Hace ocho años, entre 2017 y 2018, nació el proyecto “Lenguaje para la inclusión: talleres de español para vecinos migrantes”, impulsado por la agrupación Teatro Niño Proletario, gracias al Fondo de Fortalecimiento de las Organizaciones de Interés Público del Ministerio Secretaría General de Gobierno de Chile.
Un equipo compuesto por Katha Eitner, Cristian Flores, Camila Espic, Stephan Eitner, Emmanuel Pierre Louis, Ralph Jean Baptiste, David Agurto e Isabel Poblete llevó a cabo una serie de talleres de español para vecinos haitianos en la Biblioteca Pablo Neruda de Independencia y en el Centro Social Pedro Mariqueo, en la población La Victoria de Pedro Aguirre Cerda.
Como parte de esta experiencia, el periodista Germán Gautier escribió una crónica para documentar el proceso. Sin embargo, por razones que quedaron en suspenso, el texto nunca llegó a publicarse. Hoy, ocho años después, volvemos a encontrarnos con sus palabras y creemos que su difusión es necesaria. No solo para dar cuenta del proyecto, sino porque, en un escenario migratorio en constante transformación, donde persisten el racismo y la exclusión, sus reflexiones siguen vigentes. Con su publicación, buscamos aportar a la discusión sobre las brechas lingüísticas y los desafíos de la migración.
Es importante recalcar que, en estos ocho años, mucha agua ha corrido bajo el puente. La creación del Servicio Nacional de Migraciones (SERMIG) en mayo de 2021, como parte de la nueva Ley de Migración promulgada un mes antes, marcó un giro en el marco normativo. En paralelo, el país ha atravesado cambios de gobierno, un proceso constitucional, una pandemia y un estallido social. Al mismo tiempo, nuevas diásporas han llegado, ampliando el mapa de la migración y consolidando este como uno de los temas más urgentes y complejos en la conversación nacional.

Cuadernillo para compartir y descargar
Como parte del proyecto, también creamos un cuadernillo que sintetiza los contenidos y ejercicios aplicados en los talleres. Desde su lanzamiento en 2018, cada marzo recibimos solicitudes de profesores y encargados de bibliotecas escolares de distintos lugares de Chile, quienes nos piden el cuadernillo para utilizarlo con estudiantes haitianos que llegan a los establecimientos públicos.
Por eso lo compartimos en esta entrada, con el propósito de que siga circulando y manteniéndose vigente. También queremos que este material continúe creciendo y mejorando al ponerse en circulación, permitiéndonos conectarnos con otras iniciativas que trabajan por el encuentro entre chilenos y haitianos.
Como señala la publicación:
«Esperamos que quienes reciban este material encuentren en él una batería de ejercicios, ideas y actividades para iniciar el aprendizaje del español. Nuestro objetivo es compartir las metodologías que hemos desarrollado durante dos años para generar experiencias de habla y escucha del idioma.
Este material está dirigido a educadores, talleristas, voluntarios, autodidactas y a todas aquellas personas que deseen contribuir a reducir la barrera lingüística que enfrenta la comunidad haitiana al llegar a Chile en busca de un hogar y mejores oportunidades.
El cuadernillo puede fotocopiarse, prestarse, imprimirse y compartirse libremente. Su circulación es de acceso abierto para contribuir a la inclusión de migrantes haitianos. Prohibida su comercialización».

Voces en movimiento: cuando aprender y enseñar se vuelven un desafío intercultural
Crónica de German Gautier escrita entre julio y agosto de 2018
Evens Janvier tiene 37 años; hace quince meses llegó a Chile y actualmente vive en Pedro Aguirre Cerda, una de las cinco comunas de la Región Metropolitana con mayor número de residentes haitianos.
-Necesito hablar. Necesito aprender. Permiso, trabajo, amigos… -, dice Evens con un dejo de timidez cuando le pregunto por qué ha llegado este sábado a la Biblioteca Popular Pedro Mariqueo.
