “Y eso no es todo” como al que me gustaría agregar mi antigua advertencia “Guarda con las reservas de viejes que no son globalizadas sino internacionalistas”.
Revisa el reel resumen de la visita de María Moreno en las redes sociales de Banda Propia.
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