«Se iba levantando hacia nosotras, esa lengua lampiña. Lanzamos lejos las hojas de afeitar y nos inclinamos a besarla y nos besamos con asco, con ansias, con furiosa avidez».
Lina Meruane, Hojas de Afeitar.
Avidez (Páginas de Espuma, 2020), sustantivo preciso para dar título a la selección de cuentos que componen uno de los libros más punzantes de Lina Meruane. Relatos que abarcan un periodo de treinta años de escritura en la carrera de la autora y que nos hablan de las pulsiones más voraces que encarnamos como sujetos animales, pero también, como sujetos humanos y posthumanos en la era del tardo capitalismo. Las protagonistas, todas mujeres, niñas y adultas, se mueven en escenarios enrevesados por la violencia o por la fatalidad que ronda toda relación de filiación. Personajes contradictorios, que tendrán como lugar común, el desgarro existencial frente a la pérdida de algún ser amado, o la deriva erótica de un cuerpo mutilado. Ambas, ruinas encarnadas en los cuerpos. Cuerpos escindidos, enfermos o hambrientos. Ansiosos y decididos por recuperar, o capturar, su objeto de deseo, que en los relatos será siempre vicario, pero capaz de convocar a las fuerzas más feroces.
El hambre —biológica y psíquica— se convierte, entonces, en el motivo central de los cuentos, llevándonos a un espacio liminal, ese umbral donde la categoría de lo humano y lo no humano se desdibuja. De ahí que los personajes se nos presenten como entidades fluidas, que oscilan entre la frontera del sí mismo y de eso “otro” expulsado de mí, pero que me constituye. Cuentos que nos aproximan a lenguas autómatas, a seres ávidos por carne, a madres delirantes, a Cíborgs anómalos. Todos, personajes abyectos en cuerpos abyectos, que habitan la fascinación y la fatalidad, que oscilan entre normal y lo patológico, que logran esquivar el encierro o que son sometidos, pero en su mayoría, sujetos arrojados al hambre y la marginalidad. Carentes de una sustancia nutricia vital, que vocifera por su ausencia. Condición que por otro lado, tiene la cualidad de desplazar al logocentrismo y tensionar el orden social y simbólico mediado por la cultura. Por ello, la lengua como metáfora es recurrente en Avidez. ¿Y cómo no?, siendo el órgano a través del cual se experimenta el placer de saciar el hambre, el apetito sexual y las pulsiones vinculadas a los procesos primarios de significación. Esa lengua liminal, posicionada en el límite de lo que es posible articular como lenguaje y la irrupción de flujos instintivos, es de la que nos habla la autora: “Si escribí sobre la avidez, no podía faltar un cuento sobre la lengua”. Así nace Reptil, cuento protagonizado por la lengua de una niña afectada por la radiación, con el que la autora “genera la costura invisible del libro”, el que organizó según las edades de sus protagonistas, lo que otorga coherencia a la transformación de las pulsiones durante la lectura.
En el imaginario de Meruane, la lengua animal se torna profundamente poética al aventurarse en territorios inexplorados del cuerpo, donde lo emocional, lo irracional y lo caótico encuentran cabida, permitiendo que el lenguaje se despliegue de manera distinta. Esa posibilidad está dada justamente por su localización, próxima a la “dimensión pre-verbal, pre-discursiva, pre-social que, paradójicamente sólo se manifiesta en el plano de lo simbólico (lo verbal, lo discursivo, lo social)” (Del Sarto 2010 p.55). Por ello es que en los relatos de Avidez las lenguas carnales operan semióticamente, así como también la figura de la madre, que está constantemente atravesada por flujos y deseos que pueden derivar en cualquier dirección, desterritorializando la hegemonía de la madre representada como una totalidad de pureza y amor por el ethos cristiano. Una mirada que desmonta la construcción de una femineidad pasada por la ley del Padre, cuestionando ese eterno femenino esencialista creado por la filosofía de los varones. Mirada que mata “al ángel del hogar”, en palabras de Virginia Woolf.