Evens es uno de los más de 250 mil ciudadanos haitianos que se estima habitan en Chile. Al igual que cientos de compatriotas, Evens está en un período de tramitación de los documentos necesarios para regularizar su situación migratoria, de acuerdo a la exigencia de la nueva legislación que impulsa el gobierno de centro-derecha del presidente Sebastián Piñera.
La anterior norma legal promulgada por la Junta Militar en 1975 se volvió obsoleta para abordar los actuales fenómenos migratorios en América Latina que -movidos por factores políticos, económicos y de búsqueda de bienestar social- evidencian un alza durante los últimos años. Si la Policía de Investigaciones -institución que regula la entrada o salida del territorio nacional- registraba la llegada de 2.428 haitianos en 2013, cuatro años más tarde la cifra creció a 104.782.
-Yo soy haitiano-, pronuncia Evens frente a una pizarra blanca de acrílico, acentuando la conjugación del verbo ser.
-Yo estoy acá en Chile-, dice en el mismo compás, pero marcando esta vez el vocablo estoy.
Y Chile, por ahora, es Pedro Aguirre Cerda y, puntualmente, la Población La Victoria -un barrio histórico de la zona centro sur de la capital por ser la primera toma exitosa de terrenos en Sudamérica- donde viven alrededor de medio millar de haitianos.

En la esquina de las calles 30 de octubre y Raúl Fuica de la Población La Victoria, frente al Centro de Salud Familiar Pierre Dubois, se encuentra la Biblioteca Popular Pedro Mariqueo, nombre que honra la memoria de un joven mapuche, militante del extinto partido político Izquierda Cristiana, asesinado en dictadura por Carabineros en una manifestación alusiva al Día Internacional del Trabajo. La biblioteca forma parte del Centro de Encuentro y Formación que comenzó a funcionar en 1983, y fue construida por vecinos de la población casi veinte años más tarde.
Se alza en el segundo piso, al cual se llega tras abrir una puerta lateral de latón y subir una estrecha escalera. Está alfombrada, aunque su color grisáceo dista de lo que pudo ser su primera versión. Es un espacio grande, más largo que ancho, y donde se puede transitar con soltura. A modo de recepción luce un amplio mesón de madera; diseminadas por distintos ambientes hay mesas redondas, sillas escolares, sofás y sillones, cuyas telas hacen suponer familiares temporadas en otros hogares. Sobre un sillón, ubicado a espaldas de una ventana por la cual se observan los tabiques característicos de los sitios de la población, cuelga una imagen en blanco y negro de Salvador Allende. Las estanterías son abiertas, las hay altas y bajas, de madera y de metal, y la colección, a simple vista, supera los tres mil títulos, y todos cuentan con clasificación. Hay un baño pequeño y a un costado un estante donde se aglutinan tazas, platos y hervidores eléctricos. Al fondo se dispone un rincón infantil y en el suelo están desparramados unos cuantos cojines de colores.
En esta fría tarde de principios de junio, la luz es mortecina y las pequeñas ventanas dejan entrar lo justo para ojear algún título mientras los alumnos llegan a una nueva clase de español. La iniciativa, organizada por segundo año consecutivo por la Compañía Teatro Niño Proletario, ha sido liderada por Katha Eitner, quien ha estado a cargo del proyecto como parte del trabajo sociocultural de la compañía. Con trece años de trayectoria, Teatro Niño Proletario no solo crea espectáculos teatrales, sino que también impulsa iniciativas que fortalecen el vínculo comunitario.
Evens es el primero en llegar a la biblioteca. Viste zapatillas, jeans, polerón azul, chaqueta negra y lleva puesto un gorro de lana que no se sacará durante toda la clase. Toma asiento, escribe su nombre en la lista del curso y estampa su firma a un costado. En el dorso de sus manos permanecen restos de pintura o cal. Pone una encima de otra y espera en silencio.
De a cuenta gotas entran otros alumnos. Mercius Rudzenky (26 años), Eranie Cinna (26 años), Marie Mode Julsaint (34 años). Todos han llegado hasta la Biblioteca Popular Pedro Mariqueo para practicar el uso de la lengua castellana. Esa que, como dice Evens Janvier, necesita aprender para conseguir trabajo, amigos y un permiso de residencia.
