«Escandalizar es un derecho, ser escandalizado es un placer, y quien rechaza ser escandalizado es un moralista», decía Pier Paolo Pasolini dos días antes de ser asesinado. En Escandalosa forma (Ediciones Metales Pesados, 2025), Ivana Peric Maluk revisa el tránsito del multifacético intelectual desde la escritura hacia el cine, un lenguaje que le permitió “la presentación de una dimensión expresiva de la realidad que es irreductible a cualquier codificación”. Lee en exclusiva en La Raza la introducción del libro que será lanzado este viernes 11 de abril a las 18:30 horas en Coronel Alvarado 2695, Independencia.

A fines de octubre de 1975, Pier Paolo Pasolini aceptó la invitación a realizar una gira por Suecia en su calidad de intelectual con posibilidades de ser reconocido con el Premio Nobel. En el primer día estuvo presente en la exhibición de sus filmes Pajaritos y pajarracos (1965) y Edipo Rey (1967), y sostuvo conversaciones públicas en las que se le interrogó sobre su misterioso filme en ciernes, Saló o los 120 días de Sodoma (1976), que fuera estrenado después de su muerte. Al día siguiente encabezó el lanzamiento de la primera traducción al sueco de su libro de poesía Las cenizas de Gramsci (1957). Mientras que el tiempo restante lo destinó a lo que él mismo llamó un género literario autónomo: fue entrevistado por una célebre reportera y crítica de teatro, quien, tras enterarse de su asesinato acaecido en la madrugada del 2 de noviembre, lo comparó con un caminante sobre una cuerda floja de circo.
La heterogeneidad que muestran las diversas instancias que formaron parte de dicha estadía es el reflejo de una obra prolífica. Pasolini se inició tempranamente en la escritura de poesía publicando su primer libro a los veinte años. Confeccionó antologías de poesía en italiano y en diversos dialectos, y tradujo dos obras teatrales de la Antigüedad. Se interesó en el arte visual italiano, practicando él mismo el oficio de la pintura. No solo se dedicó a la enseñanza formal en establecimientos educacionales, sino que en tiempos de guerra abrió uno propio junto a su madre profesora. Fundó revistas de crítica cultural y escribió en periódicos de distintas ideologías. Ejerció por necesidad el periodismo y por afinidad, la literatura. Escribió guiones de filmes de importantes cineastas italianos y algunas obras de teatro. Realizó una veintena de filmes de distinta duración. Discutió públicamente con filólogos, semiólogos, pedagogos y políticos profesionales. Fue protagonista de un par de instalaciones de amigos artistas y participó en programas radiales; solo por nombrar algunas cuestiones.
A pesar de esta evidente versatilidad, en aquellos últimos días de su vida Pasolini ejecutaba la sentencia según la cual solo a través de la experimentación en el cine podía realizar su voluntad de vivir físicamente siempre al nivel de la realidad. Afirmaba que desde sus cuarenta años exploraba en el cine porque le permitía estar dentro de la realidad sin salir nunca de ella, sin tomar distancia para hablar de ella: expresar la realidad por medio de la realidad. Sin perjuicio de la radicalidad con la que se refería a la forma cinematográfica frente a cualquier otra, al momento de anotar su llegada en el registro del Hotel Diplomat en Suecia indicó en la casilla destinada a la profesión: écrivain (escritor). Un gesto que recuerda a aquel de 1945 cuando, al momento de su inscripción en la Asociación para la Autonomía Friulana, solicitó que, bajo la línea de profesión en su tarjeta de membresía, apareciera la palabra «intelectual». La pregunta que salta a la vista es cuál es el sentido de definirse profesionalmente como un escritor, habiendo decretado hace ya varios años la insuficiencia de la escritura, fuese poesía o literatura, para establecer un contacto productivo con la realidad.
