Durante el primer gobierno de Donald Trump se vio un vuelco en la política exterior de EEUU. Para Trump I era una pérdida de recursos mantener contingentes militares repartidos por el mundo, y su visión de hegemonía política respondía más a la de una pax norteamericana motivada por el crecimiento de sus industrias que a la ocupación efectiva de territorios de ultramar o de algún sistema de concesiones o factorías en países del tercer mundo. De cierta manera, confiaba en esa suerte de paz armada tácita de la década pasada contra Rusia y China, y tenía una tarea más importante que cumplir al instalar una nueva forma de gobernanza dentro de los EEUU: el populismo autócrata de extrema derecha que hoy, lamentablemente, germina en distintas partes del planeta.
La campaña de Trump II tuvo como uno de sus principales pilares discursivos la idea de que él, como hombre fuerte del mundo, terminó su primera administración dejando un mundo en paz, y que, no obstante, ahora está a punto de recibir un planeta desastroso y azotado por la guerra y la recesión económica.
Tal es el peso de esta narrativa, que incluso el saliente gobierno de Joe Biden, a solo días de dejar su presidencia, aprobó la venta de 8 mil millones de dólares en sustento militar para Israel, pues los demócratas (y parte de los republicanos) temen que Trump corte el suministro de armas a Netanyahu, y que con eso ponga en peligro la política norteamericana del “tapón de medio oriente” hacia Europa, occidente y sus aliados de la OTAN.
Este “hombre de la paz” que cree ser Trump (tal como Hitler se veía a sí mismo) ha decidido, esta vez, levantar un relato neoimperial ad portas de asumir su segunda administración, con algunos hitos comunicacionales bastante claros y agresivos. Porque si para su primera campaña presidencial la figura del inmigrante respondía a la antigua lógica del enemigo interno -peligroso e incómodo en sus incivilidades, costumbres y prácticas delictuales que amenazan a la nación-, hoy, su discurso ha sido explícito al mirar más allá de las fronteras del país que presidirá, al sostener el interés de recuperar el Canal de Panamá, comprar Groenlandia, hacerse del Golfo de México y expandirse al norte hacia la anexión completa de Canadá.
En este escenario de incertidumbre global, las elucubraciones sobre la futura administración de Donal Trump pueden ser varias:
1- Trump es un loco de temer, que perfectamente puede pretender garantizar la paz en Europa del Este y en Gaza bomba atómica de por medio.
2-Trump recibe esta administración en un momento histórico distinto a su primera presidencia, con una China amenazante, pero irregular y golpeada por su propia crisis de sobreproducción, lo que obligaría al gigante asiático a tomar medidas ofensivas más radicales para no perder influencia en el ajedrez mundial. El líder norteamericano, entonces, ha endurecido el discurso de su política externa como una demostración de fuerza y una manera de dejar pasado el tejo frente a eventuales negociaciones con China u otra potencia.
3- Efectivamente la administración Trump II tendrá un foco neoimperial, como brazo necesario para establecer su nueva forma de gobernanza autócrata. Ver la práctica empleada por el binomio Reagan/Thatcher en los 80, en que el neoliberalismo se consolida a la par de una arremetida neoconservadora (la influencia del Papa Juan Pablo II y el ideario romántico de un pasado nacional glorioso) y neoimperialista (Malvinas en el caso de Inglaterra y Granada y Nicaragua por parte EEUU). Un tridente que funciona mejor cuando todas avanzan a la vez.
Sobre esta última alternativa de futuro altamente probable, a diferencia de Reagan y Thatcher, Trump parece no tener un contrincante político que amenace su discurso de manera contrahegemónica, como fue la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Es más, cuenta con mecanismos de instalación de postverdad a su favor, con la pleitesía de Elon Musk y Mark Zukerberg. Si a esto sumamos el desarrollo de las IA, la crisis climática y la devaluación global de la democracia, el escenario queda abierto para que varias de las estructuras conocidas sobre las cuales funciona hoy el mundo puedan cambiar en los próximos años.
Es en este escenario que Latinoamérica ha vuelto a ser un patio trasero de interés para Estados Unidos, específicamente las islas del caribe, la zona polar y el pacífico norte. En consideración de toda esta disposición de hechos, creo que abrir el año con un disco como DeBÍ TiRAR MáS FOToS es una muestra de que hay ocasiones en que algunos artistas logran observar su contexto y diseñar una obra musical que en sus múltiples capas se hace cargo de ello que habita.
Antes de apretar play a las 17 canciones de este disco de Bad Bunny, la portada ya es una invitación para escucharlo introduciéndose a la cotidianeidad de lo caribeño y lo latinoamericano, con esas sillas de plástico instaladas en un patio selvático que, si fuese una portada chilena, solo habría que cambiar por un telón rural o criollo, como una parcela de Melipilla o el Cajón del Maipo, y el significado sería el mismo: evocar una conversación trivial e intergeneracional sobre lo mundano y lo divino, cerveza en mano, periódico bajo el brazo.