En consecuencia, la voz materna se presenta semióticamente en la narración, y tiene la capacidad de transitar por tiempos, significaciones y modulaciones diversas, a las que solo es posible acceder por el defecto de sus contornos: “¿Madre?, exclaman frotándose los párpados. ¿Están limpias?, ¿están listas para salir?, pregunto olvidada del habla de nuestra madre en la pantalla. Quiero decir, digo, ¿estáis?, ¿estáis limpias y listas?”, pregunta una de las tres voces que performan a “Madre” en Función Triple. Falla que desatará la ira de las otras hermanas, por su no-coincidencia con la matriz deseada. Aquí, “Madre”, “madrecita cachipún”, es un aparato narrativo complejo. Una voz en plural que cuando está fuera de la narración, habla por la tres, o a veces, solo por dos de ellas. El personaje excluido se vuelve entonces una voz intradiegética, sin que podamos identificar claramente si quien nos habla es la hija primera, la gemela o la trilliza, ya que en su ominoso juego van cambiando siempre de posición: “Tú eres la segunda, te toca a ti. No es cierto, yo salí tercera; soy la por minutos menor. Serás tú la primogénita”.
De manera similar, la simbiosis narrativa que se da entre la protagonista de Hambre Perra y, su perra, “la Negra”, tiene momentos en los que no se distingue el cuerpo de la una o de la otra. No se diferencian las crías de sus amas, ni la leche que las alimenta: “No soy yo, es mi cuerpo el que amamanta a la negra y a la criatura que desde hace unas horas lleva dentro”. En esta paradoja, la leche materna se vuelve vinculante, un fluido que sale de una y entra a la otra, desdibujando cualquier distinción entre especies, lo que nos lleva a preguntarnos hasta qué punto la construcción de la alteridad femenina en lo animal, es también es cultural. La mujer, en su diferencia sexual, ha sido narrada históricamente o por los mitos, o por el naturalismo biologicista, lo que la ubica del lado sagrado de la naturaleza, o del lado feroz de lo primitivo: “Negra es la perra, la madre, la noche y el hambre; perra es el hambre, pero también, el término que designa a la prostituta, a la madre de la narradora y a ella misma en el relato” (Girona 2021).
Por otro lado, la negritud (del pelo, de las lenguas, de los agujeros), al igual que la oscuridad y la noche, emergen como escenario de lo siniestro en los cuentos de Meruane. Un recurso que nos recuerda el universo literario de Bolaño. “Ahora sí el cielo se tragó la luz”, le dice “Carlota” al “Cucho”, su hermano menor y narrador de La Huesera, cuando al fin saltan la reja que les impedía llegar al destino que tanto anhelaban. Este será el único relato en el que la noche se convierte en un espacio festivo, mientras que la tarde encarna la fatalidad del viaje que cruza la ciudad. Los protagonistas son hermanos y necesitan con premura conseguir el brebaje para la celebración que han planeado. Deben hacerlo antes de que caiga “el lumicio de noche, como el solsticio de tarde”. Ambos, amantes del circo, deciden convertirse en estatuas vivientes para conseguir las monedas suficientes, pero el acting resulta fallido, tan fallido como sus infancias. Sin embargo, Carlota está decidida: llegar a destino es prioritario. Bajo un perverso consentimiento obligatorio, será ella la que ponga el cuerpo (su cuerpo, infestado de mocos y alergia), como transacción para obtener la bebida que animará la celebración. El “Cucho” petrificado, solo oirá a su hermana “aullar como perro perdido en la plaza”. Finalmente, Carlota, que ha resistido “con su voz quebrada y su sudor de fiebre”, lo consigue. Por fin, llegan al lugar donde están sus padres y se llenan la boca de papas fritas, chicle y vino. Engullen su momento de libertad. Ella cacarea de risa, con la misma felicidad que se tiene cuando se está en la cama de los padres. Y baila, baila para regular todo lo que su cuerpo ha resistido. Una fiesta que acabará cuando amanezca.
