“Tengo el cuerpo lleno de un arma poderosa, la memoria de la rabia”.
Me gustaría comenzar por lo básico, aunque resulte imposible simplificar un problema estético que tiene una tradición tan larga: ¿Cuál es la función del arte? ¿Por qué insistir en el ejercicio que llamamos escritura? ¿Para qué seguir produciendo literatura? ¿Qué consecuencias tiene desplegar la imaginación para producir una serie de acontecimientos que urden en el lector una trama? Sería imprudente de mi parte pretender dar solución a esas preguntas en este contexto, sin embargo, una posible respuesta –o varias de ellas– se avizoran en Performance de la Sangre de Kütral Vargas Huaiquimilla. Un libro descarnado pero hecho de carne, una escritura “salvaje” pero profundamente “humana” cuyos escenarios y recovecos nos invitan al fondo, como si estuviéramos siendo empujados por un oleaje de sangre –o de tinta– para renacer siendo otros, irreconocibles bajo la noche valdiviana.
Por eso resulta fundamental insistir en la performance como gestualidad cotidiana, como habitus, como posición política, pues la vida misma puede ser una obra de arte para quienes deben aprender a vestirse de resistencia. Por eso la práctica de la escritura se transforma en la posibilidad de archivar una performance que intenta habitar un presente que se escapa. Desde esta perspectiva, Performance de la Sangre, directa o indirectamente, establece diálogos con el CADA, con Diamela Eltit, con Raúl Zurita, quienes hicieron del arte la vida misma, sin parafernalias esteticistas o discursos hirsutos de justificaciones teóricas grandilocuentes. Me interesa sobre todo permitir que esta escritura de la performance que deviene novela pueda abrirse en su complejidad de sentidos. Para ello mi estrategia es realizar un análisis del para-texto que enmarca la publicación. Resulta, así, importante mencionar a Tinta Negra y a Pequeño Salvaje como parte de la visión del libro en su categoría objeto.
El título: Performance de la sangre
La etimología de la palabra performance abre dos sentidos: por un lado, la idea de rendimiento o desempeño, por otro, se refiere a la actividad artística que tiene como fundamento básico la interacción con otro en forma de público. La palabra en inglés hace referencia a “ejecutar una acción”. La performance de la sangre implica, por lo tanto, hacer la sangre, crearla, o bien hacerla aparecer, ponerla a disposición de los demás, compartirla. Sin embargo, en el ejercicio de creación/acción o disposición de esta sangre que es discurso, hay también una vigilancia, un orden que registra y juzga. Por lo tanto, resulta necesario hacer la performance de la sangre de la mejor manera posible.
Esto toma vital importancia en la configuración de sentido de la obra si tenemos en consideración que la novela está compuesta por treinta escenas. La palabra “escena” nos remite al espacio en el cual se representa una obra teatral. Cada una de las escenas que conforman la novela deben ser, entonces, entendidas como una performance en la cual la autora hace aparecer –por medio de la escritura como espectáculo– a sus personajes, su territorio y sus acciones. La atmósfera que se urde en las treinta escenas de esta novela nos invita a ser espectadores de una película que dialoga con referencias de la cultura de masas contemporánea desde un territorio olvidado en el sur del sur de la metrópolis. El personaje principal menciona: “El miedo estaba adherido profundamente a mi piel, la piel de los nacidos luego de las caídas de muros en el mundo”, ubicando así su origen simbólico en disputas geopolíticas que comienzan en el norte global, pero que repercuten profundamente en un territorio colonizado como Wallmapu. Sin embargo, a pesar de instalar su aparición o debut o nacimiento en el fin de la Guerra Fría, su madre “la parió de pie”, sin cuidado, de golpe, estableciendo una de las contradicciones fundamentales que configuran el universo simbólico de la novela. Así, en esta performance de la escritura como espectacularización, Valdivia, la música tecno y la cultura raver se analogan a Berlín pero con “Djs aindiados”, los diferentes ríos que cortan el territorio se transforman en la “Venecia indígena”, enmarcando una filiación bastarda que pretende fagocitar, tal como lo hicieron los antropófagos en Brasil, la idea de lo universal cristalizada en ideologías eurocentradas y androcéntricas.
El título contiene, además de la performance, el signo “sangre”. Pensar la sangre implica adentrarnos en un complejo campo semiótico. En primera instancia la sangre es una heterotopía: “Estaba más allá de la muerte [dice la protagonista], la sangre era mi nueva nación”. O bien: “Bajo la luz de un tubo parpadeante que me distrajo me hablaron de la condición de mi sangre, pensé que estaba siendo maldecida y me di cuenta de que ese fluido era la tierra que yo siempre habité”. La sangre emerge como territorio y nación lo que nos permite comprender que el cuerpo y su flujo es el único espacio posible para quienes han sido excluidas, para quienes no pueden afiliarse dentro de las épicas nacionales ni encontrar cobijo en ese sentimiento. La violencia de la marginación implica pensar el cuerpo como continente en su espesura territorial y en su capacidad de contención.