La expectativa es tan alta como primordial. Sin un suficiente manejo del idioma local, todo queda condicionado y en suspenso. Y ese todo, quiérase o no, es real, incuantificable y demasiado recurrente.
***
Stephan Eitner es actor, pero ahora tiene el rol de tutor de este grupo de aprendizaje. Es uno de los muchos voluntarios temporales que imparte clases de español para comunidades haitianas avecindadas a lo largo y ancho del país. Son instancias de carácter solidario que habitualmente surgen por decisión de agrupaciones de la sociedad civil y que se materializan tanto en centros culturales, religiosos o educacionales.
Como útiles de estudios Stephan se maneja con un plumón rojo, una pizarra acrílica atada con pita a un pedestal de aluminio y una guía de estudios que adaptó David Agurto, un poeta, rapero y profesor de lenguaje. La cuarta clase considera las conjugaciones del verbo tener. Más que cualquiera de estos elementos físicos, Stephan sabe que la principal herramienta es el carisma y confianza que pueda traspasar a los cuatro alumnos que se han reunido, de manera que las palabras que emitan tengan un fuerte eco al interior de la biblioteca y carezcan del temor al error.
Para ir calentando motores, Stephan anota las veintisiete letras del abecedario para que entre los presentes comiencen a transformarlas en palabras en español. Aunque en una primera instancia pueden parecer azarosas, también dan cuenta de un imaginario que cada alumno ha ido forjando en su entorno cotidiano.
El juego concluye así:
Alba – Barato – Camisa – Día – Edificio – Felicidad – Gota – Hola – Ilimitado – Joven – Kilo – Lugar – Misa – Niño – Ñandú – Oferta – Perú – Querer – Regimiento – Señora – Tía – Última – Vecino – Water – Ximena – Yo – Zapato.
Este haitiano de 40 años vive en Chile hace siete, y con excepción de los quince primeros días que vivió en la comuna de Estación Central, sus huellas están impregnadas en Pedro Aguirre Cerda. Al segundo piso de esta biblioteca llega con su bicicleta de montaña al hombro, unas zapatillas Nike negras, jeans y una chaqueta de cuero.
En una postura seria, apoyado sobre el mesón de la entrada, Emmanuel se mantiene al margen y solo interviene cuando Stephan pide su ayuda ante el evidente signo de interrogación que copa el rostro de uno de sus alumnos o cuando la comunicación se desvía derechamente hacia un laberinto infranqueable. La aclaración de un concepto por parte de Emmanuel permite urdir nuevamente los hilos invisibles que guían la clase.
Mientras los alumnos que han llegado están cabeza gacha intentando resolver una serie de ejercicios en sus guías de estudios, Stephan prepara fruta, sándwiches de jamón con queso y pone a calentar agua en un hervidor eléctrico. La luz natural comienza a escasear; ya llevamos casi una hora de clases y en ese tiempo es difícil aventurar un diagnóstico. En cambio, los cuerpos ofrecen respuestas elocuentes, y es notorio que los gestos han perdido su inhibición original, los cruces de miradas aumentan de intensidad y las risas asoman con cierto relajo. Emmanuel aprovecha este momento de distensión para poner música en su celular. La banda que suena se llama Harmonik y la canción Diferan. Le pregunto a Emmanuel de qué habla la letra y me responde que de personas que son diferentes.
-¿Por qué la pusiste? -pregunto intrigado por el revuelo que se arma en torno al video clip.
-A Eranie no le gusta el pan ni el plátano. Ella es diferente -responde Emmanuel soltando una carcajada.
Esta vez Eranie toma su celular y sintoniza Cheri Benye´m, también de Harmonik. Entre Emmanuel y los alumnos los verbos vuelven a conjugarse en su lengua materna, ese criollo haitiano, llamado créole, que suena a francés, pero donde cabe toda la influencia del África Occidental y que por las calles de La Victoria se vuelve cada vez más habitual. La clase se transforma en un espacio de camaradería: se activan los teléfonos móviles, vuelan los mensajes de voz, cae otra canción de Harmonik en la lista de reproducción, reímos, comemos y entibiamos la tarde con un sorbo largo de un té dulce y cargado.