Frente a lo anterior, la lectura que se ofrece en este ensayo es que su tránsito desde la literatura al cine es fruto de un modo particular de comprender el horizonte de sentido que anuda las formas expresivas con la interrogación de la realidad en un momento dado. Lo que se traduce en que su proceso experimental es tramado ininterrumpidamente desde la discusión sobre la lengua italiana hasta el lenguaje cinematográfico. De ahí que, bajo la mirada de la crítica, Pasolini sea uno de los lectores más profundos del denominado siglo del lenguaje, cuya labor engendra «la esperanza de redescubrir en la diversidad las posibilidades de poner en común, frenéticamente, un sentido; de esto han atestiguado su obra, su vida, su muerte misma». Por consiguiente, a partir de la constatación de que hacia el final de su vida se dedicara casi en exclusiva a la exploración en el cine, lo que aquí se pretende mostrar es que en la reconstrucción del fundamento que subyace a dicho tránsito se halla la clave para atribuirle un sentido profundo a su experimentación cinematográfica.
Ahora bien, que termine por apostar por el cine a expensas de la escritura entendida en sentido estricto no impide reconocer cierta continuidad en su vida en obra. Es más, el recorrido que a continuación se ofrece revela que en el cine se sitúa la mayor concreción de aquello que experimentalmente perseguía; esto es, la presentación de una dimensión expresiva de la realidad que es irreductible a cualquier codificación. Lo que, por influjo del pensamiento del filólogo alemán Erich Auerbach, se plantea como el primer paso para dar una respuesta al problema que este último había alcanzado solo a formular, habida cuenta que su indagación se concentró principalmente en el discurso literario.

Es así como, en 1933, Auerbach advierte que el nacimiento del cine implica la aparición de una nueva forma –distinta de la novela– de construir el mundo exterior, «manipulando y combinando eventos multifacéticos, y uniéndolos a lo que está temporalmente disperso», lo que hace colapsar el tiempo y el espacio como no se había visto antes, obligando a las propuestas estéticas a adoptar nuevas formulaciones. A ese respecto, de la revisión de la vida en obra de Pasolini se pueden extraer elementos que permiten esbozar una lectura que da cuenta de la peculiaridad de la relación que el cine establece con la realidad, lo que supone afirmar su potencia transformadora frente a otras formas expresivas al producir en su inmanencia un vínculo creador con aquella realidad a la que decía amar con desesperación.
Si la relación entre lenguaje y realidad es la que moviliza la totalidad de su experimentación, luego las variaciones en el modo de comprenderla se expresan en cada una de las formas expresivas utilizadas. Incluso más, Giorgio Agamben sostiene que «la cuestión del lenguaje es el núcleo incandescente original del cual todos los otros problemas pasolinianos son, por así decirlo, las manifestaciones eruptivas». En ese sentido, la pregunta sobre la lengua italiana es radicalizada hacia el final de su vida en el uso que hiciera del lenguaje cinematográfico, pues es ahí donde halla la posibilidad de responder a la exigencia de su época fundando su experimentación, más que en la cuestión del lenguaje, en la disputa por la cuestión del lenguaje. Así, este ensayo es un intento por inmiscuirse en el curso de su experimentación que, teniendo como hilo conductor el horizonte que abre la pregunta por el lenguaje, implica abordar los tránsitos entre las diversas formas expresivas que dan lugar a su vida en obra, desde el poema («Lenguaje»), pasando por la novela («Realidad»), hasta el filme («Muerte»).
Y es que, en último término, el siguiente recorrido muestra que la actualidad de aquello que se despliega bajo el nombre Pasolini se expresa en pensar críticamente el cine como una poética del presente y, en esa medida, como una forma expresiva susceptible de ser tildada de escandalosa. Como dijera alguna vez Italo Calvino, el que se hubiera decidido finalmente por el cine era una manera de, a diferencia suya, haber elegido la actualidad para intervenir rápidamente en ella. Siguiendo esa hebra, lo que entonces aquí se advertirá es que la potencia del cine en general, y del cine de Pasolini en particular, se halla en los modos de conectar eventos heterogéneos que, presentándolos en su materialidad, producen una nueva temporalidad que posibilita leer el presente en su propio despliegue. Conscientes de esta fulgurante estela, la invitación es a ojear estas páginas con la disposición a la que llama aquella célebre frase pronunciada por él mismo en una entrevista que concedió a la televisión francesa dos días antes de ser brutalmente asesinado: «Escandalizar es un derecho, ser escandalizado es un placer, y quien rechaza ser escandalizado es un moralista».
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