Poco antes de que se acabara el 2024, me crucé con un chico en la Plaza Brasil que llevaba una camiseta con el estampado del libro “Pregúntale a Alicia” de la presunta autora Beatrice Sparks. Me pareció simpático, pero curioso, siendo que para mí generación el libro representaba la moral de la educación de la transición en la que fui formado. Una moral conservadora, gatopardista e hipócrita, propia del Chile democratacristiano, cuya apertura cultural en la medida de lo posible dejó inconclusa la revolución artística que vimos en países como España y Argentina.
Pasaron unas semanas y, en un lapso muy breve de tiempo, volví a ver a dos jóvenes con la misma camiseta. Ahí identifiqué un patrón un tanto más inquietante ¿Por qué jóvenes chilenos que se asoman como los hacedores de la Historia del segundo cuarto del siglo XXI elegirían cómo símbolo un libro de esta naturaleza?
Un poco de contexto. La literatura siempre ha sido un campo de batalla ideológico y el sistema educativo uno de los espacios en que esta disputa se hace más evidente. Durante gran parte de la transición, las juventudes chilenas intercalaron lecturas en su plan de estudio, entre clásicos de la narrativa universal, alguna apuesta contemporánea y un género que parecía obligatorio: la autoayuda. Libros que hoy entrarían en la categoría de coaching y que destacaban, además de su prosa simplona, por un carácter moral conservador y punitivo. El mencionado Pregúntale a Alicia fue punta de lanza entre estos títulos, así como la serie completa de Carlos Cuauhtémoc Sánchez o el idílico Alquimista de Paulo Cohelo. Libros que ponían en el lector el destino de su vida, obviando las estructuras históricas que determinan el devenir social, y que se inscriben en una tradición más larga y fortalecida en el neoliberalismo, como el best seller Cómo ganar amigos e influir sobre las personas de Dale Carnegie y títulos modernos de autores chilenos tan distintos como Pilar Sordo, Karol Lucero y Carmen Castillo (aka “Tuitera”), colindando en sus márgenes con Axel Kaiser y el norteamericano James Clear. Ordena tus ideas, haz lo correcto, no pienses fuera de la caja y cumplirás tus sueños. Sino, vivirás una vida despreciable. Está en tus manos.
Habiendo vivido un estallido social en Chile y olas de protestas en gran parte de occidente, llama la atención que un símbolo como este haya recobrado fuerzas en las juventudes chilenas contemporáneas. Puede parecer un tanto exagerado y paternalista de mi parte aducir una regresión en las mentalidades juveniles por el simple hecho de ver a tres adolescentes con una camiseta, pero los símbolos siempre son reflejo de algo más profundo ocurriendo. Pregunto, entonces ¿Qué puede estar ocurriendo? Pensé en tres posibles razones, desde la más inocua a la más inquietante.
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La retromanía: esa pulsión del pop de alimentarse de sí mismo, resucitando, una generación de por medio, íconos culturales para su reinstalación en un ecosistema cultural posterior, esta vez bajo la mirada de quiénes no vivieron en la época original del elemento rescatado. Lo que explica muy bien Simon Reynolds en “Retromanía. La adicción del pop a su propio pasado” o Fredric Jameson en “El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado”. La camiseta de Pregúntale a Alicia es, sencillamente, eso. Una camiseta con un diseño que rememora la infancia o algún recuerdo de los estantes de libros de algún hermano o hermana mayor. Nada muy distinto al fenómeno del vaporwave en internet o el éxito de series como Stranger Things.
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Restauración conservadora: Tras la derrota del primer proyecto constitucional, en Chile se ha visto una restauración conservadora instalada con mucha fuerza por los medios de comunicación, la élite política y todas las herramientas que las clases dominantes tienen a su haber. Este discurso supone, entre otras cosas, una idealización de la década de los 90 como una pax concertacionista. Años en que, según el ex presidente Eduardo Frei, “sobraba la plata”. Estelares de presupuestos millonarios, ampliación de la conectividad vial y un Congreso disciplinado. Lo más importante de todo: la juventud orgullosamente “ni ahí” y las disidencias políticas marginadas de la discusión nacional. Los años 90 no solo son evaluados como cool, sino, como una época dorada a la cual regresar, sin tantas preocupaciones y de inclinación al goce tras traumas históricos que dejar atrás (Dictadura entonces, Estallido Social y Pandemia ahora).
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Crisis institucional o la búsqueda de un abrigo moral: Para nadie es un misterio la grave crisis de las instituciones que se vive en Chile (y en el mundo). Tras la caída de la iglesia católica, vino el descrédito de las instituciones políticas, organismos intermedios (desde escuelas a sindicatos) y, lo más grave de todo, la familia como unidad social. ¿Será posible que las juventudes estén buscando un abrigo moral al cual aferrarse en estos tiempos en que no hay nada en qué creer? Quiero detenerme en este punto.