El silencio vuelve a aplacar la biblioteca. Los alumnos retoman la guía y con ello la tensión de corregir y la satisfacción de conjugar correctamente un verbo; de construir una frase coherente, la alegría de entender una oración por más ridícula que parezca.
-Mi tío tenía el pelo largo y rubio -lee de la guía Evens.
-¿Qué es rubio? -inquiere Mercius.
-Esto -dice Stephan, mientras muestra su cabello rizado.

***
Los padres de Emmanuel Pierre Louis se conocieron en Puerto Príncipe en la década de los ‘70, cuando el país sorteaba la transición de la sangrienta dictadura de Francois Duvalier -Papa Doc- al gobierno de un imberbe Jean-Claude Duvalier -Baby Doc-. Él criaba y comercializaba chivos, y en una visita a la capital conoció y se enamoró de ella, una comerciante en situación igual de empobrecida. Se casaron en 1978 y ese mismo año, el 14 de mayo, nació Emmanuel, el primero de una extensa descendencia, que cuenta seis mujeres y otros tres hombres.
Los primeros recuerdos de Emmanuel son difusos, pero entre esos nubarrones mentales siempre aparecen terrenos baldíos, juegos, amigos y una particular sensación de libertad. Hacía lo que no todos los niños de su edad por aquel entonces solían hacer: ir a la escuela, bañarse, comer, estudiar y jugar. Una rutina normal para Emmanuel, pero que fue inculcada a fuego por la visión del padre y apoyada por la madre.
-Aunque éramos pobres y no teníamos mucha plata, mis padres hicieron todos los esfuerzos posibles para mantenernos y darnos lo que necesitábamos para poder estudiar.
Su padre había completado a duras penas la enseñanza básica y su madre era analfabeta. Ambos salían a ganarse el pan y muchas veces el pequeño Emmanuel quedaba a cargo de una hermanastra, hija de un anterior matrimonio de su padre, quien la hacía llamar de Cabague, donde vivían sus abuelos maternos y el lugar en los que pasaba las vacaciones de invierno, para que cuidara al clan Pierre Louis. Sus padres pasaban largas jornadas trabajando y necesitaban de alguien de confianza que pudiera educarlos.
-La gente de clase baja hace muchos esfuerzos para que la familia surja, cuenta Emmanuel-. Se trabaja duro para que el apellido de la familia salga adelante. La gente en Haití respeta mucho el apellido. Eso es algo sagrado. Por eso, si alguien roba, perjudica a todos.
A comienzos de los 80 en Haití comenzó a emerger un cierto tipo de clase media, avecindada en la ciudad de Puerto Príncipe y estrechamente relacionada con el acceso a la educación y la práctica de una profesión. Los padres de Emmanuel creían que los estudios podrían darles una movilidad social y decidieron enviar a todos sus hijos a la escuela.
-No todas las personas piensan así, aclara Emmanuel. Hay gente que dice “como yo no fui a la escuela, tampoco mando a mi hijo a la escuela y lo pongo a vender”. Cada familia piensa de manera diferente. Depende de la mentalidad.
La única responsabilidad de Emmanuel era estudiar. Aunque Emmanuel prefiere decirlo de esta forma: “Él nos daba libertad para estudiar”.
La instrucción pública comenzaba, entonces, en Haití a los seis años, cuando los niños hacen su ingreso al primer curso de enseñanza básica. El Estado, según Emmanuel, no contemplaba sala cuna ni jardín infantil, sin embargo, su padre lo inscribió en una escuela privada cuando tenía cuatro años.
La educación pública gozaba de un prestigio mayor y cuando estuvo en condiciones de ingresar a la básica, se cambió de establecimiento. Estuvo ocho años estudiando en una escuela donde aprendió francés, inglés y, en menor medida, español. La secundaria la completó, nuevamente, en un colegio privado.
