La curadora, docente y gestora cultural de la Región de Tarapacá entrega claves de la segunda edición del RUCO, festival de arte contemporáneo que se desarrolla entre el 10 y el 31 de enero en dicho territorio, atravesado por el concepto del carnaval.
Escribo esta entrevista con nostalgia. Como Raza Cómica fuimos media pana de la primera edición del RUCO, Festival de Arte Contemporáneo de Tarapacá, impulsado por el invaluable e imprescindible trabajo de Loreto González y Camilo Ortega, Colectivo CAPUT, y un super equipo interdisciplinario. Además, en diciembre del 2021, saliendo de la pandemia, viajamos en patota a ser parte de esta cita cultural.
Afortunadamente dicha región y su comunidad está teniendo una segunda versión de RUCO, que se desarrolla con una nutrida parrilla de actividades entre el 10 y el 31 de enero en distintos puntos de Iquique, bajo el rico sol, la humedad y la sal sobre los cuerpos pos piquero.
Esta edición del festival es aún más especial pues viene enganchada con la experiencia de un grupo de artistas que hicieron residencia en cuatro puntos de la región. Hablamos de Diego Moris, Elena Muñoz, Danae Sánchez y Mila Gutiérrez, quienes estuvieron desplegadas en lugares como Pisagua y Chanavayita, por lo que CAPUT denominó “Roquerío”.
Hoy el RUCO está en curso, atravesado por el lema del carnaval. Esto es lo que nos explica la curadora Loreto González Barra.
En esta oportunidad, considerando una primera experiencia del festival, y entre medio la realización de las residencias de Roquerío, ¿por qué quisieron tomar la figura del carnaval?
Esta es la segunda versión del RUCO, por lo tanto ya llevamos una experiencia amplia y profunda en nuestros cuerpos. Sin embargo, en esta edición hemos sumado un programa más que es el Roquerio. También, hemos variado en el formato del festival a algo más abierto, quizás hasta más disperso. Por lo mismo es que nos hemos propuesto abordar a la comunidad con un concepto conocido; ya no a modo de presentación como fue la primera vez en vinculación con la idea de un RUCO como tal, si no con el carnaval que hace referencia a la vivencia del verano. Lo que nos afecta cada año en esta temporada.
Nos interesa hacer del arte un espacio público. Celebrar quiere decir hacer algo público y desde luego, el carnaval es un fenómeno que cargamos identitariamente pero también públicamente.
Ahora, lo que intentamos posicionar no es necesariamente un carnaval en particular de los tantos que existen, ya sea en barrios como en el interior andino o caletero de la región, sino que el carnaval como un espacio y tiempo vinculado al desprendimiento de lo religioso. De aquel sincretismo del que estamos colonizados. De hacer carne la fiesta, el rito y el juego. De vivir y practicar el verano como un tiempo de cosecha, y no necesariamente a la espera de una crucifixión. Por lo mismo, la invitación es a vivir estos días de festival como un verdadero goce de lo nuestro, de lo local.
-¿Cómo actualizan o abordan desde el arte, desde RUCO, la idea del carnaval?
Situarnos en un contexto -territorial más que nada- que busca celebrar el contexto a partir del rito, el juego y la fiesta, de un proceso anticolonial. A partir de una cuestión estética y por supuesto política, es que nos atrevemos a celebrar y honrar a la calle como espacio de exhibición de arte, a compartir y comprender el arte como un estado de encuentro por medio de procesos creativos. Pero que, sin duda, den cuenta de aquel festejo local.
-¿De qué nos sirve, cómo nos interpela esta mirada que ustedes plantean?
Nos sirve o nos interpela para darle valor a nuestro propio territorio, a nuestro hábitos, considerando que no es lo común dentro de un contexto artístico pero también nacional en general. Nos sirve para valorar aquello y reforzar la idea de comunidad en ese sentido; de amor propio, de buscar el despojo religioso y también hegemónico. De vincularnos a nuestras raíces y de alguna manera, insistir en el gesto creativo como un acto de fe, a partir de nuestros saberes locales. Es decir, hacer las cosas a nuestra manera, no como nos dicen desde los centros.
-¿Cómo se construye la experiencia de gestionar un encuentro como este desde el norte grande?, ¿cómo dialoga con su mismo territorio y con el centro y/u otras latitudes?
Se construye con voluntad; como digo anteriormente, con fe. Con una mirada súper amplia y diversa de qué es lo que pueda afectar a la población. De ocupar espacios que no son los referentes para el arte pero que sí son necesarios que el arte se apropie o se sitúe, como el hospital, las juntas de vecinos, clubes deportivos, las playas, las calles en general. Y también los centros culturales o museos, por supuesto.
Se gestiona con motivación, con toda una articulación de red en equipo que cree en el valor de lo local, eso es súper valioso, porque finalmente lo defendemos.
En este sentido, el RUCO busca dialogar y también bailar a un ritmo distinto, donde sea posible lo micro va lo macro. No estamos buscando el efectismo, sino afectar, por ello, estamos como hormigas en todos lados, no en un solo lugar. Por eso queremos contaminar y no ser un espacio limpio o higiénico. El RUCO pasa por situarse no como una periferia sino como otro lugar, no común, en donde es posible la multitud, la diversión y por ende la pluralidad.
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Desde el 10 al 31 de enero hay un sin fin de actividades donde puedes participar de manera gratuita. Ven a mirar, escuchar, sentir, celebrar y compartir los refugios de Tarapacá.
Hagamos juntxs de este verano un cuerpo vivo por medio del juego, el rito y la fiesta.
No te lo pierdas, corre la voz y se parte del RUCO.
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Más información del festival en sus redes sociales: https://www.instagram.com/rucofestival/ y sobre el proceso de residencias Roquerío, en la web https://rucofestival.cl/