La sangre, por supuesto, es también un signo de la violencia colonial, menciona la protagonista: “Cristóbal Colón llega a América. Desde ahí la sangre se vierte por toda la tierra de este continente”. La sangre fuera del cuerpo es también un territorio. Ercilla escribe en La Araucana, el texto fundacional de la poesía chilena y latinoamericana, que los prados se veían rojos de sangre. Kütral habita el continente de su sangre como signo de la exclusión, pero también como marca tangible del imperialismo europeo y su debacle colonial.
La sangre también es un campo de exploración, una vía de transformación del cuerpo, un espacio elástico donde la protagonista ensaya la performance biológica: “Bajo la luz espero ser revisada, analizada, inventariada. Ahí repaso las ficciones de mi cuerpo, sus nuevas agencias; pienso en amígdalas que perdí, lipoaspiraciones que deseo, estradiol, estrógenos, bloqueadores T, tratamientos antirretrovirales que consumo para mantener mi sangre circulando sin que me ataque”. El ensayo clínico, la transformación hormonal permiten que el cuerpo se transforme y mute hacia la imagen que la protagonista desea en el espejo; la sangre por lo tanto es una vía, un camino hacia lo imaginado, hacia el ideal. También aparece la sangre vinculada al consumo de sustancias, cocaína, ketamina, se funden en la sangre y el éxtasis de la noche como escenario de una aparición y nacimiento. Sin embargo, la sangre también es un estigma: el cuerpo carga además de los signos que marcan su trayectoria indígena, trans-travesti, habita la historia del sida. El estigma seropositivo. Resulta fundamental pensar la escritura de Kütral Vargas como parte de la tradición de la literatura seropositiva latinoamericana. Lemebel, Bellatín, Sarduy, Susy Shock, entre otros autores engrosan un corpus diverso y necesario.
Por otro lado, la imagen que acompaña al título es una fotografía tomada por Chris von Wangenheim en el año 1976 para la campaña “Fetching is your Dior” donde aparece Lisa Taylor llevando una cadena dorada y siendo atacada por un dóberman. El diseño de portada, en manos de Estela Morales, nos permite visualizar dos universos de sentidos que establecen una relación contradictoria pero simbiótica: de una parte, el discurso de la moda, las referencias a la alta cultura, la configuración del signo mujer a partir de la ropa, la utilería y el maquillaje, permiten comprender qué elementos de la cultura material del capitalismo moderno son susceptibles de apropiación para constituir esta perfomance escritural. El trabajo performático de la autora es consistente en ese sentido: en la performance Pangui (2022) la traducción del signo “puma” al mapuzungün y su resignificación como tatuaje-bala se establece un diálogo directo con No camuflar la herida (2023) y la reflexión sobre el camuflaje como indumentaria del asedio. Los objetos fetichizados son utilizados como elementos de configuración identitaria, como diferenciación en relación con el estatus y como estrategia de validación dentro de un campo cultural elitista y snob. Ante la irrupción de Pablo en el espacio íntimo, la protagonista decide recluirse en la costa, en diferentes viajes lleva sus “tesoros: ropas, vestidos, carteras y a Donnasammer –su gata– todo lo demás es prescindible”. Pues es la indumentaria lo que permite subvertir la idea del closet como escondite. La ropa, los vestidos y las carteras son parte de la performance.
En otro nivel, el perro dóberman de la portada adquiere una importancia simbólica desde varios lugares. En primera instancia la matriz de sentido que se abre a propósito de los perros instala la obra de Kütral dentro de una tradición hispanoamericana larga que comienza con El coloquio de los perros de Cervantes, que se vincula a Patas de perro de Carlos Droguett y a Carne de Perra de Fátima Sime, entre otros títulos. Este “imaginario perruno” estudiado por Bernardo Subercaseaux y Cristian Montes implica pensar las relaciones de violencia en lo que los discursos posthumanistas llaman “el giro animal”. La protagonista, en un gesto íntimo y humano, intenta rescatar a un perro que se encuentra atrapado en una cerca. En su desesperación el perro muerde su mano. Su respuesta es la siguiente: “consentí nuestro acto, introduje una mano en su boca y le di mi sangre”. Por medio de esta transfusión inter-especie la sangre performada borra las diferencias radicales que la maquinaria antropocentrista ha construido en base a sus epistemes especistas y androcéntricas. Mano, mordida, sangre y perro configuran una gran metonimia en la cual la escritura devela su flujo. La protagonista, frente a las diferentes violencias que se intersectan para asediarla, desde la clase, la raza y el género, menciona: “algo dentro de mi iba a explotar, yo era la imagen viva de una perra revelándose al amo en una mordida de escape y traición”; de tal suerte, el signo perra también se transforma en un arma de resistencia. Pues si la deconstrucción nos permite pensar y desarticular los binomios de la epistemología occidental, podemos pensar que lo animal, lo bestial, más allá del colonialismo civilizante, son parte de nuestra ontología. La protagonista abraza la violencia animal para resistir como perra. Además, en una de las performances que la protagonista realiza en el mundo ficcional, los ladridos de un perro se confunden con una frase en mapuzungün, mientras ella está desnuda salvo por zapatos. Todo este relato performativo está religado desde estos signos que suman y hacen que la Performance de la Sangre enuncie una poética particular que descascara la división humano/animal de una manera brillante.