-Yo salí hablando francés e inglés. No me gustaba mucho el español. Allá en Haití hay un mito. Tenemos a República Dominicana al lado y se dice que los haitianos van a ese país a cortar caña de azúcar. Entonces aprender español es para ir a cortar caña.
Emmanuel recuerda al director de su escuela, un tipo duro, a quien no le importaba si alguien faltaba, pero que al día siguiente no le temblaba la mano al dar la opción de castigar a punta de golpes de regla o una suspensión de una semana.
-Aprobé español con un 60%, la nota mínima. Yo estudiaba de memoria. Me sabía los verbos y los tiempos y mucho vocabulario para poder hacer textos.
En agosto de 2003 Emmanuel cruzó la frontera y se fue a vivir a Santo Domingo, la capital de República Dominicana. Los primeros días se alojó en la casa de una amiga de su madre, en el barrio de Mendoza, donde habita un alto número de población haitiana. Se inscribió en un instituto de idiomas y computación. Dos años después, con el título en la mano, ya se sentía confiado y “tranquilo con el español”.
-Mi profesor de español no era profesor de español, sino que pertenecía a una escuela católica. Él estudió contabilidad y se fue a hacer un doctorado en España y después le gustó el español y empezó a aprenderlo. Hablaba muy bien. Su familia era de clase alta y hablaba francés, inglés y español. Nunca trabajó en contabilidad. Él da clases de idiomas.
La vida en República Dominicana se complicó luego del terremoto de Haití. Emmanuel dice que cerca de 500 mil haitianos entraron al país y los dominicanos aumentaron sus niveles de racismo.
-Todos los días veía cosas que no me gustaban. Había muchos prejuicios. Para ellos el haitiano era el sucio, el que no se baña, el que no tiene plata, el que está en la calle bebiendo. Y si uno estudiaba, entonces para ellos no era haitiano, era otra cosa.
Emmanuel regresó a la casa de su familia en Puerto Príncipe y desde allá se contactó a fines de 2010 con un amigo residente en Chile. Por medio de un religioso recibió una carta de invitación y el 23 de marzo de 2011 aterrizó en Chile.
Hoy, Emmanuel Pierre Louis es el encargado de la Oficina de Asuntos Migrantes de la Municipalidad de Pedro Aguirre Cerda. Desde su lugar de trabajo, ubicado en calle Uno Oriente, en el límite entre la Población La Victoria y San Joaquín, regularmente toma su bicicleta negra y pedalea los lunes hacia una iglesia católica en la Población Dávila y los viernes a una iglesia metodista en la Población Lo Valledor para hacer clases de español a grupos de haitianos.
***
Frè en créole significa ´hermanos´ y es el nombre que el párroco Juan Carlos Cortez acordó llamar a la fundación que trabaja por el bienestar de migrantes, principalmente, de origen haitiano. Todo comenzó en mayo de 2016 cuando a las puertas de la Parroquia San Saturnino, ubicada en el Barrio Yungay de la comuna de Santiago, llegaron tres ciudadanos haitianos. El sacerdote percibió que la principal ayuda que podía brindar era la enseñanza de la lengua castellana. Al cabo de esa semana de clases intensivas que él mismo dictó, el número había aumentado a doce.
Hoy la fundación abre sus puertas a las 10 de la mañana, de martes a sábado en la sede que la Municipalidad de Santiago le entregó en comodato en la esquina de Agustinas con García Reyes. Es una casona donde diariamente llegan ochenta personas para tomar desayuno y cursar clases de español. El fin de semana este número se dispara a doscientos.
La fundación recibe a migrantes de distintas nacionalidades, pero según Natalia Álvarez, coordinadora de responsabilidad y comunicaciones, “un 90% de nuestros beneficiarios son haitianos”. La razón es evidente: “con comunidades migrantes de países hispanohablantes tenemos similitudes culturales, en cambio con los haitianos todo es muy distinto: desde el idioma, la formalidad, responsabilidad y el trato”.
Son alrededor de veinte voluntarios que se encargan de impartir las clases de español. No hay un perfil determinado, sino simplemente las ganas por enseñar.