Un disco que insiste en su dedicatoria a las gentes de nuestro continente, pero también al gran público blanco norteamericano a quienes les cuenta que ese raeggetón que escuchan y a veces quieren imitar tiene raíces: salsa, dembow, merengue y conga. Que ese reggaetón es yoruba, negro, indio y esclavo. Que ese reggaetón habla de amores, luchas y sufrimientos. Un disco con el que Bad Bunny, al fin, cierra un ciclo en la historia de género más popular de este cuarto de siglo, inscribiéndolo, por si había dudas, en la historia grande de la música latinoamericana.
¿Qué tiene esto que ver con Donald Trump y su discurso colonizador? Es cierto que podemos discutir si es que los elementos estéticos mencionados son suficientes para considerarlo un álbum político (la vieja frase: si todo es político, entonces nada lo es), pero cuando nos insertamos en el mundo narrativo del disco empiezan a aparecer reflexiones que parecen evocar la amenaza expansionista del próximo presidente de los Estados Unidos. La canción número 14 del disco dice:
Quieren quitarme el río y también la playa
Quieren el barrio mío y que abuelita se vaya
No, no suelte’ la bandera ni olvide’ el lelolai
Que no quiero que hagan contigo lo que le pasó a Hawaii
“LO QUE LE PASÓ A HAWAii” realiza una comparación entre el proceso de colonización de EEUU con Hawaii y un presunto futuro similar para Puerto Rico, en que estadistas e independentistas se disputan el sentido común del pueblo puertorriqueño. Independentistas entre los que se encuentra el mismo Bad Bunny. El temor a hacer de Puerto Rico una colonia abandonada a su suerte y con sus raíces culturales reducidas a caricaturas para turistas millonarios son el móvil e inspiración de esta canción, producida junto al trovador Florencio Morales Ramos, de reputada trayectoria en Puerto Rico.
DeBÍ TiRAR MáS FOToS intercala sus canciones entre reggaetones de estilo más bien canónico (de exquisita factura en términos de producción) y versiones que instalan una suerte de continuidad con las músicas de origen afrocaribeños, como la salsa y el bolero, nutriendo la historia del folclore latinoamericano, como también han hecho otros y otras artistas pop como Mon Laferte y Nathy Peluso. Entre estas múltiples danzas, la amenaza de la modernidad y la garra imperial del norte son vectores temáticos que aparecen también en “LA MuDANZA”, sobre la gentrificación y el éxodo obligado de miles de jóvenes puertorriqueños en Estados Unidos, obligados a abandonar su tierra y entregarla a yankees neoyuppies:
Aquí mataron gente por sacar la bandera
Por eso es que ahora yo la llevo donde quiera, cabrón
O el bolero “TURiSTA”, cuya historia de amor fugaz puede ser interpretada como representación simbólica de una tierra que solo sirve de paso en medio del desarraigo propio del capitalismo tardío y la posmodernidad.
Existen varias capas para continuar analizando el álbum: la invitación a jóvenes músicos de escuelas públicas de Puerto Rico a realizar las partes folclóricas, el cortometraje sobre la nostalgia, la gentrificación y la memoria que acompañó el trabajo de promoción, la presencia de Benito en distintas movilizaciones sociales de Puerto Rico (incluso en su obra, como la inapelable “El apagón”), el usual acento del cantante típico del Puerto Rico profundo, los samples utilizados a lo largo del álbum o los múltiples estilos que es posible escuchar en sus 60 minutos de duración. Incluso, discutir las cinco estrellas que medios como Rolling Stones o NME le dieron al disco (materia de otra discusión, que habrá que dejársela a las y los críticos de música especializados). Pero creo que lo más interesante es que la temporada de discos 2025 se abre con un álbum político presente, despierto, lúcido y latinoamericano. Un álbum que, posiblemente, sea recordado como el disco que logró leer y tener algo para ofrecer a una juventud global, desde esta parte del mundo, en una época en que el clivaje izquierda/derecha parece ser reemplazado por el de imperios/colonizados. Un disco que haga sentido a una generación de jóvenes latinoamericanos en el año en que Trump II se hace del poder, con su posible arrojo imperial en estas tierras.
Después no digan que nadie lo ve venir. La música siempre lo ve venir.
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Sobre el autor
Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales, Diplomado en Estudios de Música Popular y Magíster en Historia Contemporánea de Chile. Es investigador sobre historia de la música popular chilena, co-autor del libro “200 discos de rock chileno” (ganador del Premio Pulsar 2022 en la categoría Mejor Publicación Musical Literaria) y del libro «Con el corazón aquí: Estado, mercado, juventudes y la Asociación de Trabajadores del Rock en la Transición a la Democracia”. En 2023 coordinó el proyecto web sobre música y memoria «50 años/50 canciones». En 2024 integró el equipo del proyecto multinacional «600 Discos de Latinoamérica» y su ensayo “Respirar adentro y hondo: Apuntes sobre ‘Tren al sur’” fue incluído en el libro “Cultura Prisionera. Ensayos más allá de la música”. Ha escrito en medios de prensa como Nación Rock, El Desconcierto, Culto de La Tercera, Lúcuma y Rockaxis, donde se desempeñó como parte del Comité Editorial de la revista.
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