El lanzamiento Cuatro estrellas crucifican la noche de Víctor Quezada se realizará el miércoles 2 de abril a las 18:30 hrs. en el Instituto de Estudios Avanzados, IDEA-USACH, ubicado en Román Díaz #89, Providencia. Participan: Víctor Quezada, Cristina Bravo, David Villagrán, Zuleta Vásquez y Felipe Cussen.
Las fotografías de Gabriela Herrera, corresponden a su fotolibro Probidad (2016). También la fotografía de Víctor Quezada.
Con una importante trayectoria en poesía, Víctor Quezada (Antofagasta, 1983), reúne en Cuatro estrellas crucifican la noche (Pampa Negra Ediciones, 2024) prácticamente una década de escritura: los libros de poemas Muerte en Niza (2010), Yoko (2013) e Insistencia del día (2018).
La poética de Quezada pasa, como él mismo lo indica en su nota, por la necesaria encrucijada entre vida y poética, y se hace indispensable determinar mejor el carácter de ese cruce, ya que con ello se verá más claro el peso de sus decisiones escriturales.
Quezada sabe desviar el acceso a la experiencia que subyace al texto, ocupando procedimientos como aliteraciones, cortes de verso y desvíos sintácticos de extrema efectividad expresiva. El texto mismo no puede evitar referirse a la obscuridad que invade las imágenes, como acentuando la necesidad de una mayor intensidad, un mayor trabajo del ojo. Esto salta a la vista especialmente en el primer libro, Muerte en Niza. El hablante no deja de acentuar la extrema dificultad para comprender un mundo que está torcido por una ausencia que ha sabido colonizar su intimidad, hasta el punto de presentar la confusión de una visión pre-adánica, previa a la definición precisa del mundo externo, que resalta la imposibilidad de nombrar. Esto es ejecutado a través de elisiones que distorsionan la sintaxis, que mantiene a mano segura la tensión del lector.

Un caballo solo arrastrando
(…) Llevado al aquí mismo de lo ausente
desciende y rueda por caer su envergadura
invocada tanta lejanía tanta distancia
galopa perdido en mi lengua y desciende
y rueda (…)
Muerte en Niza
(…) En cuencas donde hallo el mundo hoy
y pequeño asiste todo
no habrá ojos:
la pechera rota
celada pues vacía
de esplendentes opacadas armas.
Tal le vieron
caballero sobre la mano
estará el metal por ojos míos.
(…)
Llegado momento en que se mueve
y no alcanza fin lo que acaba
estando en sí por cumplir viajero plan
—prolongándose si comienza—
es preciso no nombrar lo innombrable.
Afuera
(…) Una sola flecha es una guerra si el mundo
está sembrado de espejos amor mío
¿hallaré en la noche entonces
para traer la lengua mi palabra
lo que cayó bajo esta mesa
mi poema de amor? (…)

Lo inteligible, entonces, acaba vistiéndose de enigma. La presencia de una animalidad que sale a la superficie, sin la mediación de una percepción reflexiva, produce un poder extremo de seducción en las imágenes.
Esa obscuridad que tensa y concentra la visión en la poética propiamente en verso del primer libro, se transmite hacia la prosa y los poemas en verso del segundo libro incluido, Yoko. Las unidades breves refieren un viaje que se produce en un plano transversal de la experiencia: que enlaza continuamente la dimensión íntima -nostálgica- con la superficie de un gran Otro que parece vigilar la escena de la escritura desde una calma inquietante, que sobrecoge al sujeto. No es raro que la figura de un rayo de sol desde la ventana nos haga derivar la mirada en la lenta consideración del estado íntimo de quien escribe, y este cruce vida/poesía no deja de retener una intensidad que sabe mantener la profundidad del tono.
Pues el rayo, el rayo condujo a la pared, sobre la pared estaba el dibujo de Yoko, su retrato que tracé para no olvidarla. Si la dibujo, pensé, tendría que convertirla en imagen, llenar sus vacíos, los vacíos de las cosas, de la costumbre. A fin de cuentas, los vacíos de la visión.
Y ese dibujo me llevó al cuerpo vivo y verde de mi planta, su rebosante sanidad en nada parecida al amor que le profeso. Y la luz alcanzaba a penetrar sus hojas: el haz claro, cuando más claro el envés, siempre.
Me hubiese gustado escribir esto, pero es inaceptable.