Me atrevo a decir que el gesto decolonial en esta escritura-performance implica entender que, más allá de los nacionalismos y las divisiones territoriales, la protagonista tiene una conciencia expandida de lo que implica el ser. Ante el dolor menciona: “no lloro porque todo llora por mi”; es el bioma como entidad lo que se duele con ella. Además, el universo de las amigas funciona como una manada de animales que acompañan a la protagonista a la fiesta, que se pierden con ella en el consumo, y que son sus cómplices del arte: La Osa, La Cachorra. Desde este flanco, pero en otra dirección la protagonista menciona: “no estoy soñando el afuera sino que el bosque me está soñando, vivimos juntos en un viaje hacia la selva del recuerdo, o un delirio circular del tiempo”. El bosque aparece como una fiesta que, en conjunto con la noche valdiviana, funcionan como continuum de un paisaje que se mezcla con sangre. Desde esta misma perspectiva el mar emerge como una fuerza de reconciliación espiritual vinculada a la muerte y como geografía de un recorrido: Pucatrihue, Maicolpue, Bahía Mansa, Til Til, Caleta Cóndor. Es la costa de Niebla donde la protagonista busca “encontrar un nuevo nombre”.
La clase como marca
Pareciera que el campo literario dejó los problemas de la clase social encerrados en las estéticas del realismo y el naturalismo. Sin embargo, esta performance implica un viaje hacia el pasado de la protagonista donde el asedio no está vinculado a Pablo, la vigilancia policial o la guerra colonial. El asedio es una casa que se llena de hongos, una casa que no consigue abrigarse. El asedio es el miedo al embargo, esconder los objetos de valor para intentar quedarse con algo. El asedio es amasar y vender comida para saciar el hambre. El asedio es la huida, la soledad, la resistencia constante. La pobreza se instala en el cuerpo de la protagonista como una marca fundamental en el proceso de su configuración, pero no necesariamente como dolor, pues la pobreza funciona como el catalizador de una rabia rotunda que se vincula a siglos de expolio y que también se hereda en la sangre. Virgina Woolf ya mencionaba lo fundamental que es tener un cuarto propio para poder trabajar en el campo de la cultura. Es fácil hacer arte cuando se tiene un cuarto propio, cuando hay una familia que te cuida, cuando hay comida en la mesa. La protagonista entiende esta carencia que se transforma en dificultades para acceder a la educación, pero en un gesto de rebelión absoluta decide estudiar de manera autogestiva: “Invertía obsesivamente mis horas en acumular todo el arte que se me negó por años”.
Desde esta perspectiva, resulta fundamental mencionar las manos como el espacio del cuerpo donde esta disputa se encarna: las manos son la herramienta de trabajo de la protagonista, pero también articulan el universo performático que se abre en el texto. Menciona la protagonista: “Gasté horas de numerosos días, viendo películas sobre fisting choking, nail art, masajes, radiografías de accidentes laborales, noticias de migrantes perdiendo sus manos en las forestales y aserraderos. Observé la fisionomía de la mano al detalle, en movimiento o estática, en sombras de mis dedos proyectados en las paredes, como también al acariciar las rejas de las calles y los patios de las casas, mientras los perros ladran”. Las manos que la protagonista cuida con esmero frente a la herencia genética que habita su sangre y que puede aparecer como artritis reumatoide. Las manos de Galvarino que ella encuentra en un Icarito y que le recuerdan la historia de una nación que conoce la guerra y la brutalidad colonial. Las manos que un coleccionista alemán quiere comprar para tener en su poder, tal como hicieron sus antepasados que robaron platería mapuche, y que la protagonista no negocia. La mano como metáfora del trabajo y como metonimia de la escritura son una manera de articular esta performance y de profundizar en las estrategias de esta poética compleja y abigarrada.
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En octubre de 2023, Valdivia despertó una mañana con la noticia de la muerte de dos perros comunitarios. La ketamina que les inyectaron no fue suficiente y los perros murieron ahogados enterrados en el patio de un gimnasio. La ciudad despertó, la rabia devino en violencia y el café Palace se transformó en el escenario de una purga. Las personas organizaron marchas, pidieron justicia. Quizás este libro que es una performance sea una manera de hacerle justicia a todas las personas trans/travestis/maricas/sidosas/drogadictas que han muerto como perras sin que nadie grite buscando justicia.
Después de toda esta lectura, no he mencionado el nombre de la protagonista porque no lo tiene. La protagonista busca nombrarse. Esa también es parte de la performance de la sangre; cualquiera de nosotras puede jugar el juego de esta performance y habitar la noche de Valdivia en el cuerpo que este texto desgarra, cualquiera de nuestros nombres puede ubicarse en el espacio vacío que esta performance propone, cualquiera puede sentir el hambre y el frío que se escapan de las páginas, cualquiera puede abrirse las muñecas. Pero solo la protagonista puede triunfar en el campo del arte.
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