Lo más probable es que sean las tres razones aquí expuestas las que expliquen el éxito de esta camiseta, pero me parece particularmente relevante prestar atención al tercer punto, primero, porque espero desarrollar mis ideas de tal manera de no quedar frente a ustedes como un conservador (lo que lamentaría profundamente), pero también porque este motivo suele escaparse de los análisis de los movimientos sociales, del mercado y del Estado y ha estado principalmente secuestrado por sectores conservadores de la sociedad.
Las juventudes siempre han sido consideradas por las izquierdas como el motor de la Historia, pues su impulso ha avivado el fuego revolucionario en todos los rincones del planeta desde que esta existe como categoría histórica a partir de mediados del siglo XX. Razón más que suficiente para admirar su naturaleza indómita, valiente e idealista. Sin embargo, debemos también reconocer las singularidades de las juventudes en comparación a la infancia y la adultez. Un grupo etario intermedio, capaz de “reproducir biológicamente la especie sin tener legitimada la posibilidad de reproducir por completo los procesos sociales humanos”, como describe la historiadora argentina María Eugenia Villa. Sujetos y sujetas sociales, que reproducen y activan mecanismos de cambio social, aunque con los ojos abiertos a lo que la tribu tenga para ofrecerles.
Que la juventud chilena busque un abrigo moral en tiempos de incertidumbre no está mal per se. Buscar una guía para salir de este “no future” perpetuo al que parecen haber sido arrojados sin esperanzas, con amenaza climática, bélica y la imposibilidad de adquirir un patrimonio, es razón más que justificable. ¿Será este abandono el que ha arrojado a tres adolescentes chilenos del barrio Brasil a portar camisetas de un símbolo conservador? ¿Será este laissez faire de las y los adultos -o el fenómeno del primer mundo de extender la juventud hasta más allá de los 30 años- la que ha provocado la regresión en materias de género como las que observamos hoy, como llamar “huequitos” a los 4F del trap chileno, algo impensado hace cinco años? ¿Será esta falta de guía la que ha hecho que parte considerables de ellas hoy observen con buenos ojos regímenes como los de Nayib Bukele, Donald Trump o Javier Milei? ¿Tiene esto que ver con la exaltación del dinero, el libertarismo o la xenofobia que abunda en las redes sociales? ¿Será este abandono el que produce que un 31% de las juventudes reconozcan como necesario el Golpe de Estado de 1973 para evitar el modelo marxista, la cifra más alta medida desde el retorno a la democracia?
En la década de los 90 era habitual leer columnas en diarios de todos los sectores políticos preocupados por una juventud a la que había que encauzar, disciplinar y moralizar, sobre todo a las de origen popular. Una hipocresía, en consideración de la censura, estigmatización y persecución documentada de sus manifestaciones culturales y de señales de despreocupación típicas de ese Chile, que se negó a la urgencia de la educación sexual en el sistema escolar. Hoy este panorama ha cambiado en intensidad, ya que la juventud dejó de ser un tema nacional, pero los principios políticos y discursivos se mantienen.
¿Qué rol corresponde a los sectores progresistas, al mundo de la cultura y a los medios de comunicación frente a juventudes que le están preguntando a Alicia qué hacer? Negar la legítima inclinación de las juventudes de encontrar respuestas frente a un mundo que colapsa, ciertamente no es un papel que deberíamos jugar. Y no se trata de subestimar la agencia de las propias juventudes para encontrar sus caminos, pero en tiempos de desintegración social urge preguntarse cuál es nuestro papel para no dejar abandonados en su abismo a una generación que no tiene la culpa de desarrollar sus años formativos en plena restauración conservadora y sin la confianza en las instituciones elementales de cualquier sociedad. Me temo que el primer paso es reconocer que las juventudes requieren abrigo y, de no dárselos, lo encontrarán en los monstruos de la historia que surgen en las crisis como las que estamos viviendo. Pregúntale a Alicia tal vez sea el monstruo más inofensivo de ellos.
Sobre el autor
* Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales, Diplomado en Estudios de Música Popular y Magíster en Historia Contemporánea de Chile. Es investigador sobre historia de la música popular chilena, co-autor del libro “200 discos de rock chileno” (ganador del Premio Pulsar 2022 en la categoría Mejor Publicación Musical Literaria) y del libro «Con el corazón aquí: Estado, mercado, juventudes y la Asociación de Trabajadores del Rock en la Transición a la Democracia”. En 2023 coordinó el proyecto web sobre música y memoria «50 años/50 canciones». En 2024 integró el equipo del proyecto multinacional «600 Discos de Latinoamérica» y su ensayo “Respirar adentro y hondo: Apuntes sobre ‘Tren al sur’” fue incluído en el libro “Cultura Prisionera. Ensayos más allá de la música”. Ha escrito en medios de prensa como Nación Rock, El Desconcierto, Culto de La Tercera, Lúcuma y Rockaxis, donde se desempeñó como parte del Comité Editorial de la revista.