La figura de la ausencia, ocupada visualmente por la imagen de una planta en lo que Quezada vuelve a visitar la dimensión enigmática que tensa su relación con el lector, se repite obsesivamente como el foco del momento cero de la escritura. Acaso con esto, el problema de la (imposible) identidad precisa del objeto de nostalgia, tiene ya sus paradójicas soluciones en la analogía con el viaje literario -Sterne, Melville, e incluso Andrés Bello en viaje por la silva americana como un Marón americano-, que enfrenta al hablante con ese Otro que persiste como tal. La solución se da en el trabajo mismo de la obra, el testimonio de una intersubjetividad que solo se puede explicar por la experiencia de lo sublime, del deleite en el sentimiento sobrecogedor ante aquello enorme y obscuro que, bien parece sugerirnos el autor, es la “materia” final que compone la construcción lingüística. En ese enorme, oscuro Otro se oculta una nostalgia inefable que no puede sino asimilar(se) al sujeto, dejando de aparecer como pura superficie, para generar el Testimonio que es lo poético; y me parece obvio notar acá la sombra de las intuiciones de Patricio Marchant en el trasfondo de esta escritura, más aun considerando el poema final del libro:
SILENCIO, LA TIERRA VA A DAR A LUZ UN ÁRBOL
He aquí un pecho que desprecia la vida.
Se acabó este sueño
De los hombres por los hombres
Ya has sufrido bastante, hermano.
Te entrego mi pecho
Para que el primer rayo de sol lo atraviese
Y señale el lugar de mis restos.
Entierra mis huesos en la arena
Comienza un jardín
Con esta máquina de guerra.
El hablante deja, así, el testimonio de su imposible subjetividad, tras llevar esta al mayor extremo posible. Nuevamente, el lenguaje ha devenido pura seducción, puro índice de algo que está, por así decirlo, detrás de él. Algo que las palabras solamente conservan, a la manera de una guardia que no quiere dejar salir a su prisionero, un forzado a rendirles un trabajo de creación de sentido que declara su insuficiencia a cada tranco.
La extrema densidad que adquiere así cada expresión, su decisión de enigma, salta más a la vista en Insistencia del día, el tercer libro que compone el volumen. Al expresar el método de su primera sección, cuarenta días: “escribir por cuarenta días como la primera cosa que se haga al despertar (pues toda tarea que se emprenda por cuarenta días queda por siempre)”, naturalmente se reduce el alcance de la experiencia en cuanto contacto con lo Otro. La pincelada breve de las frases de Quezada acá solo deja ver en parte aquello que sobrepasa al hablante: siendo el día una caja de doble fondo, que desea hacerse fuerza audible y/o visible más allá de su persistencia abstracta: “Más allá de la bruma, el oro del día”. El alcance de determinación de lo Otro, entonces, se reduce absolutamente: “Hacia lo lejos, nada es diferente, todo fluye”. Los objetos sonoros y entre-vistos que van apareciendo (pájaros, la montaña, automóviles, etc.) se cargan por los restos del sueño en la primera vigilia, dándonos la particular distorsión de la lógica que torna a dichos objetos en poéticos:
“Todo se desprende de la montaña, que es una oscuridad indescriptible”
“Las grúas (de edificios futuros, de vidas y muertes futuras)
marcan el tiempo y el espacio, indican el cielo y la tierra”.
Lo propiamente poético de estos objetos, es precisamente su imbricación forzada al flujo inconsciente del que el hablante se está recién desenmarcando (o mejor dicho, al flujo que ha acabado arrojando al hablante a los marcos del discurso).
Este sujeto desanclado de su mundo (o abruptamente anclado al Mundo), no puede sino sentir la experiencia del vacío. El vacío se proyecta al horizonte por venir como expectativa fatal:
Todo quieto tras la lluvia.
La materia se abre, muestra sus fundamentos: el limo.
El paso del sueño a la vigilia se quiere entonces como una metanoia, un apocalipsis-revelación de un cambio decisivo que se opera sobre los fundamentos mismos de la realidad. Al modo del romanticismo, el afuera no puede sino reproducir los movimientos íntimos del hablante, bajo la inquietud del vuelco total, del cielo nuevo y la tierra nueva en que se convierte la experiencia de este siempre reiterado día.
En algún sentido, deriva, la segunda sección de Insistencia del día representa el especial aprendizaje de la percepción que se desprende del desarrollo de la escritura de Quezada. La caída de una hoja -hecho en apariencia arbitrario, asociado a una llana cotidianeidad- abre el espacio para la necesaria consideración sobre la posible trampa que involucra esa aparente arbitrariedad; lo que existe o deja de existir, arroja la sombra de su sospecha sobre la propia vida o muerte.
La tercera sección, cielos de la ciudad extranjera, que cierra el libro, me parece una irónica reflexión sobre el status que todas estas dudas acaban por imponer a la figura de El Autor, y el choque de esta con la desolada conciencia que ha impuesto sobre el escritor de su quiebre inevitable con el mundo de las cosas, la inherente soledad radical de la que la obra surge, precisamente lo que le ha elevado a Autor. Inevitablemente, más que una “solución al problema”, se trata de una deriva poética en que la separación de sí mismo con respecto a la figura de Autor, acaba por darle cuerpo y afectos -jamás permanentes, jamás comprensibles- al hablante.

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Cuatro estrellas crucifican la noche
Víctor Quezada
Pampa Negra Ediciones, Colección Pleamar
978-956-6297-11-6
16,5x21cms, 152 págs., 2024.
Epílogo de Juan Malebrán

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Carlos Henrickson (Santiago, 1974)
Poeta, cuentista, ensayista y traductor. Entre otros libros, ha publicado: Ardiendo (1991), Y si vieras la mañana (1998), En tiempos como estos (2002), An Old Blues Songbook (2006), Despoblados (2010), 44 canciones realistas (2015), Lumbre y portazos. Ejercicios de estilo (2018) y La Conquista. Sección I del Libro de La Fundación (2020). Como traductor: Historias del tiempo pasado, de Charles Perrault (2013); Siete poemas, de Marina Tsvetáyeva (2016); A la producción (textos del constructivismo ruso, 2018) y Acerca de esto, de Vladímir Mayakovsky (2020).
Víctor Quezada (Antofagasta, 1983).
Poeta. Fue editor del blog de crítica literaria La calle Passy 061 (2006-2021). Autor de los libros de poesía: Veinte (2004), Muerte en Niza (2010), Yoko (2013) e Insistencia del día (2018); del relato bulto (2016); y, en el ámbito de las escrituras digitales, de Compost (2013) y Diario abierto (2016 a la fecha). El 2023 obtuvo el II Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz, México, con el libro Pero la verdad es que yo despierto. www.victorquezada.cl

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