-Son personas que vienen a intentar equilibrar la balanza de las injusticias con los migrantes, analiza Natalia. Si podemos derribar la barrera idiomática, sabemos que podrían tener más herramientas para lograr una independencia que les permita insertarse en el campo laboral y social rápidamente. Todos los voluntarios vienen con el objetivo de darles herramientas para que sean autosuficientes y nadie los pase a llevar y tengan las mismas oportunidades.
Una de esas personas es Angela Gearhart. Nació y vivió su primera infancia en Estados Unidos y luego su vida la hizo en España hasta que se enamoró de un chileno, con quien vive en el país hace quince años. “Desde una perspectiva muy diferente”, cuenta, “yo también soy migrante. Tuve que dejar mi casa, aprender una nueva cultura, una nueva lengua”.
Angela es bióloga y siempre ha estado con un pie en el terreno del lenguaje y otro en la ciencia. Al llegar a Chile se reinventó como profesora de inglés y luego cursó estudios de pedagogía. Así llegó a trabajar al Colegio Migrante, un proyecto financiado por la Universidad de Chile, que busca promover el diálogo y encuentro intercultural a través de la enseñanza del español y el créole, y que se realiza en la Escuela Lo Franco de Quinta Normal.
-Iba a dar clases de español, pero no tenía el feeling con una persona que viene de Haití. Vine a observar y ya llevo cuatro meses haciendo clases. Metodológicamente no hay una línea particular y cada uno reinterpreta el cuadernillo a su manera. Así es el voluntariado.
Angela imparte el nivel básico, en el cual los alumnos se dividen por colores según su nivel de español: amarillo, naranja, rojo, rosa, azul y verde. Según su experiencia, donde más personas se acumulan es en el amarillo y “no necesariamente porque no sepan, sino porque vienen con algún amigo y deciden quedarse en ese grupo para ayudarlo”.
La clave en este tipo de situaciones, más que seguir un estricto lineamiento pedagógico, “es mover las clases hacia instancias donde logren hablar”, afirma Angela.
-Todavía creemos en una clase donde el profesor enseña y el alumno atiende. Pero para buscar trabajo necesitan preguntar. Yo acompañé a un haitiano a una entrevista de trabajo y con suerte preguntó “qué día tengo que venir”, que ya es una formulación rara. Mi interpretación es que es una mezcla entre falta de lengua y miedo a equivocarse y perder una oportunidad de pega.
Luminuna Louis está sentada en una banca de madera a un costado de Angela, escuchándola hablar mientras recibe los tibios rayos de sol en el patio trasero de la fundación Frè. Tiene 20 años y fue profesora de créole de Ángela en el Colegio Migrante. Aquí, la situación se invierte. Luminuna, además, está cursando tercero y cuarto medio en un centro de estudios para adultos en la comuna de Cerro Navia, en la cual reside.
-Llevo 9 meses viviendo en Chile y no he trabajado, solamente estudio. Yo hablo un poco de francés y un poco de inglés. Llegué a la fundación con mi amiga, profesora y corazón Angela.
Angela considera que esta primera generación de haitianos avecindados tiene una situación difícil, y que recién con los niños que están estudiando en las escuelas públicas se verá un cambio en la matriz cultural del país.
-Las gotas de aceite en un recipiente con agua se juntan. Emulsionar ese aceite en el líquido cuesta mucho esfuerzo, hay que batir y batir, y si lo dejas volverán a juntarse. Entonces, en la medida en que los chilenos y los haitianos estén cada uno en sus mundos, porque no tienen papeles o porque no tienen trabajo, te juntarás con los tuyos y nada más. Lo que hace Luminuna no es lo habitual. Pero entre nosotros ya hay un vínculo de amistad. De alguna manera, yo la saco de su parcela, pero ella va a volver en la medida que eso no sea cada día. Si no consigue un puesto de trabajo y logra relacionarse con otros chilenos, ella siempre va a volver al grupito, a su parcela. Es necesario que estén permeados en la sociedad, pero no solamente haciendo el aseo en Providencia y saludando ´hola, buenos días´. Tienen que infiltrarse como las hormiguitas.
***