El libro es así una antología que ofrece múltiples accesos de análisis, en que habrá también relatos en que los personajes no tienen carencias afectivas, ni tampoco padecen hambre, esa que retuerce las tripas, sino que el motivo que desate la avidez será el hambre sexual. En Varillazos, hay una búsqueda por un castigo que promete ser tan excitante como el intercambio de vestimentas entre las y los personajes, jóvenes de un colegio acomodado. Meruane juega aquí con el erotismo que adquiere la performatividad del género y el placer de engañar las normas que impone la institución escolar y religiosa. Asimismo, en Hojas de Afeitar, las protagonistas son dos adolescentes que comparten el deseo desenfrenado por el vello corporal, pero sobre todo el riesgo placentero de afeitarlo. La navaja afilada tocando la piel, y la excitante posibilidad de abrir esa piel. Un ritual que repiten semanalmente en el baño del colegio, aguardando con las mismas ansias con las que se esperan los encuentros sexuales en la adolescencia. La hoja filuda con la que pelan sus piernas, sus brazos y sus nalgas, servirá también para pelar los membrillos del recreo y guardar las cáscaras que calmen el ardor. Personajes en los que el lugar de la enunciación emana justo en el margen de lo que es aceptable dentro de la cultura, y, por supuesto, del colegio inglés donde ocurre la historia. Limite que se rompe cuando aparece en escena la compañera nueva, “Pilar”, a la que someterán de manera violenta, motivadas por la excitación incontrolable que les provoca la abundancia de pelos que le rasurarán hasta ver su precioso pubis “negro e hinchado”, de donde sale una enorme lengua que desata aún más el placer y la pasión.
La deriva erótica, también, es recurrente en el libro, por ser un desvío posible en las maneras en que opera el cuerpo, que, como dice la autora, “tiene sus propias economías libidinales” (Robleblog: “La avidez de Lina Meruane»). Además, confiesa que cuando escribe cuentos, no tiene mucho control sobre el relato, ya que para ella en la ficción no siempre se está siguiendo a los personajes. Lo erótico está muy presente en Lo Profundo, donde su protagonista, “Mirta”, se niega a cerrar la herida que ha quedado en su abdomen luego de una cirugía. Un agujero insondable, repugnante de pelos y pus, pero que en el relato se teje simultáneamente con la descripción deliciosa de las pantys rotas y la uña quebrada de la secretaria del hospital, que regaña a Mirta por teléfono porque no ha ido a cerrar su agujero, el que ella milagrosa y sexualmente transformará en una máquina de hacer dinero.
Por último, la ciudad, como espacio donde ocurren los hechos, aparece como un exterior caótico, aunque en algunos casos –como en Paltos Sucios o Tan Preciosa su piel– es el espacio interior, doméstico, el que se vuelve amenazante. Ahora bien, la ciudad no siempre es una referencia directa a un territorio específico, como en el viaje de las orfandades de La Huesera.
En Ay, el último de los cuentos, la ciudad evoca a Santiago de Chile, aunque esta nunca se nombra. Pero lo intuimos, por las manadas de gente que rebalsan los paraderos esperando la micro y su velocidad. Ansiosas por volver a casa, no tendrán piedad con quien se salte la fila: “Y las secretarias juraron arrancarte los ojos con los tacones de sus zapatos, y los escolares agarraron piedras, y las madres, también las madres con las guaguas llorando”, le dice la madre sufriente a su hija «Aitana», mientras le relata su accidente, o más bien, como ella imagina que fueron los hechos. Una madre que delira de dolor, que balbucea en el “ay”, que pregunta si duele la neurosis y que no se alejará de su cría putrefacta, hasta encontrar su mano mutilada, puesto que como nos recuerda Braidotti “el cuerpo no es algo dado biológicamente, sino que es un campo de inscripción de códigos sociosimbólicos: representa la materialidad radical del sujeto” (2002, p.120).
Así pues, la lucidez de una obra como Avidez radica no solo en su genialidad literaria, sino en que sus fabulaciones espejan las condiciones actuales de violencia y supervivencia. Miserias propiciadas por una estructura de poder abusiva, que enferma cuerpos y consume vidas. Porque si hay algo que la pluma de Meruane deja claro, es eso: que el cuerpo continúa siendo un “campo de batalla”, la base de toda subjetividad.
Referencias Bibliográficas
Braidotti, Rosi. Sujetos nómades. Siglo XXI Editores, 2002.
Del Sarto, Ana. Sospecha y goce: Una genealogía de la crítica cultural en Chile. Editorial Cuarto Propio, 2010
Girona, Nuria. «Las lenguas del animal. Fábulas de la pobreza y la vida precaria». Estudios Filológicos, vol. 67, 2021, Valdivia. SciELO, https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0071-17132021000100081.
«Robleblog: La avidez de Lina Meruane.» Robleblog, Caro y Cuervo, https://cycradio.caroycuervo.gov.co/robleblog-la-avidez-de-lina-meruane/.
Kristeva, Julia. Poderes de la perversión: Ensayo sobre la abyección. Ediciones Siglo XXI, 1980.
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